Martes 5 septiembre 2000 - Nº 1586
|
CULTURA
|
||||||||
G. CABRERA INFANTE
Decir que Reynaldo Arenas atravesó como un cometa la literatura
cubana y no decir que fue un bólido salido del infierno es mentir
a medias. Reynaldo (como le gustaba que escribieran su nombre y al acortarlo
la amistad lo convertía en rey) empezó como un revolucionario
y terminó como lo que siempre fue, un rebelde con varias causas.
Antes
que anochezca: "Tres pasiones rigieron la vida y la muerte de Reynaldo
Arenas: la literatura no como juego, sino como fuego que consume; el sexo
pasivo y la política activa". Pero no era suficiente. Seguí:
"De las tres, la pasión dominante era, es evidente, el sexo. No
sólo en su vida sino en su obra". Su vida sexual comenzó
comiendo tierra, que ya Freud señalaba como una actividad sustitutiva
del sexo por la coprofagia. Por supuesto Freud no podía saber que
la pobreza, además del sexo, condenaba al niño Rey a comer
tierra. Pero el adolescente subía a veces del suelo de tierra roja
a los verdes árboles, donde era un rey aéreo por unas horas
en su trono vegetal.
Reynaldo Arenas había nacido en Aguas Claras, no lejos de Gibara
donde nací. Aguas Claras había sido una última estación
del tren Gibara-Holguín en los años treinta. Pero cuando
nació Arenas, que por su apellido podía haber comido arena,
en las playas de Gibara, la parada del tren que venía de la costa
había desaparecido, no llevada por el viento de la pobreza, sino
por el huracán de la miseria. Sus futuras biografías dijeron
luego que había nacido en Holguín. Aguas Claras era una aldea
graciosa que pasaba rauda por las ventanillas del tren, pero Holguín
era un pueblo sin gracia que quería ser una ciudad espléndida.
Pero más espléndido fue Reynaldo por un tiempo.
Bajando de los árboles, apenas aprendió a escribir, tatuaba
poemas con un cuchillo en el tronco de cada árbol. Un bolero temprano
parece describir esta acción: "En el tronco de un árbol una
niña / grabó su nombre henchida de placer. / Y el árbol
/ conmovido allá en su seno / a la niña una flor dejó
caer". Ya Reynaldo era mirado por su abuelo como un niño raro, que
grababa en el tronco de un árbol su nombre a medias. El abuelo,
poseído de un furor extraño, cortaba con un hacha los troncos.
Pero Reynaldo proseguía (perseguía la poesía de los
nombres) su tarea de tallar Rey en los árboles.
Todo lo que cuenta Arenas en su primer libro, su primera novela, Celestino
antes del alba, que le ganó muy temprano un segundo premio literario
cuando ya era evidente que debía ser el primero de la casta de los
escritores Castrados. Arenas encontró otros árboles, otros
libros para esconder sus poemas en prosa y escribió otra novela,
El
mundo alucinante. Si en Celestino se poblaba de hachas el relato,
en El mundo proliferaban, alucinantes o no, las cadenas. Con esta
segunda novela ganó un primer premio -en el extranjero y en un extranjero
en su tierra se convirtió su autor-. Por haber enviado un manuscrito
al exterior sin permiso de su tiránico abuelo, que había
trocado las hachas por ojos ubicuos, fue condenado a padecer en su tierra,
que ya no era la de Aguas Claras de la que comió, sino de La Habana,
condena capital, donde se distinguió por dos condiciones humanas
que el régimen, dueño de los árboles y las cadenas,
escribía su nombre con hachas. Pero Reynaldo se hizo claro en lo
oscuro entre los cuentos de las callejas habaneras: fue un homosexual evidente
y un escritor vidente allí donde el autor veía oscuro por
espejo claro. Y Reynaldo se convirtió en la loca epónima,
como dos generaciones antes lo había sido Virgilio
Piñera, maestro y mentor. Pero si Virgilio era contenido y sobrio
(excepto cuando fumaba su cigarrillo perenne: entonces Marlene Dietrich
se apoderaba de sus gestos, de su humor y de su humo) Reynaldo era expansivo
y barroco de maneras cuando Virgilio nunca padeció del barroquismo
lírico que Góngora contagiaba a Lezama. Virgilio era la facilidad
cuando Lezama opinaba con Mallarmé que "sólo lo difícil
valía la pena".
La dificultad de vivir bajo un régimen totalitario le valió
a Reynaldo una pena de cárcel: sólo le ganó Virgilio
en la cárcel por un día y el desprecio oficial toda su vida.
Pero Virgilio nunca tuvo la franqueza oral (en todos los sentidos) de
su discípulo díscolo. Las memorias de Arenas hechas cine
ahora por Julian Schnabel (pintor que se convirtió en director de
cine importante con su Basquiat, biografía última/
íntima del pintor haitiano de Nueva York, artista del graffito
-en italiano quiere decir rasguño- que abrió una gran herida
en las paredes y en su vida) son de una escritura lacerante en la carne
cruda entre indecente/ inocente. Como su vida. Basquiat, por ser
la vida de un artista visual, encubre no la obscenidad marcada en las paredes,
sino la biografía casi divina de un artista adolescente que lo único
de que adolece es una vida descrita más que escrita: exactamente
la vida de Arenas. En el libro de Arenas no sólo es obsceno el relato,
sino la propia vida que la obscenidad le ha obligado a asumir: una vieja
sociedad presentada como el único futuro posible le condenaba a
ser un hombre nuevo. No a la medida de muy macho que preconizaba su autor,
el súcubo siniestro del totalitarismo, sino de una existencia que
sólo puede ser descrita como un juego de manos, de manos entre hombres
que se identifican con las mujeres y otros hombres que se consideran más
machos: como el pederasta activo que posee al pederasta pasivo es un supermacho
porque, razona, fornica a otro hombre. No creo que esta dualidad es ahora
dudosa porque Arenas no era Virgilio Piñera como tampoco fue Lezama.
La categoría aquí, para futuro horror de Guevara (el otro
Guevara, el heterosexual), era de veras no un hombre nuevo, sino un marica
nuevo. Eso le permitió escapar a todas las redadas, sobrevivir en
la miseria y salir de la cárcel castrista, donde la pederastia era
hastía, sin haber tenido un sólo percance homosexual. Como
su vida en la cárcel estaba hecha de lances homosexuales aunque,
paradoja, Reynaldo se casó cuando su mentor Virgilio, como el otro
Virgilio, nunca tuvo mujer. Pero la boda de Arenas fue un acto de bondad,
casi de caridad hecha a una mujer con problemas, otros problemas. Otra
paradoja, a la novela que es el sólo antecedente de Antes que
anochezca (a Hombres sin mujer de Carlos Montenegro) sólo
le concierne la vida sexual en la cárcel, casi como a Genet.
Pero Reynaldo va más allá de Montenegro porque habla del
sexo en la cárcel (no precisamente el suyo), en libertad, en la
ciudad, en el campo, en su niñez, en su vida adulta y su sexo se
manifiesta entre niños, con muchachos, con adolescentes, con bestias
de corral y de carga, con árboles, con sus troncos y sus frutos,
comestibles o no, con el agua, con la lluvia, con los ríos y con
el mar mismo. Su pansexualismo es siempre homosexual y ubicuo, pero al
revés de Genet, lo trasciende una poesía verdadera que lo
hace una versión cubana y campesina de un Walt Whitman de la prosa.
Esta pansexualidad permea sus memorias y la película de sus memorias,
pero Schnabel no está interesado únicamente en la sexualidad
de Arenas, a veces lastimosa, como con su vida de perro perseguido, apaleado
y encerrado y obligado de nuevo a vivir en la fuga que no cesa. Ni siquiera
amengua ésta cuando logra escaparse de Cuba mediante una triquiñuela
que sería increíble (convertir su apellido en Arina en su
carnet de identidad), si no fuera verdad. Como toda la película,
que es una visualización de la novela de la vida de un miserable,
como un oscuro Papillon (que quiere decir mariposa en francés) en
Papillon,
porque Reynaldo fue una mariposa nocturna, aunque también se escapó
de una versión de la Isla del Diablo.
Schnabel usa toda la literatura del libro en diversos tableaux vivants
(sin, por supuesto, las connotaciones sexuales) y a veces utiliza otras
fuentes no literarias (como la entrevista que hizo a Arenas Jana Boková
en Habana para la BBC de Londres) para filmarlas de nuevo. Esta
entrevista es uno de los momentos emocionantes del filme; gracias al encuadre
y la fotografía en lo que es casi una copia no de la vida real,
sino de la versión de Boková y, sobre todo, del contexto
que es el texto de la vida de Arenas. Uno siente finalmente una lástima
que no viene de Arenas, que nunca se tuvo lástima, sino del espectador
de una vida irreal.
El contenido de toda la película es La Habana (y unas pocas secuencias
neoyorquinas), una Habana no reconstruida sino construida con los elementos
dispares que conforman las diversas locaciones de México, que forman
la vida de Reynaldo en una cárcel dentro de la cárcel. Se
la
ofrece, paradójicamente, la ciudad que fue un dominio encantado,
cantado antes por sus dos mentores, ese dúo dudoso, Lezama y Virgilio.
Para ellos, por ellos esta versión es una suerte de reivindicación
de Arenas: él es el personaje central y el protagonista con un solo,
formidable antagonista: el estado totalitario que ha conducido su vida
por un laberinto existencial. Para lograrlo Schnabel escogió a un
actor español, Javier Bardem. ¿Un error? Todo lo contrario:
Bardem es el sostén de toda la película, desde que el personaje
se embarca en una absurda aventura guerrillera en la que Reynaldo, como
una prefiguración, huye de su casa, de su madre y del hombre para
encontrarse por primera vez con su destino. En el que habrá más
fugas, más realizaciones de proyectos absurdos y más hambre
-y, lo que es más decisivo, así se inicia la persecución
de Arenas por toda la geografía cubana y por entre el plano general
de La Habana.
Hay que hacer párrafo aparte para la actuación de Bardem,
que es un prodigio a la vez de mimetismo y de creación. Bardem,
un evidente heterosexual en la vida, recrea a Reynaldo con todos los manerismos
de Arenas y todo lo ve a través de su mirada lánguida y desmayada
y sus gestos que evocan a un Piñera más joven, más
aventurero y finalmente más valiente y definen la pasividad del
personaje a la vez que con sus brazos confina el límite de su heroísmo
al caer (facilis decensus Averni) y al recobrarse de ese Averno
para revivir en el invierno de Nueva York con la alegría de quien
ve caer la nieve por primera vez, hasta que se hunde en el infierno del
sida.
Hay otros momentos de actuación que son la revelación
de un actor desconocido o solamente conocido hasta ahora no como actor.
Me refiero a Manuel González, que hace una creación a la
vez cómica y altruista de Lezama Lima, aquí con todas sus
libras y señales. Es lástima que Héctor Babenco intente
ser un Piñera que nunca es Virgilio. Pero con Bardem nos basta.
Before night falls será una película en competición en el Festival de Venecia. Si hay justicia en el Lido (y a veces la hay pero otras no la hay, ay) Javier Bardem será, por haber sido Reynaldo Arenas por dos horas, premiado por una actuación maestra y una aparición segura en el roster de los nuevos actores del cine. Ya lo era en el cine español. Desde ahora lo será en todas partes. Sobre todo si se sabe que comparte reparto con dos de los grandes actores del Hollywood del momento: Johnny Depp y Sean Penn en sucesivos y maestros camafeos.
|
© Copyright DIARIO EL
PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid
digital@elpais.es | publicidad@elpais.es |