En el río |
(Cuento infantil para tiempos de Guerra) Siempre
que entraba a la casa el niño formaba una gran algarabía, mostraba esa alegría
oculta entre seres separados por el tiempo y que brota como un manantial
desesperado. Corría a lo largo de todo el pasillo con los brazos abiertos y el
abuelo lo recibía con mucho cariño, lo cargaba, y ambos se fundían en un
tierno abrazo que culminaba en ese acostumbrado intercambio de besos. En esos
pocos minutos, el niño le contaba en una extraña jerigonza sobre algo ocurrido
durante el día, tal vez le manifestaba algún deseo, ambos se reían y el
abuelo lo colocaba suavemente sobre el suelo. El
viejo se dirigía hasta la cocina para desprenderse de su mochila y el niño lo
seguía sujetándolo del bolsillo de su pantalón, no se apartaba un solo
segundo de su presencia. Luego iba hasta el cuarto para quitarse la chaqueta de
vaquero y allí continuaba prendido como una garrapata. Regresaba a la cocina
por el café acabado de colar y el nieto lo acompañaba, luego, con el descaro
inocente de todo infante le mostraba la puerta del patio. Era
sábado mediodía y el viejo había regresado de hacer unas cuantas horas
extras, ese día no se encontraba tan agotado como de costumbre y la insistencia
del niño por salir de la jaula que lo mantuviera encerrado todo el invierno lo
conmovió. -Ve
a ponerte los zapatos pete a peo.- Le dijo el abuelo, nunca lo llamaba por su
nombre y el niño lo comprendía, luego lo premiaba con una cómplice sonrisa. -¿Vas
a sacarlo al patio?- Le preguntó su esposa mientras aplicaba vapor al café,
hasta lograr esa espuma ámbar que cubría más de la mitad del transparente
recipiente. -Me
lo voy a llevar hasta el río.- Respondió a secas mientras tomaba la tacita con
el aromático líquido. -Vamos
a ponerte los zapatos pimpolo, tu abuelo te va a llevar a pasear.- El niño dijo
dos o tres palabras indescifrables y salió corriendo hasta el cuarto, pocos
segundos después regresaba con los tenis en las manos y se los mostraba al
abuelo. -Que
te lo ponga tu abuela pete a pata, voy a fumarme un cigarrito y a refrescarme un
poco primero.- El niño lo comprendió y cambió de dirección mientras el viejo
abría la puerta del patio y encendía el cigarro. -
Tititá Calloú papipá.- Le dijo el nieto cuando ya tenía los zapatos puestos. -Me
hablas en cristiano pete a peo, yo no entiendo ruso.- Le respondió el abuelo
mientras aspiraba una bocanada de aquel cigarrillo. La carita infantil volvió a
premiarlo con otra sonrisa. En
la puerta de la calle el viejo colocó su cajetilla de Rothmans en la canasta
que se encontraba en la parte inferior del coche, acomodó también un pomo con
agua mineral y otro con jugo de naranja, le ajustó el cinturón de seguridad y
partieron. -¡Bye,
au revoir!- Le dijo el niño a su abuela mientras agitaba su manita en el aire.
¿Cuando carajo aprenderá a decir adiós en español? Pensó el abuelo mientras
emprendía la bajada. Ya sabía que desde la entrada de su casa hasta la calzada
existían 90 pasos cuando caminaba solo, calculaba que con el coche fueran unos
cuantos más y se dispuso a contarlos. A mitad de la cuadra un vecino tenía un
pequeño árbol de cerezas, colgaban justo encima de la acera y siempre que
pasaba por allí extendía su mano para atrapar una, las encontraba ácidas,
pero aquello se convirtió en un reflejo condicionado inevitable, aquellas
frutas eran para disfrute de las aves solamente. En
la esquina de la avenida Henry Bourassa se paró de pronto un autobús de la
ruta 69, el vehículo descendió hasta pocas pulgadas del suelo para recibir a
una ancianita, se elevó de nuevo y partió majestuoso cuando apareció la luz
verde en el semáforo. Frente al viejo existía un cartel que rezaba;
“Parc-nature de L Ile de la visitation”, ese era su destino. Al cruzar la
avenida cambió pronto de parecer y dobló a la izquierda en demanda de un gran
mercado, ya sabía donde encontrar los sacos de maní dentro de su vaina y se
dirigió al estante sin pérdida de tiempo. Fue imposible ocultar del nieto el
destinado a la venta de pan fresco y sin tenerlo en sus planes, no tuvo otra
alternativa que comprar una libra y partirle la punta aún tibia como siempre
había hecho. Del
mercado a la entrada del parque solo existían dos cuadras, espacio consumido
por el niño que se sobresaltaba con el paso de autos de llamativos colores, o
con el vuelo continuo de aviones, siempre repetía el bye grabado en su tierna
memoria, luego se viraba hacia su abuelo y le decía lo mismo, tititipá. ¿Qué
carajo querrá decirme? Pensaba de nuevo el viejo, pero lo premiaba con otra de
sus locuras, niño y abuelo eran amigos. Cuando
dejó la estrecha calle Gouin y se encaminó por la vía peatonal hacia la
rivera del río San Lorenzo, sintió que se separaba por instantes de la vida
bulliciosa de la ciudad y entraba en un tranquilo paraíso terrenal que todos
trataban de aprovechar por igual. Una vasta y desconocida vegetación lo iba
premiando en cada metro recorrido, solo era capaz de reconocer al maple y el césped,
unos metros detrás de él los modernos autos. Delante del coche, una hermosa
construcción que hacía las funciones de
administración, cafetería, buró de información y local para alquilar
bicicletas, era presidida por una elevada asta donde ondeaba orgullosa una
bandera que había adoptado como suya y era propiedad del nieto, solo tenía dos
colores, dos franjas rojas y una blanca en el centro, allí tenía la figura de
una hoja roja, del mismo color mostrado en los árboles cuando llegaba el otoño.
Unos metros después de vencida aquella construcción, el camino mostraba una
bifurcación, era una ciclo pista usada por muchos como él durante estos cortos
períodos de la vida donde la naturaleza te brinda toda su belleza en sus máximos
esplendores. El viejo dobló al oeste y luego abandonó la ciclo vía para tomar
un camino que bordeaba el río. El
río en este lado norte de la isla de Montreal era de poco fondo y manso,
tranquilo, cautivador, nido de aves y seres, trampa de enamorados, refugio de
ancianos agotados por el camino recorrido, paisaje adornado por niños de todas
las edades, minusválidos acompañados por sus familiares en ese viaje fantástico,
ajeno a la maldad humana y que reina en sus mentes. Humanos de todos los
colores, sexos y edades, razas y religiones, gente sencilla con una sonrisa
permanente en el rostro, seres que un día aprendieron a vivir en armonía. Fue
recorriendo como otras veces la ladera del río acompañado de esa dulce sombra
que brindan nuestros amigos los árboles, el canto de aves que nos visitan cada
año y ese leve olor a marisma que le traía tantos recuerdos. En diferentes
partes de la rivera algunos patos de cuello tornasolado nadaban tranquilos,
cisnes negros y blancos que atraían la mirada de su nieto, quién no podía
contener el escape de uno que otro cuá cuá cuá. Por
el camino se cruzaron con varios coches de diferentes modelos cargando a niños
sorprendidos como su nieto, sin nadie pedirlo, el nieto les decía el mismo bye
de saludo y arrancaba respuestas. Llegaron hasta uno de los extremos del parque
donde existe un dique, el susurro de las aguas al caer los hipnotizó un rato,
sinfonía acompañada por ese triste y bajo canto de las palomas que anidan allí
cada año, luego regresaron sobre sus pasos como otras veces, como otros años. A
mitad del camino el abuelo decidió sentarse un rato en una de las mesas allí
disponibles, lo acompañaban gente sonrientes que a esa hora tomaban su desayuno
en el parque. Se acercaron varias ardillas hasta ellos y el viejo les ofreció
del maní comprado, fueron perdiendo el miedo y llegaban a tomarlo de la mano
del viejo mientras el niño reía feliz. Una que otra paloma quiso participar
del festín y el viejo rompía las vainas para ofrecerles el grano, algunas
llegaron a posarse tranquilamente en el coche y comían de la mano del viejo,
las ardillas pedían más y fue cuando el abuelo le dio algunas vainas al niño
para que se las regalara. Extasiados
con aquellos amigos se aproximó un ave con el pecho de color naranja y de canto
muy bello, el viejo lo reconoció enseguida, era un Robin. Le arrojó algunos
granos de maní que supo disputar con las intrusas gaviotas, el abuelo lo
observaba con detenimiento, aquel ave le recordaba a otra conocida en otras
tierras. Luego llegó un Mayito, y una tojosa, y aquello lo hizo viajar muy
lejos mientras continuaba ofreciéndoles alimentos. Sintió
deseos de fumar y se inclinó hasta la canasta del coche por su cajetilla, tomó
también el pomo con jugo de naranja y se lo ofreció al nieto. Prendió uno de
aquellos cigarros con filtro y al aspirar el humo lo sintió tan fuerte que le
provocó una terrible tos. Todo se vio envuelto de pronto por una densa niebla
que le impedía ver a solo centímetros de sus ojos y sintió mucho temor por la
suerte de su nieto, el cigarro apestaba y no recordó haber fumado un Rothmans
con ese olor, permaneció inmóvil unos segundos. La
niebla se fue disipando poco a poco, pudo al fin descubrir sus manos y en la
medida que el viento se llevaba aquella nube que lo cegara, iba apareciendo ante
el viejo un paisaje diferente. El cigarrillo no poseía filtro, era corto y de
tabaco negro, la cajetilla estaba confeccionada de un papel que bochornosamente
pretendía ser blanco, solo tenía una P para identificarla y por mucho que el
viejo tratara leer dónde había sido fabricada, las letras pequeñas se
mostraban borrosas, alcanzó a leer hasta donde decía “Empresa consolidada
de”, más allá todo se había borrado. Cuando
la densa nube se apartó unos metros de él, pudo comprobar que se encontraba en
la rivera de un río de aguas negras y pestilentes, los árboles mostraban con
desfachatez sus troncos secos y carentes de hojas, las ardillas habían sido
sustituidas por perros sarnosos y hambientos. Decidió levantarse y andar unos
pasos por un trillo de cemento
quebrado por el tiempo, ante sí, se vio de pronto frente a una caseta circular
con paredes de tela metálica, supuso que fuera la jaula de aves en otros
tiempos, era la única construcción intacta en toda el área. Decenas de metros
y cuando al fin alzó la vista, pudo descubrir lo que antaño fuera un hermoso
puente partido a la mitad, pedazos de él descansaban derrotados en cada rivera.
Dirigió su vista hacia la elevación que se encontraba a su lado izquierdo y
pudo observar en la cima una
especie de techo triangular que tenía un letrero al parecer incompleto, decía
más o menos así; “Bienv_ _ _ _os a Ma_ _ _ nao” No comprendió nada y
dispuso regresar sobre sus pasos. Totalmente
confundido se sentó de espaldas a ese maloliente río y para sorpresa suya se
acercó un ave a solo dos pies de distancia. Era un hermoso Zorzal con el pecho
de un rojo intenso y de un cantar singular, lo hizo con mucha desconfianza y
aquella ave le trajo el recuerdo de otra que un día había conocido, no sabe
cuando. Le
dio otra chupada al cigarrillo y no le pareció ahora tan desagradable, el
viento arrojó a sus pies el recorte de algo que pudo ser un periódico, en
letras grandes se leía “Hundiremos la isla” Las letras pequeñas y la fecha
estaban borradas. Nadie
sabe el tiempo que permaneció en esa posición, mientras se escuchó el sonido
de una alarma de ataque aéreo, el río tras él, el zorzal a dos pies de
distancia y el calor del cigarrillo que se consumía entre sus dedos índice y
mayor. Cabizbajo como estaba, no pudo percatarse que de entre los árboles secos
salieron muchos niños, rostros para él conocidos, cada uno de ellos lo
saludaban con la familiaridad de aquellos que se conocen de años. Estaban las
hijas de Chichi con sus raídos uniformes escolares, sayas de un rojo vino,
blusas que una vez fueron blancas y las pañoletas blanquiazules de los
pioneros. Odessa y Yeya con sus uniformes de saya amarilla casi mostaza y blusa
blanca rematada por una pañoleta roja. Yamilet con una lycra ajustada a los
poros de su cuerpo y una blusa transparente que desnudaba sus juveniles senos,
uno a uno los fue reconociendo, hasta Albertico, un simpático negrito que se
hacía acompañar por una chamaca extranjera. Sumaron varias decenas que se
acomodaron en un semicírculo del cual el viejo era su centro y cada punta nacía
en el río. Uno
de los muchachos le pidió un cigarro y el viejo le lanzó la cajetilla, aquella
fue pasando de mano en mano y pronto una leve niebla pasajera se formó sobre
sus cabezas. Otro chico sacó una botella que destapó dándole unos golpes por
el fondo, cada uno le quitaba el corcho y se daba un trago sin poder ocultar una
extraña mueca, después de recorrer una docena de labios, uno de los muchachos
le colocó el corcho y la lanzó horizontalmente hacia el abuelo, ésta giraba
en su recorrido aéreo hasta caer en sus manos. La etiqueta era blanca y verde,
no pudo distinguir el viejo si el dibujo correspondía a yerbas o cañas, la
destapó y se dio un trago que le fue quemando toda la garganta, hasta que sintió
ese fuego muy dentro de su estómago. El abuelo era el centro de todas las
miradas, el zorzal partió en un indefinido vuelo. -Abuelo,
cuéntenos algo.- Gritó Yeya mientras se despojaba de la pañoleta. -Si
coño, que cuente algo caliente pa poner buena la cosa.- Dijo Albertico tocándole
una teta a la extranjera. -Que
nos cuente sobre nuestro país.- Solicitó Ivett una hermosa trigueña que había
sido novia de su hijo. -¡Coño!
No caballeros, que hable de pelota mejor y no de esta mierda.- Intervino Javier
después de darse un trago y pasarle la cantimplora a su hermano Gabriel. -¡Que
nos hable de este país carajo! Esto no pudo estar siempre tan descojonado.-
Insistió Ivett. -¡Caballeros!
Tal vez ella tenga razón, es probable que este país haya sido hermoso un día
y eso lo debe saber el viejo.- Dijo Nano el hijo de Chichi y el viejo se asombró
porque siempre lo conoció mudo. -Es
verdad, y lo jodido de todo es que nos dejaron embarcados a los fiñes.- Agregó
Efraincito, el hijo de una amiga que no recordaba. -Tienen
razón, molesta hablar de este país, pero gracias a Dios quedan ustedes los niños,
tal vez sus nietos puedan levantar de nuevo a esta nación.- Fuero palabras del
viejo mientras levantaba la mirada y recorría toda aquella semicircular formación,
se hizo un profundo silencio. -¡Caballeros,
dejen hablar al pobre viejo!- Dijo Laizú, una de las hijas de Chichi. Aquellas
palabras lo conmovieron, “pobre viejo”. Lo pusieron a pensar y buscaba una
justificación para ellas, era como si la niñez perdonara los errores de
generaciones pasadas, era como si el odio, el crimen, el abuso, la discriminación
y todos los males que afectan a la humanidad fueran privilegios de la juventud.
Era como si el peso de los años borrara hasta el perdón y olvido los desmanes
cometidos por aquellos individuos cuando fueran jóvenes. Era como si las nuevas
generaciones tuvieran que cargar como herencia todas las angustias que ellos
produjeran en su paso por la vida, y encima de ello premiarlos con aquel
“pobre viejo”. El abuelo pensó mucho entonces en la compasión y piedad que
nunca existió en su juventud, no todo se encuentra perdido, se repitió
mentalmente. -¡Cuente
mi viejo! Antes de que vuelva a sonar la puta alarma.- Sugirió el chinito Lee,
un enjuto y débil muchacho del
Lawton. -¿Qué
les parece si les hablo hoy de “Indios y Cowboys?- Preguntó el viejo mientras
hacía un recorrido visual por toda la formación. -¡Coño
mi viejo! ¿Se va a poner igualito que tía Tata?- Fue la respuesta de Joel
acompañado de la desorganizada risotada de algunos de los muchachos. Esto lo
expresó mientras se pasaba los dedos por la barbilla. -¡Haga
ese cuento abuelo! No se deje impresionar por los jodedores.- Solicitó Yuri el
hermano de Yamilé. -Bueno,
espero que no me interrumpan mucho porque se perderían el final cuando toque de
nuevo la alarma aérea.- Manifestó el abuelo y todos callaron. -¡Rompa
mi viejo!- Gritó Pellito. -Bien,
les voy a hablar de una clase diferente de indios y cowboys, no de los que andan
con flechas ni escopetas. Son gente que existieron hace muchos años, en el
siglo veinte, de carne y hueso como nosotros, pero que su posición dentro de la
sociedad era la que definía su categoría de indio a cowboy. Ustedes que me
piden les hable de su país, desconocen que una vez existió un régimen que les
hizo creer eran superiores a los demás, o sea cowboys, pero el infortunio nunca
los dejó avanzar más allá de sus posiciones indígenas con relación al
mundo. Aún así, y creyendo que por tener escuelas y hospitales gratis eran
libres, solo unos pocos tenían el privilegio de saliq un comitivas a otros países
pobres y no podían abstenerse a ese complejo de superioridad del ser humano.
Fue de esa manera que llegaron hasta países africanos y miraban a sus
pobladores por encima del hombro, lo mismo sucedió en algunos países
latinoamericanos. Ellos eran el espejo donde se debían mirar aquellos pueblos,
y miren ustedes mismos los resultados, se dedicaron a exportar aquella
extravagante doctrina sin mirar que
su país se les hundía en la mierda. Un
día, un amigo mío que viajaba a bordo de los barcos de esta nación llegó
hasta Polonia, pues les cuento que en esa tierra tenían el virus del mismo
complejo de superioridad y consideraron a mi amigo como a un indio cualquiera.-
En eso se detuvo a hurgar dentro de su ya escasa memoria, mientras aprovechaba
para darse un trago de aquella maloliente bebida contenida en la botella que le
habían ofrecido. -Mi
amigo era Primer Oficial de un barco y tenía que cargar miles de toneladas de
mercancía general y completar la carga con autos Fiat Polsky y camiones sobre
cubierta. Fue revisando el trincaje de aquellos vehículos y por experiencia
supo que no resistirían los embates de un mal tiempo, cuando mi amigo fue a
reclamarle al supervisor del Seguro, éste lo miró sin ocultar algo de
desprecio y le dijo; < Los vehículos se encuentran bien trincados y al
terminar la carga yo le extiendo un certificado.> No crean que mi amigo se
dejó impresionar por aquel insolente pendejo, su respuesta fue mucho peor; <
Usted es el inspector del Seguro de esos vehículos, pero si usted no ordena
trincarlos de la manera que le estoy diciendo, voy a prescindir de sus
servicios, ¿sabe por qué?, porque yo soy el Primer Oficial de este barco y
cuando me encuentre en una galerna su papelito solo me servirá para limpiarme
el culo con él.> Parece que el individuo no estaba acostumbrado a ese tipo
de reacciones por parte de personas considerados indios por él, y no tuvo otra
alternativa que acatar las órdenes. Pero bueno, los contratiempos continuaron
durante todas las operaciones de carga, había algo de frío en la época
narrada, ese frío que cala los huesos y se multiplica cuando el estómago no es
bien satisfecho. Pues mi amigo no recuerda muy bien los términos del contrato
de transportación, lo cierto es que debía inspeccionar la carga antes de ser
embarcada, cosa que no realizaban por la temperatura imperante. Pero un día
llegó un marino llamado Juan y le dijo que muchos de esos vehículos se
encontraban canivaleados. Esa noche y cuando terminó el turno de trabajo, mi
amigo bajó con el marino y revisó uno a uno cada vehículo a bordo, pudo
comprobar que era cierto lo manifestado por el marino. En la medida que
realizaba aquella inspección tomaba el número de contrato de cada equipo y así
fue confeccionando una casi interminable relación que mantuvo abierta hasta la
terminación de la carga. En realidad no era responsabilidad de él si esos
equipos arribaban en las condiciones mencionadas, su responsabilidad se limitaba
al buen estado aparente de su exterior, pero esa vez mi amigo deseaba joder a
aquel insolente cowboy. Concluida la carga el Primer Oficial indio confeccionó
un anexo al Mate Receipt y lo colocó entre todos los documentos de la carga.
Este era un documento que solo servía al Capitán del buque como referencia a
la hora de firmar el Conocimiento de Embarque, y éste si era de valor
comerciable y título de propiedad de la carga. Pues aquel estúpido cowboy no
se percató o ignoraba lo que firmaba, el caso que es que aceptó las
condiciones descritas en las cuales fueran embarcados esos vehículos.- En eso
el abuelo hizo otra breve parada para refrescar la garganta con aquella apestosa
bebida. -¡Coño
abuelo! Hoy estás aburrido, ¿Por qué no nos hablas mejor de putas y sexo?-
Protestó Javier mientras encendía un cigarrillo, su novia liaba otro con una
yerba extraña. -Porque
aún no he terminado, me pidieron que les hablara de este país y los marinos
formaban parte de él.- Respondió el viejo algo enojado. -No
le haga caso abuelo, déjelo que siga en lo suyo y usted continúe.- Intervino
la buena de Ivett. -Pues
bien.- Continuó el abuelo ignorando las exclamaciones de Javier. -Estando en
esas operaciones de carga en Polonia, llega un día el agente del buque acompañado
de una preciosa muchacha, ella traía en sus brazos al hijito de unos nueve
meses de nacido, sus padres formaban parte de aquella pequeña comitiva. El
Capitán llamó al Primer Oficial como jefe que era de la carga y el pasaje para
pedirle que le asignara un camarote. Mi
amigo cumplió la orden y le dio el camarote continuo al suyo, la ayudó
inclusive a trasladar todo su equipaje. Así partió el barco después de
concluir sus operaciones en aquel puerto polaco, con la novedad de una pasajera
a bordo y un niño que aunque algo feíto no dejaba de ser la atracción de la
tripulación.- El abuelo tomó otra pausa para refrescar su garganta. -¡Coño
viejo! Pero que aburrido estás hoy.- Insistió Javier. -¡Cojones!
Pero si no lo dejas terminar nunca podremos saber si tienes razón.- Intervino
Ivett nuevamente. -A
los dos días de haber partido de aquel puerto.- Continuó el abuelo y reinó
nuevamente el silencio. –Está de guardia el Primer Oficial en el puente y al
ser relevado por el Tercer Oficial, éste le dice lo siguiente; <Mi hermano
me jamé a la polaca.> Mi amigo lo oye con atención y le recomienda mucha
discreción, celebraba aquello que entre los marinos era una victoria, no solo
en el buque, también dentro de los machos de un país cuyo principal objetivo
era ese, templar. Según me contó mi amigo, aquella chica era una hermosa
muchacha de 25 años, de unos ojos azul celeste que serían la razón de muchos
desvelos entre los hombres, de una figura corporal similar a la de cualquier
modelo y cabellos rubios como hebras de sol desparramadas por todo su magnífico
universo, algo para soñar e inalcanzable para sus 39 años. Mientras
navegaban por el Mar del Norte el buque fue castigado por una severa tormenta
que les provocaba bandazos de hasta 30 grados de escora.- El viejo se toma su
tiempo para prender un cigarrillo y observa que los muchachos se mantienen
concentrados en su relato, nadie protesta ahora. -Pues
todos los días, el Primer Oficial pasaba por el camarote de la pasajera cuando
era relevado para comer, lo hacía para tomar al niño y evitar que sufriera un
accidente en medio de aquellos bandazos. Generalmente él era quien lo llevaba
de brazos mientras se dirigían al comedor. Uno de esos días que él fue por
ellos, la polaca le pidió que le bajara la cremallera del vestido que tenía
puesto, al solicitarle su ayuda le dio la espalda mientras se levantaba la
cabellera. Mi amigo le bajó la cremallera hasta la cintura y ella le solicitó
que continuara, en la medida que lo hacía pudo comprobar que no tenía puesto
ajustadores ni blumer, pero eso no le impidió satisfacer la demanda, aquella
cremallera llegaba mucho más abajo del nacimiento de las nalgas.- El abuelo
hizo otra parada involuntaria para refrescar la garganta en medio del silencio
reinante. -¡Coño
abuelo! Pero se te ocurre parar en la parte más interesante de la narración.-
Protestó Javier. -¡Cojones!
Pero no paras de protestar por todo.- Le dijo Zulai, la otra hija de Chichi
mientras se secaba el sudor de la frente con su pañoleta blanquiazul. -Ella
se volvió hacia mi amigo en un santiamén y con un ligero movimiento de hombros
dejó caer al piso el vestido, quedando totalmente desnuda ante los ojos de
aquel hombre. Su juvenil y monumental figura le produjeron un nerviosismo tal,
que solo atinó a sentarse en el sofá y pedirle que se vistiera, le temblaba la
voz y hasta las piernas. Ella se volvió a vestir sonriente y lo acompañó
hasta el comedor, ese día mi amigo apenas pudo comer y regresó al puente, allí
se encontraba aguantándole la guardia el Tercer Oficial y mi amigo no pudo
ocultarle lo sucedido. <Compadre, la polaca se me acaba de encuerar y le voy
a meter mano, te lo digo porque en definitiva esa no es tu mujer tampoco, así
que debemos ponernos de acuerdo.> El muchacho lo miraba con cierta duda y mi
amigo le repitió la historia. En ese momento sonaba la campana que avisaba el
horario de comida y el Tercer Oficial bajó. Pocos
minutos después se abrió la puerta del puente y entró la polaca con su niño
en los brazos, el crepúsculo había ocurrido muy temprano y reinaba una casi
penumbra, permaneció unos minutos junto a la puerta hasta que sus pupilas se
adaptaron a la oscuridad, sus pasos se dirigieron directamente al asiento
ocupado por mi amigo y ella fue a sentarse encima de sus piernas. Por mucho que
mi amigo trató de convencerla de que no era el lugar apropiado, fue inevitable
que chocaran ambos labios ante la inexplicable mirada del niño. En medio de la
longitud de aquel desenfrenado beso subió la temperatura de ambos cuerpos y las
manos desesperadas de mi amigo comenzaron a buscar sus senos mientras chocaba
con la espalda del niño. Luego, ambas manos tomaron otra dirección y no fue
difícil encontrar el dobladillo del vestido, lo fue subiendo poco a poco
burlando la lujuria y desesperación, viéndose obligado a cambiar la posición
del niño para lograr su objetivo. Su sexo estaba totalmente húmedo y caliente,
entonces le pidió que se bajara un segundo para desabotonarse el pantalón. Fue
así como la poseyó por primera vez, en medio del susto a ser sorprendido, con
la vista puesta en la proa del buque y miradas furtivas a la pantalla del radar,
con las estrellas como testigos de aquel loco orgasmo.- El viejo tomó unos
instantes para refrescarse la garganta con el contenido de aquella botella ante
el silencio de los muchachos. -¡Coño
viejo no te demores!- Le solicitó esta vez Ivett con el rostro encendido. -¡Carajo!
Qué buena se está poniendo la cosa.- Exclamó Nano y el viejo no salía de su
sorpresa, siempre lo había conocido mudo. -Mi
amigo se quedó sorprendido por lo que acababa de realizar, el acto más
irresponsable de su vida estando de guardia en el puente, aún así no se sintió
arrepentido y acordó con ella un nuevo encuentro a las ocho de la noche cuando
saliera de guardia. Cuando el Tercer subió a cubrir su guardia, mi amigo le
dijo en pocas palabras; <Ya me jamé a la polaca, ahora voy para su camarote,
como es un acto ya consumado y me imagino tendrá continuación, debemos
ponernos de acuerdo. Cuando tú estés de guardia es asunto mío y cuando sea yo
el de servicio es cosa tuya.> El muchacho aceptó y mi amigo partió para el
camarote de la pasajera, ese día le hizo el amor en varios lugares de aquel
camarote, comenzó en el sofá, pasó al buró, a la cama y culminaron en la
alfombra del piso. Cuando satisficieron ambas lujurias, la muchacha le preguntó;
<¿Tú crees que sea caliente?> No les había explicado que ella hablaba
español, porque su marido era uno de los estudiantes que habían estado en su
país. <Claro que eres muy caliente, eres un reverbero.> Le respondió mi
amigo algo intrigado por aquella pregunta. Cuando estaba próximo a las doce de
la noche abandonó el camarote de la polaca, minutos después sintió de nuevo
la puerta y supuso fuera el Tercer Oficial. El
tiempo mejoró un poco y ella se puso a tomar baños de sol en la cubierta del
magistral, ésta es la que se encuentra encima del puente del barco y recibe ese
nombre porque allí se encuentra ubicado el compás magistral (brújula). Deben
suponer que un barco repleto de hombres castigados por la abstinencia sexual,
puede llegar a convertirse en una jauría salvaje de lobos, y así debió
sentirse aquella Caperucita ante las devoradoras miradas de todos los que
aparecieron en su recorrido, su cuerpo fue el tema de las conversaciones durante
varios días. Pero no crean que todo fue color de rosas para ambos amigos, poder
hacerle el amor a la polaca se convirtió en una misión casi imposible. La
chica era asediada por aquel ejército de machos ruinos, pero encima de todo
esto, lo peor, fue el cerco de vigilancia voluntaria que desollaron en esa
travesía un marino llamado Alejito y su esposa. Alejo era el secretario de la
Juventud Comunista a bordo, ese no era su trabajo, pero me imagino que aquella
voluntariedad en cuidarle el culo a la polaca se deba a que ella era la mujer de
un mulato. Alejo y su esposa lo eran también, pienso que lo harían para
proteger la moral de alguien a quienes ellos no conocían, fue un firme propósito
el evitar que la polaquita le pegara los tarros al mulatico. Aquella situación
provocó la creación de planes de emergencia entre el Tercer y el Primer
Oficial.- El abuelo hizo otra breve parada para refrescar la garganta. -Abuelo,
¿usted dice que transcurrió con mucha tranquilidad que ambos se jamaran la
misma jeva?- Preguntó Javier sin ocultar ahora el interés por la historia del
viejo. -El
viejo no habla en chino.- Intervino Nano con sarcasmo y todos se rieron. -Bueno.-
Se dispuso a continuar el viejo y todos guardaron silencio. -En esos tiempos que
les narro había un refrán muy popular que decía más o menos así; “Es
mejor comer bueno entre dos que mierda uno solo”.- Todos se rieron. -
Pero esa es la mejor justificación del tarrúo.-Dijo Ivett -No
lo dudes, y de ellos abundaron muchos en esta tierra con el cuentecito de las
misiones internacionalistas, liberación de la mujer y otros cantos con los que
durmieron a la gente.- Le respondió el abuelo. -¡Caballeros
no interrumpan más coño!- Gritó Mayra la hija de Cuqui. -Así
mismo es, era la mejor justificación de los tarrúos, pero bueno, continúo con
la historia…….. En la medida que avanzaba la navegación y el tiempo se puso
bueno, aparecieron diariamente obstáculos para nuestros secretos Casanovas. La
mayor parte del tiempo era por las razones que le expliqué sobre el matrimonio
de Alejo y ese extraño empeño en cuidarle el culo a la polaca. Pero los peores
eran las de aquellos que deseaban probar de la cantimplora polaquita, no existía
un momento fijo para encontrarlos tratando de lograr su objetivo. El Tercer
Oficial no tenía muchos problemas cuando bajaba de su guardia a las doce de la
noche, pero mi amigo tuvo que cambiar de horario y hacer sus cosas de día en su
propio camarote. Cuando terminaban de hacer el amor ella siempre le preguntaba
lo mismo; <¿Tú crees que yo soy caliente?> Mi amigo siempre le respondía
lo mismo, eres un reverbero, un volcán, etc. Pero una vez, intrigado por la
insistente pregunta le pidió una explicación a la polaquita. <Es que mi
marido me dijo que las cubanas eran muy calientes.> Fue toda su respuesta y
parece que ella deseaba comprobar si estaba a la altura de aquellas mujeres. En
uno de esos diarios relevos en el puente, el Primer Oficial le pregunta al
Tercero; <¿Compadre, cuántos palos le echaste ayer?> El muchacho lo miró
sorprendido y le respondió; < Cuatro, ¿Y tú?>……. <¡Coño! Esa
jevita tiene fuego uterino, yo ayer le eché tres y estaba de lo más tranquila,
por cierto, no le muerdas más la teta izquierda.> Ambos rieron por la
aventura que protagonizaban. <¿Sabes que me dijo la muy cabroncita? Que no
te dijera nada, la pobre, si supiera que ambos estamos de acuerdo.> El Primer
Oficial también se rió y le explicó que lo mismo le había pedido aquella
Caperucita devoradora de hombres. El
viaje transcurrió con las mismas apariencias de normalidad, la tripulación
nunca supo que aquellos dos oficiales navegaban haciéndole el amor a la
polaquita. Ella estaba tan entusiasmada que en más de una ocasión manifestó
su deseo de que el viaje se alargara y no llegara nunca a Cuba.- El viejo se tomó
otro descanso. -Abuelo,
¿y que tiene que ver el asunto de los carros en toda esta historia?- Preguntó
Yeya -No
creo que guarden relación, pero cuando comencé la narración me pidieron sexo
y ambas cosas sucedieron en el mismo viaje, además, aún estamos navegando.- Le
respondió el abuelo. -¿Pero
la polaquita era india o cowboy?- Preguntó Nano. -De
acuerdo a como me la describió mi amigo yo creo que era cowboy, pienso también
que todas las mujeres lo sean, ese aparatito que poseen hace maravillas y con él
dominan a los hombres.- Todos se rieron con esa ocurrencia del viejo. -La
navegación continuó premiada por la tirantez de aquellos machos en su lucha
por probar la cantimplora de la polaquita, subían al puente visitas que hasta
esos momentos nunca habían ocurrido, fue así que uno de esos días lo hizo el
secretario del partido y buscando cualquier pretexto entabló conversación con
el Primer Oficial. -De
morronga este viaje, no se puede hacer el pan coño, de verdad que no hemos
tenido suerte con la pacotilla, nada, un viaje tirado a la mierda.- Se quejaba
de la imposibilidad de comprar artículos para luego revender en la bolsa negra. -Una
verdadera porquería, nos vamos en blanco.- Le respondió mi amigo con cierta
cautela porque nunca se podía confiar ni en el mejor de los amigos, bueno, en
ese giro no existían esa clase de amigos tampoco. Bastaba que cayeras en
desgracia para que todos te dieran la espalda. -Por
lo menos vamos distrayendo la vista con esta polaquita, de verdad que está rica
la chamaca.- Le dijo el secretario con encubierta malicia en busca de información. -Así
mismo es, al menos es algo nuevo que rompe con la monotonía de siempre, la
chamaca es un cromito, está para comérsela viva.- Le respondió mi amigo. -Si,
pero hay que ser muy prudentes y apelar a la conciencia, ella es la esposa de un
compañero que estudió en Polonia y por nada de la vida debemos dejar llevarnos
por los deseos, hay que cuidarla.- -Tienes
razón, hay que cuidarla.- Fue todo lo que alcanzó a responder mi amigo
mientras en su mente corrían otras ideas distintas a las del secretario. Esa
noche bajó de la guardia y por aquellas cosas raras del destino, no se
encontraban Alejo y su mujer en el camarote de la pasajera, creo que era uno de
esos días que proyectaban películas a bordo. Mi amigo llevó una botella de
ron para el camarote de la polaca y algunos jugos de piña enlatados. Estuvieron
bebiendo hasta que al niño le entró sueño y ella lo durmió, ya ambos se
encontraban bajos los efectos del alcohol. Se desnudaron y entraron a la ducha,
todo el tiempo transcurrido en el baño fue gastado en los normales intercambios
de caricias que ocurren entre una pareja. Así mojados él la cargó y la colocó
con dulzura sobre el buró de la oficina, le abrió las piernas y se sentó
justamente de frente a su bello sexo, donde gastó una parte del tiempo
disponible entre los gemidos enloquecedores de la polaquita. Luego, la alfombra
del camarote ayudaría a secar ambos cuerpos.- En eso hizo otra breve pausa y
encendió otro cigarrillo. -¡Coño
abuelo! ¿No puedes hablar con lujos de detalles?- Intervino Yamilet, él la miró
y su vista recorrió también el amplio semicírculo que aguardaba en silencio. -¿Para
qué? Ya el resto ustedes se lo deben imaginar.- Respondió a secas. -Al
día siguiente subió en esas extrañas visitas el secretario del sindicato, que
para los efectos era la misma mierda que el partido, no guardaba ningún vínculo
con la navegación, pero aún así no podía expulsarlo del puente. Ellos eran
quienes decidían sobre la suerte de los demás y de esto no escapaba el mismo
Capitán del barco.- -Que
viaje más perro Chief.- Le expresó el visitante a modo de introducción. -Así
mismo es, pero bueno, ya nos falta menos que cuando comenzamos.- Le contestó
con desgano y desconfianza. -¡Coño!
Que difícil se está poniendo hacer agua y carbón.- Dijo a manera de susurro. -Otro
viaje será, todos saben que los viajes al Campo Socialista son así, cero
pacotilla.- -Por
lo menos vamos refrescando con la polaquita.- -Si,
es una novedad en el barco, al menos se refresca la vista.- -De
verdad que está rica la chamaca.- -Es
un bombón, el marido debe ser un dichoso con esa pieza.- -Creo
que se ha llevado lo mejorcito de Polonia, por lo menos está mejorando la
raza.- -O
jodiendo la de los polacos, porque ya tienen al menos a uno que es mulato.-
Ambos rieron con desgana. -Pero
hay que cuidarla, no debemos olvidar que es la esposa de un compañero que
estudió en ese país.- -¡Claro
que si! Hay que cuidarla mucho para que luego no digan que el socio es un tarrúo.- -Esa
es la cosa mi hermano.- Continuaron en una conversación que giraba en torno a
temas sin importancia hasta que el individuo se retiró del puente. Pocos
minutos después apareció el Sobrecargo del barco. -¿Cómo
va la cosa?- Le preguntó el personaje que no era muy del agrado de mi amigo. -Nada,
tranquilo como siempre.- Fue toda su respuesta. -¿Y
el Capi no te tocó cuando pasamos por Kiel?- Hacía referencia a la comisión
que le entregaba el proveedor del buque por las compras realizadas, pero nada de
eso preocupaba a mi amigo, cuando aquellas compras se habían reducido al mínimo
tolerable para un barco y dichas comisiones resultaban ridículas. -No
mi hermano, no me ha tocado ni el culo.-Le respondió con sinceridad. -Pues
el viejo se enchumbó porque me lo dijo Leyva, tú sabes que es el chileno que
abastece al buque.- -Yo
sé perfectamente quién es Leyva, un viejo comunista chileno al que le hacen
las compras desde toda Europa para obtener las limosnas que ofrece, pero te
repito, no me ha tocado con nada, ni es cosa que me preocupe.- El sobrecargo se
mantuvo unos minutos en silencio al oír aquella respuesta, mi amigo sabía que
era el clavista del barco y de la pata que cojeaba. -Por
lo menos vamos disfrutando un poco del panorama que nos ofrece la polaquita.-
Fue lo que se le ocurrió decir mientras le dirigía la mirada, los cristales de
sus lentes eran ahora de color ámbar, mi amigo recordaba que habían costado
muy caros en Holanda y los inconvenientes que el personaje siempre presentaba
cuando otro tripulante los necesitaba. -Si,
la polaquita sirve para refrescar un poco el ambiente.- -Suerte
que estamos llegando, porque los leones de allá abajo están revueltos.- -¿Y
tú no?- Le soltó mi amigo a boca de jarro. -¡Coño!
¿Por qué me preguntas eso?- -Porque
a cualquiera se le hace la boca agua con esa pastilla, ¿o es que a ti no se te
para?- -Claro
que se me para, pero no olvides que es la esposa de un compañero y tenemos que
cuidar por ella.- -¡Claro!
Es verdad, ya me lo había dicho el secretario del partido.- En eso mi amigo tomó
un breve receso e involuntariamente su mirada se dirigió hacia el río de aguas
negras. -¡Coño
abuelo! ¿Cuál era el empeño de toda esa gente en cuidarle el culo a la
polaca?- Preguntó Yuri mientras era mantenido el silencio. -Si,
yo no me explico toda esa putería por cuidarle el bollo a esa mujer, si en
definitiva ella se lo daría al que le diera la gana.- Intervino Zulai, mientras
se secaba el sudor de la frente con su estropeada pañoleta. Todos se mantenían
atentos y con la mirada puesta en la figura del abuelo. -Yo
tampoco lo entiendo, pero eran así, no comían ni dejaban comer. Pero en el
caso de las mujeres del campo socialista eran bastantes tolerantes, sus
preocupaciones se limitaban a esos que les voy contando. ¡Ah! Pero cuando se
trataban de mujeres del campo capitalista no quieran verlos, era como si cada
mujer fuera agente de la CIA y tuvieran un micrófono instalado en la vagina.-
Respondió el viejo. -¡Cojones!
¿Pero como carajo pudieron vivir así?- Intervino Javier. -Nadie
sabe, aquí tienen frente a ustedes los resultados.- Contestó el abuelo
abriendo los brazos en un arco de ciento ochenta grados demostrativos. -Abuelo,
¿Cómo termina esta historia de mierda de nuestros antepasados?- Preguntó Laizú. -Pues
bien, el viaje transcurrió cargado de todas esas intrigas que les he narrado y
muchas más, la polaquita viajó muy feliz templando con los dos oficiales hasta
su llegada a La Habana. Ese día, y me refiero al de la recalada, mientras el
buque se encontraba al pairo a unas tres millas del Morro esperando por el Práctico,
mi amigo se llega hasta el camarote de la polaquita para acompañarla a
desayunar. Cuando entró ella se desnudó y le pidió echar el último palo, mi
amigo rehusó y aquello provocó su enojó. Dos horas más tarde mi amigo se la
entregaba a su esposo, un mulato bastante maltratado por el sistema. -¿Y
el tipo de lo más feliz recibió a su princesa?- Intervino Javier con ironía. -¡Claro
caballeros! Ojos que no ven corazón que no sienten.- Gritó Yeya, la hija de
Barbarita. -¡Cojones!
Pero esa polaca habrá arribado a La Habana con más disparos que el Morro.-
Dijo Nano con la ironía que premia a cada cubano a la hora de burlarse de algo. -Abuelo,
por favor, el final de la historia porque dentro de un rato toca la puta
alarma.- Solicitó Yamilé con algo de angustia. -Mi
amigo ayudó al marido a desembarcar el equipaje de la polaquita, tuvo que
prestarle una maleta para sustituir una caja averiada en esa maniobra con la
promesa de que le fuera devuelta. Uno de esos días de permanencia del buque en
el puerto, la polaquita fue hasta su casa para devolverla y de paso le dio la
dirección del apartamento donde vivía. Mi amigo fue a visitarla en una
oportunidad y se encontró al niño jugando en el pasillo con un Eleguá, la
polaquita no sabía que era aquello y él la puso al corriente. El apartamentito
era bastante confortable para ellos tres, solo que era prestado por un tiempo.
Varias semanas después la polaquita volvió a su casa acompañada por el niño
y una cuñada, ahora vivía en una barbacoa dentro de un solar en el barrio de
Cayo Hueso.- Se detuvo unos instantes. -¡Carajo!
No sería fácil venir de otro país a vivir en una barbacoa.- Exclamó Gabriel
y el viejo buscó un poco más profundo en su memoria. Encontró a Gaby con su
mujer rusa y el niñito de ambos viviendo en Jacomino unos años después de
aquel extraño encuentro. -Fue
terrible para gran cantidad de muchachitas de varios países del Este, pensaron
escapar de lo que ellas consideraban un infierno y se metieron en otra caldera.
La mayoría de ellas regresaron a sus países, aumentando así las estadísticas
de matrimonios disueltos por falta de condiciones para vivir.- -¿Y
en qué finalizó el asunto de los autos canivaleados?- Preguntó esta vez
Javier, quien mostrara más interés por el relato del viejo. -Bueno,
estando atracados en Casablanca llaman un día a la oficina de mi amigo para
informarle que un extranjero deseaba hablar con él. Pocos minutos después, el
marino que se encontraba de guardia en el portalón le presenta al visitante y
regresó a su puesto nuevamente. Mi amigo lo recibió con la acostumbrada cortesía
de la que siempre hizo gala, pero aquel individuo se ahorraba palabras para
corresponder al saludo. <No deseo perder el tiempo, solo vengo a decirle que
tanto usted como su tripulación son los responsables del robo en los vehículos
transportados.> Aquel arranque del extranjero expresado en perfecto español,
fue interpretado como una acusación irrespetuosa e infundada por el Oficial.
<¿Quiere usted decir que nosotros nos robamos esas piezas?> Le preguntó
si poder ocultar su repentino enojo. <Por supuesto que si, no me cabe la
menor duda de ello.> Respondió el extranjero. Mi
amigo levantó el teléfono y marcó dos números, unos segundos después le
impartió una orden a la persona del otro lado de la línea; <Sube
inmediatamente a mi camarote.> Fue todo lo que dijo mientras permanecía
parado con la mirada dirigida al exterior por la portilla que daba a proa de su
camarote, tres toques en la puerta lo hicieron regresar a la realidad, allí se
encontraba el mismo marino que solo unos minutos antes le presentara al
visitante. <Conduce inmediatamente a este individuo hasta la escala y que
abandone el barco inmediatamente, si acaso se pone pesado te autorizo a que le
des una patada por el culo.> El marino no pudo ocultar su sorpresa ante lo
que oía, mientras el Oficial le mostraba al visitante la puerta de su camarote.
<Ahora mismo se me larga al carajo de este barco.> El hombre se puso muy pálido
ante la agresiva actitud del Oficial, no cruzaron palabras de reclamo o
despedida. Dos minutos después, el Oficial lo vería abordando un Lada con matrícula
HK de las asignadas a los técnicos extranjeros. Aproximadamente
treinta minutos de ocurrido aquel incidente, el Primer Oficial recibe una
llamada de su Operador en la empresa naviera por el VHF del barco. <Oiga
Primero, creo que ha metido la pata hasta los mameyes al tratar así a un
extranjero, el Director está pidiendo una sanción para usted.> Fueron las
primeras palabras expresadas por aquel hombre. <Mira, tú me conoces
perfectamente y si quieren sancionarme por eso, pues que lo hagan. Eso si, no le
acepto a ningún hijo de la gran puta que me acuse de ladrón a mí ni a mis
tripulantes, por muy extranjero que sea dígale que es un afortunado.> Hubo
unos minutos de silencio. <Vamos a ver si nos entendemos, ¿cómo fue la
cosa?> Preguntó el Operador. <Bueno, creo que debiste haber empezado por
ahí antes de hablar de una sanción. Yo poseo todos los documentos debidamente
firmados en el puerto de carga, donde se acepta el embarque de esos vehículos
con faltantes de sus partes. Creo que es mi obligación defender los intereses
del Armador, ahora no me explico, ¿cómo es posible que se me quiera sancionar
por defender esos intereses?> Se repitió el silencio de la vez anterior,
unos minutos después el Operador concluía aquella comunicación. <Mira, si
tienes esos documentos contigo no hemos hablado nada, el primero que se opondrá
a cualquier sanción soy yo, quedamos libres.> El abuelo le pidió a uno de
los muchachos la cajetilla de cigarros y ésta voló por los aires hasta sus
manos, con serenidad extrajo uno mientras observaba aquella rara cajetilla. -Entonces
hubo gente que no era tan carnera en nuestro país.- Expresó Ivett con cierto
asombro. -Por
supuesto que no, solo que vivían con las manos atadas.- Respondió el abuelo. -Abuelo,
¿le gustó mucho la polaca?- Preguntó Laizú y varios muchachos rieron,
aquello le provocó cierto nerviosismo y se llevó el cigarrillo a sus labios,
buscó en el bolsillo derecho de su pantalón y extrajo una rara caja de fósforo,
todos aguardaban en silencio por la respuesta. Cuando intentó encender el
primer fósforo la cabecilla se le quedó pegada en la yema del dedo y se oyó
otras sonoras carcajadas. Con el segundo pudo encender el cigarrillo mientras
sonaba la alarma ataque aéreo, todos los muchachos se fueron retirando en
silencio y desaparecían detrás de los árboles, algunos se despidieron con
tristeza de su presencia. Le dio una bocanada al cigarrillo y sintió como si le
explotaran los pulmones, todo se nubló nuevamente y no podía mirarse la palma
de las manos. Una
suave brisa fue disipando aquella densa niebla y ante él iban apareciendo
paisajes que consideraba perdidos. Su nieto yacía dormido en el coche con el
tete del pomo de jugo mordido, se lo retiró con delicadeza y levantó el
techito para evitar que el sol diera en su rostro. Lanzó las pocas vainas de
maní que quedaban en la bolsa a las ardillas que aún merodeaban a su alrededor
y se dispuso a partir. Tomó en dirección a la ciclo vía, frente a él aquella
enorme casa con la bandera de la hoja roja. El río quedó muy pronto a su
espalda y frente a él la agitada vida de la ciudad, pasó un avión y el nieto
no se despertó. ¿Cuándo aprenderá a decir adiós en español? Pensó el
abuelo, alzó la mano y tomó una cereza. ¿Era indio o cowboy? Nunca supo la
respuesta. Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
09-06-2003.
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