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El miedo que se percibe con facilidad en el cubano es el resultado de un sometimiento, avasallador, gradual y progresivo, y que a lo largo de cuatro décadas ha intentado reducir a la obediencia ciega y al dominio total a un pueblo de reconocido valor y dignidad. Este proceso comenzó en el momento mismo en que tuvo lugar la toma del poder político por el gobierno actual, se dominaron los medios de comunicación masivos y se politizaron todas las esferas de la vida, para con ello, intentar promover un camino de supuestas transformaciones esperanzadoras que daría- según los ideólogos- el más alto grado de libertad individual y bienestar social. Visto así, era muy difícil descubrir el trasfondo con que los nuevos gobernantes diezmarían el cauce de la tradicional valentía del cubano. Es decir, el miedo ha sido encausado por una imposición, que va desde el terror abierto en los primeros años de la revolución, hasta el método sutil de los últimos tiempos y al total arbitrio del más mínimo acto conductual de los cubanos. El gobierno a su vez ha promovido el concepto mesiánico que se basa en la falsedad de considerar al proyecto revolucionario como la materialización de las ideas libertarias de nuestros próceres, de modo que cualquier acción contra este modelo se intenta justificar como una agresión a la propia historia de Cuba. La utilización intencionada del pueblo, lo convirtió en víctima de las acciones que fueran realizadas contra el nuevo poder revolucionario, cuando el discurso retórico de la revolución cubana promovía que se interpretara toda actividad contestataria como un acto contra los supuestos derechos del ciudadano. El sentimiento de amenaza artificiosamente creado, no contra el gobierno sino contra el pueblo, jugó un rol determinante en la movilización de las grandes masas, que se movían por las pasiones y la impulsividad irracional, llenando las plazas, haciendo de cada persona una negación de sí misma porque ésta renunciaba mediante una aureola fluida de reacciones involuntarias, al adecuado ejercicio de una conducta y comportamiento racional, medible y moderado. Este hechizo que bajo las nuevas condiciones históricas se puso en práctica en Cuba, movilizó a su vez sentimientos e impulsos, desplazando la razón por dominio de la masa congregada en el aplauso a la nueva élite dominante. Ante tantas situaciones nuevas la inteligencia del pueblo cubano envanecía y se encontraba ante el explosivo rigor de las emociones, que hizo aparecer una conducta superficial que adolecía de meditación y buen juicio. Tómese en cuenta el siguiente ejemplo: la turba revolucionaria, llenando los espacios que les ofrecía el nuevo orden político, ya aplaudía apasionadamente una medida como la primera Ley General de la Reforma Agraria, que beneficiaría, supuestamente, al campesinado y solicitaba a viva voz ¡Paredón!, medida que sólo sembraría el odio, el dolor y el rencor entre los cubanos. En los años de "Revolución", el pueblo ha sido manipulado para perpetuar el gobierno en el poder, sui generis modo de poner en práctica la psicología de las masas, induciendo y proliferando el miedo y la apatía a escala social. La desintegración lógica de una respuesta conductual adecuada hacía negar las potencialidades del intelecto de nuestro pueblo, cuando aceptaba por unanimidad todo lo que se producía en medio de la gran multitud. Absorbido por la férula, perdía todo control individual y sus respuestas estaban condicionadas por la acción contaminante de las masas. Al perder su propia individualidad el ciudadano carecía a la vez de toda responsabilidad y sin percatarse se sometía a realizar acciones que nunca haría estando solo. La pérdida de esta racionalidad en las grandes conglomeraciones de los primeros años de poder revolucionario se daba por un contagio potenciado en el fluido de transmisiones irreflexivas no previstas de antemano. Esto condicionó a que el cubano perdiera las estructuras orgánicas de su personalidad y de su propio grupo social. En los actos resultaba muy difícil encontrar el mecanismo adecuado que sirviera como defensa ante el arrastre de las masas, ya que los participantes, por lo general, no tenían organizados colectivos con estructuras sólidas que resistieran el control y el dominio de las turbas. Un elemento de primer orden que tomaron en cuenta los gobernantes de ese momento, que son los mismos de hoy, fue el nivel relativamente alto de uniformidad que existía en el pueblo, lo que fácilmente se podía medir por el apoyo que recibía de la gran mayoría de la población. El nivel de instrucción del cubano jugó su papel. Los nuevos gobernantes desarrollaron la idea de un desorden crítico que sólo el elitismo podía organizar. Esto originó que el pueblo creara su propio mito con los "rebeldes" en el poder, otorgándole un exagerado valor a todo lo que hacían y proponían, sin llegar a percatarse de antemano de la naturaleza extraña de su proyecto. Fuera de este círculo quedaron aquellos grupos que pudieron pobremente defenderse, resistiendo la cruzada comunista mediante el silencio no participativo, mediante el exilio y una gran parte yendo a las prisiones. El pueblo aparecía como el protagonista que asumía, sin plena conciencia de ello, todos los decretos. En su nombre se juzgaba, en su nombre se confiscaba sin indemnización, se fusilaba y se neutralizaba todo intento de oposición, alistándose al juego de las manipulaciones que el joven poder aprovechó para sembrar el miedo. El ciudadano de este país fue fácilmente apresado y los elementos susceptibles de su psicología abrieron las puertas a la poderosa maquinaria que controlaba el poder. El manejo sugestionable del discurso permitió a los gobernantes de entonces, que siguen siendo los de hoy, llevar al pueblo al lado de sus intereses. El pueblo cubano no tenía la capacidad para hacer una percepción lúcida y consciente de un nuevo fenómeno impredecible en cuanto al rumbo a tomar y no había un espacio alternativo de opinión que pudiera orientar al cubano sobre la naturaleza de aquella revolución. El modo en que la conducta de la población se manifestaba partía de la necesidad que tenía de mejorar su nivel de vida y restaurar una democracia perdida tras la aparición de Batista y los militares en el escenario político en marzo de 1952. Las ansias de democracia y participación tomaron dimensiones no calculadas, lo cual propició que con los nuevos acontecimientos apareciera un fenómeno nuevo con la forma total de gobierno. Esto dio lugar a la marginación política de un importante sector, que ante el terror abandona el país. Otra es silenciada o va a la cárcel por la bárbara cruzada de la revolución cubana. Aquí están parte de los antecedentes del miedo cerval de hoy. El cubano no es cobarde pero tiene miedo. Esta contradicción se explica con cierta facilidad: el valor ha estado asociado a los propósitos o fines a los que el Estado ha infundido una connotación patriótica, solidaria y humana. En las controvertidas misiones internacionalistas en el Africa se dieron muestras de gallardía, heroicidad e intrepidez por los cubanos que asistieron a esas misiones, donde varios miles de ellos perdieron sus vidas. La manipulación del temple de los hombres y mujeres de este país ha sido esgrimida por el régimen para su beneficio, ya que a lo largo de la historia de Cuba se han descrito innumerables páginas que demuestran el tesón, el arrojo y entrega del cubano en defensa de causas justas y de extraordinaria magnitud. No por conocido debe dejarse de mencionar el ejemplo que dio al mundo el ejército Mambí, que semidesnudo, descalzo, pobremente alimentado, y prácticamente desarmado, se enfrentó a las huestes españolas, una de las fuerzas militares mejor organizadas y armadas de su época. La Revolución del 33 que derrotó a Machado dio muestras de la voluntad popular y del coraje de los cubanos, así como la participación de voluntarios en la Guerra Civil española que dio la posibilidad de demostrar la osadía de los hombres nacidos aquí. El miedo de hoy se deriva también de la propia valentía de los cubanos, no en lo individual, sí en lo social. De modo que un hombre valiente se ve reducido a la nada cuando a la mayoría de sus compatriotas, tan bravos como él, les cierran el camino. El miedo ha provocado sufrimiento y escasez de valores morales en una nación de rica historia. Da la impresión que ha existido una ruptura con los antecedentes históricos de este país, ante el excesivo conformismo que deja este proyecto anacrónico e insuficiente que es la revolución, pero que al disfrazarse de bondadoso esconde sus aristas cercenantes y dogmáticas. Lo absurdo de esto radica en que el miedo que aún las multitudes tienen inoculado en su estrecho espacio de vida, les ha hecho perder el sentido de la libertad, por la incapacidad interna para descubrirse la falta de autenticidad y libre personalidad que las ha convertido en un estrado moderno de la sociedad y de sí mismas, mientras persiste en un número cada vez más creciente de cubanos la necesidad de libertad de pensamiento y conciencia. Esta regularidad, condicionada por la inseguridad material y la falta de espiritualidad, dicotomiza al cubano y le condena a vivir sin paz en una realidad que lo hace sumergirse en la mentira y la doble moral. Carente de esa esperanza, se duerme al acecho de un salvador que no sea él mismo, sino otro cualquiera que le permita algún espacio de vida y libertad. El miedo es humano, pertenece al hombre más que a cualquier animal, por el alto grado de desarrollo de su cerebro. Se expresa en momentos de alta tensión emocional y afectiva que conduce a una reducción estrecha de los procesos mentales, incapacitando el poder de defensa del organismo ante la fuerza, no importa su intensidad, que lo ataca. El miedo vence las potencialidades del individuo en toda su magnitud, y se funda en hechos reales o inexistentes. Cuando se teme se congelan las vías de búsqueda de solución a un problema y cuando se tiene conciencia de ello, perdura en forma de conflicto interno. El miedo es un desinterés, un vago sentimiento de inseguridad hacia las cosas, una debilidad hacia la nada y un vacío incoherente desde el interior que brota hacia el mundo exterior, con lentitud y desgano. Agarra al hombre como una minúscula partícula fácil de vencer y dominar por la madurez de un sujeto viril, agudo y autoritario que se impone por la fuerza de su poder. El apático se encamina ciegamente al otro, le teme, obedece sin miramientos, abjura a cualquier intento de desobediencia y acumula en su psiquis una debilidad hacia la persona que le manda. La historia de los regímenes totalitarios muestra que han logrado extender su poder, con el engendro del miedo, a escala social. Esta poderosa estrategia ha determinado la duración de estos sistemas políticos los que, al manejar todos los medios de control represivo, de comunicación, económico, político y sociales, condicionan la conducta individual de la persona a la obediencia y a las normas de sus leyes obligatorias. El peligro mayor cuando se teme radica en que el individuo, contra su voluntad, se pone a disposición del poder actuante y del terror arbitrario que reduce todo espacio de libertad. El temor es el arma que se enfila contra el propio hombre. El sistema al sembrar el miedo se beneficia porque destaca sus esfuerzos en el combate contra los que salen del círculo de la obediencia. Es por ello que los disidentes en Cuba son víctimas del odio del gobierno porque al perder el miedo e intentar una vida independiente se insta al pueblo a odiarlos y repudiarlos, convirtiéndolos en enemigos, desacreditándolos moral y socialmente por el peligro que significa desenmascarar la mentira y dar a conocer la versión de su verdad. El recelo es impotencia y a la vez falta de reafirmación del individuo ante los demás. Es una opción sin originalidad que persiste en denigrar aquello que tiene un significado para el hombre. Para comprender la naturaleza dogmática de este sistema debe tenerse en cuenta que estos métodos para infundir miedo se ponen a descubierto como mecanismo que sirve para perpetuar el poder. A través del sobresalto que vive la persona surge la desconfianza entre los miembros de la sociedad y la duda de que puedan colaborar con los tenebrosos artificios represivos del Estado. Estos temores hacen del hombre una marioneta y a la vez un satélite de la mentira y de la miseria así como de la locura, en el desenfrenado afán del sistema socialista por mantener su control. Esto ha provocado que en Cuba se debilite todo al no aparecer con el paso de los años una opción concreta que derive en un progreso material que favorezca al pueblo. El miedo es el factor que ha hecho perdurar al sistema político cubano. La falta de una cultura integral, el aislamiento y la desinformación con relación al mundo y a la democracia, limitan el avance hacia nuevas formas de poder. El pueblo no tiene claro cuál debe ser su destino, y se sume por la incertidumbre en la pasividad. Estos fundamentos son sensibles para que, en un enfoque direccional, los gobernantes estimulen la inseguridad y el temor a un cambio al modelo actual. Por ello, el poderoso aparato propagandístico del Estado se empeña en divulgar con críticas mordaces los proyectos de algunos gobiernos de América Latina, el neoliberalismo y la globalización, así como el "desastre" en los países de la Europa del Este. En lo interno se infunde temor, intentando demostrar que la oposición está compuesta por contrarrevolucionarios al servicio de los Estados Unidos, lo que facilita la interpretación como espías de la CIA, asesinos, terroristas y antisociales de la peor calaña. Por otra parte se presenta a los gobiernos anteriores a 1959 como seudorepublicanos, hiperbolizando los vicios, lacras y las deficiencias de aquella sociedad que aún está cerca de los recuerdos de muchas personas. A los que no conocieron aquel pasado se les crea la duda de cuál sería lo mejor para nuestro país. En Cuba se han cometido y se cometen a diario violaciones de todo tipo. Las víctimas, al no tener marco legal para exigir derechos, se preñan de una impotencia interior que evoluciona en odio, la conciencia de esta injusticia origina animadversión, que tiene sus bases en la pobreza y perversidad de los que impulsan un orden social sin responsabilidad y conducen al cubano al hechizo de la inmoralidad, a lo vulgar y a la falta de comprensión humana. El cubano, a pesar de su manifiesta inmovilidad actual, no deja de ser un hombre noble, bondadoso, optimista y emprendedor. Estos elementos de su psicología lo han hecho presa del engaño, al ser cautivo de una falsa confianza en una esperanzadora prosperidad, ante los conceptos timbrados de humanidad, solidaridad y hermandad de que hace gala el sistema. La pobreza cultural de una parte importante de la población ha dormitado el deseo de independencia, autoridad y libertad de la gran mayoría, y ha creado una uniformidad que ha provisto de escasez e inseguridad interior al pueblo y paralizado su ambición. La inconformidad del pueblo es conocida por el gobierno, pero de ella hace también un manejo psicológico, al intentar y de hecho lograr, convocar al individuo a un compromiso que bien puede estar dado por el falso concepto de patriotismo que se esgrime. El pueblo se lamenta, pero lo expresa en un reducido espacio o en el lugar donde no puede ser reconocido ni censurado por represión alguna. Busca el anonimato de su opinión, porque sabe el nivel de respuesta que ésta pudiera provocar en otros individuos que aún, compartiendo sus mismos puntos de vista, el medio los obliga a una manifestación diferente ante un debate público. Roman Stanley ha considerado en su estudio sobre "La Entidad del Silencio" que "el relativo poder de la mayoría y la minoría durante una controversia, es percibido por la población de forma distorsionada, es decir, desde los puntos de vista de los medios dominantes (ignorancia pluralística)". Este ejemplo explica cómo se reducen las opiniones de los cubanos inconformes, que saben que el hablar los lleva al aislamiento y la marginación. La falta de un conocimiento amplio sobre las particularidades de luchar en el marco de la legalidad es un sinónimo de miedo, de apatía y una manifestación de incultura política. La inconformidad no es manifiesta públicamente en el sentido real de las cosas; es decir, ningún individuo con sentido de responsabilidad acusa ante el "ojo público" a la máxima dirección del país y al sistema dominante. En el análisis de su inconformidad, las personas buscan a un culpable inmediato que esté cerca de sus cotidianidades, que puede ser cualquiera que detente una posibilidad de resolución a su problema. La indiferencia puede ser útil cuando se orienta al debilitamiento del estado absolutista, mediante una posición ingenua que se introduzca en las entrañas del sistema. Ese importante factor no ha sido explotado y tiene su valor de crédito en la medida que desde una posición disidente, se insista en utilizar una postura racional que promueva diálogo, discusión y respuesta. Reconocer que al cubano le falta algo esencial es importante, porque da una clara idea de lo que esto puede significar o desencadenar cuando se gana el espacio del valor y la dignidad. El miedo que hoy se percibe en el país está acompañado de odio. Es peligroso que en el cubano exista la ausencia de amor, humanidad, fraternidad y solidaridad. De ese modo no será posible ganar los corazones de los que se necesitan para incorporarse al camino de la verdad. El odio es pobreza del espíritu y escasez de inteligencia, es la negación de la capacidad de la persona de perdonar y amar. Miedo y odio dan lugar a la revancha y el resentimiento, a la actuación desmedida por las pasiones ciegas y pueriles que pueden originar comportamientos crueles e inhumanos. El temor se manifiesta de muchas formas. Existe uno especial al que le llamaría sensorial, que es el pavor a sentirse traicionado por su propio sentido. Es un miedo especial que puede provocarse por muchas razones. El oído puede escuchar lo que no debía, y por ello la persona puede ser detenida para saber qué escuchó. Los ojos pueden observar algo que no podían ver, y por esa razón la persona puede ser interrogada por varias horas por las autoridades para que reconozca qué vio. Estos órganos de los sentidos pueden convocar a la indiscreción, generando temor a la represalia. Es necesario curarse del miedo. El primer paso es que cada cubano viva su propia libertad. Eso conlleva a la creación ética de un sistema de defensa en la persona inmersa en la búsqueda de un proyecto humano de vida. Cuando se logra se manifiesta el descubrimiento de una paz interna que dignifica y promueva la felicidad. Al comenzarse a vivir en el marco existencial de la libertad, eso sólo se puede alcanzar renunciando a la mentira. El miedo es una angustiosa enfermedad. Vivir con ella es difícil porque el hombre, sin darse cuenta, niega su condición de activo transformador de la sociedad. Eliminando el miedo hará posible, con mayor rapidez, andar por el camino hacia la democracia. Hacer uso de la verdad libera pero a la vez confina. Por lo tanto la postura cívica que se debe asumir es defender los valores de la nación, no atacando a los hombres sino al sistema, de forma tal que se genere una sociedad y una patria nueva.
Ramón Humberto Colás Castillo
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