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 Cosas de Cuba

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A paso de bastón: el maní

 

LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Más o menos con cierta resignación, me he acostumbrado a aceptar las 180 libras de peso acumuladas por mi esposa como razón atendible para ejercer el oficio de marido obediente. Ella no cree en el heroísmo y bravura de los periodistas independientes cubanos. La mulata de mis amores, haciendo uso del discreto argumento de su anatomía generosa, da las órdenes del caso y me envía a hacer las compras de ocasión.

Ir de compras en una Habana ya no tanto del picadillo de soya, pero ahora inmersa en los retos dejados por el paso del huracán Michelle, es siempre una oportunidad para tropezar con un estar habanero significado por contrastes y paradojas. John Lennon jamás imaginó que sería homenajeado como lo fue en La Habana, en el aniversario de su muerte. Pero menos imaginó que en todos los honores que se le dedicaron el pasado 8 de diciembre no faltaría un personaje capitalino imprescindible: el vendedor de maní.

La gente lloraba por Lennon, se fotografiaba al lado de su estatua, pero después compraba maní. Rockeros de pelos largos hacían tertulia en el parque donde radica el monumento al ex beatle, acompañados de la botella de ron y mascando maní. Hasta discretos vigilantes, vinculados a la policía política, contribuyeron a los ingresos del vendedor callejero de la oleaginosa.

Mientras voy haciendo las compras ordenadas por mi amante esposa, me pregunto a qué se debe esa afición habanera. Tan extendida que hasta los degenerados humoristas del país le han dedicado alguna que otra función en el teatro América, considerado el santa sanctorum de la burla cubana. Tan antigua que Moisés Simons y Rita Montaner hicieron del maní un clásico de la canción isleña.

No vaya a pensarse que el asunto no ha preocupado a los doctos. En 1995 asistí a una conferencia que impartió en el Instituto Superior de Arte de La Habana el ingeniero Manuel Rivero Glean, y todavía me interrogo qué diantres hacía allí este especialista dedicado al elogio de las virtudes nutricionales del maní, porque más o menos de eso trató el investigador ante una concurrencia mayormente artística. Cosas de Cuba, imagino. Eclecticismos isleños del llamado período especial, donde parece preocupación estética alimentar a los pintores.

Rivero Glean afirmó que un gramo de la oleaginosa posee tantas calorías y el doble de proteínas que un similar de carne de res. Su desventaja es que es "indigesto", lo cual me hizo recordar dos frustraciones infantiles, dos insatisfacciones permanentes entre el triunfo revolucionario de 1959 y el advenimiento de la despenalización de la tenencia de divisas en 1993: el chicle y el maní. Lo del chicle parece lógico, pero sigo sin comprenden cómo se relacionan maní y dolarización.

Rivero Glean expresó además que a fines del siglo XIX los cubanos eran grandes consumidores de maní de origen nacional, y que el insano hábito isleño de consumir grasa de cerdo fue creado por los ocupantes estadounidenses al fin de la Guerra de Independencia, como única solución hallada para dotar de lípidos a una población hambreada. De paso, los yankees hicieron un buen negocio, pues la comercialización de grasa porcina con propósitos de alimentar humanos estaba prohibida en Estados Unidos, afirmó el especialista.

No he encontrado confirmación sobre tales juicios de un ingeniero que pronuncia conferencias sobre nutrición ante una concurrencia de artistas.

Pero, sigo interrogándome: ¿por qué Cuba importa aceites de soya y no los produce de maní, ya que este cultivo tiene tan buenos resultados en tierras cubanas como para hacer florecer como verdolaga a sus vendedores callejeros?

Incógnitas, incógnitas misteriosas de esta Cuba ya no tanto del picadillo... de eso mismo. Entretanto, obedezco. Primero, las compras y después la crónica. Marido obediente, ¡ni soñar con llegar al hogar sin la botella de aceite de soya! Ciento ochenta libras de mi amada esposa no me lo aconsejan.

Manuel David Orrio, CPI

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12 de diciembre de 2001