Los últimos años que trabajé en la
marina mercante, mis guardias en el puente eran de cuatro de la mañana
hasta las ocho, y de cuatro de la tarde a las ocho de la noche. En ambas,
tenía el grandísimo privilegio de disfrutar de algo muy sublime,
incomparablemente bello, que nos ofrece la naturaleza diariamente. Para
muchos, los crepúsculos pueden resultar una pesadilla, ya que es
generalmente, la hora en la cual se sale para el trabajo o contrariamente,
cuando se termina muy agotado después de una dura jornada. Para
los enamorados, poetas, artistas, escritores y también para muchas
otras personas, ellos son mucho más que eso.
Cuando se agotaban los temas de conversación con
el timonel, y sin otra tarea que realizar en esos momentos, yo gastaba
mucho tiempo observando el firmamento. Siempre que estuviera despejado,
el espectáculo que brinda es maravilloso, es un manto compuesto
de millones de estrellas, de muchos tamaños y con destellos de diferentes
colores. Desde las encandilantes luces de una ciudad es muy difícil
apreciar ese cautivante obsequio. Luego, la oscuridad va cediendo poco
a poco ante la presión del astro rey, que en su lucha por mostrar
su luz y calor, va devorando primero a las estrellas más débiles,
ante la burla de aquellas que poseen mayor magnitud e incluso de aquellos
robustos planetas, hasta que estos también son consumidos por la
claridad, así desaparecen primero, Marte con su tonalidad amarillenta
casi similar a la estrella Antares, luego Saturno, que aunque presuma de
ser un planeta, a la vista de cualquier inexperto, no deja de ser otra
estrella, Júpiter que cae vencido ante el brillo inconfundible de
Sirius, y por último, la reina de todos ellos, el planeta Venus.
Siempre le encontraba una relación a este momento
con nuestras vidas, cuando veía esfumarse a las más débiles,
las comparaba con algún viejito querido, al que observaba como se
le marchitaba poco a poco la vida misma, hasta que desaparecía de
nuestra vista y desgraciadamente en muchas ocasiones de nuestros recuerdos.
Luego, cuando se apagaban las más fuertes, eran jóvenes que
se nos perdían sin darnos cuenta, a quienes vimos una vez junto
a nosotros vigorosos, y mas tarde, desaparecían también de
nuestra memoria. Los crepúsculos eran para mí la vida y la
muerte, la vida era el día, anunciada por los gallos y muchas aves,
cuando despertaban las ciudades. La noche era todo lo contrario, era la
oscuridad, el silencio sepulcral, anunciada por todo bicho extravagante,
que temía ser visto y salían como todos los ladrones a robar.
Sin embargo, contradecían estos pensamientos, la sola presencia
de las estrellas y retornaban de nuevo, los recuerdos de aquellos seres
queridos que nunca debieron ser olvidados.
Siempre, antes de que aclarara totalmente y desaparecieran
los más débiles, yo me apresuraba a capturarlas con el sextante
y las convertía en numeritos, que finalmente me daban la posición
del buque, disfruté mucho esos momentos que después, con
los avances de la técnica, aliviaron nuestro trabajo, pero anularon
lo poético de ser marino.
En las grandes urbes observaba aquellas enormes vallas,
promoviendo el turismo a infinidades lugares de este planeta, en muchos
podía leer; “Disfrute nuestro sol”, el sol era propiedad de algunos,
en unos sitios era mejor que en otros, yo me reía por lo falso de
toda aquella propaganda, lo hacía, porque entendía que el
sol no era de nadie, en todo caso sería de todos, ya que existe
un solo sol, pero lo real es que no es nuestro, mas bien nosotros seríamos
de él, y así será mientras exista. El día que
este desaparezca, nosotros no seremos ni recuerdos, como dejarán
de brillar los burlones planetas, entonces ese día, solo brillarán
aquellos que siempre tuvieron luz propia, por muy pequeños que ellos
sean, así es en la vida verdadera.
Digo todo esto, porque no hay nada que me deprima más
en la vida, que la oscuridad de los inviernos, cuando salgo para el trabajo
es de noche, y cuando regreso es todo negro. Tengo la rara sensación
de que gasto la mayor parte de la vida bajo techo, para empeorar esta situación,
no resisto el silencio, por eso siempre tengo música puesta, aunque
esté durmiendo.
Siempre que llegaba a la casa, me encontraba el televisor
encendido, la computadora con algún juego en la pantalla, a veces
sonaba la olla de presión y en el sofá, sentada con un jueguito
de baterías en las manos, me encontraba a mi suegra, quién
al sentir abrir la puerta, salía disparada, como si hubiera sido
activado un gran resorte. No lo hacía por miedo o por susto, nada
de eso, entonces andando sobre sus talones, iba a prender la cocina donde
descansaba esperando por mi llegada, nuestra pequeña cafetera. Esta
acción la repetía todos los días mientras yo la premiaba
con algún disparate, lo menos que le decía era; “vieja bruja”,
y lo más lindo del caso era que ella se ponía contenta.
Cuando yo entraba y no le salía con alguna de
las mías, entonces la vieja se preocupaba, ella no me decía
nada, pero en cuanto llegaba mi esposa, yo la sentía en esos cuchicheos
de madre e hija. Me daba cuenta que había metido pata, entonces
para rectificar, le pellizcaba una nalga o le decía cualquier cosa.
Así pasaban los días, las semanas y los
meses, todos los días lo mismo, yo llegaba y me sentaba frente a
la otra computadora, la encendía y mientras cargaba, me iba quitando
con paciencia las botas. Hablo de dos computadoras no por ostentar ni presumir,
el caso es que mi cuñado le trajo una viejita para sus juegos, ya
que mi suegra me había borrado varios cuentos en tres anteriores.
Entonces, me traía el café calentico y aromático,
mientras en pago, yo le decía “chicharrona”. Algo que siempre me
mantuvo intrigado, lo era, el andar de mi suegra con los talones, mi esposa
le compró un par de tenis bajitos y bien suaves, para que anduviera
en la casa, eso lo hizo, conociendo el gusto de la vieja por caminar arrastrando
las chancletas. Resultó peor el remedio que la enfermedad, porque
aquí tenemos piso de madera. Supongo que los vecinos del piso inferior,
le seguirían el rastro por todo el apartamento constantemente.
Tanto me acostumbré a ella, que hoy no resisto
llegar a la casa y encontrarla silenciosa y oscura, la recuerdo sobretodo
cuando tengo que hacer el café, fregar los termos de mi comida y
que no tengo a quien joder. Hoy ella está enferma, mi esposa ha
derramado unas cuantas lágrimas, la observo muy preocupada, taciturna,
ha desaparecido la sonrisa de su rostro, y nuestro hogar se convierte cada
día en un nido mucho más silencioso. Yo siento el mismo dolor
que ella, tal vez menor, pero dolor al fin, no se puede comparar con el
dolor. No la acompaño en sus lágrimas, desde pequeño
me enseñaron que los hombres no lloran, cuando lo hacen, debe ser
para adentro, donde se lleva el alma, tal vez allí duele un poco
más.
La vieja siempre leía mis escritos, en muchas
oportunidades yo le hacía preguntas, sobre detalles que se habían
borrado de mi memoria, me asombraba al ver la frescura con la cual ella
los conservaba, tiene una mente prodigiosa esta vieja, de eso no me cabe
la menor duda. Los otros días me preguntaba, ¿por cual razón
no le había dedicado unas líneas?, si ya había escrito
sobre otras personas a las que nunca he conocido, algo que hable sobre
ella, ahora que está viva, porque de nada serviría un mensaje
póstumo, creo que los muertos no se enteran de ellos, y algunas
veces, los vivos solo lo hacen por hipocresía. Me respondí
enseguida que podía hacerlo, a ella le encantaría y lo guardaría
como un tesoro, porque nadie ha escrito sobre esta vieja a la que he querido
tanto, nadie escribirá tampoco, porque ella solo es eso, una viejita
como muchas, de las que han pasado y solo nos dejan su dulce recuerdo,
que con la modernización de estos tiempos, se apagan como una vela
o se derriten como el hielo.
Siempre que oigo algo o leo algún cuento sobre
las suegras, son condenatorios o burlescos, todos quieren deshacerse de
ellas, sin embargo, mi caso es todo lo contrario, estoy seguro de haberme
ganado la lotería con ella, como premio, recibí a la mejor
suegra del mundo, ese mérito no lo comparto con nadie. Podrán
existir algunas que se le aproximen, pero mejor que ella lo dudo, mi viejita
es algo especial.
Ella es mi suegra por accidente, yo diría que
por un machista accidente del cual no me arrepiento, gracias a esa demostración
de hombría incubada desde pequeño, me gané a una de
las mejores esposas que existen en esta tierra, y me sumé además
una gran familia.
Son cosas de un pasado algo lejano, que me gustaría
compartir con ustedes para que comprendan el origen y fundamento de mis
líneas. Uno de esos días cualquiera del año 69, un
amigo me invita a una fiesta en casa de su novia, era en la calle La Sola
del barrio de Santos Suárez, su suegro era también de la
marina y la novia, era una hermosa muchacha que luego se convirtió
en una buena amiga. En aquella fiesta había más muchachas
que varones, por tal motivo no paraba de bailar con cada una de ellas,
todas eran bellas y a todas las quise enamorar, pero esa noche me fui con
la bolsa vacía. Solo a una que encontré demasiado joven y
pequeña no enamoré, esa es hoy mi esposa. No sé como
ni cuando en posteriores visitas, ella, de a manera que solo saben hacerlo
las mujeres, me llevó a una trampa de forma muy inteligente, digo
que era así, porque había acabado de cumplir sus quince años,
yo en cambio contaba con unos diecinueve bien distribuidos y con algo de
mundo, no me puedo explicar de cual manera pudo ser, pero esa es la vida,
caí atrapado.
En una de mis visitas a la casa de su amiga, que queda
justo a lado de la suya, y que tomábamos como lugar para encontrarnos,
mi amiga me dice que aquella muchacha no podía venir ese día
porque estaba castigada. De verdad que no lo entendí, como tampoco
entendía que ella era verdaderamente eso, solamente una muchacha
que se encontraba estudiando en la Secundaria. Me enojé por aquello
que consideraba una tontería y permanecí hablando con mi
amiga y la madre un tiempo mas, el suficiente, para que ambas me preguntaran,
por qué no me llegaba hasta la casa y pedía su mano. Para
hacer mi buen papel de macho les respondí que lo haría y
al cabo de pocos minutos, sin saber a ciencia cierta que era lo que en
realidad yo quería, me encontraba tocando la puerta de la casa.
La casa era muy grande, supuse que por ella debieron
pagar un alto alquiler, en ese barrio que siempre fue de la clase media
cubana, sin embargo, se encontraba en esos momentos en un estado deplorable,
que denunciaba a simple vista el estado de pobreza por la que estaban atravesando
en esos momentos. Una vez dentro de esa humilde casa y de observar aquel
triste panorama, muy bien pude arrepentirme de mis desconocidos propósitos
y retirarme, ofertas de relaciones amorosas nunca me faltaron y en mi nueva
condición de marino, creo que sobraban, eran muchas o demasiadas
las muchachas a la caza de alguno de nosotros, podía aspirar a algo
mejor visto desde cualquier punto de vista. Sin embargo, nada me detuvo
hasta que me encontré sentado en aquella sala, ante la curiosa mirada
de un pelotón de muchachos que luego serían mis cuñados.
No puedo precisar, pero si estoy muy seguro, de que influyó mucho
en aquella repentina voluntad de continuar mi objetivo, la paridad de condiciones
entre aquella pobre familia y la mía. Entrar allí y sentirme
como si estuviera en mi casa, fue algo muy sencillo, tan sencillo como
tomarse un vaso de agua, me encontraba rodeado del paisaje que siempre
estuve acostumbrado a contemplar, muebles rotos, paredes falta de pintura,
ropas raídas aunque limpias y ausencia de equipos que nos anunciaran,
nos encontrábamos viviendo en este siglo xx.
A mi suegra solo la conocía de vista cuando se
paraba en la puerta de la calle, costumbre que trascendió estos
dos siglos, siempre fue vieja, aunque en esos momentos no lo era tanto
como hoy, que los años le pesan y los arrastra con sus chancletas,
fue con la primera que hablé, me oía con mucha atención
y dulzura, esta última cualidad nunca le faltó, creo que
siempre se excedió en ser dulce por su condición de ser una
persona diabética. Me escuchó con mucho interés, sabiendo
que yo llegaba pretendiendo robarle a la más pequeña y apegada
de sus hijas, no estuvo en esos momentos ni a favor ni en contra de lo
que yo le decía, sencillamente ella no era la que aprobaría
mi solicitud y delegó en su hija mayor, llegó esta,
y después de explicarle nuevamente mis propósitos, aplicó
la misma postura de la vieja y pasó el caso al marido, ya que en
esos momentos era el único hombre mayor que vivía en esa
casa, pero éste no se encontraba en esos instantes con ellos ya
que era chofer de camiones y se encontraba de viaje. Aquello no me alteraba
para nada, estaba acostumbrado al peloteo que se produce dentro del burocratismo
en nuestro país. De todas formas, logré al menos que la dejaran
salir a la casa de nuestra amiga, y desde ese día comenzó
una historia que aún no ha tenido final, de la cual no me arrepiento.
El fin de semana regresé a aquella humilde casa
para hablar con el que en un futuro sería mi concuño, pero
inicialmente mi enemigo. Hablé con el tipo y fue el único
que se opuso de momento a esas relaciones, alegando que Elena era una niña.
Tenía toda la razón del mundo en sus palabras, pero nosotros
los jóvenes no entendemos de esos razonamientos de los mayores.
Continué visitándola y en la medida que
lo hacía adquiría más confianza de ellos, hasta que
muy pronto, me convertí sin darme cuenta, en otro mas de aquella
prole. Mi suegra tuvo diez hijos, nacidos en aquella otrora hermosa casa,
a la usanza antigua, desconozco si utilizando los servicios de una comadrona
o las de un médico, pero de lo que sí estoy seguro es, que
todos nacieron allí, por eso los conoce el barrio entero, varias
generaciones, desde los más viejitos hasta los más nuevos,
esa es la casa de los “Chirinos”, que es el apellido paterno de mi suegra,
para nada mencionan a los “Menéndez”, que es el apellido del padre
de todos esos muchachos, y tiene sus justificaciones, el viejo la dejó
abandonada con sus diez hijos.
Los otros días leyendo el libro del amigo Solera,
se me gravó algo que no he podido olvidar, y es la parte a la que
se refiere cuando habla, de que los seres humanos no somos eternos, que
por obra de Dios nos hacen eternos nuestros hijos, nada más cierto
que esto, pero que injusticia se cometen cuando lo aplicamos a la realidad,
son en la práctica eternos los apellidos de los hombres, estos viajan
sin obstáculos a través de los siglos, pero el de las madres
muere muy pronto, existiendo hombres que no se merecen, los lleven como
un gran peso ni sus propios hijos. Ese es el caso de mi suegra, quién
un día se vio abandonada con un batallón de bocas y estómagos
que alimentar. Limpiando en la escuela, vendiendo frituritas, lavando ropa
para la calle, vendiendo las pertenencias de su casa, ayudada por los más
grandecitos e incontables sacrificios, esa viejita llevó su familia
a convertirlos en hombres y su apellido será eterno, no por las
costumbres de los hombres, pero si, por la voluntad de quienes la conocen.
En la medida que pasaba el tiempo y la conocía
a fondo, comprendí que aquella era mi familia, la historia de ellos
yo la había vivido en carne propia. Pude haberme casado como hacen
muchos, firmar los papeles y luego al carajo, pero me propuse sacarle a
la menor vestida de blanco, debió haber sido por ella que lo hice,
porque a los jóvenes nos importaba un bledo esta especie de comedia,
donde los novios son los principales artistas. Para ser feliz no hacen
falta tantas escenas falsas, se es, porque el amor no cree tampoco en nada
de esto, se lleva y nada mas, pero en fin, la viejita se lo merecía.
Mi viejita tiene cosas que me sorprenden, ella no pudo
terminar la enseñanza primaria, yo conozco toda esa historia que
muchos de sus hijos ignoran, pero no la cuento, porque pertenece a su vida
privada, ella tendrá tiempo de juzgar más tarde, quizás
en el cielo. Me asombra la facilidad que tiene para llenar los crucigramas,
mostrando un dominio casi perfecto de los sinónimos, algo inusual
para la gente con su escasa educación, recuerdo que a veces, yo
tenía que acudir a ella para hacerlos. No tiene la menor duda de
cuantas onzas componen una libra, creo que esta es una virtud que poseemos
los pobres, quienes saben que esa onza son unas cucharadas de frijoles
o arroz, que ayudarán a ocupar un espacio dentro de una barriga
hambrienta, lo mismo que son perfectos para saber cuantas pulgadas tiene
una vara. Mi suegra recuerda el nombre de todos los artistas famosos de
su época, las películas más célebres de aquel
brillante cine argentino o mexicano de sus tiempos, bueno, en este punto
debo serles sincero, por culpa de esto encontré algunos contratiempos
en mis relaciones con mi vieja. Resulta que en Cuba hubo un tiempo en el
cual, pasaban un programa llamado “Cine del ayer”, era exactamente a las
cinco de la tarde, proyectaban filmes de Pedro Infante, Jorge Negrete,
Libertad Lamarque, Arturo de Córdova, Cantinflas, Mirtha Legrand,
Carlos Gardel, etc., casi siempre finalizaba a las seis y media de la tarde.
Durante todo ese tiempo la vieja permanecía imantada frente al televisor,
se perdía de este mundo y se trasladaba al de su juventud, unas
veces montada en una nube de risas u otras, en algunas de lágrimas,
todo dependía del tipo de película que estaban proyectando,
si era una comedia o un drama. Como estaba acostumbrado a comer a las seis
de la tarde, las tripas se me reventaban de dolor por el hambre, pero no
había Dios que sacara a mi suegra de su éxtasis, de verdad
que hacerlo era un egoísmo, pero sinceramente el estómago
no entiende cuando está vacío. Mas tarde, después
de finalizar la película comenzaba otra, ella regresaba a este mundo
donde se encontraba y se daba cuenta que no había cocinado, se tenía
que comenzar por escoger el arroz, sacarle los gorgojos, las piedrecitas,
los gusanos y cuanta basurita lo acompañaban, que al final era onzas,
que ella muy bien sabía sumar a las que le habían robado
los bodegueros. En esta operación gastaba más de una hora,
pero hacer el arroz es rápido y fácil, solo lleva unos minutos,
pero los ojos del pelotón se iban cerrando, entonces antes de que
esto ocurriera ella preparaba lo más rápido, lo más
fácil, aquello que siempre yo criticaba, arroz con huevos fritos.
No había tiempo para ponerse a ablandar frijoles, ni nada por el
estilo. Yo agarraba unos encabronamientos tremendos, para qué les
cuento, hubo días en los cuales me declaré en huelga de hambre.
Esto que les digo fue después de casado, porque aunque hubiera deseado
vivir solo no pude por varios años, por eso, ocupé el lugar
que heredé dentro de la familia de los “Chirinos”.
La confianza que libremente me tomé, no la disfrutaron
sus hijos, solo a mí me permitía esos atrevimientos, como
aquellos de pellizcarle las nalgas o morderle una oreja, decirle algunas
barrabasadas a mi estilo, de todo ella hacía el papel de estar bien
enojada, pero se acostumbró tanto a estas maldades, que el día
que yo no las hacía, ese día ella se lo pasaba preocupada.
Cuantas cosas no tendría yo para hablar de mi viejita, para asegurarles
que era la madre perfecta, tuvo entre sus hijos quienes pensaron siempre
de diferentes colores, desde el rojo hasta el amarillo, buenos y regulares,
pero nunca la he oído hablar, para darle la razón a uno mientras
se la quitaba al otro, creo que así debe ser una madre, donde no
se distingan preferencias, por eso, siempre tuvo unida a su familia, que
incluye a los nietos y bisnietos.
Mi suegra era sabia para sus cosas, no por gusto había
criado a diez de un solo golpe, recuerdo que en una oportunidad, mi esposa
y yo nos pasamos toda una noche en un hospital asustados con nuestro hijo,
la fiebre no le bajaba con nada, le mandaron un millón de medicamentos,
pero ella estaba allí a nuestro lado, observándolo todo y
cuando los médicos hubieron acabado, empleó su experiencia
prodigiosa, solo nos hizo una pregunta, ¿desde cuando el nene no
hace caca?, en cuestión de segundos resolvió, todo lo que
la ciencia no había resuelto. Son demasiadas cosas para contar,
pero harían interminable esto que les estoy escribiendo y solo tengo
un firme propósito, quiero enviarle un mensaje a mi vieja, como
si la tuviera mi lado, con las cosas que siempre le he dicho, porque
si lo hiciera diferente, ella se dará cuenta que estoy preocupado,
y en realidad no lo estoy, ¿quién se va a preocupar por esta
vieja?
Mi suegra no era tan formal para el asunto de sus baños,
cualquier hora le venía bien, le daba lo mismo que fuera en la mañana
o en la tarde, se bañaba hasta de madrugada, hoy me tiene asombrado,
lo hace religiosamente a una misma hora y estas cosas de los viejos de
verdad me preocupan, es como si se estuvieran preparando cada día
para un largo viaje, solo me quitaba la preocupación una cosa, cuando
le preguntabas el número de teléfono de cualquier persona,
la vieja se lo sabe, ya sea de Montreal o La Habana, por eso les digo que
no está esclerótica, bueno, de su gran memoria ya les he
hablado, pero no les he contado, que también es muy buena para recordar
los sonidos. Un día, tocaron a la puerta de la casa y la vieja le
dijo a mi esposa; ¡Abre que es tu padre quién toca! Yo no
pude ocultar mi asombro, hacía no se sabe cuantos años, aquel
hombre no había tocado. No sé si después de tanto
dolor, aquel hombre mereciera que le recordaran ese insignificante detalle,
pero así es el amor.
Nunca oí que de sus labios brotaran palabras cargadas
de odio, motivos le sobraban a esta viejita, que hoy con el peso de los
sufrimientos, no solo arrastra las chancletas cuando anda, cada día
la veo más chiquitica y arrugada, crece como yo le digo, como el
rabo de la vaca y dentro de pronto, llegará a alcanzar el tamaño
de su difunta madre, una gallega de buena cepa, que solo levantaba unas
cuartas del suelo. Por eso, antes de que se convierta en una niña
de nuevo, es que deseo mandarle este mensaje, porque después, pueden
que se lo prohíban leer, así es la vida cuando nos ponemos
viejos.
Querida vieja...
Fíjate que he sido generoso en el encabezamiento,
no te he llamado bruja ni cabrona, eso te lo guardo para cuando estés
mejor. Te escribo, no porque esté preocupado, lo hago porque estoy
algo encabronado, no sabes lo mal que me cae tener que fregar los trastos,
no tener quien me cuele café, o que me escondan los cigarros. Desde
que te fuiste solo he tomado sopa una vez, tu hija además de ser
una haragana para la cocina, no le gusta nada, bueno, de lo que tu sabes
que me gusta a mí. La mayor parte del tiempo como solo en la mesa
y no tengo a quien decirle vieja comelona. Los frijoles brillan por su
ausencia, no te hablo del quimbombó, eso solo lo como cuando estás
aquí, de pescado para qué hablarte. Bueno, no quiero perder
el tiempo en cosas vanas que conoces mejor que yo, por algo la pariste.
Me he enterado por las malas lenguas, que el día
que te visitó Lola y Dolores, les dijiste que estabas lista, como
queriendo decir, para un largo viaje. Yo supongo que sea para el carajo,
porque si es para donde tu sabes que me imagino, y te vas sin despedirte
de mí, ni conocer a mis nietos, entonces si te tienes que olvidar
de mí, y en el mas allá buscarte otro yerno. Tu sabes que
cuando me encabrono yo soy así, cabrón estoy desde hace rato,
no tengo entre otras cosas quien me asuste cuando sale del cuarto, por
cierto, me imagino que te estés poniendo las prótesis, tu
no tienes derecho a joder al hospital entero (pobres médicos). Dile
a Caridad que te peine todos los días, porque despeinada pareces
un plumero, yo creo que el único que te resiste soy yo, y eso porque
no me queda más remedio.
Mamaluca ( no me digas que no sabes quien es), el novio
polaco que te conseguí aquí, te manda recuerdos, la lavadora
se usa menos desde que te fuiste, no te hablo de la pila del fregadero,
el teléfono ni suena y el control remoto del televisor extraña
tus dedos. Ya los peces están más serenos desde que no te
ven cerca de la pecera, en fin, hasta la ardilla que te tenía miedo
se asoma a la ventana. Y aunque no lo creas, parece que me he vuelto un
poco masoquista porque yo también extraño todo eso.
Creo que voy a terminar, solo te he escrito para que
sepas como andan las cosas y para que no te preocupes por mí, que
yo tampoco lo haré por ti, es más, me parece que ya no te
quiero, tu sabes que no me gustan las viejas pendejas, que se rinden enseguida
por miedo. Recibe besos de tu hija y los nietos.
Si de algo te sirve, recibe de mí un beso.
Tu hijo Esteban.
PD.. Por favor no omitir ni una sola nota de este mensaje,
yo conozco muy bien a esa vieja cabrona, si lo hacen, la van a entristecer
porque pensará que estoy preocupado.
Muchas gracias.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
06-02-2000.
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