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La Isla del Dr. Castro
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UN LIBRO REVELADOR

La Isla del Dr. Castro

Dos periodistas franceses destacados en Cuba durante cuatro años, describen en un libro que resuena en las librerías francesas las condiciones de vida en Cuba, y un anális plantean qué puede pasar y cómo se contempla el camino hacia el postcastrismo. -----------------------------------------------------------------------

Así se sobrevive en Cuba

Las penuarias cotidianas de un pueblo que vive entre el magro suministro de la cartilla de racionamiento y el mercado negro

CORINNE CUMERLATO y DENIS ROUSSEAU © EDITIONS STOCK, 2000

L'Ile du Docteur Castro

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''¡Quiero engordar veinte libras y casarme!''. A los veintiséis años, Odalys no tiene otros deseos por el Año Nuevo. Sin duda alguna, Cuba es uno de esos raros países donde uno halaga a una mujer cuando le dice que ha aumentado algunas libras en sitios estratégicos. Aquí, a la gente le gustan las curvas. El aspecto esquelético es bueno para los muertos de hambre. La sensualidad tropical no combina bien con las penurias cotidianas, que han transformado la vida del ama de casa cubana en un verdadero infierno. Desde bien temprano en la mañana, todo el mundo tiene un solo pensamiento: cómo llenar los platos de la familia. ''No es fácil'', es la frase que dicen los cubanos a cada momento.

La revolución pensaba establecer un orden perfecto y se vanagloria siempre de garantizar el mínimo vital con su famosa libreta: la cartilla de racionamiento, que existe desde 1962. Una treintena de productos básicos para el hogar, desde el arroz al jabón, pasando por el aceite y la pasta de dientes, son distribuidos en modestas cantidades. En la realidad, los estantes de las bodegas que aseguran la distribución de esos productos subvencionados, están desesperadamente vacíos y sucios, a pesar de los rimbombantes lemas pegados en las paredes que prometen eficiencia y buen servicio a los clientes... Una decena de pomos de compota de guayaba para niños, alineados en los entrepaños bamboleantes, algunos sacos de arroz procedentes de una donación humanitaria, colocados a ras del piso: eso es prácticamente todo lo que ofrece la bodega de la calle 84 en Miramar. Cuando llegan el jabón o el aceite, productos particularmente escasos, la ''radio bemba'' se encarga de propagar la buena noticia y la cola se forma instantáneamente.

Cada semana, la prensa local repite como un salmo las previsiones para la distribución alimentaria barrio por barrio: ''La distribución de medio litro de aceite por persona continúa en los barrios de Boyeros, Cotorro y Guanabacoa'', informa Tribuna, del 25 de enero de 1998. Durante la semana, se prevé la distribución de una libra de ''picadillo texturizado'' (un remedo de carne molida), media libra de carne de res, media libra de mortadella. ''Debido a la escasez de huevos, fue imposible el aprovisionamiento de los mismos la semana pasada, pero se reiniciará esta semana...''.

Entre los múltiples retrasos y las infinitas penurias, de huevos, de tubérculos, de sal -el colmo del absurdo puesto que esto es una isla-, la letanía de alimentos fantasmas se desgrana en la radio semana tras semana. Por otra parte, aseguran los jocosos cubanos, el propio Papa se preocupó por esto preguntándole al mismo Castro durante su visita en enero de 1998: ''Vamos, hijo mío, tienes que tener un buen gesto con todos estos buenos cubanos. -Está bien, conviene el Máximo Líder, voy a darles un pollo al mes por la libreta de racionamiento. -Vamos, vamos, hace falta algo mejor que eso, le contesta el Papa. -Está bien, por ser usted: un pollo a la semana, el domingo -Ah, hijo mío, qué bien... y como te veo tan bien dispuesto, voy a confiarte un secreto: ¡Dios no existe!... -¡Cómo es posible, Santidad, que usted me diga una cosa semejante!, se asombra Castro, aun cuando poco escandalizado. -Pues sí, te aseguro que Dios no existe... le confirma el Papa moviendo la cabeza. A lo cual responde Castro: -Pues bien, confesión por confesión: ¡los pollos tampoco existen!''.

Para ella un futuro sin esperanzas.

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El ama de casa cubana está perpetuamente a la caza del tercer ingrediente que le permitirá mejorar la comida diaria que se reduce, en el mejor de los casos, al binomio arroz y frijoles colorados. A veces, algunos deben burlar el hambre sólo con un simple vaso de agua con azúcar prieta o un poco de mayonesa barata untada en un pedazo de pan. En su obra de teatro titulada Pastel, la actriz Ana María Blanca de Agüero Prieto coloca en escena a una madre y su hija que sueñan con el día en que puedan reunir por fin todos los ingredientes necesarios para hacer una torta. Cuando tienen los huevos, les falta la leche y la harina. Cuando finalmente tienen la harina, ya se les acabó el azúcar. Esto dura horas y, por supuesto, la tensión aumenta, cada una acusa a la otra de comer más de lo que le toca... Es algo a la vez sórdido y divertido. Una verdadera escena de familia...

Con apenas medio litro de aceite de cocina dos veces al año, tres kilogramos de arroz al mes por persona, siete libras de azúcar, solamente la mitad de ellas refinada, 80 gramos de pan diarios, una libra de frijoles, dos kilogramos y medio de papas, 12 huevos y 380 gramos de café, mitad café verdadero y mitad otro tipo de grano, el racionamiento cubano no brinda nada más con qué subsistir. Cuando más asegura el mínimo vital para unos 10 días al mes. Y con todo, su composición dista mucho de garantizar un buen equilibrio dietético, debido a que ciertos elementos nutritivos esenciales, como las proteínas o el calcio, están prácticamente ausentes. Por ejemplo, la leche -sólo en polvo- está reservada a los niños de menos de siete años y a las personas de edad. Igual sucede con el pollo, un cuarto por persona... La leche se puede suministrar también por receta médica, si hay suficiente abastecimiento. Paradójicamente, casi nunca hay pescado en la mesa. Las langostas y camarones se exportan: ¡el interés nacional lo exige! Los cubanos se contentan de vez en cuando con un poco de pescado congelado de tercera categoría, importado expresamente de Chile para el consumo interno.

Los científicos de avanzada del centro de ingeniería genética y de biotecnología de La Habana crearon también un plato muy singular: la tilapia transgénica. Una pequeña carpa de agua dulce que gracias a sus manipulaciones crece dos veces más rápido, dándoles a los cubanos el dudoso privilegio de ser los primeros en el mundo en consumir un animal genéticamente modificado. De todas formas, en estos tiempos de penuria, sería inadecuado lamentar el pargo o la rabirrubia que abundan en las costas cubanas...

Según el último informe de la FAO (octubre de 1999) la situación alimentaria en la isla se ha deteriorado en una ''proporción alarmante'', ya que el 19 por ciento de la población está subalimentada, en comparación con un 3 por ciento a comienzos de los años 80. Así y todo, nadie se muere de hambre en Cuba. Pero diez años después de la desaparición del Gran Hermano de Moscú, la población tiene que enfrentar una de las más graves crisis alimentarias que haya tenido nunca. Las propias fuentes cubanas reconocen que la ración diaria, que se acercaba a las 2,900 calorías por día en los años 80, se ha reducido aproximadamente un 30 por ciento. Las proteínas y las grasas son lo que más falta en la dieta cubana. Las carencias alimentarias han provocado incluso epidemias de trastornos oculares.

A pesar de los loables esfuerzos, como la creación de huertos en las ciudades, la producción agrícola, siempre prisionera de un minucioso centralismo, está muy lejos de responder a las necesidades del país. Por ende, el Estado tiene que comprar en divisa fuerte lo que necesita. En 1999 tuvo que gastar casi $120 millones solamente para garantizar el aprovisionamiento de arroz de su población. Después, el arroz se revende a la población, con pérdidas descomunales para las arcas estatales, a precios veinte veces menores en el marco del racionamiento: 0.50 centavos de peso cubano el kilogramo importado por 0.50 de dólar, es decir, el equivalente a 10 pesos al cambio real.

Es difícil imaginar hasta qué punto la economía cubana ha dependido de las subvenciones del campo socialista. Desde la desaparición de la URSS, los cubanos han tenido que rendirse a la dramática evidencia: además de vivir, no hicieron prácticamente nada con los rublos que irrigaban el país desde hacía treinta años. Detrás de la caída de 38 por ciento de su PIB de 1990 a 1993, se esconde la total desorganización de todo un sistema de producción. Para darle una apariencia de dignidad a esta debacle y lanzar sobre otros la responsabilidad, como es costumbre, las autoridades inventaron el concepto de ''doble bloqueo'': el embargo norteamericano agravado por la desaparición de los subsidios soviéticos...

Por ejemplo, en 1988, Cuba producía dos millones setecientos mil huevos, un alimento básico del régimen alimentario. ''Había tantos, -recuerda con malicia una antigua militante de la Juventud Comunista-, que se los tirábamos a los ''contrarrevolucionarios'' en los mítines de repudio...''. En la actualidad, a falta de alimentos compuestos en cantidad suficiente (las materias primas para su fabricación deben importarse), las gallinas cubanas son incapaces de cumplir los planes de producción.

Claro, incluso en el país de Fidel, apóstol de la redistribución socialista, todo el mundo no está bajo la misma bandera. Vale más vivir en La Habana que en las provincias del interior. La libreta de racionamiento en la capital es ligeramente más generosa y las bodegas están menos vacías allí. Las autoridades han desconfiado siempre de los riesgos de resbalones en una capital considerada siempre como más revoltosa y que concentra el 20 por ciento de la población total de la isla. Y, además, vale más tener un tío en Estados Unidos.

Desde la casa en ruinas un panorama desolador. -------------------------------------------------------------------------- ------

Gracias a los fulas -el billete verde que recibe de los miembros de su familia exiliados- el cubano puede al fin acceder al mundo maravilloso de la shopping, el antro del consumo capitalista. Hace apenas tres años, las diplotiendas (supermercados del Estado donde se vende en dólares) se ocultaban detrás de viejas cortinas grasientas, vestigios de la época en que sólo se admitía allí a residentes extranjeros y diplomáticos. Los cubanos, por su parte, eran amablemente interceptados a la entrada, reducidos a la humillación de pedirle a un extranjero que tuviera a bien comprarles una pastilla de jabón o un litro de aceite. Bautizadas por la burocracia tropical como Tiendas de Recaudación de Divisas (TRD: literalmente, tiendas de recuperación de divisas), las tiendas en dólares proliferan ahora en los cuatro puntos cardinales de la isla, mostrando sin complejos en la capital cristales ahumados y puertas con adornos metálicos.

Objetivo claramente enunciado: recopilar el máximo de los dólares que reciben los cubanos procedentes de sus familias. Un maná estimado en 1998 en aproximadamente 1,000 millones, lo que representa la primera entrada de divisas del país, muy por encima del turismo o el azúcar. La estrategia comercial es simple y eficaz. Se reduce la oferta en el mercado en pesos (en el cual la inflación no existe) y se desarrolla la venta de productos en dólares. Bajo el aspecto de sociedad de consumo emergente, los reflejos burocráticos han dictado sus propias leyes: por favor, deje su bolsa a la entrada; la entrada puede ser interrumpida porque es necesario que los empleados puedan tener vigilado a todo el que está en la tienda; si paga en la caja con un billete de $50.00, le tomarán el número del billete y el de su documento de identidad; finalmente, no olvide enseñarle el carrito con todas sus compras y el vale de pago al guardia apostado a la salida. Aunque los productos a la venta son en general de bastante mala calidad, se puede encontrar un poco de todo, desde productos alimentarios hasta equipos de sonido, pasando por ropa y zapatos, artículos para el hogar, productos de higiene y belleza, algunos muebles...

Para un cubano criado entre la libreta y la bodega, así y todo esto constituye un choque. Consumidor poco experimentado, se encuentra como un niño en una cueva de Alí Babá. Se extasía delante de la menor fruslería y siempre comenta los precios, exorbitantes para asalariados que sólo ganan una decena de dólares al mes, veinte dólares si son muy calificados...

A pesar de la frustración que estas tiendas suscitan, a los cubanos les encanta pasearse por ellas, tal como si se deslizaran por las satinadas páginas de las revistas que los turistas de paso dejan tiradas y con las que también se vuelven locos.

Sin el mercado negro, los cubanos no lograrían sostenerse. ''Es una fuente de vida, un cordón umbilical'', reconoce Laura mientras compra leche en polvo para su hija que acaba de cumplir ocho años y ya no tiene derecho a la ración mensual a precio subvencionado. Si tuviera que comprarla en el supermercado, gastaría la mitad de su salario ($5.80 el kilogramo). En la calle, es mucho más accesible. El mercado negro no surgió súbitamente en el momento del Período Especial en Tiempos de Paz decretado por Fidel Castro al día siguiente de la desaparición del muro de Berlín.

Todos juran por lo más sagrado que fueron los propios soviéticos los que introdujeron en la isla ese comercio poco ortodoxo. Pero para paliar la penuria y las insuficiencias del mercado estatal, los cubanos desarrollaron rápidamente un gran sentido para resolver sus problemas. Hombres, mujeres, niños, de todas las edades, de todo color, recorren las ciudades y los campos en su bicicleta a la que le han adosado una caja plástica que muchas veces contiene tesoros insospechados. Discretos, pero sin precauciones excesivas, van de puerta en puerta, toman nota de los pedidos de cada familia, proponen los productos que tienen en almacén y revenden al detalle lo que desvían de los almacenes del Estado.

Publicado el domingo, 10 de septiembre de 2000 en El Nuevo Herald

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