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La Isla del Dr. Castro
Indice de materias

 

¿Hasta cuándo?

CORINNE CUMERLATO y DENIS ROUSSEAU

© EDITIONS STOCK, 2000

L'Ile du Docteur Castro   

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Desde hace ya algunos años, las lenguas se han desatado en Cuba. Las bromas anticastristas proliferan y las críticas se expresan abiertamente, sobre todo en presencia de extranjeros. ``La mayoría de la gente se queja'', reconoce Oswaldo Payá, representante del Movimiento Cristiano Liberación, ``pero nadie hace nada. Como si todos estuvieran anestesiados...''.

¿Hasta cuándo? Esta es la única pregunta que obsesiona a los cubanos. En esta isla engañosa, el tiempo se ha detenido. A los turistas eso les encanta: los viejos Cadillacs, los palacios decrépitos, los lemas de su juventud que en grandes letras negras pintadas sobre un fondo de puños alzados aparecen aquí y allá, al doblar de una esquina, de una avenida... Los cubanos, por su parte, andan sin descanso, inventando cada día para no sucumbir ante la desesperanza.     

El día siguiente como único horizonte

``Lo que subsiste'', escribe Raúl Rivero con motivo del cuarenta aniversario de la revolución, ``es la pesadilla diaria de niños, de hombres, de ancianos encerrados en un universo sin salida, cada día que pasa más invivible... Todos los caminos están cerrados. Y no se ve despuntar en el cielo de la patria la menor luz, la menor señal de racionalidad y de atención que sería de esperar por parte de un equipo de dirigentes que conoce mejor que nadie la espantosa crisis a la que deberían enfrentarse en vez de ocultarse, arrastrando a la isla entera en su naufragio...''.

Resignados, aferrados a recuerdos del socialismo de los años 80 cuando la libreta de racionamiento todavía daba derecho a algo de ropa, un poco de ropa de cama, cuando el aceite no faltaba, cuando los hospitales se permitían el lujo de tener sábanas limpias, cuando había bombillos y algunos ventiladores en las aulas escolares de los niños..., los cubanos esperan. Señal del pesimismo ambiental, el final de los años 90 ha registrado en Cuba la tasa de fecundidad más baja desde hace un siglo. En 1950, la población cubana representaba un poco más del 3 por ciento del conjunto de América Latina y el Caribe. En 2010, según informa el centro de estudios estadísticos sobre la población, ese porcentaje se reducirá a 1.9 por ciento. En 2020, la población de la isla comenzará a disminuir.

 La gran mayoría está resignada al destino biológico del Comandante.

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El 40 por ciento de los embarazos terminan en abortos. Una tasa tan elevada que inquieta incluso a las autoridades cubanas. Juventud Rebelde tocaba la alarma entre los jóvenes cubanos alertando contra el recurso al aborto en lugar del contraceptivo. Es cierto que las primeras píldoras contraceptivas cubanas no comenzaron a producirse hasta finales de 1998. El país, que se presenta sin embargo como una gran potencia farmacéutica, tuvo que recibir para estos fines una ayuda de más de $2 millones del Fondo de Naciones Unidas para la Población. Ese organismo le suministraba hasta ese momento a Cuba contraceptivos que cubrían apenas el 5 por ciento de las necesidades más imperiosas. La demanda anual se estima en 250 millones de unidades. La edad de las primeras relaciones sexuales es cada vez más precoz, y eso inquieta también a Juventud Rebelde, destacando una progresión en los abortos practicados en las jóvenes de menos de veinte años. ``A veces recibimos pacientes de 11, 12, o 13 años de edad'', confirma el Dr. Rafael Rizo, jefe del servicio que practica las interrupciones de embarazo en el hospital de Cienfuegos. Cuba tiene también otro récord poco envidiable, el de una de las tasas de suicidio más elevadas de América Latina, con casi 20 suicidios por cada 100,000 habitantes. La media en el resto del continente oscila entre 8 y 12 por cada 100,000 personas. Los cuarentones específicamente viven una angustia en este amanecer del tercer milenio sin otra alternativa que ``socialismo o muerte''. Demasiado viejos para partir --generalmente tienen familia, niños todavía pequeños-- demasiado jóvenes para aceptar sin protestar la perspectiva de sufrir todavía cinco, diez, incluso quince años en la misma celda...   "Lo que subsiste es la pesadilla diaria de niños, de hombre, de ancianos encerrados en un universo sin salida, cada día que pasa más invivible... Todos los caminos están cerrados. Y no se ve despuntar en el cielo de la patria la menor luz, la menor señal de racionalidad y de atención que sería de esperar de dirigentes que conocen mejor que nadie la espantosa crisis a la que deberían enfrentarse en vez de ocultarse, arrastrando a la isla entera en su naufragio..."   RAUL RIVERO     ``¿Cuánto tiempo más puede durar esto?'', nos pregunta regularmente una amiga química, de 37 años, que debe criar a un niño de 10 teniendo como única entrada en la casa los salarios de dos personas que no sobrepasan los $30.00.

Como ella, muchos profesionales calificados hacen esfuerzos sobrehumanos para no caer en lo ilegal y preservar su dignidad. Permeados por los mil y un problemas de la vida diaria, no osan pensar en otro futuro que no sea el del día siguiente. Vapuleados al son de las chifladuras y las ``luchas revolucionarias'' decretadas cada día por el Comandante al que no le faltan nunca motivos tácticos, los cubanos se sienten a veces desposeídos de su propia vida, reducidos al estado de vulgares juguetes entre las manos de un niño caprichoso.

``¿Cuáles serán las nuevas ideas que tendremos que defender mañana? ¿Cuáles serán los nuevos acontecimientos que vendrán a invadir nuestro espacio?'', se pregunta la disidente Zoimara Menéndez Simeón. ``El enigma gira de manera obsesiva en nuestro pensamiento como un tiovivo ante los ojos de un niño. Algunos tendrán la ocasión de reír si es que pueden escapar de este impás; los otros tendrán que seguir viviendo simplemente en la oscuridad de donde surge muy pocas veces un rayo de luz. Todos sienten el deseo ardiente de ver a Cuba al fin liberada de esas tibias incertidumbres sobre lo que reserva el mañana...''. Un futuro confiscado prometido solamente a los sacrificios, a la sola inercia de la costumbre, al sobresalto del instinto de supervivencia, la crisis que atraviesa Cuba no es solamente de orden económico, político o social, alcanza a cada individuo en lo más profundo de su existencia.

``Cuando se calcula la profundidad de la crisis que vivimos'', escribe Dagoberto Valdés en Vitral, ``nos aplasta la amplitud de la tarea que nos espera para reconstruir el futuro''. En un editorial donde propone con convicción ``el método de los pasos pequeños'', el directo de Vitral enumera los ``enemigos'' del cambio: ``Bajo la influencia del poder que ha reducido las relaciones sociales y políticas a una participación de apoyo, la mayoría de los cubanos se han vuelto indiferentes, incluso hostiles hacia un compromiso ciudadano''.     

El miedo al cambio

"Están aquéllos que dicen que hay tantas cosas que cambiar que no hacen nada. Aquéllos que comprueban su propia impotencia y dicen que no hay otra solución que no sea partir. Si irse fuese imposible, vale más encerrarse en su casa y escapar de los problemas sociales. Están los estadísticos que tratan de evaluar a aquéllos que piensan como ellos y los que piensan de manera distinta. Los que tratan de cambiar verdaderamente y los que fingen hacerlo. Están los maximalistas que piensan que el cambio debe ser radical e inmediato. Los que esperan un mesías que vendrá a arreglarlo todo. Esa es la versión bíblica del caudillismo tropical. No faltan tampoco los pesimistas que piensan "que suceda lo que suceda, nada cambiará". Esos son los aguafiestas desesperados que halan la alfombra de debajo de los pies de los que quieren lanzarse. Están los desorientados que no saben por qué extremo comenzar y no ven lo que está a su alcance..." denuncia Dagoberto Valdés.

 Vapuleados al son de las chifladuras y las "luchas revolucionarias" decretadas cada día por el Comandante, los cubanos se sienten a veces desposeídos de su propia vida, reducidos al estado de vulgares juguetes en tre las manos de un niño caprichoso.

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Estas innumerables buenas razones son las causas del inmovilismo y la pasividad de una sociedad sometida a sus temores. Sin embargo, al cubano no le falta obstinación y determinación para lograr sus fines. A un guardacostas norteamericano que le preguntaba a un joven obrero que acababa de fracasar en su tercer intento para llegar a las costas de la Florida por qué no ponía toda su energía al servicio de un movimiento de oposición en la isla, el joven le replicaba: "Yo no quiero ser un héroe. Los héroes terminan siempre en prisión y no ven más el sol...". Después de cuarenta años de socialismo, de miles de exilios desgarradores, no es fácil imaginar otra vida. Se ha establecido un consenso del miedo al salto al vacío. Así es que los cubanos contemplan la perspectiva, que sin embargo saben que es ineluctable, del cambio. Los medios de difusión oficiales desgranan con muchísimo cuidado los fracasos y las dificultades que abruman a los países del Este, para sembrar la duda entre los reformistas más convencidos. Es necesario contar con el miedo de caer entre las garras del gran capitalismo depredador. En ese aspecto también la propaganda establecida desde hace cuarenta años ha terminado por forjar una imagen desastrosa de las sociedades occidentales y de Estados Unidos en particular, a fin de convertir a la Perla de las Antillas en "el mejor de los mundos". La única salida posible, esperada por la gran mayoría de los cubanos, parece ser la de resignarse al destino biológico que terminará por hacer su trabajo en el Máximo Líder.

Publicado el miércoles, 13 de septiembre de 2000 en El Nuevo Herald

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