Compay Segundo se despide
El músico cubano, gravemente enfermo, ha
cancelado todos los conciertos que tenía este verano en ciudades de Europa
El aclamado trovador cubano Compay Segundo no volverá más a los escenarios
ni a los estudios de grabación. Compay, Francisco Repilado en la vida real,
tiene 96 años y desde hace meses sufre una grave insuficiencia renal que le ha
obligado a cancelar todos los conciertos que tenía programados en España y
Reino Unido este verano. "Los médicos son pesimistas", dice, con el
rostro afectado, aunque sereno, su hijo Salvador, desde hace años su
representante y contrabajista de su grupo. "No queremos esconder lo que
pasa. Sus amigos y todos los que le quieren en el mundo tienen derecho a
saberlo: así lo desea Compay, que es un hombre que ha dedicado su vida a la música
y a hacer feliz a la gente".
En la casa de Compay Segundo, en La Habana, muy cerca del mar, el bochorno de
julio pesa como el cemento. La esposa de Salvador, Sonia, cuela café. Habla con
voz suave. El ambiente es de nostalgia, de despedida. Alguien recuerda la canción
Las flores de la vida, de Compay: "Te doy la vida porque mi vida es
tuya, / te entrego el alma sedienta de ilusión, / no dudes nunca que muero por
quererte, / te doy la vida, te doy el corazón".
El amor. El alma. La muerte... Constantes en el centenar largo de canciones
que ha compuesto Repilado a lo largo de su vida. Una vida que ha disfrutado a
plenitud y en la que ha sido barbero, tabaquero, clarinetista de bandas de
conciertos y, sobre todo, buena persona y sonero de monte adentro.
Es mediodía y Compay guarda reposo en su habitación. Todo el mundo es
consciente de su delicado estado de salud y, pese a ello, parece que en
cualquier momento lo veremos bajar las escaleras, con su sombrero y un tabaco
entre los labios, para repetir al visitante con un guiño pícaro su sabio
consejo: "Escucha esto: si quieres llegar a viejo, sopón de carnero. Las
mujeres te lo agradecen cantidad...".
Pero no. Esta vez Francisco Repilado no aparecerá.
A esa misma hora, en los estudios Abdala, el grupo de Compay Segundo ensaya Just
a giggoló, de Louis Armstrong. Pero un Just a giggoló, con sabor acubanado,
sonsoneado, sabroseado por el armónico de Compay, que en esta ocasión lo
toca el músico Félix Martínez, quien durante años fue laudista de la reina
del punto guajiro, Celina González. El disco, que lo editará Warner, incluirá
versiones de temas de grandes músicos, como Serrat o el propio Armstrong,
aunque, por desgracia, la voz de Compay ya no se escuchará.
"Compay quiere que sigamos ensayando, que no paremos... Para todos
nosotros esto es algo muy especial. Queremos que el disco se convierta en un
homenaje a su música, a una música que nunca morirá", dice Salvador.
En una reciente charla, Compay decía a este periodista: "El son
complementa la vida. ¡Dígame usted!, una vida sin música qué fea sería. Si
no fuera por el son, hubiera en el mundo una tristeza bárbara".
Efectivamente, sin la música, sin el son, la vida de Máximo Francisco
Repilado Muñoz, nacido el 18 de noviembre de 1907 en Siboney, una pequeña
localidad de la provincia de Santiago de Cuba, no se entendería.
En su familia no había ningún músico, pero él se las arregló pronto para
tocar el tres y la guitarra a puro oído. Siendo un pilluelo, conoció a Sindo
Garay y a los legendarios trovadores orientales, y con ellos, de bar en bar, se
forjó en la brega de la bohemia santiaguera. Con quince años compuso su
primera canción, toda una declaración de principios:Yo vengo aquí para
cantar.
Por aquel entonces crea el famoso armónico, un híbrido entre la guitarra
española y el tres cubano, instrumento de siete cuerdas con una pareja repetida
en el centro, hecho a su medida. Con el maestro Enrique Bueno aprende a tocar el
clarinete y se integra en la banda municipal de Santiago de Cuba. "Pero
siempre compaginó la música de concierto con el son, su verdadero amor",
recuerda su hijo.
Compay pasó por pequeñas agrupaciones y estudiantinas en Santiago, y después
se integró en el Cuarteto Cubanacan y al Quinteto Cuban Stars, que dirigía el
mítico Ñico Saquito, autor de canciones como Maria Cristina y Compay
gallo. En 1936, ya en La Habana, toca el clarinete con la Banda de Bomberos
de Regla, y muy pronto entra en el Conjunto de Miguel Matamoros. En 1942 crea,
con Lorenzo Hierrezuelo, el legendario dúo Los Compadres, que marcó toda una
época de la música cubana. Compay (diminutivo oriental de compadre) tocaba el
armónico y hacía la voz segunda. Desde entonces se quedó con lo de Compay
Segundo.
La conversación con Salvador por momentos es triste. "Compay sigue
enamorado de la vida", dice. Cuenta el hijo de este hombre extraordinario
que, aun postrado en una cama, no ha perdido el sentido del humor. "El otro
día, cuando el médico le dijo que no podía seguir fumando tabaco ni tomando
café, Compay exclamó: 'Si yo sé esto me escondo en un platanar".
Compay. Compay Segundo. El eterno optimista. El eterno bromista. El trovador
de la gracia criolla y la sandunga. Una de sus canciones dice: "La
franqueza vale mucho / y la mentira muy poco, / si coges un mal camino / este
hombre se vuelve loco". Y sigue: "Más vale, mi cariñito, / que
olvides, que eso no es gozo, / y cuando estemos bailando / tú me dirás qué
sabroso".
Tras el triunfo de la revolución, llegó el olvido y Compay volvió a
ejercer el trabajo que aprendió siendo niño para comer, el de tabaquero.
Durante 17 años torció puros, a razón de 150 al día, en la fábrica H.
Upman. Pero en los ochenta volvió a dedicarse por entero a la música. Un día
lo descubrieron en un hotel de La Habana tocando para turistas que ni le
escuchaban. En 1989 viaja a Estados Unidos para tocar con el Cuarteto Patria en
el Instituto Smithsonian. Cinco años después participa en Sevilla en el Primer
Encuentro del Son y el Flamenco. Vuelve a repetir la actuación en 1995 y el éxito
le abre las puertas de Europa.
En 1997 se convierte en la atracción principal del Buena Vista Social
Club, de Ry Cooder, disco que gana un Grammy y lo lanza al estrellato. Actúa
en el Olympia de París, en el Carnegie Hall de Nueva York, ante el Papa en la
Sala Nervi del Vaticano. Entre 1996 y 2002 se editan nueve discos suyos. En el
último, Duets, canta a dúo con Charles Aznavour, Cesaria Evora,
Martirio y Raimundo Amador, Pablo Milanés, Khaled, Santiago Auserón, Antonio
Banderas y con su hijo Basilio, entre otros.
En esta segunda juventud, a los 90 años, sus canciones Macusa y Chan
Chan triunfaron en todo el mundo. Con parte de los derechos que estas obras
generaron, Compay dio ayudas importantes a los conservatorios de Guantánamo,
Santiago y otros del oriente de la isla. "Y en buena medida, gracias a
Compay y a otros veteranos artistas como él, la música cubana ha vuelto a ser
reconocida en el mundo", dice Salvador.
Pese a la fama y el encumbramiento, Compay nunca perdió la sensibilidad y el
contacto con su gente. En dos ocasiones subastó su querido sombrero de pajilla,
que siempre compraba en la plaza Mayor de Madrid, y destinó los 45.000 dólares
obtenidos a medicinas para los niños cubanos. La última canción que compuso, No
hagas el amor borracho, es un llamado a los padres alcohólicos que
maltratan a sus hijos. Dice: "No hagas el amor borracho / porque la culpa
de los mayores / la pagarán los muchachos".
Sentado en un taburete de su casa, Salvador admite que "Compay se nos
va". Pero, dice, no hay que estar tristes: "Su música, lo que él más
quería, no desaparecerá". Y recuerda lo que le dijo en una ocasión:
"Cuando yo muera me convertiré en una mariposa". |