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Muchos de los que intentaron salir de Cuba en frágiles embarcaciones, nunca llegaron a su destino. Unos murieron devorados por los tiburones, otros de hambre, deshidratación, insolación, hipotermia, algunos, sencillamente ahogados. Lo que se desconoce hasta ahora, es la cantidad de estas víctimas, que murieron asesinados. Un día, un grupo de 8 jóvenes, entre ellos dos menores, se lanzaron al mar desde las costas de la barriada de Alamar, situada al este de la ciudad de La Habana. Estando a mas de 20 millas de las costas cubanas, una lancha griffin de las tropas de guardafronteras cubana, los colisionó a toda máquina con el propósito de asesinarlos, la presencia de un barco mercante les salvó la vida. Eso es la historia narrada por uno de los sobrevivientes. |
Estaba sentado en
un avión y no podía creerlo, me refiero a uno de esos grandes
aparatos a reacción. Cuando un cubano se monta en uno de esos monstruos,
se dirige a cumplir una misión del gobierno, forma parte de una
delegación, en raros casos, sale con una carta de invitación,
y el resto, sale de la forma en que me fui yo, sin el ticket de regreso.
Todavía se encontraban abordando los pasajeros y el calor era espantoso, yo sudaba copiosamente, pero creo, que lo hacía por nerviosismo, en nuestro país de nada sirve que todo se encuentre en regla, puede suceder cualquier imprevisto. Es por ello, que uno nunca se siente seguro, y para el que se marcha, no lo estará hasta que no aterrice en el punto de su destino. Todos sabemos y conocemos muy bien estos fenómenos, no habrá una explicación y ante cualquier pregunta, la respuesta que siempre se tiene a mano es; “Este es un asunto del Estado’, que traducido a nuestro lenguaje, el cubano lo interpreta como un asunto de la Seguridad del Estado, entonces allí mismo se acabaron las preguntas sin respuesta. Así como te lo digo, muchos aviones eran ordenados a aterrizar, después de varios minutos de vuelo, sin que mediara ninguna explicación con los pasajeros. Por eso nuestro temor hasta que no llegáramos a nuestro destino, todo se podía malograr, si por una de esas casualidades de la vida, a ellos les hacía falta un asiento en ese vuelo, para algunos de los miles de funcionarios, que mantienen en el extranjero. Miraba por la pequeña ventanilla al edificio de la terminal aérea, cuanto sacrificio cuesta lograr entrar allí como lo hice hoy, por eso mi fundado temor a que sucediera algo anormal, y mis deseos incontenibles porque todos acabaran de embarcar, para que cerraran aquella puerta, que me aislara de una vez por todas de ese infierno, en el cual me había tocado vivir durante mis treinta y tres años. Fueron varios meses de papeleos constantes y pagos en dólares por ellos, soportando miradas desafiantes, cargadas de odio, muestras de desprecio, provocaciones en las que no caí por no ser tonto, cada vez que me encontraba con esos esbirros funcionarios, me acordaba de la cárcel y contaba hasta cien, le pedía a Dios que me diera toda la paciencia del mundo para tolerarlos. Ellos no se distinguían en nada a los delincuentes presos, que cuando se enteran que vas a salir en libertad te provocan, para que cometas un delito y se te prolongue el cautiverio, eran tan degenerados como aquellos, solo que estos tenían uniforme pero de distinto color al de los presos. En el trato con ellos desaparecía la palabra compañero, ahora me llamaban por mi nombre, algunas veces, sencillamente ciudadano, desde ese entonces, pasaría a engrosar la larga e interminable lista de los traidores a la patria, la de los gusanos. No sabes cómo me alegraba aquello, pero siempre he sido un hombre soñador, yo sé que un día regresaré, ese día lo haré con dólares, para comprar el trato que me merezco como ser humano, de la misma forma que tratan a los turistas, y no solo a ellos, de la misma manera que lo hacen ahora con los de la comunidad, con aquellos a los que un día humillaron cuando se iban del país y trataron como perros. De verdad, quisiera estar dentro del pellejo de cada uno de esos esbirros, para saber que sienten, cada vez que llegan a Cuba algunos de sus conocidos, y los tienen que tratar como señores, solo por sus dólares, no sé si podrán entender algún día su derrota. Después que todos tus papeles se encuentran en regla, comienzas a comprender lo afortunado que eres, casi toda la gente que conozco, quisiera estar en esos momentos en mi lugar, a partir de entonces, hasta el trato cambia, la gente te considera de una manera distinta, algo así como si fueras superior a ellos, quienes, se resignan a cargar con sus desgracias y aun sin salir del país, te vas sintiendo más persona. Todo el mundo se alegra con tu dicha y cada saludo es una sonrisa, acompañada de los más sinceros deseos porque triunfes algún día, otros, te miran con envidia y no son pocos los que te lo manifiestan. Como quiera que sea, yo era un dichoso y la mayoría lo sabía. El día anterior a mi partida, en casa de mi vieja, mis amigos me celebraron una despedida, es algo inexplicable, pero sucede siempre que alguien se marcha del país. La gente festeja el acontecimiento como algo grande, todos ignoramos, que esta puede ser tal vez, la última oportunidad en que nos podamos ver, ese día lo comprendí y me acordé de este detalle, a muchos les ha sucedido, pero más que nada, lo vi reflejado en el rostro de mi vieja. Ella trató de fingir todo lo que pudo para que yo me marchara contento, pero en el fondo de su ser, debió estar sintiendo todo lo contrario. Nadie es capaz de comprender los sacrificios que puede hacer una madre por un hijo, yo sabía que a ella le dolía en el alma mi partida, como también, que lo hacía por querer tenerme lejos pero vivo, en Cuba, tarde o temprano yo volvería a reincidir, hoy o mañana volvería correr riesgo mi vida, por ello, mi madre no tenía muchas alternativas para escoger. Trajeron a mi hijo para que compartiera esas últimas horas conmigo, habían contratado a un buscavidas, para que filmara un video que sería enviado a mi hermano en Canadá, en él cada cual expresó de forma espontánea lo que quiso. Todos vistieron sus mejore trapos, hasta mi vieja, pero de nada servía, cada cual usó sus viejas y gastadas sonrisas. Yo trataba de abarcar con mi mirada todas esas ropas, esas caras, las paredes de la casa de mi vieja, hasta el más mínimo detalle que pudiera ser recordado durante muchos años; a todos les debe pasar lo mismo. Hoy, hace muy poco tiempo todavía, pero estoy seguro, de que los recordaré en esas posiciones, inmóviles, como parados por el tiempo, hasta el último bocado de aquella humilde comida, la botella de ron que nunca falta en la mesa de los cubanos y el traguito de café que preparó mi vieja, algo amargo, como estos recuerdos que guardo como mi tesoro mas querido y preciado. Ya cerraron la puerta del avión y la gente se iba acomodando, las aeromozas no paraban en su ir y venir por el estrecho pasillo, distribuyendo sonrisas amables, tal vez eran falsas, pero formaban parte de su trabajo y resultaban encantadoras para aquellos que no estábamos acostumbrados a un trato bueno. Entre los pasajeros, había muchos de la comunidad que regresaban después de visitar a sus familias, estos eran los más serenos, por su conducta se podía distinguir que ya estaban acostumbrados a estas aventuras. Los otros, los que viajábamos con el ticket de ida solamente, nos encontrábamos tranquilos, nerviosos, inseguros, tristes, alegres, mirándolo todo, ya sea dentro o fuera del avión, solo los niños a bordo se sentían alterados por la novedad de viajar en esos aparatos, todo lo querían tocar, encontrándose con los constantes regaños de sus parientes. Sentí un ligero ruido en las turbinas, comenzando el ligero movimiento de la nave, por la ligera ventanilla se podía ver muy poco, en realidad yo no podía ver más allá de la imagen de mi madre y los abrazos de mis hermanos y amigos. La vieja fue muy fuerte hasta el momento de mi entrada al interior del aeropuerto, allí desahogó las lágrimas que tenía reprimidas desde el día anterior, no las he podido secar de mi hombro, yo la comprendía y ella siempre me comprendió a mí, ésta era la segunda dolorosa despedida que hacía en su vida, desde ahora, nuestra familia estaría dividida en tres países, Cuba, Canadá y los Estados Unidos, desde ahora, sus posibilidades de sobrevivir aumentaban, ya dejaba de estar dependiendo solamente de mi hermano, salían dos brazos fuertes a luchar por ellos y compartir ese peso. El avión se dirigió lentamente hasta la cabeza de la pista, yo no hablaba ni atendía las indicaciones que las aeromozas le daban a otros pasajeros, me puse el cinturón de seguridad sin quitar la vista de la ventanilla, tenía un nudo muy fuerte que me apretaba la garganta, el corazón me latía a un ritmo desacostumbrado y mis ojos se humedecieron, pero puse todo mi empeño en contener las lágrimas que se avecinaban, no quería empañar algo que tanto había deseado, hoy estaba a punto de abandonar el infierno. Nadie puede imaginarse la extraña mezcla de sentimientos que invaden a un cubano cuando abandona su patria, no saben muchos, cuanto duele abandonar esa pequeña isla, nuestra gente, la familia, el mar, al cual siempre he estado atado, el ron, sus mujeres con su especial manera de hacer el amor. No saben cuanto odio llegué a sentir por todo esto y cuanto cariño siento al abandonarlo. Desprecio, indiferencia, rechazo a todo lo cubano, vergüenza de serlo, de vivir con dos caras, amaba a mis amigos y luego, cuando participaban en alguna concentración del gobierno, no deseaba mirarle las caras, los detestaba, no comprendía qué era lo que les pasaba, siempre han vivido con miedo a perderlo todo, siempre me pregunté qué perderían si no tienen nada, pero allí en esa tierra a la que odiaba y amaba al mismo tiempo, la nada vale algo al parecer, debe ser el aire que se respira, es lo único que posee un cubano como suyo, quizás la aparición del sol en cada mañana, o las estrellas en la noche, son las cosas que no nos han podido quitar, deben tener un poder embrujador muy grande para mantenernos tan atados a ellas. El pensamiento y los sentimientos del cubano son hoy en día un enigma, tan difícil de desentrañar, que ni nosotros mismos lo comprendemos, nuestras vidas se han reducido a una eterna duda, eso es lo que somos, solo huecos vacíos, que demoramos años en llenarnos, para comprender que a nuestro alrededor todavía existe una vida, donde el miedo debe ser vencido, si es que se quiere vivirla. Manolo no había dejado de hablar ni un solo instante, hizo una pausa milagrosamente, yo no me atrevía a pararlo, sabía que necesitaba desahogarse, eso me sucedió muchas veces durante mi proceso de adaptación en Canadá, allá está estudiado, que esa sistemática incorporación al seno de la nueva sociedad, puede durar hasta seis meses o más, creo, que aquí en Miami le será mucho mas llevadera y ese tiempo se acortará, casi todo lo que le rodea lleva un dulce sabor a cubano. Nos encontrábamos en el patio de la casa de sus suegros, sentados bajo la sombrilla de una mesa utilizada para hacer barbacoas, él me había traído café después de brindarme una helada cerveza, siempre he tenido la costumbre de tomarme el café en pequeños sorbos, como para mojarme los labios solamente, alternando esto con la cerveza, gusto extraño que la gente no comprende, pero que a mí me causa placer. Manolo fue por otras dos cervezas, era la segunda vez que nos reuníamos, yo lo conocía desde hacía varios años, él también me conocía, pero nunca nos habíamos visto en persona, su historia me era muy familiar, ya la había escuchado muchas veces de boca de mi hija, pero me encontraba asombrado por las palabras de este joven, tenía la sensación de estarla oyendo por primera vez. Me sentí atraído por lo que me contaba, la sinceridad con la cual expresaba todo lo que cargaba dentro de su alma, y aquello me empujó a escribir estas líneas sin que él me lo pidiera. Creo que vale a pena, el mundo sepa de estas páginas desconocidas de los cubanos y del régimen que los gobierna. Junto a nosotros se encontraban las niñas, dos preciosas nenas que no se cansaban de mostrarme sus muñecas, las tenían dentro de un enorme cajón, de todos los tamaños, vestidas con múltiples colores, jueguitos de cocinas, casitas en miniatura con patios y barbacoas pequeñitas, igualitas al patio donde nos hallábamos conversando en esos momentos. Las niñas se observaban felices, llegaron juntos de Cuba y eran las primeras navidades que celebraban en su vida, aquel enorme cajón guardaba en esos momentos, más juguetes de los que pudieran haber imaginado tener desde que nacieron, si es que alguna vez llegaron a tenerlos, era un cajón repleto de sueños infantiles, de imaginaciones puras, ellas no podían concebir el vuelco que había sufrido sus vidas, ahora eran niñas como debieron serlo desde su nacimiento, lejos de pañoletas, medallas y consignas. Manolo era un hombre fuerte, con la piel curtida por el mar, es posible que más aun, que la de muchos marinos que conocí en mi vida, tiene los ojos claros como su madre, su abuela y su hermano en Canadá, a primera vista parece ser un rubio pero no lo es, viene siendo lo que nosotros los cubanos llamamos “jabao”, de pelo rizado sin llegar a ser “pasa’, que es el pelo de los negros, según nuestra manera de hablar. Yo no disponía de mucho tiempo, era el 31 de Diciembre, tenía que ir hasta North Miami Beach a bañarme y cambiarme de ropa, para luego marchar hasta el South West, donde esperaría el nuevo milenio con grandes amigos de toda una vida, por ello lo presioné a que continuara con su historia. - ¿Cuándo fue que te iniciaste en el trabajo de pescar en un neumático de camión? - Desde muy joven, comencé con unos amigos del barrio, siempre he sido muy aficionado a la pesca, lo hice por placer en mis primeras salidas al mar, con un poco de temor. Nunca me alejaba más de cien metros de la orilla, hasta que poco a poco, fui perdiendo ese miedo natural, y me alejaba cada día más, hasta el extremo de llegar a alejarme de la costa cerca de una milla de distancia. Hubiera preferido pescar a bordo de un bote y no metido dentro del agua, con el consiguiente riesgo de ser atacado por los tiburones, pero bien sabes, que el carnet de pescador solo se lo otorgan en Cuba a los miembros del Minint, militantes del Partido y de la Juventud Comunista, los que no éramos nada, no teníamos derecho a pescar y cuando lo hacíamos, era jugándonos la vida con los tiburones, o cayendo por las balas de algún guardafronteras, es increíble, pero es así, viviendo en una isla rodeada de mar, teníamos prohibido pescar. Me lancé en casi toda la costa norte de La Habana, me refiero a la del Este, mis primeras incursiones fueron en la playa del Chivo, esa que queda frente a la entrada del túnel, pescábamos muy cerca de la mojonera, no nos interesaba que las aguas estuvieran contaminadas, el caso es, que allí arribaban muchos peces, para alimentarse de los desperdicios que salían del enorme conducto de aguas albañales, como siempre ha habido hambre, a nadie le importaba si aquellos pescados comían mierda o no, el caso era comer, eso es lo único que nos preocupa a los cubanos, siempre nos hacíamos la misma pregunta, qué comeríamos al siguiente día, en esta tragedia pasan los años y no nos enteramos. Mas tarde, cuando podía satisfacer las necesidades de mi casa, me dediqué a vender el pescado sobrante, era una mercancía muy solicitada, todo lo que sea de comer en Cuba, tiene una rápida salida. Así comprobé, que ganaba mucho más pescando, que trabajando para el gobierno por un miserable salario, entonces me equipé lo mejor que pude y lo mismo me tiraba frente a las costas de Alamar, Cojímar, Guanabo, Santa Cruz del Norte, etc. Con el tiempo, las especies iban desapareciendo vertiginosamente, al aumentar el hambre durante el Período Especial, la gente se lanzaba al agua por manadas, entonces en estos lugares no se pescaba nada, era pasarse toda la noche en vano metido dentro del mar, soportando hambre y frío, con la amenaza de ser devorado por los escualos. Fue por ello, que me alejé un poco de la ciudad, partíamos para un lugar conocido como Puerto Escondido, allí alquilábamos una cabañita en una base de campismo y por la noche, junto a mi hermano que hoy vive en Montreal, salíamos de faena pesquera. Una parte de las capturas las dedicábamos para mantenernos, ya que en esa base no había nada de comer, pero nos iba bien. La mayor parte de nuestro pescado era comprado por los campesinos de la zona, a ellos mismos le comprábamos más tarde, un poco de comida para nosotros y para llevar a La Habana. Tanto era nuestro desespero, que dentro del agua, así indefenso como nos encontrábamos, yo luchaba con cualquier pez, no me importaba su tamaño y no fueron pocas las veces que saqué a medianos tiburones, barracudas, dorados, petos, sierras. Eran luchas interminables, las de los animales por vivir y la nuestra, que era mucho más peligrosa, la de saciar nuestra hambre. Así nos pasábamos varios días en aquel lugar, hasta lograr acopiar un poco de dinero y comida, luego regresábamos a casa, donde la vieja recibía con entusiasmo toda nuestra valija. Mi hermano, llevaba parte de lo capturado a tu casa, creo, que resolvíamos el problema de varias familias. Durante los días de descanso, lo único que hacíamos era beber chispa de tren, no teníamos otra cosa que hacer, esas eran en resumen nuestras vidas y cuando el dinero se acababa, iniciábamos otra vez el ciclo, hasta que se convirtió en un círculo vicioso. Esas interminables y frías noches en el mar, me dieron tiempo suficiente para pensar en más de una oportunidad, que la vida debería tener otro sentido y mi vista se perdía en el horizonte, por el mismo punto, donde se habían marchado muchos de nuestros amigos, siempre miré hacia allí y siempre me decía; tienes que hacerlo antes de que sea demasiado tarde y te conviertas en un viejo, como esos que andan por ahí, encorvados con apenas cuarenta años y lo más triste del caso, sin criterios. Yo no quería imitarlos, siempre deseé ser diferente, si no le temía a los tiburones, entendía que ya nada me ataba a estar allí. Sentí como el avión se desprendía desde la punta de la pista, en una marcha cada vez más veloz, todo pasaba rápido por mi ventanilla, con la misma velocidad que se esfumaba mi vida en aquella tierra, me animaba un poco, en definitiva, estaba pasando por un trance que había soñado desde hacía mucho tiempo, mis santos no me habían engañado, por eso viajaban también conmigo, para que continuaran alumbrándome el camino. Al fin sentí como nos desprendíamos de aquella tierra y las turbinas eran llevadas a su máxima potencia, luego, el ruido que se produce cuando se guarda el tren de aterrizaje, cuando me vine a dar cuenta de mi situación, ya estaría volando sobre el parque Lenin, la vista hacia abajo se dificultaba por la presencia de nubes pasajeras, pero no pudieron ocultar esa línea que divide a la tierra del mar, era hermosa, por qué negarlo, mi tierra es preciosa vista desde el aire, qué distinta se ve desde allá bajo, cuánta miseria.- - Cualquier partida es dura, ya sea por mar o por tierra, y la tierra de cada quién debe ser hermosa, de eso no te quepa la menor duda, será bello el desierto para los árabes y cautivador los polos para los esquimales, eso es lo importante Manolo, que cada cual mire a su tierra con el amor que le proporcionan sus ojos, porque ellos son el reflejo de nuestras almas, nadie debe mirar a su suelo, ese que le dio la dicha de haber nacido, de una manera diferente, la culpa no la tiene la tierra, la tienen sus gobiernos.- Intervine para darle un poco de ánimo, parece que la nostalgia quería invadirlo. - Pero bueno, ya estamos del lado de acá, ¿crees que te puedas adaptar?- Pregunté en son de broma. - Creo no, ya estoy adaptado, el cambio es brusco, es como cambiar de la noche a la mañana, ahora estoy trabajando, lo hago duro, pero puedo vivir con un poco de respeto para conmigo mismo.- - ¿Quieres contarme de tu intento de salida en balsa?, la historia yo la conozco al dedillo, pero me gustaría oírla narrada por ti.- - Es algo que llevo clavado muy adentro, no me gusta hablar de ello, porque nunca me imaginé que esas cosas pudieran suceder en mi patria. Había oído hablar de estas cosas por Radio Martí, con sinceridad te digo, que en muchas oportunidades las creí exageradas, sin embargo, al vivirlas en carne propia comprendí la crueldad de ese sistema. Resulta, que yo viví en Cienfuegos, allí es donde vive actualmente mi hijo, yo lo visitaba con frecuencia después de mi separación con su madre, en mis últimas visitas, ya yo estaba obsesionado con abandonar la isla, de la manera que lo haría, no lo sabía, pero mi destino ya lo había escrito. En una de esas visitas me encontré con un antiguo socio, que se había robado una balsa salvavidas de un barco mercante surto en dicho puerto, la balsa venía sellada en su cápsula de fiberglas, solo había que tirar de una cuerda para que ella sola se inflara, ya había realizado mis indagaciones sobre el contenido de su interior, sabía que ellas poseían un botiquín de primeros auxilios, algunos alimentos, agua enlatada, equipos de pesca y por último, bengalas fumígenas y lumínicas para hacer señales. No dudé un solo instante, en aceptar la oferta que me hizo el socio sobre su venta, entonces me dediqué con otros amigos a colectar el dinero necesario para realizar la compra, es de suponer que todos los que aportaron, me solicitaron viajar en ella. Éramos al final ocho en total, entre ellos, dos que eran menores, de los cuales uno era hembra. El transporte de la mencionada balsa hasta La Habana, la hicimos en un auto de una persona de confianza, siempre con el temor de ser descubiertos por la policía, quienes te paran en la carretera sin motivo alguno, para registrar cualquier vehículo. Por fortuna hicimos el viaje sin contratiempo y aunque parezca increíble, a mi llegada hasta el edificio, hablé con el presidente del Comité de Defensa, para poder guardar la balsa en el sótano del mismo, como el individuo no sabía que era aquella cápsula, aceptó sin reparo. Yo estaba tranquilo, porque la única persona que tenía llaves de ese sótano era él, luego, nos dedicamos a los preparativos para lanzarla al mar. Todos los días nos turnamos, para estar en la costa de Alamar y comprobar el horario del recorrido de los soldados de guardafronteras, fueron varios días de tensión, en una hoja controlábamos los horarios de aquellos recorridos, luego, los estudiamos y elegimos la hora indicada, para trasladar la balsa en un auto hasta el lugar de donde partiríamos, llevábamos algunos alimentos y botellas de agua extra. El sitio escogido, fue un destruido espigoncito, donde tu hija me contó que pescabas con frecuencia, es el único que existe, el que está cerca de la piscina de Alamar. Cuando llegamos, vimos a algunos merodeadores por el área, pero con toda la tranquilidad del mundo sacamos la balsa, la cargamos entre todos a la orilla de la playa, y una vez allí, tiré de la cuerda, vi el júbilo de mis compañeros de viaje reflejados en sus rostros, cuando aquella espaciosa balsa se abrió sin dificultad ante nuestros ojos, rápidamente, la cargamos hasta el agua y fuimos embarcando. Con unos improvisados remos, nos alejamos silenciosamente de la costa, no paramos de remar durante cuatro horas y nos habíamos lanzado al agua, aproximadamente a las seis y media de la tarde. Nos beneficiaba en nuestra huida, un fuerte viento del sur, que acompañado por la corriente del golfo, nos empujaba con rapidez mar adentro, todos estábamos contentos pues nuestra salida había sido exitosa. A las tres de la madrugada, no quedaban vestigios algunos de luces de tierra. Mi querido y fiel perro Landy viajaba con nosotros en esta loca aventura, él se tiró a mi lado y podía sentir su calor rozando mis piernas. Por el agotamiento, la mayoría quedaron rendidos, no sin antes acordar realizar guardias, yo continuaba despierto. Siendo las cinco de la mañana y de noche aun, siento el ruido de un motor, desperté a todos dentro de la balsa, por los años que llevaba pescando, podía distinguir el ruido de los motores de los barcos, este se parecía mucho al de las lanchas griffin, que utilizan las tropas de guardafronteras. Peor aun, fue cuando sentí que sus máquinas habían acelerado, no podíamos verlo en medio de la oscuridad, pero cada instante que pasaba, la podía sentir mas cerca, fue cuando le dije a mis amigos, que se prepararan para saltar en caso de un abordaje, sin perder tiempo, les advertí también que si por desgracia nos tomaban presos, el único que conocía el origen de la balsa era yo, eso era lo que tenían que declarar en todo momento, y esto no se alejaba mucho de la verdad. Cuando pudimos darnos cuenta, ya teníamos a la griffin encima de nosotros colisionándonos violentamente, como la balsa tenía techo y solamente dos entradas, no todos pudieron saltar a tiempo. Estando nadando, sentí los quejidos de los que fueron heridos por el violento impacto, por la velocidad que traía, aquella lancha desapareció de nuestra vista, protegida por la oscuridad y la confusión. Mientras nadaba hasta ella, sentí miedo del mar por primera vez, yo sabía que si habían heridos con derramamiento de sangre, no demorarían en acercarse los tiburones, ya me imaginaba devorado por algunos de ellos, nadaba con todas mis fuerzas hacia la balsa, sentía el llanto de Landy, tal vez por miedo, quizás por mí. Todos logramos embarcar de nuevo a la balsa, esperando se repitiera otro intento de rematarnos, saqué entonces las bengalas que poseía la balsa y la distribuí entre todos, les ordené que tiraran del cordelito que les colgaba, dirigiéndolas hacia el cielo. Una a una fueron saliendo, rojas, blancas, iluminando todo aquel cielo. Ante aquellas señales que nosotros disparábamos, la lancha que otra vez se nos aproximaba, cambió repentinamente su rumbo, pocos minutos después, se acercó un barco mercante que se encontraba en el área, comenzaba a amanecer y el barco se mantuvo cerca de nosotros observando aquel espectáculo. Creo que su sola presencia nos salvó la vida, yo podía ver el hueso de la pierna de mi primo y la sangre que derramaba, con una tira de la tela de mi camisa le puse un torniquete, mientras, sentíamos los grampines lanzados por los marineros caer sobre nuestra balsa. No hubo otra alternativa que entregarnos, entre nosotros había varios heridos sangrando y apuntados por los AKM de los marinos, abordamos aquella embarcación, mientras se acercaron dos más, otra giffin y una mayor perteneciente a la Marina de Guerra, el buque mercante se mantuvo en su posición hasta que todas las embarcaciones del régimen, emprendieron la marcha con su botín. Heridos y con frío, fuimos esposados como animales sobre la cubierta en la proa, cada esposa hecha firme de un extremo, a los tubos de la barandilla y así nos condujeron hasta su base en la playa de Jaimanitas.- - ¿Tu me dijiste que cuando fueron abordados, ya no distinguían las luces de la costa?- - No Esteban, no quedaba señal alguna de tierra.- - Entonces se encontraban en aguas internacionales, calculando, que con la ayuda del viento y la corriente del golfo, hayan derivado a una velocidad de tres nudos, que muy bien pudo haber sido superior, con diez horas navegadas, muy bien podían encontrarse a unas treinta millas de la costa, esto lo confirma también el hecho de no ver las luces de la costa, sobretodo, las de los edificios de Alamar, punto por el cual salieron. Para un observador que se encuentre a una altura de tres pies sobre el nivel del mar, la tangente de su visual al horizonte será dos millas de distancia, esa debe ser la altura que ustedes tendrían en esos momentos, sentados sobre la balsa, esa distancia está calculada y tabulada para uso de los Oficiales de los barcos. Debido a la redondez de la tierra, esa sería la distancia que ustedes solo verían hasta el horizonte, pero qué sucede, si más allá de ese horizonte existen objetos con gran altura, ustedes podían verlo porque su tangente al horizonte sería mayor, esas dos distancias sumadas son conocidas en nuestro oficio, como las distancias mayores a las que se pueden observar los objetos. Nunca verán su base desde el mar, hasta que no se encuentren en su horizonte de visibilidad, pero podrán observarlo si las condiciones del tiempo lo permiten, hasta que van desapareciendo poco a poco. Si ustedes se marcharon por Alamar, las luces de los edificios de cinco plantas, podían ser vistas a una distancia de 9.2 millas, esto es sin contar la elevación que ellos tienen sobre el nivel del mar, tu sabes que el barrio tiene zonas elevadas por encima de los veinte metros sobre el mar, pero también tengamos en cuenta, los edificios de doce plantas, considerando que cada piso tenga solamente ocho pies, su altura total sería entonces de 96, estos se tendrían que ver a una distancia de 13.2 millas. Peor aun es que allí existe otro edificio de 18 plantas, a bastante altura sobre el nivel del mar, considerando solamente su altura, este debió verse a una distancia de 15.8 millas, que sumándole la altura de la tierra, sobrepasan las 12 millas de aguas territoriales, quedan además, los grandes edificios de La Habana, el faro del Morro, etc. Si tu dices que había total oscuridad y no se recibían ni resplandores de las luces de la ciudad, en mi opinión, ustedes se encontraban más allá de las veinte millas náuticas.- -Teníamos que estar muy lejos, porque el regreso hasta la base de Jaimanitas, nos tomó mucho tiempo, tiempo que permanecimos amarrados a la intemperie como animales, donde comenzamos a sentir los efectos de la hipotermia.- - ¿Luego que sucedió?- - Después de varias horas de interrogatorios en esa base, se llevaron a los heridos para un hospital, a los demás nos condujeron a la tenebrosa “Villa Marista”, sede de la Seguridad del Estado, donde estuve detenido durante 28 días, el calabozo era pequeño, tenía cuatro camas personales de hierro, fijas a la pared por bisagras y cadenas, eran plegables. Contaba con una ducha y un pequeño inodoro, al lado izquierdo de la misma entrada. Los interrogatorios se sucedían diariamente, sin una hora fija. Estos podían ser de noche, de día, de madrugada, a cualquier hora, el que ha estado allí sabe que se pierde la noción del tiempo, yo podía imaginar cuando era de noche, porque desde algún lugar, me llegaba la música que era el tema de una novela, que en esos tiempos estaban pasando por la televisión. Todo el tiempo, los interrogatorios estaban dirigidos a averiguar de donde había sacado la balsa, y tenían el firme propósito de vincular a otros del grupo en el hecho. Por suerte todos los demás cumplieron lo que yo les había dicho, y yo me mantuve en la posición de que se la había comprado a un individuo desconocido, al que solo identificaba por el seudónimo de Cheo. Cuando se cansaron de tenerme en aquella celda sin poder sacarme nada, me trasladaron para la prisión del Combinado del Este, allí la situación era peor, no hay nada que se parezca más a un campo de concentración, que esa maldita cárcel, donde se pudren y hacinan en condiciones infrahumanas, miles de jóvenes cubanos, por delitos, que en otros países tal vez, fueran objetos de una multa. Tengo gravadas en mi mente, los rostros de aquellos carceleros, la mayoría de los cuales son de las provincias orientales, no puedo olvidar las golpizas que allí se propinan a los reos, como tampoco, que personas recluidas por delitos menores, eran ubicados en celdas con verdaderos asesinos, los cuales son utilizados por los carceleros para provocarlos y malograrles su paso a la libertad. Nunca fui juzgado por causa alguna, sin embargo, allí cumplí tres meses de condena, me soltaron porque había sido la primera ocasión en que había delinquido, no sin antes recibir amenazas, de que no podía hablar nada de lo sucedido. No puedo olvidar el rostro del Patrón de la lancha de guardafronteras, que nos quiso asesinar en medio del mar, en una balsa indefensa. No quiero olvidarlo, porque el día que en Cuba haya un cambio, todos estos asesinos deben responder ante la justicia del pueblo, por cada crimen cometido. Sabrá Dios, cuántos de nuestros hermanos no llegaron por causa de estos crímenes, ese día llegará, tarde o temprano tiene que llegar. Ese será el día de mi regreso, no para mancharme las manos de sangre como ellos, los sacaré de debajo de la tierra si es necesario, después volveré a olvidar sus rostros, pero solo después que ellos hayan pagado.- No tenía mucho tiempo disponible, me hubiera gustado seguir conversando con Manolo, demostraba mucha sinceridad en todas sus palabras, en ningún momento dio muestras de odio. Pudo desahogarse a su antojo, Manolo me conocía muy bien, yo también lo conocía perfectamente, él era si se quiere, un eslabón accidental de esa gran cadena que se forma, cuando algún cubano se marcha del país, él era parte de mi cadena sin yo quererlo. Mi hija sacó a su hermano y se casó con él en Montreal, por esta razón, la ayuda hacia esa casa se hizo más fluida, luego, su hermano costeó su salida del país. Ahora son dos para ayudar esa casa, pero la cadena no se detendrá allí, aparecerá un poco más tarde el otro hermano, el primo, las medicinas de la abuela, del tío, las ropitas para el sobrino, etc. Esa es nuestra lucha, cuántos no desearán en estos momentos tener un pariente en la otra orilla, para que los ayude a soportar aquel calvario, cómo vivirán esos infelices que no tienen a nadie, esto, no me lo puedo explicar. Hoy Manolo trabaja honradamente, no lo encuentra tan duro como otros, a quienes les habían destrozado el hábito de trabajar, hoy ha comenzado a soñar. - No vine con este propósito, pero al oír tu relato, me he sentido impulsado a escribirlo, conozco de otro caso, los cuentos que me hizo un amigo piloto en Cuba, aquellos no puedo narrarlos porque el hombre está allá, ¿tu me permites que lo escriba?- - No dudes en hacerlo, es una pena que muchos cubanos tengamos guardados secretos como estos. - ¿No sentirá miedo si pongo tu nombre?- - Nunca le tuve miedo a los tiburones.- Terminé mi cerveza debajo de aquella sombrilla y el último sorbito de café, después prendí uno de mis cigarros que había llevado desde Canadá. Las niñas continuaban sacando muñecas de aquel enorme cajón, hoy Manolo celebraría por primera vez el fin de año lejos de su madre, yo celebraría el noveno lejos de mi tierra, pero aquí en Miami me sentía como en casa. Manolo está vivo, con él nace una nueva cadena. Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
23-1-2000.
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