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 La isla del doctor Castro
Indice de materias

 
  El miedo paralizante

CORINNE CUMERLATO y DENIS ROUSSEAU

© EDITIONS STOCK, 2000

L'Ile du Docteur Castro  

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Evidentemente, Fidel Castro no quiere saberlo, pero los hechos lo demuestran: la etapa poscastrista ya comenzó. Cuba, como última trinchera tropical del marxismo-leninismo ya sólo tiene una existencia virtual desde que el dólar fue legalizado en 1993, el mismo día del cumpleaños del Máximo Líder. Desde ese instante, el régimen cubano entró en otra dimensión, otra estrategia. Resistir, cueste lo que cueste, hasta el final.  

El final, sí, pero ¿cuándo? Esta pregunta es la única que cuenta hoy en día en Cuba, y el destino de cada uno está determinado por la respuesta que se le dé. Algunos se sumen en el desespero, otros -cada vez menos numerosos- se adhieren al Partido Comunista. La mayor cantidad se pone a tono y se contenta con sobrevivir.

Funcionarios, disidentes y militantes católicos comparten paradójicamente una misma preocupación: aprovechar este tiempo en suspenso, incierto, entre el poscastrismo y el post-Castro para preparar el futuro, para subirse al tren de la Historia cuando éste eche por fin a andar, abandonando la vía sin salida en la que estaba detenido.  

La trampa del miedo

Cuba está atrapada hoy en la trampa del miedo. Un miedo multiforme pero tenaz, de ésos que están presentes desde la mañana hasta la noche. Un miedo paralizante, que inhibe todo cambio. Y existe para todos. A tal señor, tal honor: Fidel Castro, que teme perder el control, ha hecho de la transición una palabra tabú.

Con el Muro de Berlín, fue el mundo el que se desplomó bajo él. Desde entonces, remienda; abre aquí para salvar al país de la bancarrota, cierra allá para reprimir todo pensamiento libre, por ende subversivo. Temor también de sufrir la suerte humillante de su compadre en dictadura, el chileno Augusto Pinochet, arrestado en tierra extranjera.  

Para Fidel Castro, la transición es palabra tabú.

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La amenaza le pareció lo suficientemente seria como para hacerlo renunciar a un viaje a Estados Unidos para vituperar la globalización en la cumbre de Seattle. Lamentable mecánico de la maquinaria totalitaria, se cree obligado a prohibir toda innovación e iniciativa, por miedo a ser barrido por las fuerzas sociales liberadas.

Se trata también de azotar constantemente al tigre para poder cabalgar en él: el caso Elián permanecerá sin duda como el más espectacular sobresalto de un régimen en agonía, con sus movilizaciones de corte nacionalista, su logomaquia odiosa y su estrategia delirante.

Los miembros del aparato, sobre todo, tienen miedo. Se inquietan por su futuro cuando el líder haya desaparecido. Algunos tienen la tentación de traicionar antes de que sea demasiado tarde. Ellos saben que están perdiendo el control, que el poder amenaza con escapárseles como agua entre los dedos cuando llegue el momento. ¿Cuándo? Misterio. Pero las señales se multiplican.

Durante una reunión de "conclusiones" en diciembre de 1999 celebrada en Cienfuegos, los ortodoxos del Buró Político, encabezados por José Ramón Machado Ventura y José Ramón Balaguer Cabrera, tendrían que rendirse a la evidencia: "La base no asimila el papel y las funciones que le corresponden al Partido".

¡Qué confesión, después de un año en que arreció el brutal control, después de cuarenta años de poder absoluto! Peor aún, la actividad militante ya es sólo una liturgia, un ritual vacío, reconoce Granma: "Cantidad de núcleos persisten en una gestión y un tratamiento puramente administrativo de los problemas, continúan adoptando decisiones superficiales y poco rigurosas [...].  

El caso Elián permanecerá sin duda como el más espectacular sobresalto de un régimen en agonía, con sus movilizaciones de cortes nacionalistas, su logomaquia odiosa y su estrategia delirante.

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En ciertos núcleos no se utilizan de manera sistemática los documentos que rigen el Partido". La cosa tiene fallas, es lo menos que podemos decir. Y el Líder que tampoco anda muy bien. La alerta estuvo candente durante la primavera de 1997 cuando desapareció durante varios meses. En ese momento, ya se destapaba el champán en Miami cuando Fidel Castro apareció bajo una copiosa lluvia para pronunciar un corto discurso de tres cuartos de hora con motivo del inicio del curso escolar en septiembre. "Imperialistas, ¡abandonen toda esperanza!". El exordio era rimbombante pero no bastó para hacer olvidar que acababa de pasar un mal rato. Un ataque cerebral, al parecer, a juzgar por un fugaz paso por la televisión durante el verano: saludando con una mano, el otro brazo inerte a lo largo del cuerpo.

Desde entonces, los diplomáticos y visitantes extranjeros lo confirman; algunas noches, divaga tontamente, bajo la mirada apenada de sus ministros. "A veces se tiene la impresión de que lo han drogado y se desploma después que se disipa el efecto de las drogas", confía un diplomático que agrega: "Si nosotros lo vemos y nos damos cuenta, ¿qué decir de los que lo rodean?" El miedo, sí, a que se les rompa entre los dedos después de haberse incinerado ante la opinión pública cubana y los medios internacionales inclinándose ante sus órdenes delirantes, apoyando sus diatribas y sus fobias...

Los miembros del aparato, sobre todo tienen miedo.Se inquietan por el futuro cuando el líder haya desaparecido. Ellos saben que están perdiendo el control, que el poder amenaza con escaparse como el agua entre los dedos cuando llegue el momento.

El miedo también entre los cubanos, por supuesto. Temor de no tener, hoy, mañana, después. Miedo al policía, al presidente del CDR, al soplón, al secretario del sindicato, al jefe del taller o al director de la oficina. Miedo a que duren: la opresión, la propaganda, las penurias, el tiempo detenido, la doble moral, la doble moneda, los amigos o los parientes que se van. Miedo a que cesen: las escuelas, destartaladas pero para todos; los hospitales, sin medicamentos, pero gratuitos; la libreta de racionamiento, insuficiente, pero permanente; los retiros, miserables, pero garantizados; la vivienda, en ruinas, pero casi barata.   Del otro lado del Estrecho de la Florida, no se ha olvidado que Castro puso a Estados Unidos bajo la amenaza del fuego nuclear soviético. En Washington, no se descarta la idea de un nuevo ataque de locura. Alarmado por el comportamiento extraño de Castro, el departamento de Estado solicitó a la CIA, a principios de este año, que actualizara el perfil psicológico del Comandante.

Los responsables estadounidenses evocan un "síndrome de la hiperactividad geriátrica", recordando que Mao lanzó la revolución cultural a la edad de 73 años. De todas formas, en el gobierno de Estados Unidos, todos se apoyan en el embargo, por miedo a tener que admitir que se equivocaron de política durante cuarenta años. Pero, sobre todo, lo que predomina es el temor de ver a los cubanos lanzarse a las aguas por decenas, por centenares, por miles. El temor, mucho más razonable, más egoísta: el de los ricos. Todos esos temores conjugados resultan en gran parte en una paralización y la falta de una preparación seria para una transición, aun cuando las personas o los grupos preparen el futuro (el suyo propio o el del país).

See : http://www.elherald.com/content/archivos/libro/c7.htm