Lunes 
7 de julio 
de 2003 

  

  

 
 
 
 
 

 

CULTURA
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 Compay Segundo se despide  

 El músico cubano, gravemente enfermo, ha cancelado todos los conciertos que tenía este verano en ciudades de Europa

El aclamado trovador cubano Compay Segundo no volverá más a los escenarios ni a los estudios de grabación. Compay, Francisco Repilado en la vida real, tiene 96 años y desde hace meses sufre una grave insuficiencia renal que le ha obligado a cancelar todos los conciertos que tenía programados en España y Reino Unido este verano. "Los médicos son pesimistas", dice, con el rostro afectado, aunque sereno, su hijo Salvador, desde hace años su representante y contrabajista de su grupo. "No queremos esconder lo que pasa. Sus amigos y todos los que le quieren en el mundo tienen derecho a saberlo: así lo desea Compay, que es un hombre que ha dedicado su vida a la música y a hacer feliz a la gente".

En la casa de Compay Segundo, en La Habana, muy cerca del mar, el bochorno de julio pesa como el cemento. La esposa de Salvador, Sonia, cuela café. Habla con voz suave. El ambiente es de nostalgia, de despedida. Alguien recuerda la canción Las flores de la vida, de Compay: "Te doy la vida porque mi vida es tuya, / te entrego el alma sedienta de ilusión, / no dudes nunca que muero por quererte, / te doy la vida, te doy el corazón".

El amor. El alma. La muerte... Constantes en el centenar largo de canciones que ha compuesto Repilado a lo largo de su vida. Una vida que ha disfrutado a plenitud y en la que ha sido barbero, tabaquero, clarinetista de bandas de conciertos y, sobre todo, buena persona y sonero de monte adentro.

Es mediodía y Compay guarda reposo en su habitación. Todo el mundo es consciente de su delicado estado de salud y, pese a ello, parece que en cualquier momento lo veremos bajar las escaleras, con su sombrero y un tabaco entre los labios, para repetir al visitante con un guiño pícaro su sabio consejo: "Escucha esto: si quieres llegar a viejo, sopón de carnero. Las mujeres te lo agradecen cantidad...".

Pero no. Esta vez Francisco Repilado no aparecerá.

A esa misma hora, en los estudios Abdala, el grupo de Compay Segundo ensaya Just a giggoló, de Louis Armstrong. Pero un Just a giggoló, con sabor acubanado, sonsoneado, sabroseado por el armónico de Compay, que en esta ocasión lo toca el músico Félix Martínez, quien durante años fue laudista de la reina del punto guajiro, Celina González. El disco, que lo editará Warner, incluirá versiones de temas de grandes músicos, como Serrat o el propio Armstrong, aunque, por desgracia, la voz de Compay ya no se escuchará.

"Compay quiere que sigamos ensayando, que no paremos... Para todos nosotros esto es algo muy especial. Queremos que el disco se convierta en un homenaje a su música, a una música que nunca morirá", dice Salvador.

En una reciente charla, Compay decía a este periodista: "El son complementa la vida. ¡Dígame usted!, una vida sin música qué fea sería. Si no fuera por el son, hubiera en el mundo una tristeza bárbara".

Efectivamente, sin la música, sin el son, la vida de Máximo Francisco Repilado Muñoz, nacido el 18 de noviembre de 1907 en Siboney, una pequeña localidad de la provincia de Santiago de Cuba, no se entendería.

En su familia no había ningún músico, pero él se las arregló pronto para tocar el tres y la guitarra a puro oído. Siendo un pilluelo, conoció a Sindo Garay y a los legendarios trovadores orientales, y con ellos, de bar en bar, se forjó en la brega de la bohemia santiaguera. Con quince años compuso su primera canción, toda una declaración de principios:Yo vengo aquí para cantar.

Por aquel entonces crea el famoso armónico, un híbrido entre la guitarra española y el tres cubano, instrumento de siete cuerdas con una pareja repetida en el centro, hecho a su medida. Con el maestro Enrique Bueno aprende a tocar el clarinete y se integra en la banda municipal de Santiago de Cuba. "Pero siempre compaginó la música de concierto con el son, su verdadero amor", recuerda su hijo.

Compay pasó por pequeñas agrupaciones y estudiantinas en Santiago, y después se integró en el Cuarteto Cubanacan y al Quinteto Cuban Stars, que dirigía el mítico Ñico Saquito, autor de canciones como Maria Cristina y Compay gallo. En 1936, ya en La Habana, toca el clarinete con la Banda de Bomberos de Regla, y muy pronto entra en el Conjunto de Miguel Matamoros. En 1942 crea, con Lorenzo Hierrezuelo, el legendario dúo Los Compadres, que marcó toda una época de la música cubana. Compay (diminutivo oriental de compadre) tocaba el armónico y hacía la voz segunda. Desde entonces se quedó con lo de Compay Segundo.

La conversación con Salvador por momentos es triste. "Compay sigue enamorado de la vida", dice. Cuenta el hijo de este hombre extraordinario que, aun postrado en una cama, no ha perdido el sentido del humor. "El otro día, cuando el médico le dijo que no podía seguir fumando tabaco ni tomando café, Compay exclamó: 'Si yo sé esto me escondo en un platanar".

Compay. Compay Segundo. El eterno optimista. El eterno bromista. El trovador de la gracia criolla y la sandunga. Una de sus canciones dice: "La franqueza vale mucho / y la mentira muy poco, / si coges un mal camino / este hombre se vuelve loco". Y sigue: "Más vale, mi cariñito, / que olvides, que eso no es gozo, / y cuando estemos bailando / tú me dirás qué sabroso".

Tras el triunfo de la revolución, llegó el olvido y Compay volvió a ejercer el trabajo que aprendió siendo niño para comer, el de tabaquero. Durante 17 años torció puros, a razón de 150 al día, en la fábrica H. Upman. Pero en los ochenta volvió a dedicarse por entero a la música. Un día lo descubrieron en un hotel de La Habana tocando para turistas que ni le escuchaban. En 1989 viaja a Estados Unidos para tocar con el Cuarteto Patria en el Instituto Smithsonian. Cinco años después participa en Sevilla en el Primer Encuentro del Son y el Flamenco. Vuelve a repetir la actuación en 1995 y el éxito le abre las puertas de Europa.

En 1997 se convierte en la atracción principal del Buena Vista Social Club, de Ry Cooder, disco que gana un Grammy y lo lanza al estrellato. Actúa en el Olympia de París, en el Carnegie Hall de Nueva York, ante el Papa en la Sala Nervi del Vaticano. Entre 1996 y 2002 se editan nueve discos suyos. En el último, Duets, canta a dúo con Charles Aznavour, Cesaria Evora, Martirio y Raimundo Amador, Pablo Milanés, Khaled, Santiago Auserón, Antonio Banderas y con su hijo Basilio, entre otros.

En esta segunda juventud, a los 90 años, sus canciones Macusa y Chan Chan triunfaron en todo el mundo. Con parte de los derechos que estas obras generaron, Compay dio ayudas importantes a los conservatorios de Guantánamo, Santiago y otros del oriente de la isla. "Y en buena medida, gracias a Compay y a otros veteranos artistas como él, la música cubana ha vuelto a ser reconocida en el mundo", dice Salvador.

Pese a la fama y el encumbramiento, Compay nunca perdió la sensibilidad y el contacto con su gente. En dos ocasiones subastó su querido sombrero de pajilla, que siempre compraba en la plaza Mayor de Madrid, y destinó los 45.000 dólares obtenidos a medicinas para los niños cubanos. La última canción que compuso, No hagas el amor borracho, es un llamado a los padres alcohólicos que maltratan a sus hijos. Dice: "No hagas el amor borracho / porque la culpa de los mayores / la pagarán los muchachos".

Sentado en un taburete de su casa, Salvador admite que "Compay se nos va". Pero, dice, no hay que estar tristes: "Su música, lo que él más quería, no desaparecerá". Y recuerda lo que le dijo en una ocasión: "Cuando yo muera me convertiré en una mariposa".

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