La estatura internacional del presidente Jimmy Carter como embajador de los
derechos humanos ha despertado grandes expectativas de que la histórica visita
que inicia hoy a Cuba se traduzca en avances en ese terreno. Pero éste es el único
punto en el que están de acuerdo tanto sus detractores y partidarios en Estados
Unidos, así como el pueblo cubano y los exiliados. El viaje ha generado más
controversia que aprobación, sobre todo en el Gobierno republicano de George W.
Bush, que se dispone a endurecer su política frente al régimen de Fidel
Castro.
El Gobierno considera un estorbo que un ex presidente abiertamente crítico
contra el embargo económico se lance a mejorar las relaciones en este momento.
Incluso el Departamento de Estado ha torpedeado el viaje anunciando hace unos días
que Fidel Castro fabrica armas biológicas y exporta la tecnología a países
del eje del mal. Por lo demás, el único logro asegurado de antemano
para el ex presidente de EE UU es una página en la posteridad, como primer
mandatario norteamericano en viajar a La Habana tras 43 años de ruptura de
relaciones diplomáticas. Bush y Carter coinciden en la visión de un futuro
democrático para el último bastión comunista de América; la divergencia es,
sin embargo, abismal en los matices, en las fórmulas para acelerar la transición
política.
Nada más revelador en ese sentido que la agenda de encuentros prevista para
los próximos días: Carter cenará dos veces con Castro esta semana, y la
siguiente lo hará Bush en Miami con exiliados anticastristas. Con ese gesto,
Bush pretende calmar la inquietud del exilio radical, temeroso de que Carter
legitime ante el mundo al régimen que tanto desprecian. Los comensales
corresponderán esa noche al presidente con donaciones para la reelección de su
hermano Jeb como gobernador del Estado.
Cuba es una espina para Carter. Un tema que quedó en la carpeta de asuntos
pendientes cuando tuvo que entregarle la Casa Blanca a Reagan en 1980. Durante
su mandato trató de normalizar relaciones con La Habana. Éste es su segundo
intento de normalizar relaciones, aunque esta vez no se hace demasiadas
ilusiones: 'No espero que este viaje cambie el Gobierno cubano o su política,
pero es una oportunidad para explorar temas de interés mutuo entre nuestros
pueblos y compartir ideas sobre cómo mejorar las relaciones', señaló.
Carter ha tenido también un gesto hacia el exilio, entrevistándose hace dos
semanas con varios de sus representantes. La Fundación Nacional Cubano
Americana (FNCA) -que a pesar de su pérdida de influencia sigue siendo el más
sólido de los 150 grupos anticastristas de Miami- le ha pedido que presione a
Castro para que libere a los presos políticos y convoque elecciones libres. La
FNCA no boicoteará el viaje de Carter, pero juega a dos bandas. Reservándose
la opción de criticarle si fracasa y, al mismo tiempo, apoyando la ofensiva de
Otto Reich, el subsecretario de Estado de Bush, que hace días pidió a la CIA
que desclasificara viejos documentos sobre desarrollo de armas biológicas en
Cuba, que divulgó.
Esa piedra en el camino de Carter a La Habana no es seguro que provoque un
tropiezo en su objetivo de abrir puertas hacia un cambio en las relaciones
bilaterales, pero ha surtido efecto entre el exilio más radical permitiéndole
acusar al ex presidente de 'negociar con un terrorista'. El apelativo lo han
empleado incluso dos congresistas cubanaoamericanos, Lincoln Diaz-Balart e
Ileana Ross-Lehtinen, en su apelación -obviamente fallida- a Bush para que
impidiera la visita. Hay otras voces moderadas, como Eloy Gutiérrez Menoyo,
esperanzadas en que éste sea el primer paso para el deshielo.
Levantar el embargo
Antes de partir, Carter ha escuchado también los argumentos de quienes
apoyan su misión: un creciente movimiento a favor de levantar el embargo,
compuesto por agricultores, empresarios y congresistas de los dos partidos.
Respaldados a su vez por un mayoritario sector de la opinión pública
norteamericana.
Durante la visita de cinco días, Carter celebrará encuentros con
disidentes, líderes religiosos y agricultores. Visitará centros médicos y el
Instituto de Ingeniería y Biotecnología, al que el Departamento de Estado
acusa de producir armas biológicas. Castro y Carter han mantenido abiertos los
canales de comunicación a través de los años. Ahora Castro ha dicho que
'Carter puede criticar lo que quiera públicamente'.
Si decide hacerlo, el marco que muchos cubanos esperan que elija es la
intervención en directo por televisión el martes. Disidentes como Osvaldo Payá
quisieran que aprovechara ese momento para respaldar un referéndum sobre la
reforma del Gobierno, el llamado Proyecto Varela. Por esa razón se apresuraron
el viernes a presentar las 11.000 firmas que requiere la ley. Sólo el Papa tuvo
una oportunidad igual de dirigirse al pueblo cubano, pero según los
observadores entonces no se daba la conjunción de intereses que existe ahora: a
los opositores les viene como anillo al dedo tener a un campeón de los derechos
humanos de su lado; a Carter no le interesa irse con las manos vacías, y a
Castro le interesa que la historia le juzgue como un autócrata que en su otoño
decidió tolerar opositores y preparar la transición.