MURILLO, EL TIBURON Y EL CHECO |
Todavía en la década de los setenta, nuestros barcos transportaban una que otra vez a pasajeros con múltiples destinos desde Cuba y hacia nuestro país, esto era debido a la escasa flota aérea que poseía Cubana de Aviación, para eso se utilizaban camarotes dispuestos para ellos y en oportunidades, el que tenía cada buque para uso exclusivo de su Armador. De esta transportación no escapaba ningún barco, por muy pequeño que fuera, así un día, tomamos en el puerto de Rotterdam, una familia checa compuesta por el matrimonio, la hermosa hija de unos quince años llamada Eva y el pequeño varón de unos doce años llamado Vlado. En esos tiempos los barcos no poseían medios de entretenimiento, solo recuerdo que teníamos a bordo un proyector de películas de fabricación rusa, y para un viaje de ida y vuelta, la Empresa nos entregaba unos cuatro filmes, casi siempre con las cintas partidas por las partes más interesantes, o sea, donde aparecía alguna mujer desnuda. En ese tramo de película la tripulación le pedía al que la proyectaba que parara, y regresara la cinta de nuevo, así se repetía en tres o cuatro oportunidades, hasta que el calor del foco quemaba la cinta. Fuera de ese proyector, solo había un pequeño radio en el salón de tripulantes que se oía muy mal en la medida que nos alejamos de tierra, entonces, la gente solo se dedicaba a jugar dominó. Todas las tardes y mientras el tiempo lo permitía, nos sentábamos en la popa del barquito "Habana", cada quién se acomodaba encima de las bitas, no había que caminar mucho porque quedaba justo detrás de la cocina, una vez allí, disfrutábamos de animadas tertulias dadas por los más veteranos, aquellos que considerábamos verdaderos lobos de mar, donde nos narraban sus inagotables historias, mas o menos lo que hago hoy. Esta familiar sobremesa realizada en el exterior, eran en sumo agradables y yo las consumía con mucho interés, uno de sus principales protagonistas lo fue siempre el viejo electricista de apellido Murillo, supongo que por la edad deba haber fallecido hace mucho, ¿pero que pasó ese viaje?, sucedió algo que al viejo no le gustó mucho, le salió en el camino un competente, pero lo que más le jodía era que no fuera cubano, porque para hacer cuentos, para eso, hay que buscar a un cubano, de verdad que nunca paramos y hacemos diez cuentos a la misma vez. Aquel imparable cuentista era el checo que viajaba de pasajero, el tipo hablaba español, era Ingeniero en Minas, trabajaba desde hacía muchos años en Cuba, se la conocía al dedillo. La recorrió por mar, tierra y aire, en fin, el tipo se la sabía todas, pero cuando nos hablaba, sentíamos en sus palabras que se dirigía a un público integrado por indios. Hablaba cosas y temas muy interesantes, pero de verdad que aquello me molestaba y no digo como se encontraba el rostro de Murillo, cuando el tipo le quitaba la palabra y no lo dejaba hablar más. Todos los días se repetía la misma escena y nosotros haciendo muy bien el papel de comemierdas, hasta que una tarde, el tema de la sobremesa fue de animales y el checo no ahorró palabras para destacarse como cazador de las selvas africanas. En uno de esos intermedios inoportunos para el checo, Murillo tomó la palabra y le comenzó a narrar esta historia. - Bueno, la verdad es que nunca he cazado en África, ya que toda la vida he sido marinero, pero si supieras.......... Mira, yo tengo mi casa pegada al mar, siempre he amado al mar y por supuesto, me gusta mucho la pesca........ Qué te cuento, que una de esas mañanas me tiro en mi pequeño bote que tengo amarrado al patio de la casa a pescar, con la esperanza de agarrar algún bicho bueno para comer. Me pasé todo el cabrón día con los sedales tirados por todos lados, solo cuando los iba a recoger para regresar a la casa después del infructífero día....... Se me pega un tiburoncito, así de chiquitico.- Diciendo esto, le señala con las manos abiertas unos dos pies y el checo muy interesado en la continuación de la historia, aceptó comprenderlo con un leve movimiento de la cabeza. Entonces Murillo al recibir la señal continuó más emocionado, viendo que su habitual público lo seguía con atención. - Pues aquel tiburoncito me inspiró lástima y me dije......!Coño! De verdad que es un crimen matar a esta hermosa criatura....... ¿Qué hice?..... Llené una bañadera que tenía tirada en el patio con agua salada y allí metí al hermoso animal.- En esto paró de narrar como hacía normalmente para darle más interés al final del cuento, nosotros que conocíamos muy bien a Murillo, no nos atrevíamos a preguntarle nada por temor a que nos jodiera con unas de sus salidas, pero el checo cayó en la trampa. - ¿Y cómo hacías para mantenerlo vivo?- Preguntó el checo. - Muy fácil, todos los días le echaba un poco de agua fresca.- - Pero eso es una esclavitud, en el agua salada se consume más rápido el oxígeno.- - Tienes razón, yo le cambiaba el agua con mucha frecuencia, hasta que un día me cansé de hacerlo.- - ¿Entonces que hiciste?- Preguntó el checo rabiando de la curiosidad. - Pues a partir de ese momento comencé a quitarle agua.- - ¿Pues entonces el animalito tiene que haberse muerto? Dijo el checo con algo de sorpresa. - Pues no, fíjate que no, el tipo se fue acostumbrando y así llegó el día en que lo dejé sin agua y hoy lo tengo amarrado en el patio, hasta ladra.- El checo al oír aquello se puso tan rojo, que yo pensé por un instante que le iba a dar un infarto, aquella noche fue la última que participó en la sobremesa con los indios y Murillo siguió deleitándonos nuevamente con sus cuentos. Extraído de la colección de cuentos titulado "Los Marinos", correspondiente a mi primer libro.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
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