Retorno a la página de inicio
El lobo, el bosque y el hombre nuevo
Indice de materias

  
Empiezo a publicar el texto del cuento de Senel Paz que sirvió de base para la película de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, Fresa y chocolate. Un amigo de La Habana - amigo mío y amigo del autor - me entregó una pésima copia de esos folletos que tuve que volver a mecanografiar en parte (con su ayuda) y que no terminé de arreglar. Disculpen le entrega parcial que espero completar pronto.

 
Ismael y yo salimos del bar y nos despedimos, lo siento David, pero ya son las dos, y me quedé con aquella necesidad de conversar, de no estar solo. Ya iba a meterme en el cine cuando me arrepentí, casi llegando a la taquilla, y me pareció que mejor llamaba a Vivían. pero me arrepentí, casi llegando al teléfono y me dije: mira, David, lo mejor-mejor es que te vayas a esperar la guagua a Coppelia, la Catedral del Helado. Y entonces ... ah, Diego. 
Así, la Catedral del Helado, le llamaba a este sitio un maricón amigo mío. Digo maricón con afecto y porque a él no le gustaría que lo dijera de otra manera. Tenía su teoría. « homosexual es cuando te gustan hasta un punto y puedes controlarte», decía, « y también aquellos cuya posición social (quiero decir, política) los mantiene inhibidos hasta el punto de convertirlos en uvas secas». Me parece que lo estoy oyendo, de pie en la puerta del balcón, con la taza de té en la mano. "Pero los que son como yo, que ante la simple insinuación de un falo perdemos toda compostura, mejor dicho, nos descocamos, esos somos maricones David, ma- ri-co-nes, no hay mas vuelta que darle». 
Nos conocimos precisamente aquí, en el Coppelia, un día de esos en que uno no sabe si cuando termine la merienda va a perderse calle arriba o calle abajo. Vino hasta mi mesa, y murmurando "con permiso» se instaló en la silla de enfrente con sus bolsas, carteras, paraguas, rollos de papel y la copa de helado. Le eché una ojeada: no había que ser muy sagaz para ver de qué pata cojeaba; y habiendo chocolate, había pedido fresa. Estábamos en una de las áreas mas céntricas de la heladería, tan cercana a su vez a la Universidad, por lo que en cualquier momento podía vernos alguno de mis compañeros. Luego me preguntarían que quién era la damisela que me acompañaba en Coppelia, que por qué no la traía a la beca y la presentaba. Por joder, sin mala intención, pero como nunca me defiendo tan mal ni me pongo tan nervioso como cuando soy inocente, la broma pasaría a sospecha, y si a eso se agrega que David es un poco misterioso y David cuida mucho su lenguaje, ¿lo han oído decir alguna vez « cojones, me cago en la pinga »?, y David no tiene novia desde que Vivían lo dejó, ¿lo dejó ella? « ¿y por qué lo dejó?», cualquier cálculo razonable aconsejaba dejar el helado y salir pitando, lo mismo calle arriba que calle abajo. Pero en esa época ya yo no hacía cálculos razonables, como antes, cuando de tantos cálculos por poco hago mierda mi vida ... Sentí como si una vaca me lamiera el rostro. Era la mirada libidinosa del recién llegado, lo sabía, esta gente es así; y se me trancó la boca del estómago. En los pueblos pequeños los afeminados no tienen defensa, son el hazmerreír de todos y evitan exhibirse en público; pero en La Habana, había oído decir, son otra cosa, tienen sus trucos. Si cuando me volviera a mirar le soltaba un sopapo que lo tirara al suelo vomitando fresa, desde allí mismo me gritaría, bien alto para que todo el mundo lo oyera: « ay, papi, ¿por qué? Te juro que no miré a nadie, mi cielo». Así es que, por mí, que lamiera cuanto quisiera, no iba a caer en la provocación. Y cuando comprendió que la vaciladera no le daría resultados, colocó otro bulto sobre la mesa. Sonreí para mis adentros porque me di cuenta de que se trataba de una carnada, y no estaba dispuesto a morderla. Sólo miré de reojo y vi que eran libros, ediciones extranjeras, y el de arriba-arriba,por eso mismo, por ser el de arriba, quedó al alcance de mi vista: Seix Barral, Biblioteca Breve, Mario Vargas Llosa, La guerra del fin del mundo. !Madre mía, ese libro, nada menos! Vargas Llosa era un reaccionario, hablaba mierdas de Cuba y el Socialismo donde quiera que se paraba, pero yo estaba loco por leer su última novela y mírala allí: los maricones todo lo consiguen primero. «Con tu permiso, voy a guardar», dijo él e hizo desaparecer los libros en una bolsa de larguísimos tirantes que le colgaba del cuello. « Me cago en su madre», pensé, «este tipo tiene más bolsas que los canguros». « Tengo más bolsas que un canguro», dijo él con una sonrisita. « Es un material demasiado explosivo. para exhibirlo en público. Nuestros policías son cultos. Pero si te interesan, te los muestro ... en otro lugar». Me cambié el carné rojo de militante de la Unión de Jóvenes Comunistas de un bolsillo a otro: que comprendiera que mis intereses de lector no creaban ninguna intimidad entre nosotros, ¿o prefería que llamara a uno de sus cultos policías? No captó para nada el mensaje. Me miró con otra sonrisita y se dedicó a recoger con la puntica de la cuchara una puntica de helado que se llevó a la puntica de la lengua: « Exquisito, ¿verdad? Es lo único que hacen bien en este país. Ahorita los rusos se antojan de que les den la receta, y habrá que dárselas.» ¿Por qué tiene uno que aguantarle eso a un maricón? Me llené la boca de helado y empecé a masticarlo. Dejó pasar unos segundos. «Yo a ti te conozco. Te he visto muchísimas veces paseando por ahí, con un periodiquito bajo el brazo. Chico, como te gusta Galiano». Silencio de mi parte. «Un amigo mío al que no se le nota nada y que también te conoce, te vio en un encuentro provincial de no me acuerdo qué y me dijo que eras de Las Villas, como Carlos Loveira.» Pegó un gritico: había descubierto una fresa casi intacta en el helado. «Hoy es mi día de suerte, me encuentro maravillas.o Silencio de mi parte. « Se habla de los orientales y los habaneros, pero a ustedes, los de Las Villas, les encanta ser de Las Villas. Qué bobería.» Se esforzaba en montar la fresa en la cuchara, pero la fresa no se quería montar. Yo había terminado el helado y ahora no sabía cómo irme, porque ese es otro de mis problemas: no sé iniciar ni terminar una conversación, oigo todo lo que me quieran decir aunque me importe un pito. «¿Te interesa Vargas Llosa, compañero militante de la Juventud? », dijo empujando la fresa con el dedo. « ¿Lo leerías?. Jamás van a publicar obras suyas aquí. Esa que viste, su última novela, me la acaba de enviar Goytisolo de España.» Y se quedó mirándome. , Empecé a contar: cuando llegara a cincuenta me ponía de pie y me iba pal'carajo. Me dejó llegar a treinta y nueve. Se llevó la cucharilla a la boca y, saboreando más la frase que la fresa, dijo: «Yo, si vas conmigo a casa y me dejas abrirte la portañuela botón por botón, te lo presto, Torvaldo.» 
De haber sabido el efecto que me iban a producir sus palabras, Diego hubiera evitado aquel lance. Tocó la tecla que no se me podía tocar. La sangre me subió a la cabeza, las venas del cuello se me hincharon, sentí mareos y la vista se me nubló. Cuatro años atrás, a mi profesora de Literatura en el preuniversitario, que no sólo era una profesora de literatura frustrada sino también una directora de teatro frustrada, le llegó la oportunidad de su vida cuando la escuela no alcanzó el primer lugar en la emulación interBecas por falta de trabajo cultural. Fue a ver al director v lo convenció, primero, de que a Rita y a mí nos sobraba talento histriónico, y después, de que ella podría guiarnos con mano segura en Casa de Muñecas, una obra que, si bien extranjera, pero ya lo dijo Martí, compañero director, insértese el mundo en nuestra República, estaba libre de ponzoñas ideológicas y figuraba en el programa de estudios revisado por el Ministerio el verano pasado. E1 director aceptó encantado (era la oportunidad de su vida), y Rita ni se diga: su miedo escénico le impedía responder al pase de lista en clase, pero estaba secreta y perdidamente enamorada de mí. Yo, en cambio, di un no rotundo. Tenía un concepto demasiado alto de la hombría como para meterme a actor, y no tanto yo como mis compañeros. Para convencerme, el director tomó el camino más corto: me planteó el asunto como una tarea, una tarea, Alvarez David, que le sitúa la Revolución, gracias a la cual usted, hijo de campesinos paupérrimos, ha podido estudiar; el escenario principal de la lucha contra el imperialismo no está en estos momentos en una obra de teatro, déjeme decirle; está en esos países de la América Latina donde los jóvenes de su edad enfrentan a diario la represión, mientras que a usted lo que le estamos pidiendo es algo tan sencillo como interpretar un personaje de Ibsen. Acepté. Y no porque no me quedara más remedio. Me convenció. Tenía razón. En una semana me aprendí mi papel y también el de Rita, pues ella se tomaba tan a pecho su secreto amor por mí que se quedaba en blanco cada vez que me le acercaba. Era una de esas muchachas pálidas, indefensas, feas y por lo general huérfanas que con tanta frecuencia se enamoran de mí y de las que yo, por pena y porque no me gusta que nadie se traumatice, acabo por hacerme novio. La noche de la representación única, la misma en que Diego me descubrió y fichó para toda la vida, a su miedo escénico se sumó el nerviosismo por el público, el nerviosismo por el jurado y el nerviosismo mayor y definitivo por ser aquella la última ocasión en que estaría en mis brazos, o más bien en los de aquel tipo del siglo XIX que yo representara en el traje concebido por la profesora de literatura. Y ya cerca del final no pudo más y se quedó muda en medio del escenario, mirándome con ojos de carnero degollado. A la profesora comenzó a faltarle el aire, al director se le partió un diente y el público cerró los ojos. Fui yo, el actor por encargo, quién no perdió la ecuanimidad en aquel momento difícil de la Patria y el Teatro. «Estas preocupada y guardas silencio, Nora », le dije acercándomele lentamente con la esperanza de darle el pie o propinarle una patada en la espinilla. «Ya sé: tenemos que hablar. ¿Me siento? Seguro que va a ser largo.o Pero nada, lo de Rita iba en serio y la obra tuvo que continuar convertida en un monólogo autocrítico de Torvaldo hasta que la profesora de literatura reaccionó, hizo bajar dos pantallas y al compás del Lago de los cisnes, la única música disponible en la cabina, comenzó a proyectar diapositivas de trabajadoras y milicianas, citas del Primer Congreso de Educación y Cultura ÿ poemas de Juana de Ibarbourou, Mirta Aguirre y suyos propios, con todo lo cual, opinó después, la pieza adquirió un alcance y actualidad que el texto de Ibsen, en sí, no tenía. «Es la vergüenza más grande que he pasado en mi vida », me confesaba Diego después. « No hallaba cómo esconderme en la butaca, la mitad del público rezaba por ti y alguien habló de provocar un cortocircuito. Además, con aquella chaqueta roja de cuadros verdes y los bombachos negros parecías disfrazado de bandera africana. Nos conmovió tu sangre fría, la inocencia con que hacías el ridículo. Por eso fuimos tan pródigos en los aplausos. «Y eso fue lo peor, la lástima con que me aplaudieron. Mientras los escuchaba, iluminado por los reflectores, rogaba con toda el alma que se produjera un efecto de amnesia total sobre todos y cada uno de los presentes y que nunca, jamás, never, ¿me oyes, Dios?, me encontrara con uno de ellos, alguien que me pudiera identificar. A cambio, me comprometí a pensarlo dos veces cuando volvieran a asignarme una tarea, a no masturbarme, y a estudiar una carrera científico-técnica. que eran las que necesitaba el país entonces. Y cumplí, excepto en lo de la carrera científico-técnica. porque en lo de la masturbación Dios tuvo que comprender que se debió al desespero por la inexperiencia; pero ËI, por su parte, me fallaba: olvidaba su palabra y me ponía delante. en el Coppelia y un día en que ni siquiera estaba lúcido. a un Fulano: que por haberme visto en aquel trance creía poder chantajearme.
"No, no es una broma", se asustó Diego al verme al borde de la apoplejía. "Disculpa, fue jugando, naturalmente, para entrar en confianza. Toma, bebe un poco de agua. ¿Quieres ir al cuerpo de Guardia del Calixto?" "¡No!", dije poniéndome de pie y tomando una decisión tajante. Vamos a tu casa, vemos Ios libros,. conversamos lo que haya que conversar, y no pasa nada." Los nervios me dieron por eso. Me miró boquiabierto. «¡Recoge!" Pero una cosa era descargar sus bultos y otra recogerlos, así que mientras lo hizo tuvo tiempo para reponerse. "Antes voy a precisarte algunas cuestiones porque no quiero que luego vayas a decir que no fui claro. Eres de esas personas cuya ingenuidad resulta peligrosa. Yo, uno: soy maricón. Dos: soy religioso. Tres: he tenido problemas con el sistema; ellos piensan que no hay lugar para mí en este país. Pero de eso, nada, yo nací aquí; soy, antes que todo, patriota y lezamiano, y de aquí no me voy ni aunque me peguen candela por el culo. Cuatro: estuve preso cuando lo de la UMAP. Y cinco: los vecinos me vigilan, se fijan en todo el que me visita. ¿lnsistes en ir?" «Sí", dijo el hijo de los campesinos paupérrimos, con una voz ronca que yo apenas reconocí.
El apartamento, que en lo sucesivo Ilamaré la guarida, pues no escapaba de esa costumbre que tienen los habaneros de bautizar sus viviendas cuando son minúsculas y viven solos (ya conocería La Gaveta, El Closet, EI Asteroides. La Alternativa, Donde-se-da y no-se-pide), consistía en una habitación con baño, parte del cual se había transformado en cocina. El techo, a un kilómetro del suelo, se adornaba en las esquinas y el centro con unas plastas de vaca que en La Habana Ilaman plafones, y al igual que las paredes y los muebles estaba pintado de blanco, mientras que los detalles de decoración y carpintería, los útiles de cocina, la ropa de cama y demás eran rojos. O blanco, o rojo, excepto Diego, que se vestía con tonos que iban del negro a los grises más claros, con medias blancas y gafas y pañuelo rosados. Aquel día casi todo el espacio lo ocupaban santos de madera, todos con unas caras que deprimían a cualquiera. "Estas tallas son una maravi-lla", aclaró en cuanto entramos, para dejar claro que se trataba de arte y no de religión. "Germán, el autor, es un genio. Va a armar un revuelo en nuestras artes plásticas que no quieras ver. Ya se interesó el agregado cultural de una embajada y ayer nos llamaron de la corresponsalía de EFE." Yo conocía poco de arte, pero tiempo después, cuando el funcionario de Cultura opinó que no, que no transmitían ningún mensaje alentador, me pareció que no le faltaba razón, y se lo dije a Diego. "¡Que transrnita Radio Reloj!", . chilló. "Esto es arte. Y no es por mí, David, compréndelo. Es por Germán. En cuanto la noticia llegue a Santiago de Cuba se arma el titingó. Puede que hasta lo boten del trabajo."

 
El comentario de Esteban