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El soldadito 
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Había terminado la construcción de tres edificios en el Reparto Alamar, en total tenían setenta apartamentos, treinta y cinco de ellos se entregarían al Estado, la otra mitad, pertenecía a la Marina Mercante, allí trabajamos duro durante dos años y medio en el Plan de las Microbrigradas, de esto no hablaré aquí porque merece un capítulo aparte. La parte que nos correspondía en la obra estaba totalmente concluida, solo faltaban las áreas verdes, luego vendría ese angustioso proceso de inspecciones y verificaciones que se llevan a cabo, para darle el visto bueno y declarar a los edificios "habitables". Toda esta maraña puede tomar meses, en oportunidades, mas de seis y provocó grandes problemas, la gente desesperada, aquellos que no tenían donde vivir; los que tenían a los hijos por casa de los suegros, los que hacían el amor con sus esposas en posadas de mala muerte, toda esa gama de desgraciados. Tenían que esperar durante todo ese tiempo, para que se dieran esas aprobaciones, entonces, se colaban en las viviendas. Un caso muy sonado ocurrió en una zona de Alamar, donde una gran cantidad de edificios permanecieron cerrados casi un año, ya que no se había construido las tuberías de aguas albañales. La gente en su desesperación ocupó sus viviendas y luego, esa zona fue ocupada por fuerzas de la policía para desalojarlos. 

Yo estaba entre esos desesperados que vivieron agregados en casa de su suegra, éramos muchos en aquella vivienda, así nos decían en el barrio de Santos Suárez "Los muchos", por eso, en cuanto terminé aquel castigo en las Microbrigadas, tomé unas cortas vacaciones, mientras preparaba todo para mudarme, quería hacerlo antes de irme a navegar. Antes de que mi descanso finalizara, hablé con un muchacho vecino de la cuadra, para que me consiguiera un camión en su empresa. Tuve suerte, me consiguió un GAZ 63, es un camión ruso muy pequeño, pero era mejor que nada. Acomodamos como pudimos nuestros tarecos, unos encima del otro, aprovechando cada centímetro de espacio y lo cargamos hasta el tope. Como la Orquesta "Aragón" se encontraba de gira por el exterior, el hijo más pequeño del flautista Richard Egüez se ofreció a llevarnos en el auto del padre. Allí viajamos mi esposa, mis dos hijos, el televisor ruso y la olla de presión con unos frijoles que se estaban cocinando en ese momento. 

Todos íbamos muy contentos, a partir de ese momento tendríamos nuestro propio techo, cada cual su cuarto, nuestro comedor, cocina, baño, sala, un pequeño patiecito y un balcón donde no cabían más de tres personas, pero de verdad que estábamos muy alegres, al fin viviríamos solos. A la altura de la Vía Blanca y el semáforo de la carretera de Guanabacoa, del camión se cayó la caja donde estaban mis zapatos de salir, detrás del camioncito y muy cerca de él, viajaba una rastra enorme que se dirigía a la refinería. No recuerdo cuantas ruedas de aquella enorme rastra, pasaron por encima de mis infelices zapatos, a partir de ese momento solo me quedaban buenos, los que llevaba puesto, eso no me preocupaba mucho, porque ya estaba enrolado en el barco "Pepito Tey" y próximo a salir de viaje. De haber dependido de los zapatos que daban por la libreta de racionamiento, tal vez me hubiera dado un infarto, pero no, continuamos muy felices a nuestro destino, eso era lo único que me interesaba ese día. 

Llegamos al fin a mi nuevo barrio, nadie me gritó ¡Agua! ¡Agua pa`las chinchas!, como era usual cuando llegaban vecinos nuevos, la realidad era, que mis muebles no estaban tan malos, la gente se ensañaban, cuando llegaban aquellos camiones cargados de tarecos, cosas en su totalidad inservible, pero que otra opción tiene el pobre. En Cuba no se puede botar nada, lo más insignificante puede tener uso luego, desde una latica de leche condensada vacía, hasta un clavo viejo. En ningún lugar vendían muebles desde hacía decenas de años, por eso la gente heredaba aquellos que pertenecieron a los tatarabuelos y así pasaron por tantas manos, hasta que no se podía identificar, que era lo que transportaban en los camiones. Los más inteligentes se mudaban de noche, pero aún así, no escapaban de aquel inoportuno grito de ¡Agua pa`las chinchas!, Hasta que en Alamar se convirtió en una tradición, y la gente se la desquitaba con los que llegaban nuevos, unos se encabronaban, otros se reían, en definitiva había motivos para ser felices, se guardaba corriendo todas las mierdas traídas, pero se contaba con un hogar nuevo. 

En nuestro edificio solo se había colado una familia, mientras no lo declararan habitable, los niños no tenían derecho a asistir a las escuelas del barrio, ni tampoco podíamos trasladar nuestra libreta de racionamiento porque exigían el contrato de la casa, así, los viajes a Santos Suárez serían con mucha frecuencia. Ese maravilloso día, yo tenía en el bolsillo solamente cincuenta centavos, me alcanzaba para dar cinco viajes en la guagua y poder moverme para pedir dinero prestado. Contábamos con una hornillita eléctrica de fabricación casera, no habían cocinas en ninguna parte, entonces mi esposa terminó de cocinar aquellos frijoles, en lo que yo armaba las camas de los niños. Muy alegres comimos con el plato en el piso, todos reunidos en el medio de la sala, no teníamos juego de comedor tampoco, ordenando un poco las cosas nos sorprendió altas horas de la noche, de verdad que me sentía extremadamente cansado, entonces, opté por tirar nuestro colchón en el piso de nuestro cuarto hasta el siguiente día. Ninguna dificultad impedía la felicidad que llevaba dentro, no teníamos con qué celebrar el acontecimiento, pero mi esposa se acordó que había comprado por la libreta una botella de Vino Seco de cocina, la abrimos y servimos en vasos con hielo y azúcar, aquello nos supo mejor que el más excelente champán del mundo. Después de ocho años viviendo con nuestros hijos en el mismo cuarto, esa noche podíamos desnudarnos con plena confianza, descubrir nuestros cuerpos casi olvidados y hacer el amor como Dios manda. Esa fue una de las noches inolvidables de mi vida.  

A los pocos días llueven las visitas, llegan los amigos, los familiares, los conocidos, todos quieren conocer el barrio y el apartamento. Los que continúan en desgracia no paran de exclamar desde que entran, a veces da mucha lástima, sobretodo, para el que ha vivido en esas condiciones infrahumanas. Una costumbre muy usada en Cuba es expresar, "Que bueno está el apartamento que te dieron", " Me dieron tal cosa por la libreta", "Me dieron un televisor por el sindicato", etc, etc. Para los cubanos todo se lo dieron, como si fuera gratis, así, por tu cara de lindo, pero cada vez que oía esas expresiones, era como si me dieran fuego en el fondillo, yo siempre saltaba como una fiera, "A mí no me han dado nada, lo he tenido que trabajar muy duro y pagarlo". No estaba mintiendo en lo absoluto, en la microbrigada tenía una jornada de trabajo de diez horas diarias, de ellas solo me pagaban ocho, se consideraban voluntarias después de las diez horas, esas jornadas incluían los sábados y estos no se pagaban. Los Domingos, había que asistir a los trabajos voluntarios que programaba el Partido, cuando digo que había que asistir, se supone que esto le quitaba el significado de voluntariedad, pero no asistir restaba posibilidades de obtener la vivienda. Las personas en esos casos se encontraban agarrados en una trampa sin salida. En el caso de los marineros, teníamos asegurada nuestra vivienda al finalizar la obra, pero en los distintos centros de trabajo, había que discutir el derecho a la vivienda por los méritos laborales y revolucionarios. Había personas que se pasaban mas de nueve años trabajando en la construcción, cuando llegaba el momento de la celebración de esas humillantes asambleas, no importaba si ese trabajador tenía acumulado 2000 horas de trabajo voluntario, se la podía ganar uno cualquiera que tuviera los méritos que estableció el comandante. No importaba si el trabajador vivía hacinándose en un cuartucho con cuatro hijos, la vivienda podía ser ganada por un soltero de acuerdo a los méritos mencionados, el trabajador y los hijos debían continuar con su dolor, eso no le importaba para nada al gobierno. Por esta razón y muchas otras siempre he dicho, que ese sistema es una fábrica perenne de enemigos. En esos casos conocí a muchas personas, incluyendo a viejitas, por las microbrigadas desfilaron todo género de gente, desde obreros hasta profesionales, mi brigada estaba compuesta por marineros, Oficiales, maquinistas, Capitanes, ingenieros, etc. Todos con un problema común, la vivienda. 

Disfruté muy poco de mi nuevo hogar, salí como Segundo Oficial a bordo de la motonave "Pepito Tey" antiguo "Marble Island", aquel que salió huyendo de Chile cuando el golpe de estado. Era un barco viejo pero el viaje me convenía, salimos para Japón, donde podía comprar algo para la casa. En ese tiempo solo nos pagaban un dólar diario y para desgracia, fue uno de los viajes más rápidos que di a ese país. Descargamos y cargamos en Tokio en menos de dos semanas, por lo que el viaje de ida y vuelta solo se demoró dos meses y medio, que representan unos setenta dólares. Dinero con el cual no pude hacer casi nada, ya que los precios estaban por las nubes. Me asombró de ese viaje, que en varias tiendas los japoneses nos botaran a la calle, yo había estado allí con anterioridad y siempre me llevé muy buena impresión del pueblo japonés, pero las cosas habían cambiado para nosotros. Erramos unos indeseables y yo desconocía los motivos, pero al regresar al barco esa noche, pude comprenderlo. Un policía llegó a informarnos que tenían a un tripulante detenido por el robo de una bicicleta, ese tripulante era un recién graduado de la Academia Naval, aquella bicicleta le costó sus cuatro años de estudio. De noche salían en bandadas para cometer sus delitos, hurtaban cualquier cosa, bicicletas, paraguas, coches de bebé, equipos que a veces tenían los japoneses en las puertas de sus casas, etc. Otros grupos partían en dirección al basurero de Tokio, que se encontraba en la zona del puerto, allí, durante toda la noche, se sumergían en las montañas de basura y antes del alba, regresaban con sus trofeos. Fue aquí cuando aprendí a decir que yo era puertorriqueño, me avergonzaba profundamente confesar que era cubano, y esta práctica la llevé a cabo durante muchos años posteriores. Para salir a la calle me vestía siempre de traje y me colgaba mi cámara fotográfica al hombro, no salía con nadie y en caso de hacerlo, le exigía que fuera bien vestido. Las tripulaciones se convirtieron en unas turbas de facinerosos ladrones, de muy mal aspecto. Todavía se pueden ver en esas condiciones cuando arriban a Montreal, yo los distingo a varias cuadras de distancia. 

Los muchachos se pusieron muy contentos con el televisor a colores que les llevé, casi nadie en Cuba los poseía, en ese año eran muy pocas las transmisiones a color también, hablo del año 1981. Poco llevé ese viaje pero al menos tenía dinero, pues en la flota habían establecido un nuevo sistema de salario y comencé a ganar por encima de los quinientos cincuenta pesos cubanos, un ingeniero en ese entonces solo cobraba trescientos pesos. Los pocos días que permanecí en La Habana, los empleaba en comprar comida y de vez en cuando nos reuníamos con amistades para celebrar algo, en realidad, siempre que estábamos en tierra lo festejamos. En casa de los marinos no falta el alcohol y cuando era posible, las cervezas. 

Uno de esos días, me encontraba parado en el balconcito viendo las caras nuevas, ya el edificio se encontraba totalmente ocupado, una parte era formada por los marinos y la otra, por gente entre las que se destacaban algunos muy pobres, los contrastes se podían observar a la hora que los niños jugaban en el jardín, unos cuantos exhibiendo los trapos traídos por los padres del extranjero, los otros, con los trapitos gastados que les daban por la libreta. Entre los marinos, algunos nos manteníamos a distancia, después de los problemas que habíamos tenido durante la construcción, varios militantes no permitían que sus hijos se mezclaran con hijos de gente simple, a los que ellos consideraban desafectos, como si los niños pudieran llevar la ideología de los padres, entonces, solo se relacionaban con hijos de militantes. Puedo dar nombres de ellos, pero sería concederles un mérito de acuerdo al criterio de su Partido. Algunos de estos personajes se encuentran en el exilio, pero en mi criterio, forman parte de los héroes escondidos que Fidel ha regado por acá. 

Ese día en cuestión, vi salir de la escalera que me quedaba a la derecha, a un muchacho que no llegaba a los veinte de edad según su apariencia, era mulatico clarito, bien parecido, pero se desplazaba con dificultad y falta de práctica con la ayuda de dos muletas. Al joven le faltaba una pierna, no recuerdo cual de las dos, el primer sentimiento que me dio en ese momento, fue de una profunda lástima. No lo conocía, no sabía en cuales condiciones había perdido su pierna, pero solo de verlo tan lleno de vida en esa situación, me produjo un verdadero dolor. Si en ese momento el que hubiera pasado fuera un viejo, es muy probable que no me llamaría tanto la atención, pero aquel joven estaba en la flor de su vida. No miraba a nadie, su vista iba fija al suelo, marchaba serio, evadía cualquier encuentro con los ojos que lo seguían, quizás huyendo a las expresiones de pena por parte de gente a la cual no conocía, escapaba tal vez a las inoportunas interrogaciones, quién sabe lo que pasaba por la mente de aquel muchacho. Después lo volví a ver en distintas ocasiones, siempre igual, silencioso, serio, cabizbajo, triste y con la mirada fija al suelo. Con mucha dificultad descendía unos escalones para llegar al nivel de la acera, entonces, en la esquina de nuestro edificio doblaba en dirección a la calzada, es probable que iría a tomar la guagua, también podía ser que se llegara al Policlínico, nunca se me ocurrió seguirlo disimuladamente para saber su destino, aquello no me interesaba. 

Pocos días después partí para Europa, a la salida de Argelia, explotó nuestra máquina principal y tuvimos incendio a bordo, gracias a Dios no hubo heridos en aquel accidente de gran magnitud, creo haberle salvado la vida a un nuevo tripulante, quien presa de pánico se quería lanzar al agua, resultó, que el hombre vivía en la misma cuadra de mi mamá, ese es de los que nunca me olvidarán, no era mal muchacho. La reparación de aquella avería nos llevó mas de dos meses en Barcelona, increíblemente pasamos hambre estando en puerto, los víveres se fueron agotando y Cuba no enviaba dinero para nuevas compras. Posteriormente cargamos en Tarragona y Bilbao, el viaje se llevó unos cuatro meses de duración. 

A mi regreso, los vecinos estaban más familiarizados, realmente en Cuba no es necesario mucho tiempo para ello, la gente se conoce en las reuniones de los Comités de Defensa, en las reuniones de padres en las escuelas, en las reuniones de la Federación de Mujeres, en los trabajos "voluntarios" en los jardines, en las maniobras de guerra, en las colas de las bodegas, en las colas del policlínico, en fin, hay un millón de lugares para establecer relaciones, pero todo esto trae también sus inconvenientes, poco a poco se pierde la privacidad, porque los vecinos van participando activamente en los acontecimientos de tu vida. Llegan a saber que comes, que bebes, que robas, que compras en la bolsa negra, cuando tiene la regla tu mujer, cuando tiemplas, a quién le pegan los tarros, que colores tienen los blumers de tu mujer, quienes son tus familiares, quienes son tus amigos, etc. Son gente a las que la miseria ha unido, Cuca le pide sal a Margot, Teresa le pide un poquito de azúcar a Teté, Muma le pide una colada de café a Chichi, Cuqui le pide algodón a Vanesa para su regla, y así es todos los días. Los muchachos ya habían seleccionado a sus amigos de la escuela, y estaban muy bien adaptados al barrio. Ese viaje pedí vacaciones pero me fue negada, entonces los pocos días que estaríamos en Cuba, lo hacíamos como siempre, celebrando cualquier cosa, era para lo único que servíamos, para celebrar, para beber y para templar como si fuéramos sementales, teníamos vista corta y nunca veíamos que a nuestro alrededor, las cosas se hundían por su propio peso, avanzábamos como el cangrejo, un paso pa`lante y tres pasos pa`tras, pero allí nos encontrábamos listos para dispararnos nuestra botella de ron, y fajarle el culo a la primera hembra que se cruzara en nuestro camino, ese era el sentido de nuestras vidas y no nos dábamos cuenta. 

Otro de esos días volví a ver al muchacho de las muletas, pero ahora andaba con una prótesis, por lo menos se podía disimular la falta de aquel órgano, y ahora avanzaba con más practica con el uso de las muletas. Iba acompañado de su mujer, una hermosa y muy joven mulata bien clarita, de un cuerpo fenomenal y con un andar muy exótico, ese andar típico de Cuba, donde las mujeres mueven el culo con mucha elegancia, para atraer la vista de todos los machos, se puede distinguir sin dificultad, ese sube y baja que cada nalga al andar, así marchaba ella junto al marido. Cuando la oí hablar, pude comprender que era de origen oriental ella, el muchacho no abría la boca para nada, aunque, se notaba un poco más animado que la vez anterior, pero siempre mirando hacia el suelo, como evitando tropezar con algún obstáculo, su rostro no podía esconder la tristeza que llevaba en el alma y a los pocos segundos, desaparecían por el mismo camino de siempre. 

En esos días la volví a ver con una jabita en la mano en dirección al mercado, pude mirarle su rostro juvenil, tendría menos de veinte años igual que su marido, sus ojos eran ligeramente achinados, no se podía negar que aquella pieza debía ser un exquisito manjar, siempre mi vista iba a parar en el movimiento de su culo, esto era algo inevitable para los cubanos, cuando veíamos a una mujer, nuestro primer encuentro visual era con su trasero, como si buscáramos el lugar perfecto para poderla inyectar, esto es casi un vicio, cuando nos llegaban de frente, siempre le mirábamos las tetas, luego íbamos bajando la vista hasta las canillas, y cuando nos pasaban por el lado, teníamos la obligación de girar la cabeza para completar nuestro chequeo, casi nunca, nos acordábamos de su rostro. 

Le pregunté a mi esposa por esa original pareja de jóvenes, me dijo; que el muchacho había perdido la pierna por una mina en Angola, donde estuvo pasando el Servicio Militar. Aquello me produjo mucho más pena, pensé que al menos éste, solo había perdido una pierna, muchos otros, sus madres no lo habían podido llorar aún en sus tumbas, todavía permanecían cubiertos por una tierra ajena, hasta que al tipo le diera la gana de devolvérselos a sus familias. Recordé a aquellos que viajaron conmigo durante la guerra, hacía seis años de aquel acontecimiento, muchos no regresaron. En la medida que pasó el tiempo, la gente se cansó de esa loca aventura y se negaban a partir, por ello, el gobierno se dio a la tarea de captar a jóvenes del Servicio Militar, a los que se le ofreció pasar este período en solo dos años, cuando en Cuba eran tres, y se les pagaría un salario de $250 pesos, mientras en Cuba solo ganaban siete pesos mensuales. Muchos de estos muchachitos cayeron fulminados por la oferta y partieron, no era para menos, en esos tiempos un Médico solo ganaba $231 pesos. Como sucede siempre en la juventud, no se analizan las adversidades, solo se miran las ventajas, pero creo, que parte de la responsabilidad en esas muertes las tienen los padres. A mi hijo trataron de captarlo para esa aventura, y no solo me opuse firmemente, le hablé de todo, de mucho, del sistema que había en Cuba y le dije, que yo lo mantenía todo el tiempo que fuera necesario, pero, que a él no se le había perdido nada en ese país, que esa guerra no era nuestra, hasta que al fin lo convencí. 

Cuando regresé del próximo viaje, la mulatica estaba embarazada, se veía linda con su barriguita, hasta que se convirtió en un barrigón y con el tiempo explotó. Tuvo una hembra, pero ésta no salió tan clarita como el padre ni la madre, nació bien negrita y algo feíta, con la nariz algo chata y el pelo bien duro, de los que llamamos "pasa". Yo partí de nuevo en mis viajes, me ausentaba durante meses, años, tiempo que era empleado por la niña para crecer, no mucho, pero crecía, hasta que su equilibrio y la madre le permitieron jugar en el jardín.  

En otra de mis vacaciones, noté la ausencia del soldadito, ya la niña asistía a la escuela y su madre continuaba hermosa, conservaba aquella juventud maravillosa, su cuerpo ahora era de mujer, más ancha de caderas y el busto bien pronunciado. Un día, estando yo en el jardín, chapeando alrededor de las matas de rosas que tenía sembradas muy pegadas a mi pared, América, que así se llamaba la mulatica, me pidió de favor que subiera a su apartamento, para que le revisara la cocina de kerosén, tenía la manivela de una hornilla en la mano cuando me abrió la puerta. Cuando entré, pensé estar en otro mundo, quizás en el Cuarto Mundo. Su apartamentico estaba constituido por un cuarto, en el mismo espacio que ocupaba mi sala comedor, el de ella era sala cocina y baño. Nosotros bautizamos a esos apartamentos como los mutilados durante la construcción, eran buenos para personas solteras, pero eso no era lo importante. Tenía la puerta del cuarto abierta y pude ver en su interior una "columbina", así le llamamos a un bastidor con cuatro patas, encima de ella una colchoneta cubierta por una vieja sábana, en una de las esquinas del cuarto había un palo colocado de pared a pared, donde se encontraban colgados tres o cuatro percheros con ropa muy usada, en la sala, solo existía una mesa de construcción casera y dos sillas bien maltratadas, fuera de todo esto, solo poseía la cocinita de kerosene, cuyo aspecto delataba haber pertenecido a otras personas. La pobreza en aquel hogar era extrema, muchos me dirán que exagero en mi asombro, que existen muchos lugares más pobres en el mundo, y estoy totalmente de acuerdo con ellos, yo he visitado esos lugares y soy testigo de su pobreza, pero en Cuba habían pasado bastantes años, los suficientes para que estos desaparecieran, si teníamos dinero para las guerras, el dinero debió ser suficiente para eliminar la pobreza de nuestro pueblo, esa era la razón de mi asombro. 

Su apartamento estaba impecablemente limpio, no tenía nada que diera motivos a la acumulación de polvos o basuras, solo eso, aquella destartalada mesita. Le arreglé la manivela a su cocinita y me marché, luego, comenté lo visto con mi esposa y le pregunté por el soldadito. 

Se comenta mucho, me dijo, unos dicen que el hombre se marchó porque no consideraba a la niña como su hija, otros dicen que América lo dejó, porque al pobre solo le pagaban unos sesenta u ochenta pesos como mutilado de guerra, eso es todo lo que se debate en el vecindario, la verdad es que vive en una absoluta pobreza, pero ella saldrá adelante, para eso es joven y bonita. Eso fue todo lo que me dijo de aquel matrimonio deshecho. 

Yo siempre iba con mi mejor amigo a tomar unas cervezas a un lugar conocido como "El Golfito", estaba a solo unas cuadras del edificio, allí había un bar-restaurante con muy mal servicio y ofertas, era un verdadero desperdicio, ya que se encontraba en un área muy bonita, con vistas al mar y al pueblo de Cojímar, poseía una frondosa arboleda, donde uno podía sentarse a conversar y disfrutar un poco de la naturaleza. Fuera del restaurante existía una pipa o tanque dedicado a la venta de cerveza a granel, este tanque se encontraba en una rústica y mal construida caseta, tanques como éste, solo existían dos en Alamar, que para ese entonces contaba con una población superior a las ochenta mil personas, razón por la cual, en muchas oportunidades era casi imposible tomarse una cerveza, pues las colas eran fenomenales, formada por gente irritada, agresiva, con cubos en las manos y cuanto artefacto sirviera para llevar la cerveza, que luego se calentaba y no quedaba mas remedio que beberla en esas condiciones. Debo aclararles que esa cerveza era además de pésima calidad, un día daba diarreas, otro día te provocaba un fuerte dolor de cabeza, y cuando menos, te daba una sed tremenda después de la resaca, entonces bebías mas agua que un camello. Esa era la única oferta que teníamos los trabajadores, con los salarios tan bajos de la gente, que no les alcanzaba para comprar la comida del mes, no podían remotamente, pensar en ir a cualquiera de los restaurantes de la ciudad, donde los precios estaban fuera de su alcance. 

Como nos encontrábamos de vacaciones, casi siempre nos llegábamos hasta El Golfito en horas laborables, y no teníamos inconvenientes para beber la cerveza que nos diera la gana, ya después de las tres, aquello era casi imposible. Nos sentábamos debajo de la arboleda a beber tranquilamente aquel líquido, que sabíamos tenía efectos secundarios muy variados, pero eso no nos importaba, éramos medio masoquistas, lo nuestro era beber y templar, esa era la vida. Casi siempre coincidíamos con otros marinos, no era de extrañar, la marina poseía alrededor de veinte edificios en ese barrio, siempre el tono de las conversaciones era suave durante la primera perca (Vaso grande de cartón encerado), a partir de la segunda perca, ya sentíamos los efectos del alcohol, se elevaba el tono de la voz y en muchas oportunidades, le dábamos libertad a nuestra conciencia para que pudiera hablar, creo, que ésta es una de las pocas oportunidades, en las cuales el cubano se expresa tal y como es verdaderamente, en su borrachera o proximidad a ella, se desahoga y suelta todo lo que lleva por dentro, es cuando le dice mierda a la mierda. Después que la borrachera pasa, se arrepiente de lo que dijo y comenta con los amigos; "Coño, voy a tener que dejar de beber, me da por decir muchas mierdas". Así, se mantiene temeroso y auto reprimido durante varios días, con el miedo a ser delatado por alguno de los presentes. Por eso, el día que quieran oír la verdad sobre lo que sucede en ese momento, no duden en oír lo que dice un borracho en Cuba, o cuando oiga decir, que fulano habla mucha mierda. En ese país, la verdad es considerada mierda y en oportunidades, quienes la dicen son calificados de locos. 

En esas alcohólicas tertulias debajo de la sombra de los pinos, empezamos a hablar mierdas de nuestra Empresa, esa era la constante para comenzar los debates, luego pasábamos a mencionar a los Capitanes hijoputas, los sancionados, los presos por contrabandos, siempre se evadía el tema político. Tocábamos el tema de los precios de los artículos en la bolsa negra, el precio del dólar, etc, pero todos evitaban tocar el relacionado con la situación del país. Nadie confiaba en el compañero que estaba sentado al lado de uno compartiendo en esos momentos, siempre se temía la delación. Por último llegábamos a otro punto muy comentado y temido por los marinos, me refiero al asunto de los tarros (infidelidad), donde casi siempre la mujer era la mala. En la marina mercante cubana, le pegaban los tarros a un tripulante, y esa noticia le daba la vuelta al mundo en lo que canta un gallo. Los telegrafistas eran los encargados de difundirlas, en sus comunicaciones diarias, imaginen que uno se lo decía a un barco que estaba navegando por el Pacífico, éste se la pasaba a otro que se encontraba por el océano Indico, éste, a uno situado en el mar Negro, etc. Así, lo llegaba a saber toda la flota, menos el tipo afectado. 

Una de esas mañanas salió a coloquio, la imagen de la mulatica América, todos le encontraban algo distinto que la convertía en más atractiva, sus virtudes a esa hora, eran exageradas por los efectos de la cerveza de pipa y todos la deseábamos, mas adelante otro habla sobre la niña. Coño, está duro eso de tragarse que la niña es del cojito, los padres son mulaticos claritos y la chamaquita salió bien atrasá. Después de su exposición, los criterios fueron muy variados, unos decían que eso podía suceder, que les podía salir lo de negro desde no se sabe cuantas generaciones, otros se inclinaban por el tarro, entonces los debates se dividieron en estas dos posiciones, unos luchaban por hacer valer sus criterios, otros se oponían tenazmente, al final, todos gritábamos y nunca llegamos a un acuerdo, así sucede cuando hay mas de un cubano. 

Quedó muy claro ese día, los deseos de los presentes por agarrarle el culo a la sabrosa mulata, que carajo podía importarnos la niña, ni el cojo, ni su pata, si la perdió ese era su problema, el nuestro era beber y templar, aquella mulatica estaba muy buena para eso, después la vida seguiría su curso, nosotros continuaríamos viviendo y bebiendo, esa era la vida. ¿Qué lográbamos pensando tanto y rompiéndonos la cabeza? 

En la medida que pasaban los minutos de nuestras vidas, sentía que nos convertíamos en más miserables, la vida perdía muchos sentidos y casi nada era importante, parte del tiempo que nos restaba del que empleábamos en tratar de buscar alimentos, era el ideal para nuestro principal pasatiempo, nos convertíamos en borrachos, no hablo de un grupo sentado debajo de unos pinos, me refiero a una nación que deseaba estar embriagada, nadie miraba a su alrededor por miedo, todos callaban, así, en estos años, nos convertimos en los mejores cómplices de tanta destrucción. La lucha por ser honesto se hacía cada día mas dificil, era un deber robar para poder sobrevivir, la verdad nos causaba terror, era mas sencillo salir a desfilar con banderas. 

La mulatica siguió allí, se puso mucho más buena y la gente era feliz de poder mirar su culo cadencioso al andar. ¿Qué otra dicha podíamos pedir? ¿Quién se acuerda del soldadito? Tal vez con expresiones poco humanas. ¡Que se joda el infeliz!, así es la vida, el muerto al hoyo y el vivo al pollo. Infeliz, esa es la verdadera palabra, perdió su pierna por un lamentable error, no solamente de los padres, de sus ligeras conclusiones, de su inmadurez, error. Pero que fue de todos y de uno, porque todos fuimos culpables y lo somos, que sigan hondeando las banderas y se llenen las plazas, nunca faltarán esos infelices soldaditos. ¿Pero quién se acuerda de él? No solamente de mi vecino, de aquellos que no regresaron vivos. ¿Sus padres? Es posible que muchos estén muertos, por eso han pasado a las páginas del olvido. 

Lo perdió todo, la pierna, la casa, la mujer, la juventud, la alegría de vivir, de bailar, de correr, para ser pagado solamente con sesenta u ochenta pesos, como si con esa lismosna viviera una persona en Cuba. Tal vez tenga guardada en el escaparate las medallas que le otorgaron, acompañadas de sus correspondientes diplomas. ¿Para qué servirán? Quizás en una de esas borracheras, para usarlas de broma, puede ser también, que las use para llorar. Mientras tanto, nosotros seguiremos con nuestra mirada fija en el trasero de América, luego exclamaremos, ¡Que buena está esa mulata! Como si nunca hubiera pasado nada, como si nunca hubieran existido nuestros muertos, porque a solo un minutos de nuestras vidas, no ha pasado nada, ese espacio de tiempo fue ocupado por fantasmas. Que vergüenza, aquello pudo haberle pasado a mi hijo. 

Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá 
04-12-1999.