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 LA SUEGRA
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Los últimos años que trabajé en la marina mercante, mis guardias en el puente eran de cuatro de la mañana hasta las ocho, y de cuatro de la tarde a las ocho de la noche. En ambas, tenía el grandísimo privilegio de disfrutar de algo muy sublime, incomparablemente bello, que nos ofrece la naturaleza diariamente. Para muchos, los crepúsculos pueden resultar una pesadilla, ya que es generalmente, la hora en la cual se sale para el trabajo o contrariamente, cuando se termina muy agotado después de una dura jornada. Para los enamorados, poetas, artistas, escritores y también para muchas otras personas, ellos son mucho más que eso. 
Cuando se agotaban los temas de conversación con el timonel, y sin otra tarea que realizar en esos momentos, yo gastaba mucho tiempo observando el firmamento. Siempre que estuviera despejado, el espectáculo que brinda es maravilloso, es un manto compuesto de millones de estrellas, de muchos tamaños y con destellos de diferentes colores. Desde las encandilantes luces de una ciudad es muy difícil apreciar ese cautivante obsequio. Luego, la oscuridad va cediendo poco a poco ante la presión del astro rey, que en su lucha por mostrar su luz y calor, va devorando primero a las estrellas más débiles, ante la burla de aquellas que poseen mayor magnitud e incluso de aquellos robustos planetas, hasta que estos también son consumidos por la claridad, así desaparecen primero, Marte con su tonalidad amarillenta casi similar a la estrella Antares, luego Saturno, que aunque presuma de ser un planeta, a la vista de cualquier inexperto, no deja de ser otra estrella, Júpiter que cae vencido ante el brillo inconfundible de Sirius, y por último, la reina de todos ellos, el planeta Venus. 
Siempre le encontraba una relación a este momento con nuestras vidas, cuando veía esfumarse a las más débiles, las comparaba con algún viejito querido, al que observaba como se le marchitaba poco a poco la vida misma, hasta que desaparecía de nuestra vista y desgraciadamente en muchas ocasiones de nuestros recuerdos. Luego, cuando se apagaban las más fuertes, eran jóvenes que se nos perdían sin darnos cuenta, a quienes vimos una vez junto a nosotros vigorosos, y mas tarde, desaparecían también de nuestra memoria. Los crepúsculos eran para mí la vida y la muerte, la vida era el día, anunciada por los gallos y muchas aves, cuando despertaban las ciudades. La noche era todo lo contrario, era la oscuridad, el silencio sepulcral, anunciada por todo bicho extravagante, que temía ser visto y salían como todos los ladrones a robar. Sin embargo, contradecían estos pensamientos, la sola presencia de las estrellas y retornaban de nuevo, los recuerdos de aquellos seres queridos que nunca debieron ser olvidados. 
Siempre, antes de que aclarara totalmente y desaparecieran los más débiles, yo me apresuraba a capturarlas con el sextante y las convertía en numeritos, que finalmente me daban la posición del buque, disfruté mucho esos momentos que después, con los avances de la técnica, aliviaron nuestro trabajo, pero anularon lo poético de ser marino. 
En las grandes urbes observaba aquellas enormes vallas, promoviendo el turismo a infinidades lugares de este planeta, en muchos podía leer; “Disfrute nuestro sol”, el sol era propiedad de algunos, en unos sitios era mejor que en otros, yo me reía por lo falso de toda aquella propaganda, lo hacía, porque entendía que el sol no era de nadie, en todo caso sería de todos, ya que existe un solo sol, pero lo real es que no es nuestro, mas bien nosotros seríamos de él, y así será mientras exista. El día que este desaparezca, nosotros no seremos ni recuerdos, como dejarán de brillar los burlones planetas, entonces ese día, solo brillarán aquellos que siempre tuvieron luz propia, por muy pequeños que ellos sean, así es en la vida verdadera. 
Digo todo esto, porque no hay nada que me deprima más en la vida, que la oscuridad de los inviernos, cuando salgo para el trabajo es de noche, y cuando regreso es todo negro. Tengo la rara sensación de que gasto la mayor parte de la vida bajo techo, para empeorar esta situación, no resisto el silencio, por eso siempre tengo música puesta, aunque esté durmiendo. 
Siempre que llegaba a la casa, me encontraba el televisor encendido, la computadora con algún juego en la pantalla, a veces sonaba la olla de presión y en el sofá, sentada con un jueguito de baterías en las manos, me encontraba a mi suegra, quién al sentir abrir la puerta, salía disparada, como si hubiera sido activado un gran resorte. No lo hacía por miedo o por susto, nada de eso, entonces andando sobre sus talones, iba a prender la cocina donde descansaba esperando por mi llegada, nuestra pequeña cafetera. Esta acción la repetía todos los días mientras yo la premiaba con algún disparate, lo menos que le decía era; “vieja bruja”, y lo más lindo del caso era que ella se ponía contenta. 
Cuando yo entraba y no le salía con alguna de las mías, entonces la vieja se preocupaba, ella no me decía nada, pero en cuanto llegaba mi esposa, yo la sentía en esos cuchicheos de madre e hija. Me daba cuenta que había metido pata, entonces para rectificar, le pellizcaba una nalga o le decía cualquier cosa. 
Así pasaban los días, las semanas y los meses, todos los días lo mismo, yo llegaba y me sentaba frente a la otra computadora, la encendía y mientras cargaba, me iba quitando con paciencia las botas. Hablo de dos computadoras no por ostentar ni presumir, el caso es que mi cuñado le trajo una viejita para sus juegos, ya que mi suegra me había borrado varios cuentos en tres anteriores. Entonces, me traía el café calentico y aromático, mientras en pago, yo le decía “chicharrona”. Algo que siempre me mantuvo intrigado, lo era, el andar de mi suegra con los talones, mi esposa le compró un par de tenis bajitos y bien suaves, para que anduviera en la casa, eso lo hizo, conociendo el gusto de la vieja por caminar arrastrando las chancletas. Resultó peor el remedio que la enfermedad, porque aquí tenemos piso de madera. Supongo que los vecinos del piso inferior, le seguirían el rastro por todo el apartamento constantemente. 
Tanto me acostumbré a ella, que hoy no resisto llegar a la casa y encontrarla silenciosa y oscura, la recuerdo sobretodo cuando tengo que hacer el café, fregar los termos de mi comida y que no tengo a quien joder. Hoy ella está enferma, mi esposa ha derramado unas cuantas lágrimas, la observo muy preocupada, taciturna, ha desaparecido la sonrisa de su rostro, y nuestro hogar se convierte cada día en un nido mucho más silencioso. Yo siento el mismo dolor que ella, tal vez menor, pero dolor al fin, no se puede comparar con el dolor. No la acompaño en sus lágrimas, desde pequeño me enseñaron que los hombres no lloran, cuando lo hacen, debe ser para adentro, donde se lleva el alma, tal vez allí duele un poco más. 
La vieja siempre leía mis escritos, en muchas oportunidades yo le hacía preguntas, sobre detalles que se habían borrado de mi memoria, me asombraba al ver la frescura con la cual ella los conservaba, tiene una mente prodigiosa esta vieja, de eso no me cabe la menor duda. Los otros días me preguntaba, ¿por cual razón no le había dedicado unas líneas?, si ya había escrito sobre otras personas a las que nunca he conocido, algo que hable sobre ella, ahora que está viva, porque de nada serviría un mensaje póstumo, creo que los muertos no se enteran de ellos, y algunas veces, los vivos solo lo hacen por hipocresía. Me respondí enseguida que podía hacerlo, a ella le encantaría y lo guardaría como un tesoro, porque nadie ha escrito sobre esta vieja a la que he querido tanto, nadie escribirá tampoco, porque ella solo es eso, una viejita como muchas, de las que han pasado y solo nos dejan su dulce recuerdo, que con la modernización de estos tiempos, se apagan como una vela o se derriten como el hielo. 
Siempre que oigo algo o leo algún cuento sobre las suegras, son condenatorios o burlescos, todos quieren deshacerse de ellas, sin embargo, mi caso es todo lo contrario, estoy seguro de haberme ganado la lotería con ella, como premio, recibí a la mejor suegra del mundo, ese mérito no lo comparto con nadie. Podrán existir algunas que se le aproximen, pero mejor que ella lo dudo, mi viejita es algo especial. 
Ella es mi suegra por accidente, yo diría que por un machista accidente del cual no me arrepiento, gracias a esa demostración de hombría incubada desde pequeño, me gané a una de las mejores esposas que existen en esta tierra, y me sumé además una gran familia. 
Son cosas de un pasado algo lejano, que me gustaría compartir con ustedes para que comprendan el origen y fundamento de mis líneas. Uno de esos días cualquiera del año 69, un amigo me invita a una fiesta en casa de su novia, era en la calle La Sola del barrio de Santos Suárez, su suegro era también de la marina y la novia, era una hermosa muchacha que luego se convirtió en una buena amiga. En aquella fiesta había más muchachas que varones, por tal motivo no paraba de bailar con cada una de ellas, todas eran bellas y a todas las quise enamorar, pero esa noche me fui con la bolsa vacía. Solo a una que encontré demasiado joven y pequeña no enamoré, esa es hoy mi esposa. No sé como ni cuando en posteriores visitas, ella, de a manera que solo saben hacerlo las mujeres, me llevó a una trampa de forma muy inteligente, digo que era así, porque había acabado de cumplir sus quince años, yo en cambio contaba con unos diecinueve bien distribuidos y con algo de mundo, no me puedo explicar de cual manera pudo ser, pero esa es la vida, caí atrapado. 
En una de mis visitas a la casa de su amiga, que queda justo a lado de la suya, y que tomábamos como lugar para encontrarnos, mi amiga me dice que aquella muchacha no podía venir ese día porque estaba castigada. De verdad que no lo entendí, como tampoco entendía que ella era verdaderamente eso, solamente una muchacha que se encontraba estudiando en la Secundaria. Me enojé por aquello que consideraba una tontería y permanecí hablando con mi amiga y la madre un tiempo mas, el suficiente, para que ambas me preguntaran, por qué no me llegaba hasta la casa y pedía su mano. Para hacer mi buen papel de macho les respondí que lo haría y al cabo de pocos minutos, sin saber a ciencia cierta que era lo que en realidad yo quería, me encontraba tocando la puerta de la casa. 
La casa era muy grande, supuse que por ella debieron pagar un alto alquiler, en ese barrio que siempre fue de la clase media cubana, sin embargo, se encontraba en esos momentos en un estado deplorable, que denunciaba a simple vista el estado de pobreza por la que estaban atravesando en esos momentos. Una vez dentro de esa humilde casa y de observar aquel triste panorama, muy bien pude arrepentirme de mis desconocidos propósitos y retirarme, ofertas de relaciones amorosas nunca me faltaron y en mi nueva condición de marino, creo que sobraban, eran muchas o demasiadas las muchachas a la caza de alguno de nosotros, podía aspirar a algo mejor visto desde cualquier punto de vista. Sin embargo, nada me detuvo hasta que me encontré sentado en aquella sala, ante la curiosa mirada de un pelotón de muchachos que luego serían mis cuñados. No puedo precisar, pero si estoy muy seguro, de que influyó mucho en aquella repentina voluntad de continuar mi objetivo, la paridad de condiciones entre aquella pobre familia y la mía. Entrar allí y sentirme como si estuviera en mi casa, fue algo muy sencillo, tan sencillo como tomarse un vaso de agua, me encontraba rodeado del paisaje que siempre estuve acostumbrado a contemplar, muebles rotos, paredes falta de pintura, ropas raídas aunque limpias y ausencia de equipos que nos anunciaran, nos encontrábamos viviendo en este siglo xx. 
A mi suegra solo la conocía de vista cuando se paraba en la puerta de la calle, costumbre que trascendió estos dos siglos, siempre fue vieja, aunque en esos momentos no lo era tanto como hoy, que los años le pesan y los arrastra con sus chancletas, fue con la primera que hablé, me oía con mucha atención y dulzura, esta última cualidad nunca le faltó, creo que siempre se excedió en ser dulce por su condición de ser una persona diabética. Me escuchó con mucho interés, sabiendo que yo llegaba pretendiendo robarle a la más pequeña y apegada de sus hijas, no estuvo en esos momentos ni a favor ni en contra de lo que yo le decía, sencillamente ella no era la que aprobaría mi solicitud  y delegó en su hija mayor, llegó esta, y después de explicarle nuevamente mis propósitos, aplicó la misma postura de la vieja y pasó el caso al marido, ya que en esos momentos era el único hombre mayor que vivía en esa casa, pero éste no se encontraba en esos instantes con ellos ya que era chofer de camiones y se encontraba de viaje. Aquello no me alteraba para nada, estaba acostumbrado al peloteo que se produce dentro del burocratismo en nuestro país. De todas formas, logré al menos que la dejaran salir a la casa de nuestra amiga, y desde ese día comenzó una historia que aún no ha tenido final, de la cual no me arrepiento. 
El fin de semana regresé a aquella humilde casa para hablar con el que en un futuro sería mi concuño, pero inicialmente mi enemigo. Hablé con el tipo y fue el único que se opuso de momento a esas relaciones, alegando que Elena era una niña. Tenía toda la razón del mundo en sus palabras, pero nosotros los jóvenes no entendemos de esos razonamientos de los mayores. 
Continué visitándola y en la medida que lo hacía adquiría más confianza de ellos, hasta que muy pronto, me convertí sin darme cuenta, en otro mas de aquella prole. Mi suegra tuvo diez hijos, nacidos en aquella otrora hermosa casa, a la usanza antigua, desconozco si utilizando los servicios de una comadrona o las de un médico, pero de lo que sí estoy seguro es, que todos nacieron allí, por eso los conoce el barrio entero, varias generaciones, desde los más viejitos hasta los más nuevos, esa es la casa de los “Chirinos”, que es el apellido paterno de mi suegra, para nada mencionan a los “Menéndez”, que es el apellido del padre de todos esos muchachos, y tiene sus justificaciones, el viejo la dejó abandonada con sus diez hijos. 
Los otros días leyendo el libro del amigo Solera, se me gravó algo que no he podido olvidar, y es la parte a la que se refiere cuando habla, de que los seres humanos no somos eternos, que por obra de Dios nos hacen eternos nuestros hijos, nada más cierto que esto, pero que injusticia se cometen cuando lo aplicamos a la realidad, son en la práctica eternos los apellidos de los hombres, estos viajan sin obstáculos a través de los siglos, pero el de las madres muere muy pronto, existiendo hombres que no se merecen, los lleven como un gran peso ni sus propios hijos. Ese es el caso de mi suegra, quién un día se vio abandonada con un batallón de bocas y estómagos que alimentar. Limpiando en la escuela, vendiendo frituritas, lavando ropa para la calle, vendiendo las pertenencias de su casa, ayudada por los más grandecitos e incontables sacrificios, esa viejita llevó su familia a convertirlos en hombres y su apellido será eterno, no por las costumbres de los hombres, pero si, por la voluntad de quienes la conocen. 
En la medida que pasaba el tiempo y la conocía a fondo, comprendí que aquella era mi familia, la historia de ellos yo la había vivido en carne propia. Pude haberme casado como hacen muchos, firmar los papeles y luego al carajo, pero me propuse sacarle a la menor vestida de blanco, debió haber sido por ella que lo hice, porque a los jóvenes nos importaba un bledo esta especie de comedia, donde los novios son los principales artistas. Para ser feliz no hacen falta tantas escenas falsas, se es, porque el amor no cree tampoco en nada de esto, se lleva y nada mas, pero en fin, la viejita se lo merecía.  
Mi viejita tiene cosas que me sorprenden, ella no pudo terminar la enseñanza primaria, yo conozco toda esa historia que muchos de sus hijos ignoran, pero no la cuento, porque pertenece a su vida privada, ella tendrá tiempo de juzgar más tarde, quizás en el cielo. Me asombra la facilidad que tiene para llenar los crucigramas, mostrando un dominio casi perfecto de los sinónimos, algo inusual para la gente con su escasa educación, recuerdo que a veces, yo tenía que acudir a ella para hacerlos. No tiene la menor duda de cuantas onzas componen una libra, creo que esta es una virtud que poseemos los pobres, quienes saben que esa onza son unas cucharadas de frijoles o arroz, que ayudarán a ocupar un espacio dentro de una barriga hambrienta, lo mismo que son perfectos para saber cuantas pulgadas tiene una vara. Mi suegra recuerda el nombre de todos los artistas famosos de su época, las películas más célebres de aquel brillante cine argentino o mexicano de sus tiempos, bueno, en este punto debo serles sincero, por culpa de esto encontré algunos contratiempos en mis relaciones con mi vieja. Resulta que en Cuba hubo un tiempo en el cual, pasaban un programa llamado “Cine del ayer”, era exactamente a las cinco de la tarde, proyectaban filmes de Pedro Infante, Jorge Negrete, Libertad Lamarque, Arturo de Córdova, Cantinflas, Mirtha Legrand, Carlos Gardel, etc., casi siempre finalizaba a las seis y media de la tarde. Durante todo ese tiempo la vieja permanecía imantada frente al televisor, se perdía de este mundo y se trasladaba al de su juventud, unas veces montada en una nube de risas u otras, en algunas de lágrimas, todo dependía del tipo de película que estaban proyectando, si era una comedia o un drama. Como estaba acostumbrado a comer a las seis de la tarde, las tripas se me reventaban de dolor por el hambre, pero no había Dios que sacara a mi suegra de su éxtasis, de verdad que hacerlo era un egoísmo, pero sinceramente el estómago no entiende cuando está vacío. Mas tarde, después de finalizar la película comenzaba otra, ella regresaba a este mundo donde se encontraba y se daba cuenta que no había cocinado, se tenía que comenzar por escoger el arroz, sacarle los gorgojos, las piedrecitas, los gusanos y cuanta basurita lo acompañaban, que al final era onzas, que ella muy bien sabía sumar a las que le habían robado los bodegueros. En esta operación gastaba más de una hora, pero hacer el arroz es rápido y fácil, solo lleva unos minutos, pero los ojos del pelotón se iban cerrando, entonces antes de que esto ocurriera ella preparaba lo más rápido, lo más fácil, aquello que siempre yo criticaba, arroz con huevos fritos. No había tiempo para ponerse a ablandar frijoles, ni nada por el estilo. Yo agarraba unos encabronamientos tremendos, para qué les cuento, hubo días en los cuales me declaré en huelga de hambre. Esto que les digo fue después de casado, porque aunque hubiera deseado vivir solo no pude por varios años, por eso, ocupé el lugar que heredé dentro de la familia de los “Chirinos”. 
La confianza que libremente me tomé, no la disfrutaron sus hijos, solo a mí me permitía esos atrevimientos, como aquellos de pellizcarle las nalgas o morderle una oreja, decirle algunas barrabasadas a mi estilo, de todo ella hacía el papel de estar bien enojada, pero se acostumbró tanto a estas maldades, que el día que yo no las hacía, ese día ella se lo pasaba preocupada. Cuantas cosas no tendría yo para hablar de mi viejita, para asegurarles que era la madre perfecta, tuvo entre sus hijos quienes pensaron siempre de diferentes colores, desde el rojo hasta el amarillo, buenos y regulares, pero nunca la he oído hablar, para darle la razón a uno mientras se la quitaba al otro, creo que así debe ser una madre, donde no se distingan preferencias, por eso, siempre tuvo unida a su familia, que incluye a los nietos y bisnietos. 
Mi suegra era sabia para sus cosas, no por gusto había criado a diez de un solo golpe, recuerdo que en una oportunidad, mi esposa y yo nos pasamos toda una noche en un hospital asustados con nuestro hijo, la fiebre no le bajaba con nada, le mandaron un millón de medicamentos, pero ella estaba allí a nuestro lado, observándolo todo y cuando los médicos hubieron acabado, empleó su experiencia prodigiosa, solo nos hizo una pregunta, ¿desde cuando el nene no hace caca?, en cuestión de segundos resolvió, todo lo que la ciencia no había resuelto. Son demasiadas cosas para contar, pero harían interminable esto que les estoy escribiendo y solo tengo un firme propósito, quiero enviarle un mensaje a mi vieja, como si la tuviera  mi lado, con las cosas que siempre le he dicho, porque si lo hiciera diferente, ella se dará cuenta que estoy preocupado, y en realidad no lo estoy, ¿quién se va a preocupar por esta vieja? 
Mi suegra no era tan formal para el asunto de sus baños, cualquier hora le venía bien, le daba lo mismo que fuera en la mañana o en la tarde, se bañaba hasta de madrugada, hoy me tiene asombrado, lo hace religiosamente a una misma hora y estas cosas de los viejos de verdad me preocupan, es como si se estuvieran preparando cada día para un largo viaje, solo me quitaba la preocupación una cosa, cuando le preguntabas el número de teléfono de cualquier persona, la vieja se lo sabe, ya sea de Montreal o La Habana, por eso les digo que no está esclerótica, bueno, de su gran memoria ya les he hablado, pero no les he contado, que también es muy buena para recordar los sonidos. Un día, tocaron a la puerta de la casa y la vieja le dijo a mi esposa; ¡Abre que es tu padre quién toca! Yo no pude ocultar mi asombro, hacía no se sabe cuantos años, aquel hombre no había tocado. No sé si después de tanto dolor, aquel hombre mereciera que le recordaran ese insignificante detalle, pero así es el amor. 
Nunca oí que de sus labios brotaran palabras cargadas de odio, motivos le sobraban a esta viejita, que hoy con el peso de los sufrimientos, no solo arrastra las chancletas cuando anda, cada día la veo más chiquitica y arrugada, crece como yo le digo, como el rabo de la vaca y dentro de pronto, llegará a alcanzar el tamaño de su difunta madre, una gallega de buena cepa, que solo levantaba unas cuartas del suelo. Por eso, antes de que se convierta en una niña de nuevo, es que deseo mandarle este mensaje, porque después, pueden que se lo prohíban leer, así es la vida cuando nos ponemos viejos. 

Querida vieja... 
Fíjate que he sido generoso en el encabezamiento, no te he llamado bruja ni cabrona, eso te lo guardo para cuando estés mejor. Te escribo, no porque esté preocupado, lo hago porque estoy algo encabronado, no sabes lo mal que me cae tener que fregar los trastos, no tener quien me cuele café, o que me escondan los cigarros. Desde que te fuiste solo he tomado sopa una vez, tu hija además de ser una haragana para la cocina, no le gusta nada, bueno, de lo que tu sabes que me gusta a mí. La mayor parte del tiempo como solo en la mesa y no tengo a quien decirle vieja comelona. Los frijoles brillan por su ausencia, no te hablo del quimbombó, eso solo lo como cuando estás aquí, de pescado para qué hablarte. Bueno, no quiero perder el tiempo en cosas vanas que conoces mejor que yo, por algo la pariste. 
Me he enterado por las malas lenguas, que el día que te visitó Lola y Dolores, les dijiste que estabas lista, como queriendo decir, para un largo viaje. Yo supongo que sea para el carajo, porque si es para donde tu sabes que me imagino, y te vas sin despedirte de mí, ni conocer a mis nietos, entonces si te tienes que olvidar de mí, y en el mas allá buscarte otro yerno. Tu sabes que cuando me encabrono yo soy así, cabrón estoy desde hace rato, no tengo entre otras cosas quien me asuste cuando sale del cuarto, por cierto, me imagino que te estés poniendo las prótesis, tu no tienes derecho a joder al hospital entero (pobres médicos). Dile a Caridad que te peine todos los días, porque despeinada pareces un plumero, yo creo que el único que te resiste soy yo, y eso porque no me queda más remedio. 
Mamaluca ( no me digas que no sabes quien es), el novio polaco que te conseguí aquí, te manda recuerdos, la lavadora se usa menos desde que te fuiste, no te hablo de la pila del fregadero, el teléfono ni suena y el control remoto del televisor extraña tus dedos. Ya los peces están más serenos desde que no te ven cerca de la pecera, en fin, hasta la ardilla que te tenía miedo se asoma a la ventana. Y aunque no lo creas, parece que me he vuelto un poco masoquista porque yo también extraño todo eso. 
Creo que voy a terminar, solo te he escrito para que sepas como andan las cosas y para que no te preocupes por mí, que yo tampoco lo haré por ti, es más, me parece que ya no te quiero, tu sabes que no me gustan las viejas pendejas, que se rinden enseguida por miedo. Recibe besos de tu hija y los nietos. 

Si de algo te sirve, recibe de mí un beso. 
                                     Tu hijo Esteban. 

PD.. Por favor no omitir ni una sola nota de este mensaje, yo conozco muy bien a esa vieja cabrona, si lo hacen, la van a entristecer porque pensará que estoy preocupado. 

                          Muchas gracias. 
 
 
 
 
 

Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
06-02-2000.