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 El más auténtico retrato

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Un libro me ha caído en las manos, literalmente. De lo alto de una estantería se rueda y, al caer, deja un sensible rastro de polvo. Es un volumen en rústica de tapas gastadas que nunca he leído. Se titula ¡Yo soy el Che!, al parecer una biografía de Ernesto Guevara escrita hace más de 30 años --según puedo ver-- por Luis Ortega, a quien muchos tienen por el mejor periodista cubano del último medio siglo No puedo recordar cómo este libro ha venido a dar a mi biblioteca, ni mucho menos por qué no lo he leído antes. Alguien debe habérmelo prestado hace mucho y luego me olvidé. Ahora, mientras empiezo a leerlo, aún de pie, caigo en cuenta de que es 7 de octubre, víspera de la muerte de Guevara, y el azar, que me parece de una sospechosa simetría, me lleva a acordarme de Borges, ese otro argentino que está en las antípodas del líder guerrillero.

Hasta ahora había creído que nadie nos había dado aún el auténtico retrato del Che Guevara, de su ineptitud política y de su naturaleza criminal, mezcladas con la arrogante ignorancia del estereotipo de un argentino intoxicado de lecturas marxistas de segunda mano. Este libro de Luis Ortega hace mucho que cumplió ese cometido, relevándonos de cualquier obligación moral sobre el tema. Hasta ahora parecía que todas las biografías del Che, hasta las más neutrales, edulcoraban la figura del matarife (el hombre que, en poco más de un año, hizo fusilar a casi dos mil personas en la fortaleza de La Cabaña, en La Habana) y magnificaban la capacidad del político. Ortega no comulga con esos mitos. En una prosa monda, libre de los típicos adornos que vician el castellano, va desdoblando su retrato:

``Desde que el Che entra en La Cabaña, la fortaleza se convierte en prisión. Y el Che, insensiblemente, va elaborando toda una teoría del terror.

``--Hay que trabajar de noche --le dice a Duque Estrada, un abogado joven que se le había incorporado en Santa Clara.

``Y agrega:

``--El hombre ofrece menos resistencia de noche que de día. En la calma nocturna la resistencia moral se debilita. Haz los interrogatorios de noche.

``--Sí, comandante.

``--No hace falta hacer muchas averiguaciones para fusilar a uno. Lo que hay que saber es sí es necesario fusilarlo. Nada más.

``--Sí, comandante.

``--Mira, tenemos que establecer la pedagogía del paredón.

``--Sí, comandante.

`` Después se enreda en una complicada disquisición sobre el aspecto jurídico:

``Debe dársele siempre al reo la posibilidad de hacer sus descargos antes de fusilarlo. Y esto quiere decir, entiéndeme bien, que debe siempre fusilarse al reo, sin importar cuáles hayan sido sus descargos. No hay que equivocarse en esto. Nuestra misión no consiste en dar garantías procesales a nadie, sino en hacer la revolución, y debemos empezar por las garantías procesales mismas.''

Pero el comandante no sólo es asesino, sino también torturador. ``Oscila entre el sentimentalismo y la crueldad. Y en la crueldad es refinado. Ya en la Sierra Maestra había inventado el procedimiento del fusilamiento simulado. Y en La Cabaña ese tipo de tortura se convierte en cosa corriente.''

Y como tantos revolucionarios de su estirpe, detrás del asesino y del torturador hay un tipo con una visión transcendente de sí mismo que, de principio a fin, trata de cuidar su posteridad. Es un actor de su propia tragedia. ``El extremo cuidado con que pule las frases revela todo lo que hay de teatral en él'', nos dice Ortega, quien agrega: ``Guevara disfruta sus propios funerales a la manera romántica. Toda su infelicidad, todo lo que hay en él de infantil, se vuelca en estos gestos finales enderezados a atraer la atención sobre su persona utilizando recursos de propaganda''.

Los juicios con que Luis Ortega va componiendo la semblanza física y moral de Guevara son en extremo prolijos para poder citarlos extensamente aquí; basta apuntar que son tan poderosamente reveladores, y constituyen una contribución tan decisiva a la historia de Cuba, como para pasar por alto algunas opiniones recientes del autor que, según algunos, le han llevado a coincidir con posiciones del castrismo. He aquí como él resume el retrato de quien lleva 34 años muerto para bien:

``Si se va a un análisis frío de Guevara, y si se quiere hasta cruel, se puede llegar a la conclusión de que estamos frente a un escritor. Un escritor que ha sido capaz de responsabilizarse con el fusilamiento de 1,892 seres humanos con tal de poder atraer la atención hacia su prosa. Capaz de morir con tal de lograr algunos lectores. Porque la prosa de Guevara no llega a tener valor literario. Esa prosa, por sí sola, no se mantiene. Cualquier observador un poco sagaz puede ver en ella el afán de imitar el tono patético de Martí, sobre todo el Martí de la inmolación. Pero no puede llegar nunca. El tono de Martí está respaldado por una conducta apostólica. Guevara, en cambio, ha dejado tras de sí un reguero de cadáveres.''

VICENTE ECHERRI

© Echerri 2001 / El Nuevo Herald

Publicado el jueves 11 de octubre de 2001 en El Nuevo Herald

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