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 El son de la montaña
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-Muchas veces quise dicirlo, pero a la gente de hoy in día no le gusta oírle a un viejo, too lo que hablamos es profecía, solo dicimos mierdas, recuerdos que a la gente no les interesa, es como si estuviera rodeado de sordos, di toas formas yo hablo y pa callarme hay que darme un trancazo en la boca, na tengo que perder, soy un viejo, medio ciego, cagalitrozo, casi un estorbo, pero no soy mudo, ni sordo como muchos cabrones.- Ese era el pan nuestro de cada día de Gumersindo, hoy viejo, jorobado por el peso de los años, pero más que eso, por el de los sufrimientos. Uno de aquellos pocos testigos de un tiempo algo lejano, de aquellos que han parecido siglos y se llevan en las espaldas y la conciencia, de esos que joroban y nunca se endereza.
  ¿Quién mejor que él? Nadie, ya quedan pocos de su generación, de aquellos que lo vivieron todo y cruzaron dos largas fronteras, las de dos siglos, en medio de infructuosas esperas. Ya apestaba el pobre viejo, no podía ir hasta el río a bañarse y los pocos nietos que allí vivían, no le cargaban un cubo de agua. Cuando se cagaba, iba por el camino que tantas veces había recorrido y se demoraba años en llegar hasta aquellas limpias aguas, lavando la mierda y la ropa se gastaba medio día, y otro, para volver a subir la loma ayudado por un improvisado bastón que él mismo se hizo, con un pedazo de guayabo.
  Nadie sabe las veces que le había pedido al supremo le adelantara la fecha, pero parece que en el cielo también eran sordos, como si le hubieran ordenado que permaneciera en la tierra, porque allí harían falta testigos. Olvidado permanecía todo el tiempo encima de un taburete, recostado como siempre lo hizo, al lado de la puerta de entrada al bohío, del mismo que él levantara hacía mucho tiempo, antes del cual, nacieran sus hijos, mucho antes de que aparecieran esos nietos que hoy lo ignoraban, y allí inclinado, permanecía muchas horas, días enteros, hasta que se sumaban en años y toda una vida, desde que le comenzaron a fallar muchos órganos del cuerpo.
 Hablaba solo y lo acusaban de loco, hablaba y no paraba de hacerlo, con un pájaro que pasaba y sus ojos no podían distinguir, pero que los adivinaba por la velocidad de sus vuelos, con las vacas sueltas que hoy eran muy pocas, con los caballos que se aproximaban, a estos los adivinaba por el sonido de los cascos, nunca le importaba los jinetes que los cabalgaran, estos cambiaban de la noche a la mañana, pero no así el paso de las bestias, ni sus resoplidos, eso lo aprendió con los años, y eso, no lo aprenden los guajiros de hoy, porque sus oídos están adaptados a otros sonidos, a las marchas, los discursos y a la radio.
  Era un loco empedernido, el más viejo de los locos y ahora estorbaba, digno de una risa hiriente de aquellos que no lo conocían, entre ellos de su propia familia, nacidos después que aquellos montes fueron tumbados a huevos y machetes, risa, nunca conoció algo tan humillante, pero el Señor era cabrón, allí lo tenía molestando y molestándose, cagándose de vez en cuando como castigo, y realizando esos largos viajes.
- Mierda de campo, de haberlo sabío me hubiera ahorrao mucho trabajo, es como un castigo por lo que nunca hice, que el señor me perdone, pero esto no me lo merezco.- Eso se decía todos los días antes del almuerzo, se lo repetía una y otra vez, hasta la santa hora en que se tiraba en la hamaca que le habían asignado, como si fuera un muñeco que todos trajinaban en la casa; ¡Qué malo es llegar a viejo! Siempre se decía, cuando hablaba para sus adentros, cuando evitaba que lo oyeran, para que no supieran que hablaba un viejo.
- Ya esto no es campo compay, esto es mierda, campo era otro, donde el guajiro amaba la tierra, aquello si que era otra cosa, en too, las gentes eran diferentes, lo mismo que las siembras, nojotros los guajiros nos sentíamos orgullosos de nuestras tumbas ( pedazo de monte tumbado por un guajiro y sembrado), hoy día no hay na de eso, hasta los pocos metros de tierras que teníamos pa mantener la familia han desaparecío porque naide las atiende.- Había que oírlo, nadie lo escuchaba, desgraciadamente en ese país, todos se quedaron sordos.
- ¿De qué sirve compay? ¿De que han servío toas esas cosas que tanto anuncian? De na, porque si te fijas, no han servío de na, el campo está abandonao. ¿Antes? En esos tiempos era otra cosa compay. El guajiro era orgulloso de serlo cuando de verdad lo era, nunca se avergonzó como ahora de su origen y la vida era otra, era dura, en todos los tiempos lo ha sido pero no tanto como hoy, donde el ser le pierde el amor a la tierra, esa, a la que nojotros le hemos arrancao de las entrañas todos los alimentos, que han traío a toa esta gente que hoy no miran pa ningún lao.-  Hablaba y nadie lo oía, solo los pájaros, por su lado corrían algunos niños, luego, después de los doce años no los volvería a ver, o sencillamente escuchar sus pasos, desaparecían como otros que partieran mucho antes, esa era la vida ahora, todos escapaban.
- Mierda que se oye por ese aparato de pilas, decir que esa es música guajira, como si uno fuera comemierda, música era aquella, la de los guateques, que fiestas aquellas, ¿quién se acordará de ellas? Solo los viejos, pero creo que quedamos muy pocos y nos tienen tirados a basura, por cualquier motivo se armaba un guateque, no eran muchos en el año, un bautizo, algún cumpleaños, pero el más importante de toos era el de fin de la la zafra, hablo de la del café por supuesto. Siempre se hacía en casa de Silvano, era el que mejor tenía su bohío y se prestaba pa too eso, la gente colaboraba desde días anteriores a la fiesta, unos llevaban viandas, otros unas gallinas, un guanajo y no podía faltar el puerco, ese que solo sabe hacer un guajiro, en puya, relleno de congrí o sencillamente así como lo hacen, cavando un gran hueco a la tierra y quemando muchos palos hasta que quedan las brasas, palos de todo tipo, palos del monte que le dan un sabor diferente a las carnes y al final para rematar, muchas hojas de guayaba que producen un humo con un dulce aroma, y esta le penetra a la carne y le da un típico sabor, eso solo lo saben los guajiros, pero no los de ahora ni los que viven a lado de las carreteras, el del monte digo yo, el de la Sierra.
  Siempre se veía el correcorrre de las mujeres, de las jóvenes y las viejas, hasta de las que estaban empollando y se le notaban pequeños bulticos debajo de los vestidos a la altura de sus pechos, ellas también se calentaban, todas esperaban ilusionadas a que llegaran sus conocidos y vestían sus mejores faldas, bien blancas y estiradas con las planchas de carbón, que les llegaban casi hasta el tobillo, la cabellera larga, muy larga y negras casi siempre, brillantes, brillo que obtenían con el aceite de coco que se untaban, ligados con una colonia que olía a limón puro, creo que le decían mil ochocientos, no la recuerdo mucho, pero un gran pomazo costaba menos de un peso, ese era el perfume de los pobres, para sus pocas fiestas en el año, alguna que otra, se le antojaba lucir ese día su mejor pañuelo de cabeza, tal vez el único, el que se usaba para las celebraciones, de colores muy chillones que contrastaban con la blancura de sus vestidos. Para caminar por el monte lo hacían con alpargatas, dentro de un jabuquito traían los zapatos de las festividades, los que usaban también cuando llegaban hasta el pueblo, todos eran bajitos, a ninguna se le hubiera ocurrío usarlo de tacones, donde todos los pisos eran de tierra, yo vide a muy pocas que se hubieran pintado las bembas, no lo hacían, porque decían los machos, que eso solo lo hacían las putas del pueblo, entonces esa voz se corrió por toa la comarca, desde hace quién sabe cuántos años.
  Las mujeres se agrupaban en la cocina, allí chismeaban y daban una mano en los preparativos de la comida y cuando comenzaba a caer la tarde, que en los montes es muy temprano, iban llegando los hombres, unos lo hacían a caballo, mostrando una montura brillante, sus arreos adornados de distintas maneras y rematando sus botas unas hermosas espuelas, otras familias llegaban a pie y se dirigían hasta el secadero de café, que Silvano tenía en la parte trasera de su bohío, era la única porción del suelo en toa la comarca que era de cemento, la perfecta para los guateques que luego se hicieron muy famosos. Los hombres continuaban en el frente, donde habían amarrado sus caballos a lo largo de una gran tranca dispuesta para ellos, algunos animales estaban sudorosos por la larga travesía, muchos gastaban horas en llegar, pero nadie se perdía aquella fiesta que solo tenía un período anual. Corcoveaban algunos animales, 
mientras sus dueños hablaban de las virtudes de ellos, en un pedazo de llano que había frente al bohío, se organizaban varias carreras y siempre se apostaba algo.
  Los músicos se iban acomodando en sus puestos, una larga hilera de taburetes se acomodaba a la orilla del secadero, una mitad de él, estaba ocupada por el café de la última recogida, la del ordeño, apilada en una gran loma de granos que anunciaba la zafra había sido buena, y cubierta por pencas de yarey. Las mujeres seguían a estos y se acomodaban en los taburetes, mientras las de la casa y familia, ponía una gran mesa muy cerca de la pista, con muchos y variados manjares, toos los platos apilados unos encima del otro y los cubiertos a un lao, la gente se serviría lo que quisiera, así era esa fiesta desde hacía tiempos que no recuerdo, Toos los hombres, al oír a los músicos afinando sus instrumentos, sacaban de sus alforjas varias botellas de aguardiente y la ponían en aquella mesa, pa que bebiera el sediento, cualquiera que fuera, allí, na era de naide.
  Sonaron las primeras notas de un Tres y al momento arrancaron todos los acompañantes, lo hizo las claves, las maracas hechas de guira y rellenas de peonías, el guayo, hermano de las maracas, pero hueco y rayado, le siguieron las guitarras y una marimba de cajón, que lo mismo servía para hacer de contrabajo, que se usaba como instrumento de percusión, los guajiros no sabían mucho de las tumbadoras. Sonaba la música y se podía escuchar el eco de ella en las montañas, la primera pieza casi naide la bailaba, a los músicos eso no les preocupaba, luego la repetirían y si fuera necesario lo volverían a hacer hasta el cansancio, porque ese guateque duraba hasta el amanecer, Genaro era el campeón tocando el Laúd, unos minutos después de encontrarse el pequeño conjunto tocando, él brindaba sus primeros acordes, dándole a ese Son, el nivel que muchos ignoraron, una andanada de aplausos se ganó desde su apertura, entonces, todos los muchachos dejaron de joder frente a la casa y le prestaban atención a la música.
  Los primeros números naide los bailaba, los guajiros eran así, cortos de palabras, parcos, tímidos para sus cosas, pero eso si, muy bravos para las peleas, muy machos. Necesitaban tomarse de un solo palo, la mitad de una botella de esos apestosos aguardientes, pa dejar en la parte vacía de ellas, parte de su vergüenza, entonces, era cuando de verdad se envalentonaban y llegaban hasta la hilera donde estaban las muchachas, y con mucho respeto le solicitaban una pieza, ninguna se negaba, aprovechaban que la fiesta estaba empezando y eran los momentos más tranquilas de ella, tres o cuatro horas aparecerían los síntomas de la borrachera, algunas discusiones, gente a la que se le metía la cabeza dentro de un cubo de agua para refrescarle las entendederas, pero aún así, la música no paraba.
  El guajiro sobrio es muy respetuoso, es que tenía que serlo, allí ninguna hembra andaba sola, venían con los padres, los hermanos y muchas vainas cargadas con sus machetes, que naide se quitaba pa bailar, los hombres sacaban de su bolsillo trasero un pañuelo y sostenían en la mano derecha que pasaban por la cintura de su pareja, se mantenían a medio metro de distancia y las miradas perdidas a otra parte, que no fuera el rostro de la muchacha ni la del hombre, esos rostros eran vigilados por los padres y hermanos, también por otras comadres, como queriendo adivinar algún mensaje, porque los ojos hablan mucho más que las bocas, eso lo saben los guajiros. Separados por abismos bailaba la pareja, eran muy sencillos sus pasos, pa la izquierda y pa la derecha, eso era too, moviendo el brazo parriba y pabajo, sacándole agua al pozo, too el tiempo así, sacando agua y naa de mover las caderas ni el culo, eso es ahora que la gente lo mueve too sin vergüenza, sacando agua del pozo, en un baile que dura cien años, hasta secarlo como ha sucedido hoy. El guajiro bailaba serio, sudaba copiosamente, no era tanto por el calor del ambiente, mas bien, era el fuego que lo quemaba dentro, el que produce el aguardiente, pero allí estaba, pa la derecha y pa la izquierda, mientras la vaina del machete le chocaba la pantorrilla en esos movimientos y le recordaba que era un macho, mostraba con mucho orgullo su mango de nácar, luego, después de terminar la pieza, la acompañaba hasta su asiento e intercambiaba cumplidos con la familia, quienes se interesaban por la suerte de sus padres y animales.
  El primer descanso de los músicos, se utilizaba por los presentes para atacar la mesa donde se hallaba expuesta la comida, el lechón era picado a golpe de machetes y cada cual se servía un 
buen trozo acompañada de viandas de too tipo, se bajaba con unas deliciosas limonadas y cada cual se sentaba en sus mismos puestos, las mujeres hablaban con disimulo de los hombres, mirándolos con el rabillo del ojo, los más jóvenes se iban para el frente del bohío donde cruzaban infinidad de jaranas, acompañadas de chiflidos y gritos que le dirigían a las montañas para decirles que estaban contentos, éstas, les respondían inmediatamente.
  Casi siempre y después de la comida, comenzaba una parte importante del guateque, eran las “Controversias”, donde dos o tres poetas improvisaban versos cantados o décimas, generalmente se iniciaban como simples retos entre ellos, para ver quien se distinguía más, pero en la medida que avanzaba el tiempo, aquellas décimas se hacían más provocativas y ofensivas, motivo por el cual había que tener mucho cuidado, porque no fueron pocas las que acabaron a trompadas limpias y algunas a machetazos. Esto ocurría con gente que llegaba de otras zonas y siempre sucedía eso, ante el celo de los guajiros que cuidaban sus palomas, no por estas razones se podía asegurar que la gente del campo fuera mala, todo lo contrario, eran bondadosas y generosas, muy solidarios con los que se encontraban jodíos, porque si de eso se hablara, cada cual había tenido sus experiencias, hoy es diferente, es como si el guajiro se haya convertido en bandido y sinvergüenza que se aprovecha del mal de la gente.
  En una de esas fiestas bravas fue que me robé a Rosario, lo había planeado desde mucho tiempo antes de las celebraciones por el fin de la zafra, me lo jugué el too por el too, pero me salí con las mías. Aquella hembra era el centro de la vista de toos los guajiros del cuartón, pero yo sabía que ella me pertenecía, fue muy difícil nuestra relación, solo cruces de miradas y un deseo que te rompe las entrañas, too lo preparé muy bien y nada podía fallar, de suceder me hubiera costado la cabeza, nunca había observao tanta vigilancia sobre una mujer, las razones eran fuertes, pero a mí se me metió dentro de esta cabeza con mucha fuerza, por eso, me intrinqué en el monte, por donde naide pasaba y allí preparé una guarida donde acumulé alimentos, tal vez para soportar una semana sin salir a la vista de naide, pa que naide nos molestara, fue debajo de una yagruma, bien metío monte adentro, pero desde donde divisaba la guardarraya que salía de los Silvanos, esperé con mucha paciencia, con toda la que existe en el mundo entero, hasta que la gente estaba contenta y había pasado la media noche, mucho tiempo para que el alcohol hiciera sus efectos, entonces, cuando el conjunto tocó uno de esos sones que siempre me gustó, uno suavecito de verdad, le dije, cuando le di la espalda a su familia que no paraba de mirarme los labios; te espero detrás de la letrina dentro de un rato, solo parte cuando no me veas, no te preocupes por nada porque yo te estaré mirando.
  Aquella hembra era de ley y ya era hora de que tuviera a su macho, dispué de la pieza me perdí, hice como el que va a servirse un trago y a naide le llamó la atención, en verdad que muchos estaban medios borrachos, entonces, por un costado del bohío penetré en la oscuridad y me dirigí hasta el fondo de la letrina. La peste a mierda me tenía molesto a los cinco minutos de estar allí, pero desde ese punto podía vigilar todos los movimientos de mi hembra, el tiempo pasaba y vi como dos muchachas se acercaron a la letrina, adentro había un candil encendido y ellas entraron al mismo tiempo, yo podía observarlas por las rendijas y oír como salía disparado el chorro de meao por esa presión de haberlo aguantado varias horas, luego, cuando terminó la primera se sentó la segunda y el ruido fue similar, hablaron dos o tres cosas de los muchachos y se largaron, Rosario continuaba con su madre, aquella vieja no le perdía ni pies ni pisadas y eso me encabronaba, no comprendía esa actitud de las viejas en querer conservar a las hijas como estatuas, comencé a ponerme nervioso en la medida que el tiempo pasaba, cualquier momento a la vieja se le ocurría la brillante idea de pasar al interior de la casa y too se iba al carajo, estaba refrescando. 
  De pronto me llené de esperanzas, vi como Rosario se levantaba de su taburete y con la mano hacía una señal en dirección a la letrina, allí quedaba la vieja esperando, los músicos tocando y los hombres empinándose del pico de las botellas, muy poca gente bailaba, todos llevaban el mismo ritmo, desde el lugar donde me encontraba parecían muñequitos, pa la derecha y pa la izquierda, pa la derecha y pa la izquierda, los brazos lo mismo, parriba y pabajo, parriba y pabajo, sacándole agua al pozo, hasta secarlo. A solo unos pasos de la puerta llamé a Rosario, ella se dirigió a la parte trasera por el lado contrario a donde yo estaba, no pude evitar darle un beso, uno muy largo que duró una eternidad, había sido el primero de cientos que cambiaríamos en vida, después la tomé firme de la mano y ella se dejó llevar. Yo tenía medido todos los pasos, cada maraña del monte me lo conocía al dedillo, cada piedra, cada hueco que existía en mi camino, por eso no nos caímos a pesar de la oscuridad y avanzábamos rápido, hasta que las notas de la música se oían lejanas, hasta que estas dejaron de sonar y solo se escuchaban gritos y chiflidos que la montaña contestaba, solo un nombre retumbaba todo aquello y era el de mi amada, unos veinte minutos después de haber salido llegamos al pequeño ranchito, lo levanté con cuatro estacas y le puse techo para no mojarnos en caso de que lloviera, pero ese no era nuestro hogar definitivo, ese era el de nuestra Luna de Miel, el de dos fugitivos.
  Nos acomodamos en un lugar de la maleza, desde donde podíamos divisar la guardarraya, siguiendo a los gritos vimos aparecer los mechones, que la gente llevaba en las manos para alumbrarse el camino, los gritos ahora los sentíamos más fuertes, casi a nuestro lado; ¡Chayoooo! Era respondido rápidamente por las montañas nuestras cómplices, volvían a gritar y las lomas les contestaban de nuevo, vimos andar a toda una caravana de luces por aquel camino, se detuvieron en el río y solo unas continuaron el ascenso de la montaña vecina, debieron ser los familiares, los verdaderos interesados en la guajira, el resto de esos mechones regresó por donde habían bajado, no querían que se aguara la fiesta por una hembra robada o escapada. Cuando pasaron otra vez cerca de nuestro observatorio, pudimos oír algunos comentarios, unos se reían, pero todos estaban intrigados, no sabían con quién se había escapado la muchacha, se encontraban confusos por los efectos del alcohol y por el alboroto que la vieja había formado a la entrada de la letrina, como toos los hombres salieron rápido en busca de la pieza extraviada y en medio de la oscuridad, nadie supo quién era el que faltaba.
  Dispué que desfiló la última lucecita, le tomé la mano nuevamente y la llevé hasta el ranchito, yo había preparado una cama con cuatro estacas como patas clavadas en el suelo, el bastidor lo construí con las fibras tejidas de la corteza de majagua y de colchón usé sacos de yute rellenos de paja, pero siempre me traje una vieja sábana de la casa, no podía quejarme, la montaña es generosa con quiénes la conocen, colgados del techo y metidos en sacos, tenía los aprovisionamientos para unos días y algunos trastos, debíamos esperar a que pasara la furia de sus padres y hermanos, un guajiro encabronao es peligroso, nunca comprendí por cual razón formaban todo ese espaviento, si allí en las montañas toas las hembras fueron robadas, hasta la madre de Rosario y la mía propia.
  Nos tiramos sobre aquel lecho que olía a toas las yerbas del mundo fundidos en un beso, puedo asegurarles que en esos momentos no sabía como seguir adelante, juro por Dios y toos los Santos, que nunca me había acostao con una mujer, desde muchacho resolvíamos las cosas como se hacían en el campo, unas veces nos íbamos un grupo para el río con una yegua y allí armábamos la cola detrás de ella, cada cual con la picha parada, sin pena alguna y entre risas, cada uno cumplía con su turno, toiticos nos veníamos dentro de la desgraciada y veíamos como a la cabrona se le salían las goticas de leche y nos reíamos sin vergüenza por lo que hacíamos, esa era nuestra vida. Los más osados y algo mayorcitos, se gastaban un peso con las putas del pueblo, cuando un peso valía algo, pero eso no era muy aconsejable porque algunos pescaron enfermedades, por esa razón, era mejor metérsela a una yegua, nosotros las conocíamos y sabíamos que no estaban enfermas. Otras veces, vigilábamos cuando las muchachas se iban a lavar al río y nos escondíamos durante muchas horas, hasta que ellas se desnudaban para bañarse, entonces en silencio, nos botábamos una paja, luego abandonábamos los escondites y comentábamos sobre las tetas de Marita o la pendejera de Tomasa, así, hasta que nos enterábamos cuando volvían al río nuevamente.
  Cuando ardíamos como tizones para asar puercos, nos fuimos desnudando sin ningún tipo de recato, a lo lejos volvió a escucharse la música y la majestuosidad del Laúd sobresaliendo por encima de todos los instrumentos, por un instinto natural me coloqué encima de ella sin despegar los labios y sin saber cómo continuar, ambos nos encontrábamos desesperados por llegar a este momento, ella me ayudó y como un animal salvaje, hice lo que hacen todos los animales, luego entre gemidos y con ese agradable aliento chocándome en pleno rostro, me vino a la mente el baile, el movimiento de las manos parriba y pabajo, parriba y pabajo, solo que aquí no le sacaba agua al pozo, bailé el Son más sabroso que se puede bailar en las montañas, echándole hasta llenarlo.
  Caímos muertos mientras amanecía, la música no paraba de sonar pero ya se había acabado el repertorio, repetían la primera, la segunda, la penúltima y sobresalían ahora los gritos que se producen en la borrachera, de nuestro acto solo fueron testigos las estrellas que se empinaban más altas que aquellas montañas, una de ellas debe ser ahora Rosario, quien no quiso que yo la acompañara, dejándome solo como testigo de todos estos cambios.-
  Así gastaba el día Gumersindo, hablando y hablando, para un público sordo y enano, recostado en su taburete, adivinando cuando pasaba un pájaro carpintero, tal vez un tocororo, de vez en cuando llegaba hasta él el viejo perro de la casa y se tiraba a su lado para tomar el sol de la mañana, cuando la sombra le tocaba la punta de las alas de su inseparable sombrero de yarey, sabía, que cuando ella llegara a las rodillas cantaría la guacaica, entonces Margarita llegaba del campo sofocada, después de llevarle el almuerzo a los muchachos y le traía su plato de viandas, que se comía en la misma posición, para caer con esa modorra que produce el estómago lleno en una agradable siesta, con el sombrero cubriéndole la cara.
  Ese día, la sombra tocó el sombrero y cantó la guacaica pero Margarita no llegaba, el viejo sintió un fuerte latigazo en el pecho y comprobó que la lengua se le entumecía, le faltaba el aire y no hizo nada por retenerlo, se tiró el ala del sombrero sobre el rostro como hacía después del almuerzo, mientras de sus labios brotaba una feliz sonrisa, vio como su alma se separaba de aquel cuerpo cansado y enjuto, marcado en los últimos minutos de su larga vida, por esa felicidad que lo acompañó en sus largas jornadas dentro de esas montañas, Chayo lo tomó de la mano y partieron de nuevo, ahora era ella quien se lo robaba.
  Margarita llegó como siempre con el plato en las manos y se asombró de verlo con el sombrero sobre el rostro, lo llamó con insistencia y el viejo nunca contestó, cuando levantó el sombrero, la felicidad reflejada en el rostro del viejo opacó su dolor. Llegaron muchos de todos los cuartones vecinos, de su generación quedaban pocos, pero se hicieron llevar para despedir a aquel amigo, llegaron los de la generación siguiente, solo faltaron los nuevos, los que se dejaron arrastrar por las nuevas corrientes, esos no se enterarían de la muerte del viejo, no creo les importara mucho, menos aún le importaría a él. El funeral se hizo al estilo de sus tiempos, en el campo muy poco había cambiado, fueron muy leves el soplo de esos vientos que todo lo revolucionaron, la noche se alumbró de candiles y mechones que llegaban de distintas direcciones, muchas más que aquellas que los buscaron la noche del guateque cuando se robó a su hembra. Se preparó comida para todo el mundo y no faltaron las botellas de ron, en el cuarto lloraban las comadres, las hijas y las nueras, afuera, los hombres hablaban de sus bondades. Se cavó una fosa al lado de la de Rosario, muy juntas, como estuvieron toda la vida y cuando la rústica caja descansó en el fondo, el hijo de Genaro sonó el Laúd para entonar un Son, aquellas celestiales notas lloraron sin consuelo.
 
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
20-9-2000.