…sólo ahora, bajo el declinante sol de la azotea, pudo entender
con exactitud, por experiencia propia, que Lenin sufría la impagable
sensación de culpa del exilio. También él estaba empezando
a sufrir aquella herida irrestañable. El olor de su madre, de su
infancia y de su lengua habían quedado atrás para siempre,
pero los suyos seguían allá, prisioneros de aquel mundo sin
esperanza, y frente a ellos se sentía un traidor. No importaba siquiera
que tuviera éxito en su empeño de engañar a los yankis,
que consiguiera aparecer como un balsero, obtener permiso de trabajo y
residencia, revalidar el título, fundar la Gran Clínica Estomatológica
Marti, hacerse rico y enviar a Cuba dinero y medicinas. Nunca dejaría
de sentirse culpable de su felicidad, si es que alguna vez tenía
la suerte de lograrla.
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