Los tostones, les dijo, eran rodajas de plátano macho que
se sofreían, se envolvían en papel de estraza, y a los que
se les propinaba un puñetazo antes de freírlos definitivamente
; así había que comerlos, recién fritos, quemantes,
crujientes, crocantes como galletas del paraíso. El ajiaco
era una maravilla que Cuba le debía a los esclavos africanos, un
caldo espeso que revivía un muerto, suave y cremoso, especialmente
recomendado para quienes, como el propio Carles, se habían sacado
recientemente una muela ; más que sopa y menos que puré,
el ajiaco contenía todas las viandas de la isla - yuca, ñame,
boniato, calabaza, plátano fruta, plátano burro y plátano
macho, papas y quimbombó -, cocidas a fuego lento, juntas, revueltas
y sin embargo distintas como los negros, los blancos y los chinos de Cuba.
La costumbre de mezclar era característica de la cocina cubana ;
ese era también el caso, por ejemplo, de los moros
y cristianos, un modo de cocinar juntos, en manteca de cerdo, el arroz
blanco y los frijoles negros ; si, como era el caso, estos últimos
habían pasado una noche al fresco, entonces se les llamaba frijoles
dormidos ; el resultado era una mezcla que, otra vez como la unión
de las razas más comunes de la isla, daba un plato exquisito y mulato,
en el que el arroz blanco, desgranado, tendía a separarse mientras
que los frijoles negros, pastosos, tendían a juntarse y aquello
quedaba de quiero y no puedo, como la propia Cuba. Luego tenían
puerco en púa, que su propia madre había asado aquella tarde
en el jardín con palos de guayaba, lo que le daba a la carne y al
pellejo del cerdo el sabor profundo de los árboles de la isla. De
postre podían ofrecerle pulpa de tamarindo, la lengua azucarada
de una fruta de color carne y sabor agridulce como amor de mulata. Para
beber, otras mezclas, la primera, hecha simplemente de ron, hielo y cocacola,
se llamaba cubalibre ; la segunda se conocía como mojito y se obtenía
mezclando ron, agua, azúcar, limoncito criollo, un fruto chiquito,
verde oscuro, que producía un jugo inigualable por su potencia,
imposible de obtener en Europa, y finalmente yerbabuena, que le añadía
a aquel trago el perfume único de la noche cubana.
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