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 EL ROBO
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   Ya lo he dicho en otras oportunidades, robar en Cuba es tan normal como tomarse un vaso de agua, es el verbo que mejor conjugan los cubanos, se distinguen dos clases de ladrones, los que le roban al Estado, que son la mayoría del pueblo, estos son considerados como héroes, ya que se aplica aquel refrán que dice; “Ladrón que roba a ladrón, merece cien años de perdón”, éste, es admirado por la sociedad, son personas  que roban cualquier tipo de producto, que luego venden en la bolsa negra y de esa manera, el pueblo siempre ha satisfecho una parte de sus necesidades, por eso, este tipo de hurto no es condenado por el  pueblo. Luego encontramos al ladrón que roba la propiedad particular, éste, es considerado delincuente común, la gente lo detesta, lo delata y hace lo posible porque se condene. 
Estos males llegaron también a los buques, allí las tripulaciones saqueaban sus naves, cualquier cosa les venía bien, desde la propia comida de la tripulación, pintura, colchones, sábanas, toallas, medicinas, equipos de entretenimiento, etc. De este delito no escapaban los Oficiales y Capitanes, creo, que los máximos ladrones dentro de la flota, lo fueron los Capitanes. La mayoría tenía portafolios, que con el tiempo las tripulaciones bautizaron con el nombre de “Portafachos”, en el argot popular la palabra “facho”, significa robo. Estos individuos, militantes del Partido en su gran mayoría, poseían cierta inmunidad, sus “portafachos”, no eran revisados por las autoridades aduaneras, ni a la entrada del puerto, como tampoco a la salida, por eso, en muchas ocasiones pude ver, como se guardaban en su interior libras de jamón, quesos, botellas de ron, cartones de cigarros y cuanto producto no existiera en la calle. Los marinos conocían de estos trucos, ya que por mucho que quisieran ocultar sus robos, era fácil detectar el faltante de algunos de esos productos en la gambuza del barco. No lo delataban, pero en cambio acudían a una especie de desquite robando ellos también, era algo que se realizaba encadenadamente. 
El robo fue más allá de las propiedades del buque y sus tripulantes, se comenzó a robar en el extranjero, una de las principales víctimas de estos vandalismos, lo fue la ciudad de Tokio, allí se dieron varios escándalos que llegaron hasta la televisión, como aquel del barco “Aracelio Iglesias”, donde un tripulante robó una bicicleta, y antes de que se realizara un sondeo por las autoridades japonesas, arrojó la misma al agua, pero fue visto. Se conminó al Capitán a la entrega de la mencionada bicicleta, de lo contrario se utilizarían los servicios de buzos, y todos los gastos correrían por el buque. La población japonesa pudo observar por la televisión, como parte de la tripulación se dedicaba al lanzamiento de grampines, para tratar de extraerla del fondo del mar, en el lugar donde se encontraban atracados. Pero esto es algo insignificante, fueron mucho los detenidos en esos puertos japoneses, por robo en tiendas y a la propiedad privada, entre ellos cayeron varios oficiales. Todo esto motivó el desprecio de los comerciantes japoneses, ante la presencia de los cubanos. Años más tarde, este mismo buque con el nombre de “Areíto”, estuvo preso en el puerto de Montreal, al descubrírsele, unas doscientas cincuenta bicicletas que habían sido robadas a bordo, se produjo un gran escándalo, porque los tripulantes utilizaron a menores de edad en sus fechorías. Luego de pagar una fuerte suma de dinero como multa, el buque fue liberado. 
Pero había formas más sofisticadas para robar, a ellas solo tenían acceso los altos oficiales del buque, el Capitán, el Primer Oficial y el Jefe de Máquinas, esto se realizaba mediante la firma de facturas alteradas, previo acuerdo con comerciantes, personal de reparaciones, personal del puerto, embarcadores, etc. Los Jefes de Máquinas lo hacían con el combustible, recibían una cantidad menor a la comprada y la diferencia se la embolsillaban. Los sobrecargos eran en su mayoría unos viles miserables, estos robaban de la comida de la tripulación, adquirían productos de pésima calidad y las facturas reflejaban lo contrario, y cuando no, firmaban también falsas facturas. Este tipo de robo se incrementó, al desaparecer las comisiones que recibían los Oficiales y el Capitán por las compras que se realizaban, estas comisiones no desaparecieron por arte de magia, no llegaban al barco porque eran interceptadas por los representantes de nuestra Empresa Naviera, muchos de los cuales, al cabo de pocos años, regresaban a Cuba con un status económico bastante bueno, gracias a todo lo que le robaron a los marinos. Estos puestos de trabajo fueron muy disputados dentro de nuestra Empresa por Capitanes y Jefes de Máquinas, mas tarde,  solo eran asignados para estas tareas en el extranjero, los hijitos de sus papás y agentes de la Inteligencia cubana, que nada tenía que ver con nuestro giro, y tenían un desconocimiento total en la materia marítima. 
El robo llegó a límites inimaginables dentro de la marina mercante, se optó entonces por robar del cargamento que se transportaba, no se distinguía quienes eran los receptores, daba lo mismo que fueran militares o civiles, el caso era robar y muchos se especializaron en esta tarea. Para el robo de las mercancías dentro de contenedores, los había, que tenían en su poder sellos, robaban y después volvían a sellar los  mismos, luego, cuando detectaban el robo, ya estaba fuera del buque, siendo imposible ubicar el lugar de origen del delito. No puedo negar que yo también robé, lo hice para mí y para mis tripulaciones, es difícil que puedan comprender esto, pero en muchas oportunidades, robé productos de la carga para satisfacer las necesidades del buque y nadie se podrá imaginar a un Primer Oficial, robándose un saco de cebollas, pero si no lo hacía, en mi casa no la hubieran probado, como no la disfrutó la población en aquel momento. 

Sin apenas darnos cuenta, aquella situación se hizo tan normal, que todos nos habíamos convertidos en ladrones, solo una pequeña excepción puede aplicarse a esta regla, hubo gente honesta en esos tiempos, pero dudo que no se hayan corrompido cuando la situación empeoró para toda Cuba, durante el llamado “Período Especial”. El arte de robar lo llevamos con nosotros hasta las misiones internacionalistas, así robamos en Angola y no solo eso, enseñamos a robar a nuestros tripulantes. 
Mi último robo antes de salir de Cuba, fue un saco de cebollas que compartí con el Capitán de un remolcador, mi barco había llegado de España con mil toneladas de este producto, y todo el cargamento fue consignado al turismo y al Consejo de Estado, o sea, la población no probó ni una sola de esas cebollas. No me imagino a un Primer Oficial y a un Capitán, robando un saco de cebollas en ninguna parte del mundo, nuestras familias la comieron. 
 

Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.