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 ¿Hasta el velorio del comandante?

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A mediados de los 90 los gobernantes cubanos respiraron aliviados. Habían sobrevivido a la situación dificilísima que afrontaron a principios de la década con un mínimo de reformas económicas y casi ninguna política. En efecto, lograron una reconstitución que no sólo los protegió de un desmoronamiento como el de sus antiguos aliados, sino que, probablemente, les sirva para apuntalarlos hasta el velorio --o la pérdida de sus cabales-- del comandante.

Ante la incertidumbre y el desasosiego que el fin de la guerra fría desatara en Cuba, se desvelaron propuestas de cambio que hubieran conformado una alternativa más atenta al cubano de a pie y al futuro del país que la reconstitución que transcurrió. A saber, éstas fueron: la legalización de las pequeñas y medianas empresas nacionales; la separación de funciones con el nombramiento de diferentes titulares en la presidencia y la secretaría general del Partido Comunista así como la creación del cargo de primer ministro; la integración de algunos opositores a la Asamblea Nacional del Poder Popular y el cambio de nombre del partido único al de Partido de la Nación Cubana.

Era un conjunto de medidas más bien simbólico, pero no insustancial. Las PyME hubieran creado fuentes de empleo y potenciado las enormes reservas empresariales de los cubanos en favor del tan lastimado consumo básico de bienes y servicios. Con la separación de funciones se hubiera dado un modestísimo paso en favor de aplacar lo inadmisible: que un solo hombre haya monopolizado por cuenta propia las cumbres del poder durante décadas sin más coto que su muerte. Una docena de opositores en el parlamento no hubieran puesto en peligro al estado cubano (o, ¿es que es tan débil?) y le hubieran dado colorido a sus discusiones soporíferas. Lo del Partido de la Nación Cubana sugería una especie de PRI que no hubiera sido gran cosa, cierto, excepto que ahora en México el presidente es del PAN. Pero Fidel Castro no es Deng Xiaoping ni el Partido Comunista el PRI.

Perdurar ha sido, sin duda, un logro de las élites cubanas, pero sólo en términos del tajante poder que detentan. Así y todo, la reconstitución pudiera convertirse en una victoria pírrica. Sin Fidel Castro, ¿hubieran admitido la misma resistencia a las propuestas mencionadas? Probablemente no. La desaparición física o mental de Castro requirirá que la cúpula gobernante haga política de verdad --de la que negocia y pacta, no de la que están habituados que impone y silencia-- y entonces el logro de los 90 pudiera destaparse como un talón de Aquiles. No los está preparando bien para lo que ineludiblemente encararán entre ellos mismos y frente a la ciudadanía.

De poco sirve la insistencia oficial en que la institucionalidad tramitará la sucesión. Puede que así sea temporalmente, pero a dicha institucionalidad hay que entrecomillarla por su precariedad y por no haberse enfrentado aún con su prueba de fuego --más candente y delicada, por cierto, si el deterioro del comandante se acelerara sin un rápido devenir del velorio. ¿Quién le pondría el cascabel al gato? Tarde o temprano, las élites políticas tendrán que regresar a las propuestas engavetadas. (Se dice, incluso, que ya se están desempolvando.) La tozudez ante las reformas económicas y la empecinada ofensiva política de los últimos tiempos no constituyen una plataforma viable a largo plazo. Entonces habrá que ver si sabrán negociar y pactar entre ellos mismos sin que peligre su cohesión y, sobre todo, si podrán mantener su ascendencia ante la ciudadanía sin modificar las reglas del juego.

Aunque si de apostar se tratara lo haría por la resistencia del régimen mientras viva su máximo líder, pudiera ser que, antes, los gobernantes se pasen de raya.

Envalentonados por haber desafiado los pronósticos de su derrumbe y confiados de que la población los soportará como hasta ahora, pudieran ser víctimas de su propia política. Gobiernan como si aún retuvieran el apoyo popular de antaño. ¿Habrán olvidado aquello de que las apariencias engañan? Si bien es cierto que el cubano de a pie ha aguantado mucho, con mucha resignación y hondísima desesperanza, su aguante no tiene por qué ser ilimitado. Los de abajo, como los topos, tarde o temprano irrumpen en la superficie. Las movilizaciones in crescendo y el zumbido propagandístico de los últimos tiempos pudieran convertirse en un bumerán si exigieran más allá de ese límite aún no fijado y que, posiblemente, no sea fácil de identificar por la dirigencia. Si así fuera, el actual régimen pudiera pasar a ser l'ancien régime antes de lo esperado.

MARIFELI PEREZ-STABLE

Catedrática en la Florida International University y autora de "La revolución cubana: orígenes, desarrollo y legado" (Madrid: Editorial Colibrí, 1998).

stablem@fiu.edu

Jueves 26 de julio de 2001

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