En rigor tenía pocas cosas que reprocharle a su hermano,
salvo quizá la descarga que tuvo que soportarle aquella vez. Leo
le dijo que había corrido todos sus riesgos desde que decidió
meterse en la embajada del Perú en La Habana, hacía casi
veinte años, cuando nadie sabía si el gobierno les iba a
permitir o no largarse al exilio, y hasta algún familiar le había
gritado escoria metido entre la turba que reventaba huevos podridos contra
la ventana de su casa en un acto de repudio que jamás había
conseguido olvidar. Martínez se tendió en el catre, hundido
por el peso del recuerdo. Sabía perfectamente que el familiar a
quien se había referido Leo era él, le agradecía que
lo hubiese hecho de manera oblicua y no conseguía explicarse cómo
había sido capaz de repudiar a su propio hermano. Pero lo había
repudiado y ahora estaba pagando por ello, se dijo ; deseoso de saldar
de una vez y por todas aquella deuda horrible. Entonces hubiese querido
no seguir escuchando, pero Leo había abierto la caja de los truenos
y él no era quien para decirle que tenía razón, que
se callara de una vez. Hubiera sido inútil, por otra parte, porque
Leo necesitaba vomitarle en la cara aquella memoria. No, Miami tampoco
había sido fácil, decía, allí los propios cubanazos
le llamaron escoria y comunista, le cerraron las puertas y lo hicieron
pasar tanto trabajo como un ratón de ferretería. ¿De
qué servía en Estados Unidos un lawyer cubano, un abogado
experto en legislación revolucionaria que además se llamaba
Lenin ? Tuvo que cambiar de nombre, por suerte, y de oficio, también
por suerte, y trabajar en centros comerciales y parties de cumpleaños,
le había llevado años mudarse a aquella casa y ser quien
era ahora, otra persona, Leo, the best clown in the town. Tenía
un hijo, estaba a punto de recibir la ciudadanía americana, pero
trabajaba como un demente, aún debía la casa y el carro,
era el único que ganaba fucking pesos en aquella familia, y Cristina
y Stalin debían entender que no podía más.
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