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 El rojo y el negro

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Los cubanos que vivimos en la isla tenemos garantizada la libertad, la libertad de creer a pie juntillas lo que dice la prensa oficial del mundo y de Cuba. Así es que se nos puede ver por campos y ciudades, caminos y veredas, con un panfleto escuálido entre las manos o con una radio Selena al hombro y una estúpida mueca de felicidad en el rostro.

Si se nos observa bien podrá adivinarse, además, un signo de amargura, porque como somos solidarios y buenos hasta el espasmo, nos da pena lo mucho que sufren los seres humanos que no viven en un sistema como el que nosotros disfrutamos hace ya casi media centuria. Seguro. No nos apenan los norcoreanos, que también saben lo que es bueno, ni los iraquíes, ni la gente de Irán, pero de allí para afuera sentimos piedad por casi todo el universo. Sabemos, por la veracidad, objetividad y el insobornable trabajo investigativo de nuestros medios, que el mundo del siglo XXI vive dividido en pequeños jardines apacibles y escarlatas con tonalidades rosas, donde, desde luego, moramos nosotros y una sombría vastedad que habita el resto de la raza humana. En efecto, una parcelación injusta donde sólo unos pocos hemos hallado, con sabiduría y mesura, los claustros que siempre soñó el hombre.

Aquí, por ejemplo, conocemos hasta la última cazuela que suena en un barrio extrarradial de Buenos Aires; pero eso sí, no tenemos que saber nada de las cacerolas que tocan a rebato contra el ilustre amigo de Cuba Hugo Chávez, en las calles de Caracas, Maracaibo y Valencia. A él lo imaginamos entonces febril y bolivariano, al frente de su nación, rumbo a un destino tan agradable como nuestra realidad. Vienen todos los meses expertos del mundo a reunirse en nuestro país para examinar las calamidades que corroen a Latinoamérica y otras zonas. Pero en cuanto al monte, ni un cuje. Quiero decir, de lo que pasa en Cuba, nada. Porque si tenemos desempleados son obreros conscientes y preparados que asumen su paro con dignidad. Si tenemos necesidades y descontentos, no vamos a ceder espacio en la prensa para esas minucias, cuando ya sabemos que estamos sembrados en el mejor sistema.

Tanto es así que ahora mismo, en medio de una victoriosa campaña contra el mosquito aedes aegypti que trasmite el dengue, ya la prensa informó que en Brasil la epidemia mató a nueve personas y hay otros 18,000 contaminados. Pero sobre los enfermos y fallecidos de La Habana no se ha dicho nada, porque se trata, al parecer, de no preocuparnos, para hacer más legítima nuestra felicidad.

Nuestro héroe deportivo por estos días es el gran futbolista argentino Diego Armando Maradona, a quien le hemos perdonado su afición a las drogas y sus escándalos y le hemos brindado un hospital para que salga de esa pesadilla. Circula aquí un libro autobiográfico del Pibe de Oro, que es tan simpático y tan amigo. Eso sí, no sabemos nada de los seis integrantes del equipo nacional de voleibol que se quedaron en Roma en diciembre, ni de los dos atletas del equipo de fútbol que decidieron permanecer en Estados Unidos, recientemente. Como ignoramos los dramas de los nuestros, podemos ser misericordiosos con Maradona.

Ypor último otro libro, éste del español Ignacio Ramonet, una figura muy importante del diario francés Le Monde y especialista en medios de comunicación. El texto, presentado a teatro lleno en el Carlos Marx, se llama Propagandas silenciosas y es un examen riguroso del trabajo de las empresas transnacionales de la información y su supuesta manipulación de las noticias. El famoso periodista, visitante asiduo de nuestro país, no ha anunciado si dedicará una de sus miradas críticas a los medios locales. Parece que no. No hace falta, él es uno de los que, cuando vienen, desde sus autos refrigerados nos ven por campos y ciudades con los panfletos bajo el brazo y los radios soviéticos al hombro y les satisface y reconforta nuestra estúpida mueca de felicidad en el rostro.

RAUL RIVERO

© El Nuevo Herald / CubaPress

24 de febrero de 2002