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 La espera
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  Con desgano sacó el brazo de abajo de la sábana y oprimió el botón para detener el molesto ruido del despertador, lo molestaba para dormirse, mas que un reloj parecía una locomotora aquel despertador ruso, para poder conciliar el sueño siempre lo dejaba fuera del cuarto, entonces, cuando ya estaba dormido, su mujer lo colocaba encima de la mesita de noche que quedaba a su lado.
  Tenía el pene erecto, siempre se despertaba así y le gustaba, antes de tirarse de la cama se lo acariciaba un ratico y le entraban deseos de metérselo a su mujer, aquel falo era motivo de mucho orgullo para él, no fueron pocas las veces en que se despertaba en la mañana y se encontraba a Victoria mamándoselo, lo hacía bien rico, todo lo hacía maravillosamente bien en la cama, ella era bien puta haciendo el amor y eso era lo que lo mantenía tranquilo al lado de su esposa, nunca sabía cuando ella tendría hambre y no podía estar gastando las balas con cualquier cosa, siempre que eso fuera a suceder y que resultaba muy a menudo, debía ser con algo especial, allí en ese país nada era tan importante como templar.
  La mayor parte de las veces le gustaba dormir desnudo, a Victoria siempre le encantó eso, como también andar descalza por la casa y cuando los muchachos se marchaban a la escuela, se ponía a hacer los menesteres totalmente desnuda, nunca aguantaron más de una hora así, sin hacer nada, Mario se calentaba viéndola caminar con esas ricas tetas que se movían para todos lados provocativamente, entonces salía disparado y la agarraba en el fregadero, cerraba la pila del agua y la acostaba en la mesa del comedor, allí se lo mamaba como si estuviera desayunando o comiendo algo, le encantaba ir separando aquella tupida y oscura pelambre hasta llegar al final del camino, entonces ella gemía, mas que eso gritaba y lo obligaba a poner música para que los vecinos no se enteraran, siempre lo hicieron en distintos lugares de la casa, en variadas posiciones para no aburrirse, a veces Mario pensaba y se preguntaba, de cual manera era posible hacerlo en el techo.
  Hoy tenía que regular esas locuras, no se podía vivir templando sin comer, era una lucha entre el placer y la sobre vivencia, él lo sabía, pero quien se atrevería a decirle que no a aquella sabrosa mujer, después que se la acarició como de costumbre, se olió la mano y sintió olor a pescado, había olvidado que esa noche tuvo relaciones con ella. Victoria conocía cada pulgada de su cuerpo, cuando deseaba templar, se bañaba antes de acostarse y se echaba dos goticas de perfume en el cuello, no podía darse el lujo de gastar mas, no se sabía desde cuando no lo vendían en el país y usándolo de esa manera, aquel pomo que le trajo un primo de Miami, le estaba durando años, después en la cama, se le arrimaba por la espalda y le ponía su gran pendejera entre las nalgas, mientras su aliento le daba directo a la nuca, nunca soportó diez minutos sin despertarse y diera la vuelta para encontrarse directamente a los labios que lo esperaban, la besaba y bajaba, chupaba aquellos juveniles senos duros como un par de manzanas, pero su camino nunca se detenía allí, era enfermo a cubrirse el rostro con aquella montaña de bellos.
  En el cuarto había claridad, penetraba por las rendijas de las persianas, las producidas por el defecto de su fabricación y las ocurridas por la ardua labor de los incansables e insaciables comejenes, por esos agujeros entraban también la frialdad del invierno y las aguas de las tormentas, no se sabía si llovía mas adentro que afuera, con las manos oliendo a ese pescado agradable se restregó los ojos y antes de abandonar la cama, levantó levemente la sábana para contemplar el cuerpo de su mujer, tenía deseo de seguir allí tirado, aquella pendejera lo volvía casi loco, suspiró mientras sus piernas se apartaban de aquella imagen y buscaban las viejas chancletas, el piso de losa estaba bien frío y le era desagradable cuando no afinaba la puntería y sus pies aún calientes de la cama lo pisaban.
  Siempre que se levantaba quedaba frente al espejo de la cómoda, allí miraba su pene aún tieso en lo que se ponía el pijama, luego, hacía un breve recorrido por el apartamento, revisaba el cuarto de cada niño y de esta manera daba tiempo a que se le bajara, de lo contrario, casi siempre se orinaba fuera de la tasa del baño y Victoria peleaba mucho por esto. Involuntariamente se paraba frente a un afiche del Ché que tenía colgado en la sala, siempre le decía algo con la mente, casi siempre era lo mismo o parecido, pero tenían igual significado : "Compadre estamos embarcados, tu porque caíste en una emboscada, nosotros porque estamos emboscados, hacía falta que estuvieras aquí ahora, para que me dijeras si esto es lo que habías soñado”.
  Todos los días era lo mismo, nada cambiaba en aquella casa desde hacía muchos años, cuando terminaba de hablar con el Ché se iba a orinar. La tasa del inodoro tenía una fisura en forma de cuña en la parte interior de ella, era pequeña pero no dejaba de ser peligrosa, Mario la utilizaba para realizarse un test cada vez que bebía, que era muy frecuente también, cuando se sentía algo mareado y le entraban deseos de orinar, dirigía el chorro para pasarlo por aquella pequeña fisura, si no mojaba el borde de la tasa, quería decir que no estaba borracho y podía continuar bebiendo, siempre lo hacía y nadie lo sabía, si por el contrario le fallaba la puntería, eso quería decir que estaba listo para irse a la cama, no había nada mejor para medir el grado de alcohol en el cuerpo, si algún día llegara a ser policía lo iba a proponer, pero siempre dudó que esto sucediera.
  Después de orinar y expulsar pequeños residuos de semen, que le quedaban en el caño del pene, fue hasta los estantes de la cocina, allí abrió la lata que utilizaban para guardar el café, estaba oxidada, era de aquellas que se emplearon muchos años atrás, cuando se vendió café instantáneo que venía de Nicaragua, como cayó el Sandinismo, ellos también bloquearon la isla, no se cansaba de pensar lo mismo cada mañana, tampoco le importaba un comino que la lata estuviera oxidada, lo que le encabronaba era que estuviera vacía, pero cada mañana repetía la operación para encabronarse desde horas tempranas.
  Salió al patio para arrancar unas hojas a la mata de naranjas, que sembrara un viejo vecino para prepararse una infusión, era sabio aquel viejo casi ignorante, sembró de todo antes de que cayeran los rusos, era como si lo hubiera previsto, si se llegaran a enterar  de eso, seguro que lo acusan de ser agente de la CIA, sembró jazmín, mejorana, naranjas, limones, anís y una pila de otras yerbas que servían para hacer cocimientos, de verdad que al negro tenían que darle una medalla, pensaba Mario cada vez que arrancaba una hoja del naranjo, no se atrevía a tomar de las otras plantas, por temor a ingerir algo que fuera para provocar abortos, disminuir el estreñimiento y quién sabe cuantas cosas más, esas yerbas solo las conocía aquel pobre viejo.
  Entró a la casa con unas cinco hojas y puso Radio Reloj, cuando abrió la pila del fregadero no había agua, aquello lo encojonó porque ahora tenía que esperar a que se levantara Luis, el vecino del quinto piso, quien era el que tenía la llave del motor del agua, en ese país todo era muy organizado, cada cual tenía sus responsabilidades, como ese vecino que nadie conoce y es el encargado de anotar el número de las placas de los autos, que se parquean en esa cuadra, para llenar una boleta y enviarla al Ministerio del Interior, control, mucho control, se repetía constantemente Mario. Abrió el refrigerador y vio que afortunadamente habían varios pomos plásticos de los utilizados para envasar Coca Cola llenos de agua, no recuerda quien los trajo a la casa, pero de verdad que han sido muy útiles, de verdad que los malos hacen cosas buenas, pensó.
  Radio Reloj no paraba de hablar sobre los éxitos logrados en la ganadería, en los planes agrícolas, la sobreproducción de huevos, los millones obtenidos en la presente zafra, etc., como hablan mierdas se decía siempre, no hay comida de ningún tipo, solo existen en los noticieros, que carajo tendrán que ver los americanos con la malanga, con las gallinas, el aguacate, el boniato, de verdad que soy hasta medio masoquista, pero si no oigo esas mierdas tengo que estar entrando al cuarto para ver la hora.
  Llenó un jarrito con agua y lo puso a calentar con las hojas de naranjas, no las lavó porque pensó que cuando hirvieran se morirían todos los microbios, se dirigió al baño nuevamente y levantó la tapa del tanque de agua del inodoro, estaba vacío, solo quedaban dos dedos que Victoria podía utilizar para lavarse el bollo, él podía continuar con el olor a pescado en la pinga hasta que regresara del trabajo, no había sido la única vez que lo hacía, lo jodido era, que si se le presentaba algún palo por la calle, tenía que plancharlo.
  Agarró otro jarrito y lo lleno de agua fría para calentarlo un poco y poder lavarse la cara, mientras fue hasta el cuarto para agarrar su ropa, Victoria estaba media destapada y dejaba ver uno de sus senos, eran hermosos, sintió deseos de tirarse junto a ella y dejar que todo se fuera a la mierda ese día, el radio dejó de escucharse, lo único que falta es que ese tareco se rompa ahora que no hay piezas de repuesto, se dijo, pero al salir comprobó que se había ido la luz, -¡cojones!, cuando el mal es de cagar no valen guayabas verdes-, expreso en voz alta.
  Del estante que había debajo del fregadero sacó un reverbero de alcohol y lo puso encima de la meseta de la cocina, lo encendió y colocó sobre él el jarrito con las hojas de naranjas, allí mismo en el fregadero, se echó el agua casi congelada en la cara mientras su enojo aumentaba.
  Media hora después se bebía el mejunje preparado, ya estaba vestido y listo para partir, entonces del cenicero que tenía en la sala prendió un cabo de cigarro, por el tamaño era sargento, pero debía dejarle algo a Victoria para que se diera una cachada cuando se levantara.
  Lo apagó nuevamente y con un beso fue a despertarla, cuando lo hizo para joderla le quitó la sábana y vio que tenía un chupón encima de la teta izquierda y a cada lado de los muslos muy cerca del bollo, a ella se le notaban mucho por la blancura de su piel, algo raro en ese país, pero ese detalle le encantaba, hacía un gran contraste con la negrura de su pendejera y eso era lo más importante para él.
  La parada de la guagua estaba repleta, habían más de doscientas personas desesperadas, unos amarillos que habían puesto, para obligar a los vehículos del Estado a transportar personas, no podían resolver nada, le decían así por el color de sus uniformes, pero de nada servía ese color, el que jodía en este país era el rojo. Mario se sentó tranquilamente a esperar, eso era, se había convertido en un especialista de la espera, todos allí lo eran, esperaban, había que esperar cualquier cosa, que pasara un camello que los llevara, que avanzara una larga cola, que llegara el aceite en Julio para luego esperar hasta Diciembre, que los partiera un rayo, que se muriera el viejo papagayo, que llegara la luz, que viniera el agua, esperar, todos se resignaron a esa palabra como si esperaran un milagro. Nadie daba el primer paso, estaban atados, esperando que las cosas cayeran por su propio peso, como caen los mangos.
  Pasaban las horas y seguía sentado en ese pedazo de césped que aún quedaba vivo, no se aburría, la gente hablaba y hablaba, menos mal que ahora podían decir algo, no todo, pero casi siempre, al finalizar, les echaban la culpa a los americanos, era como para limpiarse de lo que habían dicho, por si acaso los había escuchado un vecino. Mirar era otra de las cosas que se podían hacer, buenas hembras sin sostenedores, no porque fuera la moda solamente, sino porque no los había en el mercado, ricas tetas pensaba Mario, para estarlas mamando toda la vida, aunque pasen mil camellos.
  Tres horas después, pudo montarse en uno de esos artefactos diabólicos, iba parado detrás de una negra culona que se sintió incómoda con su presencia, buscó la manera de apartarse de aquel culo duro, para evitar que con el movimiento se le parara y le fueran a dar un escándalo por jamonero, la peste a grajo y culo se sentían en toda aquella jaula rodante, era de suponer, si no había comida, menos aún existirían los desodorantes, alguno de los que allí viajaban se tiró un peo, pero de esos bien apestosos que recorrió las narices de más de cien personas, ¿qué habrá comido ese hijo de puta?, pensó Mario en medio de aquella tortura, debe haber comido algún animal muerto, yo lo que tengo en el estómago no me alcanza para la mitad de eso. Por la carretera hacia La Habana, cientos de seres famélicos andaban en unas pesadas bicicletas chinas, había que tener huevos, pensaba sin descanso, le ronca el mango ir en esos tanques de guerra con el estómago vacío, pero el problema no era ir, el gran lío se lo buscaban al regreso, la mayoría de esos infelices, no tenían fuerzas para subir la loma de entrada a Alamar pedaleando, por esa razón se veía una gran caravana de seres a pie empujando sus bicicletas. ¿Qué carajo me importa si llego tarde o no llego? Ese no es mi problema, se justificaba diariamente.
  En el trabajo nadie hacía nada desde quien sabe cuando, hoy no había electricidad, pero aunque la hubiera de nada serviría, no llegaba madera de Rusia para hacer muebles, pero aún así, cuando la tenían faltaban los clavos, otro día los tornillos, no tenían cola, cola de la que se calienta y huele a mierda, allí no conocían la cola fría eso era un lujo. Si hubieran mandado a hacer la cruz para crucificar a Cristo en esta fábrica, aún el hombre estuviera vivo. Todavía se acordaba del día que le propusieron ir a trabajar en la Siberia cortando madera, hay que estar loco para aceptar eso teniendo a una mujer tan rica como Victoria, además, ¿qué carajo se me perdió en esos cabrones bosques? Siempre hubo locos que por montarse en un avión fueron a parar allá, esta isla ha dado de todo, mira que somos carneros. En esto gastaba la mayor parte del día, pensaba y hablaba consigo mismo, no le gustaba expresarle lo que sentía a sus compañeros de trabajo, porque la experiencia le enseño a no confiar en nadie, había muchos chivas.
  Todos los días se hacía una guardia vieja, así le dicen a esos recorridos por todo el taller limpiando, de tanta limpieza realizada, el piso brillaba y en lugar de ser una fábrica, parecía una exposición de herramientas y maquinarias, el resto del tiempo lo empleaban en hablar mierdas y en esperar a que ocurriera algo, esperar por la madera. Eso sí, no dejaba de participar en los trabajos voluntarios y actividades políticas, para cuando mejorara la situación, si es que alguna vez mejorara, y volvieran a repartir efectos eléctricos para las casas por el sindicato, aquella idea no le agradaba mucho, porque en esas reuniones los compañeros se volvían fieras luchando uno de esos aparatos, entonces se echaban palante, se sacaban trapos sucios que nada tenían que ver con el trabajo, como aquella vez que a Ñico le dijeron que era un tarrúo, no sé como se enteraron, debió haber sido con las viejas chismosas de los comités. Temía que un día le dijeran que Victoria le pegaba los tarros, le gustaba tanto, que a lo mejor se lo perdonaría, era mejor comer bueno entre dos, que mierda uno solo, pensaba con frecuencia. 
  Las horas pasaban lentamente, ya no había donde merendar y la comida del comedor desapareció como por encanto, se perdió no solo en el trabajo, se esfumó en todo el país y cuando llegaba la hora del regreso estaba tan débil, que poco le importaba a la hora que llegara a la casa, casi siempre le tomaba altas horas de la noche, encontraba el barrio oscuro y la casa sin agua, Victoria encabronada y los niños dormidos. Ese día era de fiesta, su linda mujer lo esperaba con arroz y huevos fritos, le contó que los había luchado, no le gustaba que le hablara en esa lengua, luchar era empleada por las jineteras, luchar lo decían los ladrones, los de la bolsa negra, luchar era empleada por el Estado, no se le olvidaba aquel lema que decía hace treinta años, “El presente es de lucha, el futuro es nuestro”, vaya mierda que me reservaron con tanta lucha, se decía.
  El día que había luz, entonces metían una asamblea del Poder Popular, ahora se hablaban mas mierdas que nunca, como aquella ocasión, en la cual alguien habló sobre el estado de las ventanas y las puertas del edificio. Le contestaron que la culpa de eso la tenían los rusos, entonces el vecino manifestó : 
- Coño, de verdad que no entiendo, antes la culpa de todo la tenían los americanos, ¿ahora la tienen los cabrones rusos?-
La gente se reía de esas ocurrencias, todo en ese país era un chiste, un relajo, había que buscar siempre a un culpable y ahora le tocaba a los rusos, mañana se buscará a otro, había que reírse mientras tanto, había que esperar, pero en esa espera pasaban los años. Nadie decía nada, ya nadie era comemierda, en el molote de gente siempre aparecían desconocidos, de los que no vivían en la barriada, pero la gente sabía identificarlos, eran de la policía y del Partido, por eso nadie decía nada, reír era lo más oportuno.
  Siempre inventaban algo para mantener ocupada a la gente, al menos, para no darle tiempo a pensar en lo que les rodeaba, cualquier cosa venía bien, una reunión en la escuela de los muchachos, un círculo de estudio para las Federadas, una preparación combativa contra una guerra fantasma, un trabajo voluntario, de verdad que inventan, pero no se les ha ocurrido inventar algo contra el hambre, la vida es una mierda, pensaba Mario quien ya se acercaba a los cincuenta. Cuando se miraba en el espejo a la hora de afeitarse, tenía el trabajo de inventariar las arrugas, contar los pelos que se le caían en cada peinada, luego se decía muy tranquilo; -Me voy en picada, ya comenzó a caerse el pelo, dentro de poco se caerá el palo, ¿qué pasará con Victoria?- La vida se le convertía en un círculo vicioso, nada nuevo pasaba, era repetitiva, todos los días lo mismo, la misma muela, como si fuéramos una nación de comemierdas, no existía otra salida.
  El pescado desapareció de los mercados, nadie se explica la razón, teníamos una flota muy grande y aunque no le gustaban mucho los que vendían, por lo menos resolvían algo, se fueron los pescados, todos emigraron, de la misma manera que lo hicieron los pájaros, todos se van, nadie entra, nadie pide quedarse en este paraíso, nosotros somos los únicos comemierdas. ¿Qué dirán de nosotros allá afuera? ¿Qué somos unos pendejos? ¿Qué aguantamos demasiado? Me refiero a la gente común, a las del pueblo, no a esos cabrones que llegan a vacilar con nuestras jevas. De verdad que nos han reducido a mierda, si dicen que somos pendejos tienen razón, si dicen que somos aguantones, están diciendo una verdad tremenda, ¿hasta donde llegaremos? Hay que esperar.
  Los fines de semana Mario se levantaba muy tempranito y con una jabita hecha de saco, donde guardaba todos sus avíos de pesca, que no eran tantos, se marchaba a la costa, lo hacía sin carnada. Buscaba entre los dientes de perro alguna sigua, uno que otro macao y con eso se sentaba en un viejo y destartalado espigoncito, donde en varias oportunidades se le pegara algo. Caminaba por el accidentado terreno y no encontraba un dichoso caracol de esos, para extraerle el animalito y colocarlo en el anzuelo, la gente había barrido con ellos, dos o tres años atrás abundaban por este litoral, desaparecieron hasta los cucarachones, es increíble el poder del hambre, lo destruye todo, es como una plaga, pensaba constantemente, el día que se enteren que en algunos países se comen los erizos, pobres de ellos.
  La costa estaba desolada, antes, mucha gente amanecía con termos de café, alguna botellita de ron y dos o tres pescados, había silencio y eso le gustaba, el mar era todo suyo, nadie le interrumpiría mientras pensaba, estuvo de suerte y descubrió cuatro siguas que estaban bien escondidas entre las rocas, se puso contento y preparó tres sedales, siempre cargado de esperanzas; -Si pica alguno, lo fileteo y lo tomo de carnada.- Se dijo, mientras los lanzaba lo mas  lejos que pudo, en distintas direcciones y les ponía unas laticas que encontró, para que hicieran ruido en caso de que picaran. 
  Se sentó de frente al mar y sacó un cigarrillo, en la jabita llevaba un pomito de medicina con un buchito de café, era rico ese día, lo volvió a guardar para que ningún inoportuno pescador le pidiera un poquito, en caso de que alguien llegara, prendió el Popular y aspiró profundamente la primera bocanada, fue soltando el humo poco a poco mientras miraba al horizonte y esperaba. Solo era necesario eso, esperar y dar tiempo para que algo se le pegara, el sol comenzó a elevarse por encima del horizonte, a sus espaldas la ciudad, silenciosa, casi muerta, no sabe desde cuando, se habían ausentado los ruidos de los motores de las guaguas Ikarus, los edificios que una vez fueron blancos, exhibían unas grandes manchas negras, las tablillas de las persianas ya no corrían paralelas, en las tendederas solo se colgaban trapos viejos, que muchas veces eran robados, la gente dormía con las bicicletas en los cuartos, el que tenía una moto la parqueaba en la sala, carros que se amarraban con cadenas a los postes, ventanas cubiertas por rejas rústicas, hechas de cabillas robadas, apartamentos que parecían celdas, todos temían, todos dormían, hoy era Sábado, buen día para una borrachera, pensó.
  El tiempo pasaba sin que se diera cuenta, mientras el sol calentaba con más fuerza, ninguna de las laticas sonaba y él continuaba con la mirada perdida en la profundidad del horizonte, tratando de adivinar que sucedía del otro lado, muchos de sus amigos lo habían conquistado, otros quedaron a mitad del camino, fueron los más impacientes, los que no pudieron esperar. Se estaba cansando de aquella espera sin frutos, las nalgas le dolían y el mar comenzaba a agitarse, algunas olas lo habían salpicado y por el ruido que producían no se percató de la presencia de un anciano.
-Buenos días compañero.- Dijo aquel extremadamente arrugado anciano.
-Buenos días.- Contestó solo por cortesía, le encabronaba que lo llamaran compañero sin conocerlo.
- ¿Pica algo?-
- Nada.- Respondió a secas.
- Hace tiempo que aquí no pesca nadie, toda esta zona se ha quedado sin peces, el hambre aprieta.- Le dijo el viejo tratando de sacarle conversación a Mario.
- Eso veo, parece que he perdido mi tiempo.-
- ¿Entonces que esperas? Ya son las diez de la mañana y a esta hora no picará nada.-
- ¿Qué espero? A que terminen el invierno y la primavera.-
    El viejo no comprendió aquella extraña respuesta, Mario se levantó y se frotó u poco las nalgas, después, con mucha calma recogió los tres cordeles y los metió en la jabita, sacó el pomito de café y se mojó los labios, extendió la mano para brindarle al viejito, éste se tomó todo el contenido, pegando la boca en el mismo pico, Mario le regaló un cigarrillo y en silencio se marchó haciéndole una señal con la mano al viejo.
  Tocó la puerta de su apartamento y vio cuando Victoria observaba por la mirilla, cuando entró ella estaba totalmente desnuda, los niños estaban para la casa de su abuela, se lavó las manos para quitarse el olor a sigua, luego se desnudó también y pescó a Victoria cuando estaba inclinada en la lavadora, la cargó y colocó sobre la mesa del comedor, se sentó y desayunó entre sus piernas, así esperaré por el verano, pensó Mario.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
7-5-2000.