A principios de los noventa Castro mezcló el miedo con las esperanzas.
Estaba convencido de que la vieja guardia estalinista sería capaz
de desalojar del Kremlin a Gorbachov y retomar el glorioso camino del marxismo-leninismo.
Esas ilusiones se desvanecieron tras el fallido golpe de agosto del 91
y el ascenso de Yeltsin al poder. Entonces la reacción del comandante
fue de pánico, mas, como suele ser propio de su carácter,
huyó hacia delante. Padecía entonces una depresión
aguda y se le habían disparado todos los sintomas de la paranoia.
Estaba enfermo y había sufrido una hemiplejia que lo obligó
a fuertes ejercicios de rehabilitación.
Inmovilismo o muerte
¿Cómo sería el final? No sabía. Sin embargo,
no estaba dispuesto a ceder un milímetro en materia ideológica
y mucho menos a abrir los cauces de participación de la sociedad
cubana. De ninguna manera cambiaría el perfil de su régimen.
No obstante, la decisión de ``resistir, resistir y resistir'', como
entonces se dijo, tenía que ir acompañada de una propuesta
económica creíble. Surgía el periodo especial. El
``ajuste'' a que sometería al país parecía dictado
por el más ortodoxo asesor del Fondo Monetario Internacional: drástica
disminución del gasto público, devaluación real de
la moneda, aumento de impuestos, equilibrio fiscal, enérgico recorte
de los gastos sociales. Castro lo cumplió a rajatabla. Fue el más
brutal y austero de cuantos se han ensayado en América Latina.
Los cubanos vieron disminuir su ya mermada capacidad de consumo en
un cincuenta por ciento. Inmediatamente aumentaron los delitos y el comercio
ilícito. La prostitución alcanzó proporciones nunca
vistas. Escapar de Cuba se transformó en la obsesión de millones
de personas. Para paliar la hambruna, se permitió la reaparición
de los mercados campesinos, se autorizó a los cuentapropistas, las
granjas estatales fueron descentralizadas y se convirtieron en una suerte
de semicooperativas. Asimismo, se liberalizó la tenencia de dólares
con el propósito de estimular las remesas de los exiliados a sus
familiares y amigos.
El gobierno se propuso entonces impulsar las exportaciones de biotecnología.
Comercializar productos con gran valor agregado sería la salida.
Castro hasta llegó a anunciar la inminente aparición de una
vacuna cubana contra el sida. Se retomaría en serio la producción
azucarera y se potenciaría el turismo, una industria siempre sospechosa
por los riesgos ideológicos que comporta. También habría
que recurrir a varias dolorosas medidas transitorias. Las dos más
amargas eran la creación de zonas francas y la aceptación
de joint-ventures con inversionistas extranjeros dispuestos a participar
como socios en el capitalismo de estado. El matiz era importante: no se
abría el país a la empresa privada, sino se invitaba a ciertos
empresarios sin demasiados escrúpulos para que, asociados al gobierno
cubano, explotaran la excelente mano de obra disponible: dócil,
educada, carente de derechos sindicales, y a la que se le arrebataba el
noventa y cinco por ciento de sus salarios.
Retomar el socialismo
Es exactamente en ese punto en el que estamos: Castro está seguro
de que ha pasado el peligro y comienza a desmantelar las medidas tomadas
durante la década de los noventa. Aumenta la presión sobre
los cuentapropistas y Carlos Lage anuncia, satisfecho, que han pasado de
180,000 a 150,000. El objetivo es que no haya ninguno. Cierran numerosos
paladares e intentan sustituirlos por restaurantes oficiales de precios
más accesibles. ¿Método para arruinar a la ``competencia''?
Una alta presión fiscal, multas y prohibiciones absurdas. Los paladares
privados, por ejemplo, no pueden vender carne de res o mariscos. El gobierno
se propone recuperar el monopolio total del comercio minorista. Se agrava
la persecución a quienes alquilan habitaciones en sus domicilios
y compiten con los hoteles. El presidente del Banco Nacional anuncia que,
eventualmente, terminará la dolarización de la economía.
Proyectan una especie de caja de conversión donde cada dólar
que entre al país sea sustituido por una moneda convertible de circulación
exclusiva. Cuando tengan todos los controles en la mano bajarán
artificialmente la tasa de cambio de la nueva moneda con relación
al dólar. Las remesas de los exiliados podrán seguir fluyendo,
mas los dólares tendrán que ser canjeados por la nueva moneda.
En ese momento la tenencia de dólares volverá a ser penada
por la ley.
Pero no sólo son los cubanos quienes sufren esta recaída
en esa enfermedad crónica y fatal llamada ``socialismo''. A los
inversionistas extranjeros también les ha llegado su turno. Hay
el propósito de cerrar las zonas francas creadas en el país.
A los pocos bufetes internacionales que operan en la isla se les ha pedido
que se vayan con sus leyes a otra parte. En el mes de mayo se anunció
una paralización de las ventas en dólares de propiedades
inmuebles a extranjeros y a cubanos radicados en el exterior. Ya se les
notificó a los contratistas que el gobierno estudia la posibilidad
de ejercer el derecho de ``tanteo y retracto'' previsto en los contratos.
Y quienes se asoman a La Habana con el ánimo de hacer negocio lo
que escuchan son propuestas de compra de suministros, o de contratos de
administración --como sucede con la mayor parte de los hoteles--,
pero sin compartir propiedad con el estado cubano. Los hoteleros de Meliá
han visto con preocupación cómo entre las directrices recientes
está la obligatoriedad que tienen sus empleados de acentuar el fortalecimiento
ideológico. Los incentivos importantes son los morales. Es otra
vuelta guevarista a la tuerca.
En el terreno político
En efecto, la recuperación del proyecto comunista también
tiene una preocupante lectura política: disminuye la tolerancia
con la disidencia y se desmiente rotundamente que el régimen estudie
ampliar los márgenes de participación de la sociedad cubana.
Ya no hay espacio para el ambiguo lenguaje de Robertico Robaina. De la
misma manera que se reivindica la economía planificada y la propiedad
estatal como un modelo viable y moralmente superior de organización
económica, se asegura que el sistema de partido único y de
ideología marxista leninista es ética y políticamente
superior al que exhiben las podridas naciones capitalistas.
Las razones del cambio
¿Por qué Castro ha dado este giro? En realidad nadie debe
sorprenderse. Hoy se siente seguro. Desde el primer momento anunció
que las ``aperturas'' y las ``concesiones'' eran sólo coyunturales.
No ha engañado a nadie. Lo dijo y lo reiteró veinte veces.
Sus tres temores principales se han desvanecido. Primero, ya no hay temor
al colapso. La economía se ha estabilizado. ¿Qué quiere
eso decir? Muy sencillo: la sociedad cubana ya encajó el golpe.
Se acostumbró a vivir en unos nuevos niveles de miseria. Ahora el
país es considerablemente más pobre de lo que era en la década
de los ochenta, pero la sensación general es que ``pasó lo
peor''.
Cuba es considerablemente más pobre de lo que era en la década
de los ochenta
Con los ingresos de las remesas de los emigrantes, más los réditos
del turismo, a lo que se suman algunas exportaciones --azúcar, níquel,
tabaco--, agregados a otros ingresos non sanctos (lavado de dinero en la
banca oficial, doscientos millones por el uso de la base de Lourdes que
operan los soviéticos, unos cuarenta millones que genera el arrendamiento
de esclavos profesionales a otros gobiernos o empresas privadas), alcanza
para importar petróleo, ciertos alimentos básicos y algunas
medicinas y fertilizantes.
El segundo temor tenía que ver con Estados Unidos. Aunque Castro
sabe que desde la muerte de John Kennedy, no hay en Washington planes serios
para derribarlo, era natural que, ante la desaparición de la protección
de la URSS, temiera un nuevo esfuerzo en ese sentido. Pero los dos periodos
de Clinton --y especialmente el segundo-- lo convencieron de que el único
objetivo de Estados Unidos con relación a Cuba es evitar el éxodo
salvaje de la población rumbo a tierras norteamericanas.
El tercer obstáculo superado era la oposición interna
y externa. ¿Conseguirían sus enemigos de dentro y de fuera
forjar una alianza con los ``blandos'' o ``reformistas'' de su gobierno?
¿Lograría legitimidad y ayuda exterior hasta convertirse
en un peligro parecido al que liquidó el comunismo en Hungría
o en Polonia? ¿Se soliviantaría el ejército? Nada
de eso sucedió: la oposición externa e interna se enfrascó
en conflictos bizantinos mientras los pocos reformistas del gobierno fueron
atemorizados hasta que sus voces dejaron de oírse o hasta que se
sumaron al coro habitual (Rafael Hernández, por ejemplo). Los militares,
a su vez, quedaron escarmentados tras las ejecuciones y la purga de 1989.
Tienen tanto miedo como el resto de la población.
De ahora en adelante
Salvados los principales escollos, Fidel Castro con gran entusiasmo
ha vuelto a lo que él supone que es la política: la agitación
callejera. Para Castro, política y alboroto son sinónimos.
Sufre una variante leninista y pugnaz del síndrome de Peter Pan.
No ha podido superar su turbulenta adolescencia y vive convencido de que
su principal adversario es la inacción o la falta de enemigos. No
ha hecho una revolución para mejorar el mundo, sino para seguir
haciéndola. Más que un revolucionario es un revoltoso hiperkinético.
La causa de turno puede ser Elián, la oposición a la globalización,
la Ley de Ajuste, el embargo. Cualquier cosa. De lo que se trata es que
la población marche, aplauda y grite mientras Castro encabeza la
muchedumbre. El comandante cree que ésa es la política. Más
que el máximo leader es el máximo cheer-leader.
La respuesta de casi todos los cubanos ante este nuevo espasmo revolucionario
es una mezcla entre la impotencia y la total desilusión. En efecto,
marchan, aplauden y gritan porque con esos signos externos de sumisión
y acatamiento se evitan daños mayores. Es la liturgia salvadora.
Sin embargo, secretamente sueñan con largarse del país o
con poner a salvo a sus hijos de tanto absurdo, de tanta sinrazón.
Y esa reacción no es sólo propia de los opositores. Desde
el primer círculo de poder hacia abajo la mayor parte de la jerarquía
revolucionaria también comparte la misma sensación de frustración
y desaliento. También tratan de salvar a sus hijos y familiares,
colocándolos discretamente en el extranjero, bajo el previo compromiso
de que se hagan invisibles.
¿Cómo lo hacen? Aprovechan sus contactos con los visitantes
extranjeros y saquean al patrimonio nacional. Uno de los más destacados
jerarcas revolucionarios sacó medio millón de dólares
en cuadros valiosos y le montó a su hijo un restaurant en Europa.
Luego pronunció un hermoso discurso sobre la patria revolucionaria
y el majestuoso ejemplo de Fidel.
La jerarquía revolucionaria comparte la misma sensación
de frustración y desaliento
Otros les consiguen becas universitarias fuera de Cuba o trabajos en
empresas que tienen algún tipo de interés dentro de la isla.
Por ocho o diez mil dólares logran que un italiano o un español
con las conexiones adecuadas le procure al hijo o hija un puesto de trabajo
o la posibilidad de realizar un misterioso ``master'' en alguna universidad
extranjera. En algún caso, en un claro ejemplo de corrupción,
se premia al extranjero amante de la hija y futura tabla de salvación
de la familia con una asesoría pagada en dólares a cuenta
del estado cubano.
Colofón
¿En qué va a parar este triste espectáculo? En
un creciente deterioro moral y físico de la nación. El entorno
se irá degradando con cada aguacero que inunde las ciudades, con
cada huracán que estremezca los campos y derribe casuchas y edificios,
con el implacable desgaste del sol tropical. El país se deshace,
o se ``desconstruye'', como les gusta decir a los palabreros. En el terreno
ético ocurrirá más o menos lo mismo: la mala conciencia
que genera el doble lenguaje irá aumentando el malestar sicológico
de la población. Unos, somatizarán esas contradicciones en
forma de angustias. Otros, convertirán la huida en una dolorosa
obsesión. Todos, más impotentes que resignados, esperarán
impacientes la muerte del caudillo. Suponen que entonces comenzará
a amanecer. Nunca un cadáver ha sido aguardado con tanta ansiedad.
CARLOS ALBERTO MONTANER
Fragmentos de un trabajo escrito para la décima reunión
anual de la Asociación para el Estudio de la Economía Cubana
(ASCE). 3 de agosto del 2000.
Publicado el domingo, 13 de agosto de 2000 en El Nuevo Herald
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