Llegó un día de pleno invierno al aeropuerto internacional
de Montreal, exactamente al de Mirabel, nosotros, nos encontrábamos
en el salón de espera que se encuentra en el segundo piso, y por
una gran pared de cristales, que te da la impresión de estar mirando
una pecera, observamos todos sus movimientos. La identificamos fácilmente,
no era difícil adivinarla entre el tumulto de gente que se bajó
de ese vuelo, luego, cuando llegó su turno en la casilla donde se
encuentra el agente de inmigración, suponíamos que sería
el primer punto donde se le trabaría el paraguas, porque ella apenas
habla bien el español, nos equivocamos, la rapidez con la que burló
aquel natural obstáculo nos sorprendió.
Una vez afuera, Erótida se fundió en un largo
abrazo con su hermana, mojado con algunas lágrimas, cuando la vi,
me pareció estar observando la llegada de Lesbia, todo era casi
una copia fiel de ella, la larga trenza de un pelo lacio y bien negro,
de una negrura suprema, la chumpa típica de muchos colores, en formas
de cuadritos que no tenían continuación, con estrechas líneas
de diferentes colores, casi todos eran chillones. Nunca comprendí
el gusto por ellos, con ella puesta te podían observar desde varios
kilómetros. En el salón había calefacción y
la temperatura era muy agradable, por eso, nosotros andábamos con
el abrigo en las manos, ella, continuaba con él cerrado hasta el
cuello, tal vez, la vista al exterior de la existencia de toneladas de
nieve, le producía frío. Debajo, llevaba puesta una saya
ancha, no recuerdo si era plisada o estaba estrujada por tantas horas de
estar sentada en el avión, me imagino que también cargaría
dos o tres sayuelas y aquel largo calzón, que casi le llegara hasta
las rodillas, así me encontré a Lesbia cuando cruzábamos
la frontera de México, me enamoré de ella, bien brava que
era esa mujer para los peligros, una prueba de ello es; que ahora está
aquí, recibiendo a su hermana, pero muy cambiada. No hablo de las
botas que traía puesta, porque eran una calamidad, que le cambiamos
en el mismo aeropuerto y depositamos en un tanque de basura. A sus espaldas
y como único equipaje, un jolongo de tela, con los mismos colores
que la chumpa y parte de la saya, luego en el auto, sacó unos tamales
forrados en hoja de plátanos que mostró con mucho orgullo
a su hermana, un sobre con loroco, otro poco de quesadilla, una botellita
de miel de abeja y para mí, una botella de ron, eso era lo único
de todo aquello, que verdaderamente me gustaba, dentro traía además,
algo que mucho pesaba, sus sueños y esperanzas.
En la casa todo estaba listo para el recibimiento, Lesbia lo
tenía todo previsto, desde ropa interior, hasta otra más
moderna para salir a pasear, pero lo más importante era, que había
comprado una loción contra los piojos, no digo que los tuviera,
pero por si acaso, la obligaría a bañarse antes de acostarse
y lavarse muy bien la cabeza, en ese detalle que parece ofensivo yo no
me metí, porque cada cual sabe de la pata que se cojea.
Esa noche después de la cena nos sentamos en la sala
a dialogar, creo, que solo dialogaron ellas, un recorrido por un mundo
casi olvidado, surgieron caminos, vecinos, vacas, culebras, procesiones
y muchos nombres que yo no comprendía, tal vez hablaron de viejos
enamorados casi en susurros, en fin, no quise privarlas de ese deseo humano
de comunicarlo todo, de aquello que pertenece al pasado algo lejano, entonces
me fui a la cama, allí continuaron ellas hasta tarde en la madrugada.
Al día siguiente y vestida de acuerdo a la época,
Erótida era otra persona, le encontraba algo de atracción
y el cuerpecito lo tenía bien distribuido, solo faltaba tener un
poco de paciencia, esperar a que se destiñera, como le sucede a
todo el mundo, dar unas vueltecitas para visitar una peluquera, afeitarle
las piernas, en fin, borrarle todas esas huellas que solo dejan la tierra.
Salimos en un pequeño recorrido por el centro de la ciudad, decidimos
hacerlo en buses y metros, para que disfrutara mejor el panorama y se familiarizara
con el ambiente, donde le tocaría por fortuna de la vida, comenzar
a desarrollarse. Fueron incontables las sorpresas que me llevé ese
día, cuando observaba el comportamiento casi infantil de esa muchacha,
no podía ocultar su asombro ante cosas a las que hoy todos estamos
muy acostumbrados, no recuerdo haber llegado en esas condiciones, algo
me asombraba de este desarrollo a cada momento, pero nunca llegué
a los extremos de ella, yo solo la miraba, era una niña que había
acabado de descubrir el mundo. Si parábamos en uno de esos bebederos,
de aquellos, que cuando la persona se pone delante de él comienza
a echar agua, ella se quitaba y se volvía a colocar en esa posición,
se reía y decía que tenía magia, eran cosas tan sencillas
las que llamaban su atención, que sus reacciones eran de una niña
adulta, se reía por cualquier cosa, yo no dejaba de observarla,
era tan ingenua, así deben ser muchos en nuestros países,
viejitos que chocan con esas cositas y por una bobería se sienten
felices.
La primera semana la dejamos para que se adaptara un poco a
su nuevo medio, pero al transcurrir esta, nos pusimos las pilas y fuimos
a ver al abogado que habíamos contratado para solicitar su refugio
político, allí, nos entregaron una historia bellamente construida
y que Erótida debía aprenderse al dedillo. Tres días
después, nos presentamos con el abogado en Inmigración y
allí comenzaron los pequeños dilemas, ella solo firmaba con
la yema de los dedos, fue lo único que le enseñaron en toda
su vida y aquello me partió el corazón, sin embargo, para
la muchacha era lo más normal que le había sucedido en el
mundo, me refiero a eso de firmar de esa manera, yo leía el rostro
de los funcionarios, estaban sorprendidos, aunque lo disimulaban de mil
formas.
Todos los días en la casa se hacían varios ensayos,
Lesbia era la directora de esa gran obra de teatro, y no se cansaba de
repetírselo; <<De tu actuación depende mucho el que
puedas quedarte, de lo contrario, si algo falla, te regresarán por
el camino que viniste.>> Ella ponía todo su empeño para que
esto no fuera a ocurrir, poseía una admirable memoria y puedo asegurarles,
que no se sabía donde iban los puntos y las comas, porque gracias
a Dios los omitimos, de lo contrario, los hubiera soltados en la Corte.
Todos teníamos mucho nerviosismo ese día, al parecer,
ella era la única serena entre nosotros, pequeño grupo, al
que estaban sumados el traductor y el abogado, nos quedamos fuera, solo
entraron ellos, esas encuestas duran casi siempre más de dos horas,
algunas veces se pasan de cuatro y quedan inconclusas, nuestras miradas
no se apartaban de la puerta por donde habían desaparecido, al cabo
de una hora, tiempo exacto que medí por el reloj de pulsera, salieron
los tres y temí lo peor, pero sus rostros decían otra cosa.
El abogado fue el único en hablar, lo hizo maravillado
y no podía escapar de su asombro, dijo; que Erótida narró
toda la historia con una exactitud asombrosa, que no se equivocó
en ninguna fecha, pero, que la parte más convincente de su narración
ocurrió cuando dijo; que la habían violado como quinientos
soldados, que a los pocos días la volvieron a violar unos sepetecientos
guerrilleros y allí comenzó a llorar desconsoladamente, cuando
él trataba de calmarla, entonces, se le escapaban algunos gritos
de dolor, llenó el pequeño salón con sus lágrimas,
creo que fueron ríos de ellas y el tribunal por poco la acompaña
en su lloriqueo, la aceptaron sin ningún tipo de reparos, tenía
hasta aquí ganada parte de la pelea.
Pocos días después llegaron muchos papeles por
correo, en un gran sobre amarillo, todos eran planillas, una para la ayuda
social, que comenzaría a recibir con carácter retroactivo,
otra, para el carnet de salud provisional, unas planillas para un chequeo
médico, otra para solicitar una identificación y por último,
un permiso de trabajo por un año.
Su hermana consiguió un certificado médico por
una semana y se dedicó por entero a realizar los trámites.
En el centro del Bienestar Social la mandaron a una escuela para que fuera
alfabetizada, esto me chocó, no tenía la más mínima
idea de que fuera posible, pero, mi mujer me lo confirmó, funciona
desde hace muchos años y esas personas que llegan analfabetas a
este país, aprenden a leer y escribir en francés, la mayoría
lo logran y luego continúan estudiando, es algo sorprendente,
más tarde, conocen esta lengua, pero siguen ignorando la materna.
Cada día se resolvía algo, hasta que todo llegó a
la normalidad y mi cuñada partía cada mañana para
su escuela. Cada regreso era motivos de alegría para todos, hoy
aprendía algunas letras, mañana unas palabras, se le pegaron
enseguida “Bonjour” y “Merci”, ella las disfrutaba cuando las decía,
comenzaba a ser otra persona, cuando las pronunciaba, yo la notaba mucho
más fina.
Mi hermana y yo gastábamos mucho tiempo conversando, siempre
lo hicimos desde pequeña y nos contábamos nuestras intimidades
y secretos, por eso, yo procuraba enterarme de todo lo que sucedía
a su alrededor, me tomaba el trabajo de revisarle la libreta y como dato
curioso, me fijaba en la fecha de las clases, nunca me mintió y
así pasaban los meses, ella progresaba increíblemente, nunca
me imaginé que tuviera tan linda letra, su pronunciación
del francés era casi perfecta, la observaba más segura que
cuando vivíamos en nuestra tierra, su color cambiaba progresivamente,
pero nunca pudo ocultar el canela, ni aquel bello pelo que le llegaba
hasta la cintura y ahora mostraba con orgullo suelto, brillante como nunca
y que la hacía más hermosa, cuando se lo alborotaba el viento.
Unas de esas semanas que pasaron después de varios meses,
yo la observaba muy feliz, cantaba cuando se duchaba, lo hacía en
francés y en nuestra lengua, canciones que a veces me producían
nostalgia, de aquellas que casi siempre cantábamos en coro por los
senderos muy temprano, en una larga fila de nosotros, en los tiempos
precisos para recoger alguna cosecha y muchas iban con sus ponchos, los
patojos que no tenían quienes los cuidaran y las canastas llenas
de tortillas para el almuerzo, que rellenábamos con muchas cosas,
las que traíamos y las que cambiábamos con las amigas y los
vecinos, mazorcas de maíz hervidas, un poco de café, que
se mantenía caliente por el sol dentro de una botella y agua para
beber, que casi siempre escondíamos en alguna sombra, donde nos
sentábamos a comer.
Me llamó mucho la atención tanto desborde de felicidad
y me senté a conversar con ella, como hacía cada día
antes de acostarme, en su cuarto, en paños menores, entonces, en
esos arranques de locura que tienen los jóvenes me confesó;
<< Hace tiempo que salgo con un muchacho de la escuela, creo, que
me he enamorado, nunca había sentido algo como esto, eso debe ser
amor, tal y como lo explican en nuestras clases de francés. El caso
es, que el muchacho estudia idiomas en nuestro centro y desde la primera
vez que lo vi, me sentí fuertemente atraída hacia él,
es trigueño como nosotras, muy blanco de piel, ojos celestes y alto
que ni te imaginas, pero un tipo muy dulce, sereno al hablar, muy pausado
y con un vocabulario que no te cuento, en poco tiempo, he aprendido un
millón de palabras de nuestro idioma. Cada vez que me encontraba
con ese muchacho en los pasillos, las piernas me temblaban, nunca me había
sucedido antes y no han sido pocos los chicos que he conocido, muchos los
que me pretendieron, temblaban mis manos, lo hacía todo el cuerpo
y él se dio cuenta de mi defecto, ese que tengo para ocultar las
cosas, creo que es común a ambos. Lo pensó mucho para decirme
las primeras palabras, tanto tiempo, que siempre las consideré un
siglo, mil años, pero al fin se decidió y ese día
no pude ocultar mi dentadura, él lo notó. Así pasaron
los días viéndonos a la hora de la merienda, hasta que llegó
el momento en el cual se me declaró, lo hizo, usando palabras que
nunca había oído, aquellas que son capaces de enamorar a
cualquier mujer, pero acuérdate que yo no soy tonta, por instinto,
pude adivinar que ellas salían del corazón.
No me resistí, me hubiera traicionado yo misma, si él
no tomaba esa decisión, lo mas probable era que me le hubiera declarado,
me sentía loca por él, ahora me alegro que me hubiera ahorrado
ese trabajo. Como te cuento, uno de esos días que teníamos
programado una visita a museos, Alberto me invitó a comer en su
apartamento, era pequeño en este país, suficiente para albergar
a un batallón en el nuestro, aquí le llaman un tres y medio,
compuesto por un cuarto, la sala comedor, cocina y el baño, bastante
amplio para un hombre solo. Lo tenía muy limpio, meticulosamente
ordenado, como si fuera un militar, allí faltaban detalles femeninos,
sin embargo, su mesa estaba adornada por un gran ramo de flores, muy variadas
y de muchos colores.
Había preparado una exquisita comida de su país,
cuando comíamos abrió una botella de vino, después
de los primeros sorbos, comencé a sentir un inmenso calor dentro
del cuerpo, yo lo ayudé a fregar todos los trastos, sin decirle
nada, solo buscaba estar más cerca de él, sentir el roce
de su cuerpo, estoy segura de que lo comprendió, pero no precipitó
las cosas, ya las tenía muy bien pensadas. Nos sentamos a dialogar
en el sofá, yo le hablé de las bellezas de nuestros lagos,
él me habló de lo transparente de las aguas de sus playas,
le describí los colores del Quetzal, me escuchaba con mucha atención
y después me habló del Tocororo, que tiene los colores de
su bandera, le hablé del hambre de mucha de nuestras gentes y noté,
que esquivaba ese tema, era como si lo sufriera. Le hablé de ti,
de cómo habías cruzado mil fronteras en busca de un sueño
divino, el calló por segundos, después me explicó
cuantas gentes de su país habían perdido la vida buscando
un futuro, uno cualquiera. Le hablé de nuestra eterna primavera,
el verdor de nuestros campos, la majestuosidad de nuestros volcanes, el
dudó que responder entonces y me contó mas adelante de todos
sus dolores, de llegar de un país donde se tiene un eterno verano,
pero que todo ha sido destruido por los caprichos de los hombres. Hubo
un pequeño intervalo en nuestra conversación y sus dedos
se encontraron con mi pelo, lo estaba deseando con locura, hasta que mis
labios fueron premiados con un beso, beso que nunca terminó, porque
todavía lo llevo dentro, nos abrazamos hasta formar un solo cuerpo,
sentíamos nuestros corazones queriendo escapar de nuestros pechos,
no nos dábamos cuenta de encontrarnos en este mundo y así,
en ese largo sueño caímos sobre el piso alfombrado, uno sobre
el otro, al lado de cada cual, rodamos sin desprender los labios y nuestras
temperaturas llegaron a quemarnos. Alberto fue abriéndome la blusa,
suavemente, dulcemente, hasta descubrir mis senos y no pudo evitar besarlos
con locura, lo haría con ambos, mientras yo le quitaba la camisa
y acariciaba su velludo pecho, palpando cada músculo de acero, entonces
me fue quitando en pantalón y yo no ofrecí resistencia, lo
deseaba con toda el alma, quería tenerlo adentro, muy profundo,
donde se encuentra el alma. Yo lo ayudé a quitarse el suyo y así
desprendidos de todo, de todo el pudor y la vergüenza que se puede
sentir una primera vez, nos pudimos descubrir. El comenzó a cubrir
de besos cada pulgada de mi cuerpo y me volvía loca, nunca me lo
habían hecho y me hacía sentir más mujer, bajaba a
cada instante, hasta llegar una cuarta mas abajo del ombligo y allí
paró, al principio lo consideré una marranada e intenté
esquivar sus propósitos, pero él me detuvo, luego, sentí
como si el cuerpo se separara de mi alma, nunca me habían hecho
sentir eso que no tiene descripción.>> Yo la escuchaba y en la medida
que me narraba su primer encuentro con Alberto, llegué a excitarme
también, comprendí que el muchacho era un experto y que aquella
aventura nunca la había experimentado con mi marido, pero tenía
el deber de proteger a mi hermana, por esa razón la incriminé,
como lo hubiera hecho cualquier tirano; <<Debes olvidarlo, ¿cómo
vas a fijarte en un hombre que no tiene dinero?, la gente de su país
son unos traumados, además, ¿no sabes que tus hijos te pueden
salir balseros?>> Solo eso se me ocurrió decirle y ella rompió
en un inconsolable llanto, mas tarde comprendí mi crueldad, yo no
recordé en esos momentos, que nos encontrábamos en la capital
de la gente soltera, de los que prefieren vivir en la soledad y sus cosas
las resuelven de distintas maneras, llamando por teléfono a una
scort o con la ayuda de un consolador, pero casi nadie deseaba casarse,
me quedó el amargo sabor de un gran cargo de conciencia.
Ella tuvo mucho miedo después de aquella entrevista íntima
conmigo, se apartó del muchacho y por mucho tiempo la noté
pensativa y taciturna, sabía ocultar su dolor de mil formas, entonces,
durante las vacaciones de verano se dedicó a trabajar muy duro,
comenzó a guardar cada centavito, era muy ahorrativa, aunque no
se privaba de esos gustos que nos vuelven locas a las mujeres. Un día
y según ella me contara, una amiga le propuso que le sacara dinero
a su bello cuerpo, Erótida le contestó que ella no había
llegado a este país a vivir de puta, no puedo ocultar que me gustó
mucho esa reacción de mi hermana, pero continuando su narración,
me dijo que había interpretado mal a su amiga, ella le había
propuesto que bailara desnuda, en uno de esos bares a los que van los hombres
solo a calentarse la cabeza, que allí nadie podía tocar
a nadie, solo mirar, y que se ganaba buena plata. Tanto le dijo a mi hermanita,
que la convenció y partieron a ver al patrón de uno de esos
bares, el tipo al ver su figurita sensual la aceptó, pero, le dijo
que debía afeitarse sus partes y ensayar algún número
musical para la actuación.
Se afeitó como era exigido y durante dos días,
se puso a ensayar con su amiga un número de la Stefan, cuando se
consideró lista regresó al lugar y el tipo le dijo, que debutaría
esa noche, de verdad que nunca me imaginé nada de esto, después
de la aventura con aquel muchacho, mi hermana no me confesaba todas sus
cosas. Llegó el momento de su actuación y Erótida
salió al escenario cubierta solamente por un largo pañuelo
de cabeza, allí estaban todos esos tipos que la verían encuera,
ella no podía adivinar sus rostros, cegada por las luces que le
llegaban de muchas partes, comenzó la música y en la medida
que lo hacía ella se desnudó totalmente, su rostro
se sonrojó de la vergüenza, las piernas no se le movían,
era como si las tuviera pegadas al suelo del escenario, la cintura la tenía
soldada a la columna vertebral y no le salía ningún movimiento,
para rematar, su pelvis estaba tan oscura que no parecía se había
afeitado, cosa que no gustaba mucho a la gente atraída por otros
colores más suaves, desde el amarillo al rosa, en uno de esos escasos
segundos de lucidez, salió corriendo a toda velocidad hacia los
camerinos, acompañada de las risotadas de los parroquianos, se vistió
y salió huyendo de ese infernal sitio, ese día regresó
borracha a la casa por primera vez, la pintura de los ojos la tenía
corridas, yo no le dije nada y se tiró a dormir vestida, con mucho
cariño le quité los zapatos y la desnudé, antes de
partir, le di un beso en la mejilla y ella sonrió.
Hoy trabajaba en la agricultura, mañana era camarera
de un bar, de una discoteca, pero casi siempre salía expulsada,
le daba bofetadas a los borrachos que le tocaban las nalgas, pero tenía
mucha suerte, nunca le faltó donde trabajar. Las vacaciones terminaron
y regresó a la escuela, tiempo durante el cual, trabajaba esporádicamente
en las noches y los fines de semana, a veces la notaba algo agotada, una
de esas noches, en las que siempre entraba a su cuarto para saber de su
vida, me contó algo sobre una nueva experiencia vivida, me dijo;
que en una de las salidas de la escuela, una amiga la observaba muy agotada
y se ofreció para darle un masaje corporal, ella aceptó sin
reparos, luego en la casa, la amiga le dijo que se quedara solamente con
el calzón y la tendió de espaldas en la cama, ella también
se desnudó y comenzó a darle masajes, empezando desde la
nuca, que el contacto de las manos de su amiga con su cuerpo eran en extremo
relajante, se quedaba algo dormida y más que masajes, las sentía
como caricias, después esas manos fueron bajando poco a poco, sin
apuros, las sintió en las caderas y en las nalgas, provocando que
se le escaparan unos involuntarios suspiros. Le ordenó que se diera
la vuelta y su amiga comenzó por el cuello aquellos dulces masajes,
pero, como ocurrió cuando se encontraba de espalda, aquellas manos
fueron bajando sin desespero, hasta que llegaron a sus senos y siguieron
su camino, su amiga descubrió al llegar a sus partes, que ella se
encontraba mojada e hizo una larga parada allí, de repente paró,
cuando más excitada yo me encontraba y fue hasta una gaveta de su
cómoda, de donde sacó un pitillo de mariguana que ambas consumimos
con agrado, me elevé hasta el cielo y luego ella me hizo el amor
de la misma manera que me lo hiciera Alberto, no puedo negarte que no me
arrepiento, me gustó aquella experiencia. Aquellas palabras de mi
hermana me preocuparon mucho, sentí el temor de dos cosas, que se
volviera drogadicta o que eligiera el camino de la homosexualidad, contra
lo que no podía hacer mucho, ya que en este país, las lesbianas
están protegidas. No sé hasta que punto me sentía
responsable por esta situación.
Meses después de terminar la escuela, ella me dijo que
tenía intenciones de alquilar un apartamento, que deseaba ser independiente,
yo sabía que sus palabras eran decisiones irrevocables y al cabo
de las semanas se mudó sola, yo la ayudé a montar su nuevo
hogar, Erótida continuaba recibiendo el cheque de la Ayuda Social
y trabajaba continuamente por la izquierda, algo, que muchos consideran
trabajar decentemente, tienen parte de razón porque no trafican
con drogas, ni se dedican a la prostitución. Al cabo de unos meses
pasó la escuela de conducir exitosamente y se compró un auto
de uso pero en muy buen estado y de solo dos años de fabricado.
En una de mis visitas por su apartamento, pude ver en el cenicero
colillas de cigarros y le pregunté si estaba fumando, ella no supo
que responderme, yo sabía perfectamente que no lo hacía,
así que deduje, su apartamento era visitado por un hombre. Cuando
ya no lo podía ocultar, me dijo que estaba esperando un bebé
y yo me puse muy contenta, no me daba cuenta que habían pasado tres
años desde su llegada, sin embargo, no le pregunté por el
padre, me conformé con su silencio.
La niña era preciosa, de un pelo muy trigueño
como ella, pero con unos ojos celestes muy bellos, una razón muy
justificada que le alegraba la vida en aquella soledad, el cheque de la
ayuda ahora aumentaba, Erótida formaba parte de ese gran ejército
de mujeres solteras de este país y cuando la chica estuvo grandecita,
la mandó a una guardería y se dedicó a trabajar como
hacen muchas, de verdad que estaba haciendo dinero, todos los años
le devolvían bastante plata cuando hacía la declaración
de impuestos, en aquellos tiempos le devolvían a la gente de la
ayuda social.
Exactamente al año de haber nacido la nena, tuvo un precioso
varón, sacó también los ojos celestes y siempre me
pregunté, ¿por cual razón no se acababa de casar con
el padre de sus hijos? El niño fue a parar también a las
guarderías, el cheque aumentó y ella no dejaba de trabajar,
se apuntó en todas las iglesias existentes en Montreal donde repartían
comida gratis, en algunas la daban semanalmente, en otras a la quincena,
en fin, la comida le sobraba y el dinero también, siempre jugaba
a las lotos, pero hasta aquí no le sonrió la fortuna.
Tuvo su tercer bebé, copia fiel de los anteriores y del
padre nunca tuve noticias, recorrió el mismo camino de sus hermanos
y la vida para ella continuaba siendo la misma, un cheque que crecía
como sus hijos, trabajos alternados para que no la descubrieran los de
la ayuda social, hasta que un mes de Julio le llegó una devolución
de dinero, lo suficientemente bueno, para comprarse un minivan en un estado
envidiable.
Un día, cuando menos me lo esperaba, Erótida me
dijo que regresaba a su tierra, yo sabía que no podía hacer
nada para detenerla, por sus venas corría la sangre del Puma y la
libertad de los animales de nuestra selva, en ese momento, me manifestó
que el padre de los niños era Alberto, siempre lo había sospechado,
a mi pregunta de la razón por la cual no se habían casado,
su explicación era muy sencilla, prefería vivir de soltera,
sin obligación de ningún tipo, ni para hacer el amor, quería
ser libre toda la vida y así partió, con un trailer cargando
sus cosas, atravesando todo un continente, burlando varias fronteras, con
un pasaporte de diferente color al que había traído, eso
lo hacía “por si las moscas”.
Montada en un hermoso caballo, con el pelo corto y teñida
de rubia, vestida con un jean marca Wrangler, un shirt sin sostenes, mostrando
unos hermosos senos duros y firmes, espuelas de plata, recorría
un día su parcela enclavada en la ladera de un volcán, a
lado de un lago de su país natal, los inditos inclinaban la cabeza
cuando la veían o se quitaban el sombrero para saludar a su patrona,
le decían la “francesa”, colgada de su cintura llevaba un CD player,
por los audífonos la voz inconfundible de Celine Dion, recorría
todos los días su tierra, tenía cerca al Quetzal, desayunaba
con tortillas y en esos viajes sobre su noble animal, se le perdía
la mirada en aquel lago donde naciera, se acordaba de las transparentes
aguas de una playa que nunca visitó, ya no soñaba, en su
alforja cargaba muchos recuerdos.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
26-8-2000.
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