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 Al fin solos

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Fidel Castro excusó torpemente su ausencia de la Cumbre de Lima. Le escribió una carta al presidente Alejandro Toledo en la que explicaba su decisión de no abandonar Cuba como consecuencia del ciclón que devastó la Isla hace pocas semanas. Obviamente, se trataba de una mentira. O de una media mentira: era otro ciclón al que temía. Mario Vargas Llosa sería condecorado con la Medalla del Sol -la mayor distinción que otorga el estado peruano- en presencia de todos los jefes de gobierno, y suponía, con bastante probabilidad de acertar, que el novelista aprovecharía la tribuna para denunciar su tiranía. No quería exponerse a esa humillación.

Pero había más. Toledo había tenido la bondad de recibirme durante una hora el martes 20 en la casa de gobierno. Quería mostrar su solidaridad con los demócratas cubanos. No olvidaba que hace sólo unos meses era él quien recorría medio mundo en busca de respaldo para liquidar a la corrupta dictadura de Fujimori/Montesinos. Ante ese gesto, propio de gobernantes comprometidos con la libertad, el embajador cubano en Lima y el canciller Pérez-Roque montaron en cólera. Según estos sujetos -gente despreciada en el mundillo de la diplomacia seria- yo era un terrorista, un agente de la CIA y no sé qué otra burda estupidez. Era, dijeron, como si Castro recibía en La Habana a Abimael Guzmán, el delirante asesino que fundó " Sendero Luminoso ".

Los funcionarios peruanos, algunos de ellos buenos amigos desde hace treinta años, escucharon los comentarios con una combinación de paciencia y repugnancia. Lo sorprendente no era que mintieran, sino que siempre recurrían a las mismas mentiras. Era como si el estalinismo produjera una atrofia de la imaginación. ¿No podían inventar otra cosa estos patéticos sirvientes de la tiranía? La oposición democrática siempre es de la CIA, siempre es terrorista o recibe dinero de la embajada norteamericana. Y lo paradójico es que quienes inútilmente intentaban desacreditarme eran los adiestradores y cómplices del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru, responsable directo de más de cinco mil asesinatos, secuestros y actos terroristas que ensangrentaron Perú durante más de una década. En la noche del jueves, en un gesto de infinita delicadeza, el presidente Toledo me visitaba en mi hotel y me contaba la historia: Fidel Castro no asistiría a la Cumbre de Lima. Era la primera que se perdía. A la mañana siguiente lo anunciarían.

La secreta reacción de varios presidentes fue de júbilo. ¡Al fin solos! Fidel Castro es una pesadilla. Habla incesantemente, hace cuentos interminables y poco interesantes, devaría a ratos, cada vez que la irrigación sanguínea de su magullado cerebro comienza a fallarle. Y todo esto ocurre a través de una dentadura postiza que trata de escapársele, como todo el mundo en ese pobre país, lo que añade un elemento angustioso a su inclemente chorro de palabras. Castro distorsiona el debate, grita consignas, e insiste en el discurso tercermundista de hace medio siglo. Mientras todos los presidentes intentan acercarse a Estados Unidos y a la Unión Europea para estrechar lazos, formar parte de los mecanismos de concertación económica y transferencia técnica y científica, este hombre, antiguo y equivocado, predica la revolución, la segregación de América Latina y la hostilidad a Occidente. Es un tenaz fabricante de miseria.

Vargas Llosa les dio a los asistentes a la Cumbre la oportunidad de manifestar su rechazo a Fidel Castro y el alivio que producía su ausencia. El novelista, en vista de la huida del dictador, lo aludió en un párrafo clave: se felicitaba y los felicitaba a todos porque esta era la primera Cumbre en la que no había excepciones: todos los jefes de gobierno habían sido democráticamente electos por sus pueblos en comicios plurales y libres. En ese punto se produjo el aplauso cerrado de todos los presidentes y del rey Juan Carlos, que fue el más entusiasta. Los representantes de Cuba se cruzaron de brazos y bajaron la cabeza. Luego, a la hora de la cena, mostraron su preocupación: ¿esto es un desastre?, se le oyó decir a Benigno Pérez, el embajador de La Habana en Perú. Para la delegación cubana resultaba obvio: la deserción de Castro y la reacción general se habían convertido en una derrota política.

Nota final : Carlos Lage viajó a Lima en sustitución de Fidel. ¿Por qué no lo hizo Raul, el hermano y heredero designado? Un rumor llegado de La Habana en labios de una corresponsal apunta a otra crisis alcohólica. Raul cada cierto tiempo se somete a curas de desintoxicación, pero luego recae. Hace un mes que nadie sabe de él. Lage, en cambio, es un funcionario sobrio y moderado. Los presidentes prefieren mil veces tratar con Lage que con Fidel Castro. Escucha, sonríe, habla lo necesario, y no muestra, como el Comandante, una necesidad patológica de demostrarle al interlocutor su infinita sabiduría. Uno de sus acompañantes le hizo una inusual confidencia a un viejo amigo, compañero de otras Cumbres: ¿el viejo no está bien?, dijo girando el dedo indice sobre la sien derecha. Y luego agregó : ¿ por primera vez no se siente seguro; las cosas están muy mal en el pais? Es cierto.

Carlos Alberto Montaner

28 de noviembre de 2001