El pacto de la transición
"Todo termina siempre alrededor de una mesa de negociaciones: nosotros
queremos evitar solamente que se vaya a negociar después de haber
tenido que contar un número significativo de cadáveres de
combatientes de la democracia, de la democracia socialista o simplemente
de la democracia", explica Manuel Cuesta Morúa, que aboga por un
gobierno de coalición de centro izquierda poscastrista.
El viraje exageradamente nacionalista del régimen -para el cual
el marxismo-leninismo es cada vez más una metodología, un
modus operandi y cada vez menos una ideología- puede paradójicamente
favorecer una reconciliación con la oposición moderada. El
cesarismo castrista podría así, tras la muerte del dictador,
acomodarse a una solución parecida a la del cesarismo franquista:
negociar un pacto de entendimiento nacional a fin de evitar la repetición
de una guerra civil.
La Iglesia cubana que rechaza sus orígenes coloniales y se piensa
resueltamente nacional y patriótica bajo la protección de
la Virgen de la Caridad del Cobre, la "Virgen Mambisa" (combatiente de
la independencia nacional) aboga con insistencia por la reunificación
pacífica de todos los cubanos en torno a un proyecto común
y propone sus buenos oficios para ello.
Uno de los textos guía de la disidencia proclama también,
citando a José Martí, que "la patria es de todos", aun cuando
el fiscal de esos cuatro autores haya rechazado esta reivindicación
con un contundente: "La patria no es de todos. Es de los que la defienden,
es de los revolucionarios".
El secretario de Estado adjunto estadounidense para Asuntos Americanos,
Peter Romero, asegura por su parte que los cuadros del régimen están
secretamente en desacuerdo con la política de Castro y están
listos para garantizar la transición. El diario conservador español
ABC le preguntó a finales de enero del 2000 si había identificado
"a alguien a quien se le pudiera hablar" en esta perspectiva: "Hay muchos.
[...] Pero más vale no identificarlos por el momento porque sería
fatal para algunos de ellos", respondió él muy sibilinamente.
El exilio radical anticastrista, que teme salir perdiendo con el encuentro
entre la oposición interna y los funcionarios del aparato deseosos
de conservar sus bienes, es muy probable que quiera oponerse a este esquema.
Aun cuando su influencia está disminuyendo, su poder de ruido es
todavía lo bastante fuerte como para hacer fracasar la empresa.
Para asociarse a un pacto de transición, sería necesario
que los exiliados de Miami dieran pruebas del mismo pragmatismo de los
comunistas españoles, que aceptaron negociar con los franquistas
a cambio de la legalización de su partido. Principalmente deberán
moderar, incluso olvidar, sus reivindicaciones sobre la indemnización
de los bienes que les fueron confiscados.
El gobierno de José María Aznar se ha resignado también
por su parte a esperar la muerte del Máximo Líder, pero quisiera
por lo menos verlo preparar a su país para una transición
democrática post mortem. Antigua potencia colonial, Madrid siente
una responsabilidad histórica hacia Cuba y quiere que los cubanos
aprovechen su experiencia, para su mayor gloria en América Latina.
En noviembre de 1998, el jefe de la diplomacia española Abel
Matutes escogió el aula magna de la Universidad de La Habana para
dispensarle a un Fidel Castro irritado un curso magistral sobre transición.
Estableciendo un paralelo constante entre la España de Francisco
Franco y la Cuba de Fidel Castro, el ministro conservador recordó
que "España estaba totalmente aislada en la escena internacional"
en 1959. Enfrentado a una grave crisis económica, el general Franco
"se vio obligado a aceptar un cambio radical de política" cuyo éxito
se basa en una explicación simple: se permitió el funcionamiento
de los mecanismos de base del mercado".
"La España pobre y aislada de 1959 fue capaz de introducir las
reformas económicas que crearon la España de 1975, con su
denso tejido económico y su importante clase media", destacó
Matutes. Además de las reformas, el flujo masivo de turistas hacia
la España franquista "fue un motor de transformación, de
apertura de las mentalidades y de los criterios (de pensamiento)", señaló
también el ministro español.
Abel Matutes puso allí el dedo en la llaga de una de las debilidades
esenciales del proceso cubano para una transición a la española:
La Habana, lejos de liberar las fuerzas del mercado, sólo ha introducido
reformas tímidas aceptables solamente por el régimen en la
medida única en que permitan preservar la economía centralizada
y el control sobre la población. El turismo, por su parte, está
acantonado lo más que se pueda en los circuitos, los recintos y
los islotes donde los contactos con la población se reducen al mínimo
requerido.
El surgimiento de una clase media, identificada justamente por el ministro
español como una de las claves para un pacto de transición,
es uno de los grandes temores del régimen para el cual las clases
"emprendedoras" son igualmente clases peligrosas; a menos que se considere
que una nomenklatura forme una clase media. Habitaciones privadas que se
alquilan, comidas servidas a domicilio y pequeños artesanos tratan
de burlar el acoso de batallones de inspectores, comisarios políticos
y agentes del fisco. En Cuba, "Estado socialista de los trabajadores" según
los términos de la Constitución, la única manera de
enriquecerse tranquilamente es recibiendo dinero de la familia exiliada:
ser pagado por no hacer nada...
La atomización de la disidencia interna bajo los golpes de ariete
del aparato represivo que la mantiene ahogada, la falta de una verdadera
legitimidad política en el país de las organizaciones del
exilio hacen igualmente difícil la iniciación rápida
de negociaciones por parte de los herederos del poder.
"No hay democratización automática después de
la desaparición física del líder (o los líderes)
del antiguo régimen", advierte Denis Makarov, profesor de Ciencias
Políticas en la Universidad de Moscú. "Antes de ponerle fin
al modo de vida, a la experiencia acumulada durante décadas, es
necesario preparar al pueblo, ayudarlo a aprender la democracia, a comprenderla
y a creer en ella", extrae él como lección de sus estudios
de los procesos de transición en Europa del Este.
A las democracias europeas que quieren verlo, si no desarrollar la
transición en vida suya, por lo menos prepararla para una verdadera
apertura económica tolerando la emergencia de una sociedad civil,
Fidel Castro responde con una doble negativa obstinada. "Imperialistas,
pierdan toda esperanza": conmigo, nada de cambios; después de mí,
en el mejor de los casos, el caos, en el peor, la nada.
EL ESCENARIO POLITICO MILITAR
Pero la naturaleza tiene miedo al vacío. Y al ejército
no le gusta el desorden, tanto más cuanto que el ministro de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Raúl Castro, es el sucesor
constitucional.
En España, la relativa neutralidad del ejército en la
transición ha estado garantizada por la integración de los
militares españoles en la OTAN (un factor desconocido con frecuencia)
y, sobre todo, por la presencia del rey de España Juan Carlos I,
depositario de la legitimidad de una dinastía. El también
fue el heredero designado por el Caudillo y fue formado en las academias
militares franquistas. Su juventud le daba también amplio espacio
a un proceso de transición del cual fue el asegurador principal
antes de convertirse en su guardián durante el intento de golpe
del 23 de febrero de 1981.
No se concibe a Raúl Castro desempeñando con durabilidad
ese papel de moderador del cambio, suponiendo que deseara hacerlo. La benevolencia
de los militares en lo que a él respecta, ¿no se deberá
sobre todo a su status de Hermano de su Hermano? Con Fidel Castro desaparecido,
parece difícil que los jefes militares cubanos le confíen
a ese jefe envejeciente a la vez la nación y la protección
de sus intereses amenazados por los ineluctables cambios.
"Tres meses, máximo", pronosticó con severidad en 1991
en el Financial Times el escritor británico Martin Cruz Smith, autor
de la novela Havana Bay. "Raúl (Castro) es el jefe de las Fuerzas
Armadas, y eso significa que su trabajo era eliminar a los oficiales que
podían ser una amenaza para Castro [...]. Ese no es un buen método
para garantizar la lealtad de las tropas. Una vez que (Fidel) Castro ya
no esté, Raúl parecerá un pollo en espera de que lo
desplumen", considera el escritor.
"Si yo fuera un universitario, me rodearía de precauciones oratorias.
Como soy un novelista, voy a decirle exactamente lo que va a suceder, propuso
Martin Cruz Smith: los nuevos dirigentes se encontrarán en los barrios
del tipo de Fontanar o el Nuevo Vedado, en las bonitas casas parecidas
a las que se puede ver en la Florida, con Ladas rutilantes parqueados a
la entrada y cercas alrededor del jardín". Es ahí donde habitan
los jefes militares reconvertidos al sector de los negocios.
Más allá de la estricta preservación de sus intereses
y de sus privilegios, los militares cubanos parecen prepararse para asumir
la tutela de la transición con la nueva generación de tecnócratas
cubanos.
Esta es por lo menos la convicción del diplomático español
José Antonio San Gil, que entre otras cosas, estuvo presente durante
la crisis migratoria de 1994 y los primeros disturbios en las calles de
La Habana de la era castrista. Ese día, el recurrir a las Fuerzas
Armadas para la represión de las masas se evitó por un pelo,
ahorrándole un cargo de conciencia desgarrador a los jefes militares.
"A decir verdad, sólo me autorizaron muy pocos contactos con
las FAR cuando yo estaba destacado en Cuba", reconoce el diplomático.
"Pero eso bastó para poder apreciar en el ejército generosidad,
sentido del deber y patriotismo del mejor. Si bien su discreción
siempre ha sido impecable, fue evidente que (los oficiales que conoció)
tenían conciencia de que tendrían que rendirle servicios
de importancia crucial a su país y que el futuro de Cuba dependerá
en mucho del espíritu con que lo hicieran. Eso es por lo menos lo
que dejaba entender claramente su interés evidente por el papel
desempeñado por las fuerzas armadas españolas en la transición
del franquismo a la democracia".
Se dibuja así cada vez más y con mayor claridad la probabilidad
de un gobierno provisional, de una junta político-militar. Por una
parte, los tecnócratas civiles dirigidos por Carlos Lage, capaces
de liberar las potencialidades económicas del país (flanqueados
probablemente por Ricardo Alarcón para tranquilizar a los extremistas
del antiguo régimen); y, por otra parte, para mantener el orden
y preservar el complejo militar-económico, el ejército bajo
la batuta del general Ulises Rosales del Toro o de su sucesor como jefe
del estado mayor de los ejércitos, el general Alvaro López
Miera.
Los "políticos-militares" parecen ser los mejor ubicados para
colocar a Cuba en posición de avance en un proceso de transición.
Para poder disfrutar de una cooperación internacional indispensable
para el éxito, el nuevo poder deberá enviar rápidamente
mensajes sin equívoco alguno. Los primeros de esos pasos deberán
ser, indudablemente, una amnistía a los prisioneros políticos,
el reconocimiento de las libertades de asociación y de expresión,
y la autorización para el retorno de los exiliados.
La convocatoria de elecciones libres sólo se produciría
un poco más tarde, en un segundo tiempo.
El éxito del proceso de transición depende también
de una gran parte del exilio anticastrista de Miami. Nelson Amaro, de la
Universidad del Valle de Guatemala, compara la acción del cabildeo
cubano que impide el levantamiento del embargo con la de un movimiento
de guerrilla, considerando no obstante que los daños económicos
causados son superiores a los de cualquier grupo armado insurgente. La
eliminación de las sanciones norteamericanas, destaca, se producirá
en la medida en que haya cambios democráticos en la isla. "De hecho,
el embargo es la única arma poderosa para la negociación
de que dispone la oposición", en opinión suya.
De ahí que una junta político-militar sería capaz
de echar a andar el mismo escenario de transición que la oposición
moderada desea ver instaurado de inmediato por Fidel Castro.
El caudillo cubano ha rechazado por el momento ser el reformador de
su régimen, prefiriendo esperar su liquidación. Para entonces,
Fidel Castro ya no tendrá nada que decir. Sólo le restará
a los cubanos escribir su historia. Esta vez, en tiempo pasado.
Publicado el lunes, 18 de septiembre de 2000 en El Nuevo Herald
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Enviado por Rocio de Luna A
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