Domingo, 10 de junio de 2001 - Número 295
ANIVERSARIO
| EL
PASEO MÁS FAMOSO
Con sus siete kilómetros, el Malecón es el
emblema de La Habana. Aunque se concluyó en 1958, el primer tramo, de 500
metros, se empezó a construir en 1901 y se concluyó en 1902. Se trata de uno
de los principales atractivos para los más de 1,7 millones de turistas que
anualmente visitan Cuba .
TODO EL QUE haya visitado La
Habana ha acudido a contemplar este famoso paseo marítimo, hoy refugio de
jineteras. Centenario, cuenta su historia al periodista
ÁNGEL T. GONZÁLEZ. La Habana
Ha sido testigo mudo de un siglo de Historia en La Habana. Vivió los
primeros días de la Cuba emancipada de España, los paseos de gánsteres
legendarios como Lucky Luciano, la revolución castrista, la crisis de los
misiles... y en los últimos tiempos el auge del turismo sexual. El Malecón,
el paseo marítimo de más de siete kilómetros emblema de La Habana, empezó
a construirse hace exactamente 100 años, aunque ya llevaba unas décadas
dando vueltas en la cabeza de Francisco de Albear, el ingeniero que lo concibió.Tantos
años y tantas vivencias han hecho de ese muro que llaman el sofá de La
Habana, un poeta, un filósofo entre cínico y romántico con mucho que
contar. Sólo hay que saber escucharle.
PREGUNTA.- Bueno, ¿cómo le llamo, señor o compañero?
RESPUESTA.- Tengo más tiempo de vida como señor que como compañero.
P.- Bien, señor Malecón, ¿qué recuerdos tiene sobre su nacimiento?
R.- Ante todo le aclaro que mis siete kilómetros los hicieron en cuatro
tramos. El primero lo iniciaron en el año 1901 y abarcó desde la fortaleza
de La Punta hasta la calle Crespo. Algo más de 500 metros. Se dice fácil
pero hubo que rellenar con tierra mucho mar para poder hacer el muro. Ese
tramo es el histórico, el tradicional y el que me dio la identidad. El último
tramo, que llega hasta la desembocadura del río Almendares, lo construyeron
entre los años 1950 y 1958.
P.- Entonces, obviamente, usted está fuera del periodo colonial.
R.- ¡Por suerte! Todo lo contrario. Yo soy el primer símbolo del arribo de
la modernidad acá, a esta isla. Mira, la mayor parte de la gente de esta
ciudad lo que deseaba era borrar el atraso que significaban cuatro siglos de
colonia española. Se lo digo yo que llevo 100 años escuchando a los
habaneros hablar lo que no dicen en otros sitios. Cuando se terminó de
construir este tramo, que es el histórico, en el año 1902, la gente que venía
a pasear y tomar la brisa, decían: «Ahora, con los americanos, sí vamos a
ir p'alante».
P.- Disculpe, pero me parece que usted está a favor del anexionismo.
R.- ¿Anexionista yo? No se equivoque. Yo soy un malecón revolucionario.Estoy
en contra del embargo que nos ha impuesto el imperialismo yanqui. Pero lo que
le cuento es Historia y hay que entenderla en su contexto. Aquí, a mi juicio,
hay muchas cosas del pasado que no están bien explicadas del todo.
P.- Está bien, no se acalore. ¿Cuál ha sido el momento en que ha sentido más
miedo?
R.- Durante la crisis de los misiles. Con sólo recordarlo se me eriza el
hormigón. Desde aquí veía clarito a los portaaviones de la U.S. Navy y
pensaba: «Mi madre, si disparan los cañones al primero que van a hacer puré
de talco es a mí». Tremenda locura.Por suerte no pasó nada.
P.- Y de las fiestas populares, ¿cuál le parece la más divertida?
P.- Los carnavales. Pero los de antes. Los que había en los años 50 y todavía
hasta el inicio de los años 60. Aquello sí eran carnavales. Las carrozas que
paseaban por aquí eran de lujo y las mujeres que iban encima de ellas,
bailando, moviendo las cinturas, estaban buenísimas todas. La gente que tenía
carros convertibles también desfilaba y se disfrazaban de lo que les daba la
gana. Había un ambiente de fiesta de verdad, no importaba si eras rico o
pobre. Los carnavales de ahora son tristones, no se percibe espontaneidad,
parece como si todo estuviera dirigido, controlado. No sé, a lo mejor estoy
equivocado, pero lo cierto es que no me divierto como antes.
P.- ¿No se siente contaminado por el continuo tráfico de vehículos?
R.- Gracias al desplome de la URSS estuve como cuatro años sin oler tubos de
escape. Qué años tan tranquilos aquéllos. Por mi avenida sólo transitaban
bicicletas chinas. Nunca me acostumbré al sonido de los Lada, los Moskovich
y, sobre todo, los camiones soviéticos. Era una rumba desafinada de hierros
golpeándose unos a otros. Qué distinto cuando oía, en otra época, el
ronroneo poderoso del Cadillac cola de pato o del Chevrolet Bel Air.
P.- Y qué distintos también quienes los conducían...
R.- Sí, claro. Ahí estaba esa sensación de secreto y miedo que dejaban a su
paso aquellos gigantescos Osmobile de cristales oscuros donde viajaban los
mafiosos norteamericanos. Había todo un estilo. Hoy los señores del tráfico
son los empresarios extranjeros con sus cuatro por cuatro y brillantes automóviles
japoneses y coreanos. Pero no es lo mismo, les falta estilo.
P.- Parece que la nostalgia pesa.
R.- Hmmm, quizás sí, quizás no.
P.- Casi siempre hay personas sentadas encima de usted. ¿Por qué?
R.- La mayoría busca amor y sexo. He escuchado que me dicen el sofá de La
Habana, y tienen razón. Millones de parejas, durante un siglo, han venido aquí
a pactar, mantener o romper una relación amorosa. Casi todos vienen de noche
y primero se sientan mirando hacia la avenida. Después de conversar un rato,
y si no hay moros en la costa, se colocan de cara al mar y no le cuento, por
discreción, por dónde se mueven las manos.
Hasta ahora siempre se ha respetado esa intimidad pública de las parejas. Ni
la policía les llama la atención. Yo estoy convencido de que ésta es la
zona franca más grande del mundo para ejercitar el amor.
P.- ¿Y el turismo no ha traído cambios?
R.- El turismo y el dólar. Se inició el estilo de vivir del invento, de
tumbarle dólares a los extranjeros con tirones de cartera, contando cuentos o
jineteando el sexo de cualquier bando. Ahora hay más policías que farolas.
P.- Pero también hay quien viene simplemente a conversar, ¿no?
R.- Sí, sobre todo aquellos que quieren tener garantía de que sus palabras
no lleguen a oídos ajenos. Si yo contara las conversaciones que he escuchado
en tantos años, La Habana se muere de susto.Y faltan los obstinados. Ésos
son los que padecen de alergia al socialismo y se sientan aquí durante horas
mirando hacia el Norte, a la Florida, y se gastan toda la reserva de
suspiros.Pero, disculpe, ¿en qué periódico de aquí va a publicar esta
entrevista?
P.- En ninguno, señor Malecón. Esta entrevista saldrá en España.
R.- ¿Prensa extranjera? Coño, compadre, me has embarcado. Yo no puedo dar
entrevista a la prensa extranjera sin estar autorizado.Ahora sí, la que me va
a caer es tremenda, candela. Pues mira, si esto es para un periódico del
extranjero, entonces publica que yo, el muro del Malecón, soy la primera
trinchera antiimperialista y que estoy dispuesto a morir antes que a rendirnos
al enemigo.Pa que te quede claro. |