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 CONTRABANDO
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 Cuando me inicié en la marina mercante a finales de la década de los sesenta, todavía las tripulaciones estaban compuestas por aquellos lobos de mar,  que tripularon las viejas naves cubanas de vapor en casi su totalidad, ellos fueron nuestros maestros en el difícil arte de ser marino, muchos nos enseñaron también el arte de contrabandear. En esos tiempos era muy poco lo que se contrabandeaba, las medidas represivas eran muy duras y todos le temían a ellas, los sondeos eran muy profundos y largos, se revisaba cada milímetro del barco con la ayuda de canes, en muchas oportunidades pasaban de las cuatro horas. 
En la medida que la situación empeoraba en el país económicamente, aumentaban las necesidades y con ellas la corrupción, la tendencia general del gobierno cubano ha sido, combatir el delito, pero nunca se dirigieron a combatir las causas que lo originaron, se ha ignorado en todo momento la relación “causa y efecto”, tan estudiada dentro de la filosofía marxista-leninista, en nuestro país se creyó poder resolver los problemas, aplicando la ley de los huevos. Esta situación siempre benefició al marino en sus operaciones de contrabando, tanto hacia el extranjero, como viniendo de él. Muchas fueron las oportunidades en las cuales serían  sustituidos los aduaneros y las tropas de guardafronteras, dentro de la bahía de La Habana y luego en todos los puertos del interior, pero hasta ahora los resultados han sido negativos, podrán cambiarlos todas las semanas y no se resolverán los problemas, porque todo el que entra tiene las mismas necesidades y carencias que sufre el pueblo. 
A principios se contrabandeaba con monedas de oro antiguas y joyas hacia el exterior, luego estas fueron desapareciendo del mercado negro, algunos dólares que eran muy escasos debido a su ilegalidad dentro del país, y la posibilidad de ir a prisión el que fuera sorprendido en posesión de ellos, tabacos en menor escala, ya que hacían mucho bulto y los registros en las aduanas eran rigurosos. 
A cierto tramo del camino y me refiero a la década de los setenta, la corrupción había alcanzado niveles extraordinarios, junto a las mencionadas necesidades de artículos de consumo. En realidad se le llamaba contrabando por darle un nombre, pero todo lo que entraba y salía del país, se hacía en colaboración con la aduana o los miembros de las tropas de guardafronteras, que trabajaban en la capitanía del puerto. Todo lo que pudiera venderse en el extranjero, salía en cantidades jugosas, que se clavaban (escondían) cuidadosamente a bordo, ya que si era descubierto y robado por otro tripulante, no había espacio a una reclamación, así eran las reglas del juego.  
Entraron en el mercado de contrabando, además de los productos mencionados, obras de arte valiosas, ya fueran pinturas, porcelanas, instrumentos musicales, etc., las que por desconocimientos de los valores internacionales eran ofrecidas en bagatelas, que representaban una fortuna para sus poseedores. La gente dedicada a este negocio, amasaba fuertes sumas de dinero, la mayoría eran militantes que aún continúan en Cuba, se hicieron de buenas casas, autos, etc. 
Ya en la década de los 80 hace su aparición la cocaína, esto no es un secreto para nadie dentro de la marina cubana, varios de sus tripulantes guardaron prisión por ello, entre ellos, Capitanes y Oficiales. En una oportunidad se me ofrecieron dos kilos de este producto, para que vendiera uno y me quedara con el fruto de la venta del otro, pues en Cuba no tenía aún mercado y era muy peligroso. Por fortuna no llegué a enrolarme en ese sucio negocio, pero estuve a punto de hacerlo. El destino de esa cocaína era Canadá y Europa, principalmente España. 
A mitad de la década de los 80, más del setenta por ciento de la tripulación de cada barco, estaba compuesta por contrabandistas que lo sabían entre sí, la gente se protegía un poco y la justificación siempre se encontraba en los malos momentos que se vivían en Cuba, lo cierto es, que cuando alguien caía preso, detrás seguía una cadena, como sucedió con el buque “30 de Noviembre”, donde toda su tripulación fue arrestada por el contrabando de miles de relojes digitales y varios kilos del polvo utilizado para preparar tinte de pelo, que se compraba en Barcelona. 
Para Cuba se podía llevar cualquier cosa, todo tenía salida, pues cada día las ofertas iban disminuyendo. Todo marino trataba de ganarle a cada dólar invertido cinco veces su valor, pero había productos a los que se le ganaba hasta diez veces el dinero gastado, siempre se tenían en cuenta las fechas importantes, como el día de los padres, madres, enamorados, para la compra de artículos que salían con gran rapidez y los precios subían enormemente. 
Éramos malos contrabandistas en términos generales, digo esto, porque cuando arribábamos a cualquier puerto, los primeros en salir a la calle eran los que imponían los precios, sucedía muy a menudo, que estos eran los más miedosos y ansiosos por salir de su cargamento, lo daban a un precio muy bajo y con ello jodían a toda la tripulación, así, cajas de puros que se vendían con suma facilidad a $120 dólares en España, tenían que ser vendidas en $60 y $80 dólares por este motivo, de lo contrario, regresar con ellas nuevamente a Cuba, con el consiguiente riesgo de perderlas en un sondeo o robadas. 
Para hablar del contrabando en los barcos se necesita escribir todo un libro, este es un tema muy amplio y es parte de la historia de nuestra marina mercante, pero algo que no se debe dejar pasar inadvertido es, que realizar este tipo de negocios en Cuba, requiere de la persona el mínimo de escrúpulos posible, no sé si todo el mundo pensará como yo, pero creo verdaderamente, que no es agradable negociar con el dolor de la gente, no es que ahora quiera hacerme el santo, pero de verdad duele ver acercarse a una madre o un padre, con unos doscientos cincuenta pesos, para comprarle unos tenis a su hijo, mientras se conoce el enorme sacrificio, que representa para un trabajador, ahorrar ese dinerito. 
En la medida que pasaban los años iban quedando atrás esos escrúpulos y buenos sentimientos, después de mi partida empeoró aún más la situación, la miseria contribuyó en estos cambios experimentados en la sociedad cubana, pero esto se venía observando desde hacía mucho tiempo, no solo los marinos fueron en algunos casos despiadados con sus compatriotas, ellos también fueron víctimas de la población en general, se requería dinero para sobornar a todo el mundo, al taxista, al carpetero de un hotel, al Capitán de un restaurante o al del cabaret, al empleado de Cubana de Aviación, al de los trenes, al aduanero, al de la funeraria, en fin, todo el pueblo participaba activamente en esta interminable cadena de miserables, para poder sobrevivir. Los peores de todos ellos eran los que comerciaron siempre con comida, en esto se destacaron los campesinos, a estos era a los que se les exigía altos precios por nuestros artículos, nos convertimos en enemigos sin saberlo. 
La persona que haya sentido un poco de vergüenza en su vida, aquella que aún conservaba sentimientos de solidaridad con las más desfavorecidas, no tenía espacio en aquella isla, peor todavía, cuando conocías a individuos, sumergidos hasta los tuétanos en este tipo de negocio sucio, y vieras que esos mismos individuos, eran los que podían un día hacer una evaluación de tu persona, que echaría por tierra todos tus sueños. Sabiendo la clase de bandidos que eran, sus palabras solas gozaban de credibilidad por sus condiciones de militantes, en términos generales, todos los procesos seguidos en contra de personas simples, eran inquisitorios. Los simples no podían en ningún momento enjuiciarlos. 
Hoy a casi nueve años de mi deserción, me encuentro a antiguos compañeros de trabajo, caminando decenas de cuadras que a la larga suman kilómetros, mal vestidos, mal alimentados, mal abrigados, sus aspectos son deplorables y dignos de lástima. No toman un autobús, por ahorrar un dólar que representa un pomo de champú, que bien pudiera ser para su familia o para vender en el mercado negro, continúan ganando dos dólares diarios, que en muchas ocasiones no les son pagados. Muchos me esquivan como si vieran en mí al mismísimo demonio, tienen miedo de hablarme y les comprendo, si fueran observados por algún delator, pueden ser acusados de mantener relaciones con traidores a la patria, y como consecuencia de esto, son expulsados de la marina a su llegada a Cuba. Nunca he mostrado intento por acercarme a ellos, sin embargo, los más atrevidos, después que miran repetidas veces a todos lados, llegan hasta mí, para preguntarme dónde pueden vender sus cajas de tabacos o la botellita de ron. Lamento no poder ayudarlos en esos momentos y cuando los veo marchar, me invade esos tristes recuerdos de mi pasado que siempre trato de borrar. Algunos me han preguntado que deben hacer para desertar, mi respuesta siempre es seca, para hacerlo solamente hay que desertar, mas nada que eso, no invito a nadie que lo haga, el que ha tomado esa decisión se tira desde el primer día, ese no lo piensa dos veces. 
Muchos me han manifestado su intención de hacerlo, pero solo después de ese viaje, tienen que regresar a Cuba porque los hijos no tienen zapatos, se les rompió el refrigerador, la mujer se quedó sin blumers, en fin, las mismas excusas de siempre, que mantienen atado a los hombres por la miseria en que vive, ese es el eterno dilema de los hombres de mar en Cuba, luego, los barcos son cambiados de línea o ellos quedan fuera de las nóminas de la marina, al disminuir la cantidad de barcos y quedaron atrapados para siempre en esa enorme trampa que es Cuba. Se repite el ciclo nuevamente y se observan por las calles de Montreal los mismos rostros con otros nombres, cada quién con un maletín en mal estado a la espalda, donde guardan su contrabando. 
Hace solo unos días arribó el mercante “Nuevitas”, este viaja con mucha frecuencia a Montreal, a partir de estos momentos, las autoridades cubanas le prohibió a sus tripulantes bajar a tierra, tampoco les pagan, están casi presos, no siento la más mínima nostalgia por mi país cuando me entero de estas cosas, todo lo contrario, lamento no haber desertado mucho antes. 
 
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.