Retorno a la página de inicio ¿Quién es Zoé Valdés?
 Zoé Valdés en Cuba
Literatura cubana
continuación
 
Zoé Valdés, ¿un hechizo roto? 

Manuel Vázquez Portal, Grupo de Trabajo Decoro 

LA HABANA, 15 de julio - Cuando Zoé Valdés vivía en La Habana era casi anónima, sus versos no tenían el tono que requerían las editoriales cubanas.  No andaba improvisando poemas obreros ni relatos de talleres.  Habitaba, quizás oscuramente, en un solar de la Habana Vieja.  No la invitaban las universidades para que brindara recitales ni le hacían largas entrevistas en las revistas culturales. 

Apenas sí algún libro de ella tenía una impresión discreta que desaparecía en la baraúnda de las librerias cubanas.  Realmente la leí poco antes de que, con "La nada cotidiana", se propusiera desmitificar la neblina rosada que cubría la Cuba post castrista. 

Sus libros actuales, muy exitosos en Europa, circulan clandestinamente entre su público natural.  Los cubanos apenas si sabemos cuántos títulos ha publicado, cuántos premios ha obtenido, qué resonancia ha alcanzado en la crítica especializada y en el público  en general. 
 
Los escasos ejemplares de sus novelas que logran traspasar las fronteras cubanas se vuelven una suerte de joyas en manos de lectores de cenáculos, son curiosidades que no se prestan más que a amigos íntimos, se forran cuidadosamente, no sólo para que no se deterioren sino para que posibles ojos indiscretos y delatores no puedan tener control de lo que se lee.  En el mercado negro tienen precios imposibles de pagar por cualquier lector común y, por si fuera poco, no es bien mirado el poseedor de uno de ellos. 

Zoé Valdés, como Reinaldo Arena o el mismísimo Guillermo Cabrera Infante, está estigmatizada por el pecado del talento para la desobediencia.  Mas, ¿qué talento no es desobediente?  Y desobedecer en Cuba es peligroso.  Había que poner fronteras de por medio.  Eso han hecho la inmensa mayoría de los creadores talentosos cubanos. 
 
¿Dónde está Lichi Diego?  ¿Dónde vive Jesús Díaz?  ¿En qué lugar trabaja Laina Chaviano?  ¿Dónde sueña Arturo Cuenca?  ¿En qué lugar delira Bernardo Marqués Ravelo? 

El exilio los protege y les libera la voz, y no es que digan ahora lo que no decían aquí, sino que allí son escuchados, reconocidos, publicados. 

 

Somos nosotros quienes perdemos el clamor de sus pensamientos.  Los aislados, los olvidados, somos nosotros.  Ellos mantienen sus obsesiones, sus fantasmas, sus delirios, sus ansias.  Somos nosotros los que seguimos condenados al ostracismo, la desinformación, el anonimato.  Padecemos de un estancamiento esterilizante que nos enmudece, que nos reduce.  Seguimos chapaleando en este rincón del pasado que nos enceguece, nos postra, que nos deja sin aliento.  La lucha por la sobrevivencia nos extenúa.  El pan concreto no nos permite el lujo del pan de la parábola.  Nunca había sido más real para los artistas cubanos el viejo aforismo de Primero comer, luego filosofar. ¡Bienaventurados los que pueden decir por nosotros aquello que nos carcome el alma, pero que nos está negado por lo que nos carcome el cuerpo!  Así lo pienso porque "cuerdas para el lince nos ha resucitado viejos pensamientos, antiguas emociones, permanentes reflexiones".  Lo leí gracias a la bondad de mi amigo Miguel Angel Ponce de León, quien lo recibiera directamente desde París, enviado y dedicado por la propia Zoé Valdés.  Es una edición sobria y cuidada.  La poesía ha de aparecer desnuda y sin aspavientos.  Parece ser la contraseña del libro.  La poesía ha de emocionar sin maquillaje.  La antigua incertidumbre de la existencia, las respuestas nunca alcanzadas, la inextricable voluntad del tiempo fluyen por los versos en una recurrencia que nos recuerda la más vieja imagen que ha fascinado a los poetas desde los inicios. 

Encuentro a una Zoé con arrebatos más mesurados, con obsesiones maduradas por las vivencias, con experiencias enhebradas, con la cautela del orfebre satisfecho.  Me veo como frente a una vitalidad que comienza a regresar, y aunque es la misma Zoé de erotismos descarnados, de rebeliones contra la 
subordinación, de implacabilidades para con la realidad, siento en sus versos una sospechosa serenidad que me la devuelve más sabia y eso me aterra, porque pienso en el hechizo roto, en la utopía escapada, en la antesala de la vejez que nos aguarda.