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 Una patria dolorida

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"LA NADA COTIDIANA" / ZOE VALDES

 

En el verano de 1994, poco antes de que estallase la crisis de los balseros, Zoé Valdés terminó una novela sobre la degradación moral de una mujer llamada Patria, nacida el mismo año del triunfo de la revolución castrista. Ante el veto de una editorial de La Habana, la escritora sacó clandestinamente el manuscrito de la isla, que se publicó en Francia, antes que en España, y logró un gran éxito de crítica y de público. Según explica la propia autora en la entrevista de la página siguiente, La nada cotidiana, la obra que ofrece mañana EL MUNDO a los lectores con un suplemento de 275 pesetas, es una novela escrita en momentos desesperados de su vida y de Cuba. La nada cotidiana se publicó por primera vez en 1995. Zoé Valdés, que acababa entonces de dejar Cuba para instalarse en París, consiguió con esta novela, que extrajo clandestinamente de la isla, un gran éxito de crítica y público en Francia, y luego en nuestro país. La historia que cuenta La nada cotidiana no es para menos. Muchos románticos de la revolución castrista pudieron en su día tachar a esta escritora de oportunista a la caza y captura de un espacio en la cultura europea a cambio de airear las miserias de su país. Es el precio que, sin duda, Zoé Valdés asumió desde la primera página de La nada cotidiana, el precio que asume todo el que empuña la pluma como último reducto de libertad. Lo cierto es que La nada cotidiana es un libro bello y preciso porque es un libro necesario, un libro que se tuvo que escribir, un libro que tiene un porqué.

La protagonista de esta novela es Patria, una joven nacida el mismo año del triunfo de la revolución castrista; pero en realidad, la verdadera protagonista de esta historia es la degradación moral. Desde esa degradación moral, que se encarna en la joven Patria, convertida enseguida en Yocandra, se narran en primera persona los hitos más importantes de su vida, la relación con los padres, la vida en Cuba, el deseo de huir, y la manera de prostituir los sentimientos para salvar la propia existencia, la relación necesitada y confusa de amor, sincera y cínica a la vez. Es desde esa confusión, desde esa mezcla que recuerda la náusea de la literatura existencialista, desde donde la joven protagonista de esta historia, en un estado de pesadilla y drogadicción, va a tomar el hilo de la narración.

De hecho, toda la novela es un gran y lúcido paréntesis en medio del alucinado existir físico y moral de Yocandra. La nada cotidiana sólo se entiende desde ahí, desde ese puente que se establece entre lo consciente y lo inconsciente, y que en la narración se ve subrayado por la letra cursiva del primer capítulo, escrito en tercera persona, y por las dos últimas líneas del último capítulo, que de hecho son el principio y el final de la novela.

La nada cotidiana no es sólo una novela que narra las miserias del castrismo en Cuba. De hecho, si sólo fuera eso esta novela como texto literario no tendría futuro. Si lo tiene es porque esa situación se enquista en la carne de sus personajes, los devora, y hace de ellos personajes de una tragedia cotidiana, que tal y como ocurre en las tragedias griegas, hace que todo encuentre sentido en su propia frustración. Quizás lo más relevante de la novela sea la comunión que existe entre el estilo de la narración, el destino de los personajes y los hechos narrados. Sobre todos estos elementos planea una franca y cínica aceptación de lo inmoral, de lo perverso.

La narradora, que habla no desde una dignidad perdida, y ni siquiera desde una dignidad deseada, se entrega a este fatum, forma parte de él, es su víctima y su alimento, es la voz de una conciencia que se sabe parte del engranaje que todo lo utiliza y lo transforma a su voluntad. Seguramente es esta consciencia, la única rebelión posible, la única pureza ya posible, materializada en la huida hacia delante del sexo, de la humillación. Es esa huida hacia delante la que le permite a Valdés, trasmutada en Yocandra, describir tan magníficamente las relaciones con el amante Traidor, o el amante Nihilista.

Zoé Valdés saltó a las primeras páginas del mundo literario con esta novela, pero 10 años antes ya era una conocida poetisa dentro de su país y fuera. Sin duda no necesitaba narrar episodios dolorosos de su vida, para convertirse en una escritora conocida. Las patrias doloridas, sin embargo, necesitan escritoras como Zoé Valdés, escritores dispuestos a empuñar la pluma aún a riesgo de convertirse en traidores, en inmorales, en disidentes. Claro que ésta es una aventura ética y estética que pocos se atreven a acometer, porque de hecho su viaje los lleva a trascender los límites de la literatura, y su literatura a menudo los aboca al exilio.

La nada cotidiana narra ese exilio diario, el de una joven cubana que se ríe y fantasea con su carrera literaria, mientras todo a su alrededor degenera. La narradora de La nada cotidiana es una voz a veces humilde, a veces soberbia, a veces cómica, a veces trágica, que en su posición de narrador-protagonista, de testigo individual de un tiempo hipócrita que se quiere heroico, de una sociedad cínica que se quiere valerosa, en algo nos recuerda a nuestro Lazarillo de Tormes. Cruel, despiadada, inteligente, sensible, quizás el único error de Zoé Valdés después de escribir este libro fue firmarlo.

Seguramente, de no haber tenido esa desfachatez, muchos de los que en su día la criticaron en su país la hubieran aplaudido.

LUISA CASTRO

Luisa Castro es poeta y escritora. Con su última novela, El secreto de la lejía, ha obtenido el Premio Azorín.

20 de agosto de 2001