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HAMBRE Y MIEDO 
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   Yo pensé que al salir de Corea del Norte acabarían todos los problemas de 
ese viaje fatal, allí permanecimos más de un mes de duro invierno, con la 
calefacción del barco rota y casi sin comida, podía asegurarse que pasamos 
hambre y podía negarse también que esto no era cierto, si comer era 
considerarlo a hacerlo como lo hacen los animales. 
  Nueve días después de nuestra salida, estábamos en Singapur con 40 grados 
sobre cero y con el aire acondicionado del barco roto, aquella nave de acero 
se había convertido en un infierno, donde sufríamos el violento cambio de 58 
grados de temperatura. Una vez que recalamos fondeamos en espera de 
instrucciones, habíamos recibido la orden de dirigirnos al puerto de 
Shitagoon en Bangladesh, para completar la carga pero antes debíamos tomar 
combustible y avituallamiento para darle la vuelta al mundo. 
  En esa espera nos sorprendió una semana, la agencia que nos atendía estaba 
dirigida por un búlgaro, pero ya nada del Campo Socialista existía, por 
muchas llamadas que el Capitán le hiciera por la radio, el hombre se negaba 
a suministrarnos comida ni el pago de la tripulación, hasta tanto Cuba no 
hiciera los depósitos bancarios para aquella operación, llegó el momento 
esperado por toda la tripulación, se nos acabó el agua y el Capitán declaró 
arribada forzosa, motivo por el cual, las autoridades nos pasaron a un 
fondeadero interior y nos suministraron agua, solo que en estas condiciones 
nosotros no podíamos abandonar el puerto, nuestro Capitán solicitó los 
servicios de una lancha para presentar una Acta de Protesta ante la 
Capitanía del Puerto, siendo esta la única oportunidad en la cual, parte de 
la tripulación pudo bajar a tierra, eran finales del mes de Febrero y 
nosotros habíamos salido de Cuba en Octubre. 
  Después de oír millones de súplicas, el agente búlgaro que había sido 
también Capitán en la marina de su país, se conmovió y le adelantó al 
nuestro unos $2000 US dólares para la compra de víveres, eso en un barco con 
una tripulación de 36 hombres es casi nada, pero al menos pudimos mitigar en 
algo nuestra hambre. 
  Allí pasamos mas de dos semanas esperando el dinero para avituallarnos y 
al final de este tiempo, solo llegó el del pago del agua y el combustible 
mas la orden de partir en esas condiciones, desoyendo los informes de que 
nuestra gambuza estaba en casi cero de víveres, así como, que tampoco llegó 
el dinero de la tripulación. 
  Partimos para Bangladesh, con la promesa de que allí recibiríamos el 
dinero prometido, pero a nuestra arribada comprobamos que habíamos sido 
engañados una vez mas, al telegrafista le dio un infarto y fue trasladado a 
una clínica, llevándose de acompañante al político de a bordo. Yo tenía 
experiencia de esa zona y sabía que era una costumbre de algunos de sus 
habitantes en llegar con canoas llenas de comida y animales, para cambiarlas 
por los cabos (sogas) viejos del barco y por los cables usados de las grúas. 
  Cuando le hablo del tema al Capitán, este me contesta que la orden que 
tenían todos los barcos era la de vender esos artículos y llevar el dinero 
íntegro para La Habana, además, que el no se metía en esos problemas 
sabiendo, que la misma gente por la que podías hacer eso, eran capaz de 
delatarte a nuestro arribo. 
   La situación no nos permitía salir desde ese puerto hasta Luanda en 
Angola, sencillamente no había comida y en altamar esta es imposible de 
adquirir, llamé al Secretario del Partido y le hablé de la situación, pero 
este también tenía miedo meterse en estos negocios, entonces les propuse al 
Capitán y a él que me dejaran actuar, yo no era militante del Partido y no 
tenía nada que perder, ellos accedieron, entonces realicé una labor 
proselitista con la gente de a bordo y al final todos me apoyaron, aunque 
debo aclarar que esto no me servía para mucho, porque al final de la 
jornada, esos mismos a los que les llenaría el estómago, serían los mismos 
que levantarían las manos en una asamblea para que me condenaran. 
  De todas formas hice aquellos cambios y llené la gambuza de comida, al 
menos la suficiente para llegar hasta Luanda, en la popa del barco armamos 
una jaula que se llenó de gallinas vivas, patos, pavos, por la cubierta 
andaban mas de ocho chivas (cabras) caminando y que sacrificamos a nuestra 
partida, las neveras estaban abarrotadas de frutas, viandas y vegetales, 
gracias a las gestiones del sin partido, porque, increíblemente no se donde 
se metieron los hombres en Cuba o al menos en la marina mercante. 
  Parece que no habían sido suficiente mas de dos meses pasando hambre y sin 
paga, para que la gente reclamara sus derechos, el miedo con el que se vive 
no tiene límites ni explicaciones, todavía hoy  no comprendo que ha sucedido 
con mi pueblo. Allá se quedó ingresado el telegrafista con su compañero, 
nosotros llegamos a Cuba un mes y medio después, quizás dos y todavía no les 
había llegado el dinero que cubrieran sus gastos y pasaje de regreso, vivían 
de la caridad del agente que los atendía, que solo podía pagarles desayuno, 
almuerzo y comida. 
  Han pasado ocho años desde mi deserción y nada ha cambiado, mas bien las 
cosas han empeorado para los marinos, los veo por Montreal escurridizos, con 
un miedo que les cala hasta los huesos, mal vestidos, haciendo interminables 
caminatas durante el invierno, para ahorrarse el dinero del pasaje, no 
tienen buenos abrigos, no son pocas las oportunidades en las que no les 
pagan, el contrabando para poder vivir continua y en ellos se han visto 
envueltas personas que siempre fueron honradas, pero desgraciadamente ser 
honrado en esa isla es de idiotas, mas bien de cobardes también, por el 
miedo que siempre ha existido por reclamar lo mas mínimo, lo que te 
pertenece, lo que es tuyo y trabajaste bien duro. 
  Hoy los veo y a veces me preguntan si conozco a alguien para venderles sus 
tabacos, no se si me dan pena, no se si les tengo lástima, no se si los 
detesto y no quisiera saber de ellos, no se si se merezcan vivir como lo 
hacen, lo cierto es que no se puede vivir con tanto miedo. 
 
 
                           Esteban Casañas Lostal. 
                            Montreal. Canadá.