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La Isla del Dr. Castro
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UN LIBRO REVELADOR

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Una barbacoa bajo el techo

Una forma sutil del régimen para ejercer el control político

CORINNE CUMERLATO y DENIS ROUSSEAU

© EDITIONS STOCK, 2000

L'Ile du Docteur Castro   

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Presentado como uno de los principales logros de la revolución, el acceso a la propiedad de la vivienda está hoy prácticamente paralizado debido al paro en las inversiones en el sector inmobiliario destinado a la población. El plan quinquenal de los años 1996-2000 preveía la construcción de 400,000 viviendas. En 1998, fueron construidas apenas 44,963 para todo el país.

En total, de aquí a finales del 2000 se habrá podido cumplimentar apenas el 60 por ciento de lo previsto. Si bien los cubanos son propietarios en un 75 por ciento de su apartamento, que han comprado gracias a créditos públicos muy ventajosos, no pueden venderlo, según la muy particular concepción de la propiedad privada vigente desde hace cuarenta años. La única posibilidad para cambiar de casa: lanzarse a la aventura de la permuta e intercambiar una vivienda ``grande'' por dos pequeñas o viceversa, todas las combinaciones son posibles.

Esta práctica legal abarca a veces inevitables maniobras ocultas para pagarles a los intermediarios que han convertido en una especialidad la caza de estos intercambios, y para compensar a los propietarios que aceptan una vivienda más pequeña. Las listas de espera para obtener una vivienda son interminables. La mayoría de las parejas jóvenes se ven obligadas a domiciliarse en la casa familiar del uno o del otro. La densidad en ciertos barrios de la capital alcanza más de 50,000 habitantes por kilómetro cuadrado.

Es corriente ver cohabitar a tres generaciones en la misma casa. Cuando más, cada una goza de una habitación y eso es bastante. Si no, las familias dividen y subdividen sus casas con los medios de que disponen a fin de ofrecerle un techo a todos. Los más jóvenes aterrizan en la barbacoa, una plataforma construida a poca distancia del techo, perfecta para asarse a cualquier hora del día y de la noche, y de ahí su sugestivo nombre de barbacoa.

La promiscuidad es tal que cualquier intimidad es imposible. Las parejas se refugian a veces en las posadas, esos albergues del Estado que supuestamente ponen el amor al alcance de todos los bolsillos. Por unos cuantos pesos, brindan tres horas de tranquilidad. Pero en esos sitios también el descalabro es tal que incluso el semanario del sindicato oficial, Trabajadores, publicó una foto de una cama mugrienta en una habitación con las paredes comidas por la humedad, sin aire acondicionado y ni siquiera un ventilador.

 La crisis de la vivienda se agudiza aún más en momentos en que surgen hoteles y centros comerciales flamantes.

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``Ambiente lúgubre, iluminación insuficiente... un baño convertido en un pantano fangoso'', así describió la situación Trabajadores, que lamenta la disminución de la asistencia a las posadas: Venus y Cupido huyen del sector público. En 1980, cuando era triple la cantidad de este tipo de establecimientos abiertos, la rotación era de cinco parejas por día y se formaban largas colas de espera a la entrada. En la actualidad las parejas no se atreven a acudir a estos sitios... A esta dramática crisis inmobiliaria se suman los peligros de las viviendas en muy mal estado, que no han visto ni una brocha ni un plomero desde hace décadas. Cada aguacero tropical provoca peligrosos derrumbes. Solamente en La Habana se producen como promedio cuatro derrumbes al día. ``Más del 10 por ciento de los apartamentos de la capital son irreparables y deben ser demolidos, informó el diario del Partido Comunista, Granma. La mitad de las 580,000 viviendas de La Habana están necesitadas de reparaciones, 75,000 edificios se ven apuntalados y más de 50,000 están listos para ser demolidos...''. ``Doce mil edificios sufren de filtraciones de agua'', agrega el semanario Trabajadores. Las autoridades no ocultan la caótica situación de la capital que vive todavía con una red de alcantarillado construida para una ciudad de 600,000 habitantes y ya cuenta con más de dos millones en la actualidad.

El régimen se ha valido de este pretexto para tratar de controlar la emigración procedente del interior hacia la capital que, desde el inicio del rigor del Período Especial, atrae a más de 20,000 personas por año.

En junio de 1997, el decreto 217 dictaminó remitir de regreso a su provincia de origen a toda persona que no fuera residente oficial de la capital. De repente, las oficinas que entregan documentos de identidad fueron tomadas por asalto por varios miles de cubanos que querían regularizar su situación y evitar la expulsión. Por ejemplo, varios buses llenos de palestinos, sobrenombre que se les da a los cubanos originarios del este del país, partieron con destino a las provincias orientales y se reforzaron los controles de identidad en las calles. Pepito, el personaje cómico por antonomasia de la cultura popular cubana, aconsejó irreverentemente que movilizaran también una limosina... para llevar a Fidel de regreso a su provincia de origen en el este de la isla, pero nadie puso en práctica su consejo.  A la dramática crisis inmobiliaria se suman los peligros de las viviendas en muy mal estado: solamente en La Habana se producen como promedio cuatro derrumbes al día.

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A pesar de la urgencia, la crisis de la vivienda se agudiza aún más en momentos en que surgen hoteles y centros comerciales flamantes, haciendo creer que la modernidad está en marcha en la isla del cocodrilo verde. En 1998 se construyeron 4,000 nuevas habitaciones de hotel, lo que eleva a 29,000 la cantidad total de habitaciones destinadas al turismo extranjero. Diez años atrás, se contaba con apenas 2,000. No hay que añadir más para darse cuenta del extraordinario esfuerzo hecho por los cubanos en pleno Período Especial. Las viviendas para uso exclusivo de los extranjeros también van viento en popa. Y como la necesidad obliga, el Estado se lanza a la especulación inmobiliaria, abriendo un sector hasta ahora cerrado a la inversión extranjera. El primer propietario extranjero en tierra socialista tomó posesión en 1998 de su apartamento en la prestigiosa Quinta Avenida de Miramar.

Es con cierta amargura mezclada con envidia que el cubano de la calle ve surgir por doquier edificios para oficinas con todos los adelantos de la automatización e inmuebles lujosos reservados para extranjeros, cuando tiene que penar durante semanas para conseguir, en el mercado negro o a precio de oro, el saquito de cemento que salvará su casa del desastre.     Ciudadano de segunda clase

Cada vez más, el cubano se convierte en un ciudadano de segunda clase en su propio país. Para los extranjeros y para los dirigentes son las habitaciones de lujo en los hospitales; para los cubanos, las sábanas sucias, la falta de algodón hidrófilo o de hilo para suturar. Para los extranjeros, las villas y apartamentos coquetos; para los cubanos, las casas en ruina. Para los extranjeros, el servicio rápido en dólares en Coppelia, la mejor heladería de La Habana; para los cubanos, la cola durante horas y horas para un barquillo pagado en pesos. Para los turistas, las langostas, las mejores playas, el golf y las muchachas más bonitas...; para los cubanos, la sopa desabrida y la bebida barata, aguardiente de la calle para ahogar en el alcohol esas humillaciones cotidianas.

Las desigualdades no surgieron hoy en la sociedad cubana. Pero las reformas del comienzo de la revolución (la redistribución de las tierras, el acceso a la vivienda, a la educación, a la salud para los más humildes) hicieron vibrar la esperanza de una sociedad más justa. Claro, el igualitarismo de los ``compañeros'' duró sólo un tiempo: muy pronto, a imagen de la nomenklatura soviética, la casta político- militar cubana disfrutó de ventajas materiales nada despreciables. Buena casa en una zona donde los apagones son raros, automóvil con chófer, servidumbre, viajes al extranjero, servicios médicos privilegiados, clubes de descanso reservados, abastecimiento abundante, escuela exclusiva. A su muerte, tendrán incluso derecho a los salones con aire acondicionado de la funeraria de Calzada y K, situada detrás de la Sección de Intereses de Estados Unidos.

Con la dolarización de la economía cubana ha surgido muy rápidamente una segunda clase privilegiada en el país: los afortunados poseedores de dólares que podían finalmente salir de la indigencia, mejorar su vida y a veces incluso ofrecerse unos cuantos lujos. Los estimados más optimistas afirman que la mitad de la población tiene acceso al billete verde. Las organizaciones independientes de ayuda humanitaria como Caritas, que ven agravarse la pobreza cada día más, en particular entre las personas de edad y las madres solas, dicen que la realidad es mucho más negra.

Pero el cubano todavía tiene que tragar muchos buches amargos más, ya que ni siquiera el dólar le abre todas las puertas. Las farmacias internacionales tienen a la entrada un letrero, que sin prurito alguno pregona que ``solamente los clientes en posesión de un pasaporte extranjero pueden tener acceso a ese servicio''. Y para los que duden de esta ``orientación'', allí hay un guardia en la puerta las 24 horas del día. El ministro de Salud Pública, Carlos Dotres, jura y perjura que todos las medicinas indispensables para los cubanos están disponibles en pesos en las farmacias reservadas para ellos. Sólo basta con ir a la entrada de esas farmacias llamadas ``internacionales'' para darse cuenta de que eso es falso. La escena del cubano pidiéndole al turista de paso que le compre el remedio que necesita, con frecuencia para sus hijos o para sus padres ancianos y enfermos, se repite como en la época en que el dólar estaba prohibido, hace unos siete años. Pero hoy en día, ya no es al dólar al que se rechaza, todo lo contrario. Es al propio cubano, al que se le prohíbe entrar en ciertos sitios públicos de su país. Durante el verano de 1999, las autoridades sacaron a la luz una antigua directiva, cuya aplicación se había suavizado extraordinariamente, para prohibirle la entrada a los cubanos en todos los sitios turísticos.

El vicepresidente cubano Carlos Lage le dio una explicación ``ortodoxa'' a esta nueva exclusión: ``No se trata de una prohibición'', le precisó a los periodistas que le interrogaban, ``sino de una fórmula socialista de distribución de los lugares de que disponemos, que no son atribuidos en función del poder de compra de los trabajadores, sino en función de su mérito''.

En la organización social cubana, ese poder de selección le corresponde a las organizaciones de masa (sindicatos, asociaciones de mujeres, de jóvenes, de antiguos combatientes...) dependientes del partido, que distribuye a los trabajadores de ``vanguardia nacional'' algunas migajas de la sociedad de consumo reservada a los turistas. ``Hoy, son las leyes del mercado, las capacidades disponibles, las prioridades económicas las que deciden si podemos tener acceso a los sitios de recreo de nuestra patria'', denunció Vitral en un editorial en octubre de 1999. ``Cuando los intereses económicos se sobreponen a los derechos y a la dignidad de las personas, éstas son aplastadas por las medidas que las excluyen de los sitios donde circula la vida normal. Son apartadas y obligadas a mendigar...''.

Esta amarga comprobación a la que se suma la implacable lucha cotidiana por la supervivencia más elemental conduce a muchos cubanos al borde del abismo y reduce a la nada su capacidad para imaginar un futuro diferente.

Publicado el martes, 12 de septiembre de 2000 en El Nuevo Herald

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