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Senel Paz
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TEATRO • 'FRESA Y CHOCOLATE'

Dialéctica
Fresa y chocolate 
 

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De Senel Paz. Intérpretes: Vladimir Cruz, Fernando Hechevarría, Alfredo Alonso. Vestuario: Vladimir Cuenca. Dirección: Carlos Díaz. Teatro Príncipe. 
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EDUARDO HARO TECGLEN 

La dialéctica es más viva en esta versión teatral -una de las quince o veinte que circulan por el mundo- que en la película: vale más, claro, el relato, la literatura directa del relato de Senel Paz, que se tituló El lobo, el bosque y el hombre nuevo. Todo ello forma parte de la mitología cubana de estos últimos ocho años. Con razón: en un país tan falto de debates, éste plantea uno en el que se encuentran todos los valores de la revolución castrista; valores y contravalores. La dialéctica del personaje marginal y el comunista joven se centra en el respeto humano. Los autores -en tantas vueltas por los géneros, los personajes de Paz tienen varios autores- no ahorran datos del marginal: él mismo se define como maricón por no utilizar ningún subterfugio, ninguna palabra de disimulo.
 

Homosexual en una revolución que los prohibió, que se alzó con un puritanismo sexual muy propio del comunismo antiguo y más aún de este régimen, en el que la formación católica original de Castro y de otros conductores de la revolución ha pesado mucho; homosexuales perseguidos, maltratados, exiliados; atormentados en la vida cotidiana si no han tenido nombre de escritor o de pintor para poder escapar. Suele suceder que el marginado por algo adopta otras marginaciones complementarias, por afirmar su personalidad que sólo es negativa por la intolerancia del otro, o del poder.
 

El personaje opuesto es el comunista nuevo. El que ni siquiera puede comprender que se persiga a los distintos: el que entiende que la revolución es necesaria, pero no tiene derecho a nombrar diferentes a los demás. Siente una amistad no sexual por el marginado; se siente entendido por la cultura del otro -y la cultura aparece aquí como si fuera también contrarrevolucionaria-, por sus libros, por sus músicas. Termina siendo también sospechoso, y en riesgo de ser también marginado por el comunismo ortodoxo, representado por un tercer personaje que aparece en la obra con distintas acepciones. A mí me parece que toda la obra está hecha desde el punto de vista homosexual, y que la dialéctica tiende sobre todo a su liberación. Sería intención suficiente para aplaudirla. Hago esta salvedad porque otras personas la entienden como anticastrista, pura y simplemente, y no creo que sea así. La fusión entre los dos personajes o entre las dos ideologías, en cambio, no indica la conversión a la homosexualidad del comunista: sería demasiado burdo. Indica que la tolerancia forma parte de la libertad; más que la tolerancia, la aceptación de la normalidad de todo y de todos.
 

Autor y director
 
 

No es fácil saber qué es del autor, qué del director; y qué ha heredado este director de las otras muchas versiones, porque ellas le hayan podido influir a favor o en contra. «Una pieza dramatúrgica existe para que un director la tome como punto de partida, como sugerencia», dice el escritor, que se sienta en la sala como un espectador más. Aparte de la posible discusión de esa doctrina, se puede entender que el autor anuncia un distanciamiento de lo que pueda haber de ajeno en la representación. Lo ajeno es una superposición gestual, un añadido de músicas, un amaneramiento deliberado en la dicción y en los movimientos. Creo que en este caso hay, también, un deseo de exhibir a los tres excelentes actores; el poder y la educación de voces, gestos y movimientos indican que sí hay una buena escuela cubana de hacer teatro, y que aquí hay también buen motivo para aplaudirla.
 

Quizá estas superposiciones al texto indiquen algo inquietante: que en todo régimen de prohibición, o en toda dictadura, se tiende a dotar a la representación y a la dramaturgia de un valor añadido; una especie de subterfugio para indicar que lo que se busca es la forma, la estética, la alusión, lo indirecto. El director hace una representación -o más- de otras obras de teatro, hace un exordio con Casa de muñecas, de Ibsen, en la escena final, en la que la esposa da el terrible portazo que todavía hoy es el aldabonazo (esa salida es un comienzo) de la revolución burguesa de la mujer frente al pater familias.
 

En todo caso, este artificio teatral está bien hecho. Todo atrae en el espectáculo: el texto, los personajes, los grandes actores, la dirección.