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Sección literatura
El Modernismo Literario Español.
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     Literatura
     Siglo XIX

 

La sociedad de fin de siglo

Los historiadores han descrito la grave crisis que agitaba a la sociedad española de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Durante la última década la nación vivía inmersa en una profunda depresión económica y social que ponía en peligro la estabilidad del régimen de la Restauración. Las estructuras políticas soportaban el problema del caciquismo que viciaba la vida democrática. El país, regido por una administración ineficaz y corrupta, estaba gobernado por un parlamento sin crédito que dejaba fuera de la acción política a gran parte de la ciudadanía. Un desánimo general invadía a una nación que antaño fuera cabeza de un vasto imperio.

La pérdida en 1898 de las colonias (Cuba, Filipinas, Puerto Rico) se convirtió en un episodio histórico gravemente traumático para los españoles de fin de siglo. Aunque este suceso provocó algunas consecuencias positivas para la nación, su estructura ofrecía un perfil de absoluto inmovilismo: el propio de una sociedad agraria atrasada, reacia a cualquier innovación. No obstante, tal situación propició el desarrollo y fortaleza de la alternativa pequeño-burguesa, la llamada clase media, situada entre la burguesía dominante y un proletariado urbano cada vez más numeroso y fuerte. En esta crisis política se enraiza la desazón que conmueve las conciencias de viejos y jóvenes, la colectiva desmoralización, y el grito de quienes trataron, con escaso éxito, la regeneración de una sociedad en ruinas.

Modernismo y Generación del 98

En lo que se refiere a la literatura, hacia 1890 las letras españolas vivían un agotamiento de la tendencia realista que afectaba de manera especial a la poesía y al teatro. Los historiadores de la literatura distinguen en este período (1890-1910) dos movimientos estéticos que conviven, a veces en franca y radical oposición: el Modernismo y la Generación del 98, o Modernismo frente a 98, si aceptamos la propuesta de Guillermo Díaz Plaja. Estas tendencias reflejan dos maneras contrapuestas de interpretar la realidad y también la literatura:

Tendencia ética

Los escritores viven preocupados por los problemas sociológicos y, en consecuencia, entienden el arte y la literatura como un instrumento para mejorar las condiciones vitales del hombre. De su pluma nacerá una creación sobria que se alimenta de la experiencia y trata de colmar el horizonte de expectativas de las clases populares y de la pequeña burguesía, desde ideologías políticas progresistas y aun revolucionarias. Estas son las premisas que conforman las señas de identidad de la bautizada por Azorín como "Generación del 98". Los hombres del 98 eligen el camino del compromiso con la sociedad. Como ésta no les agrada, se sienten en la obligación de transformarla. Tienen al realismo del XIX por insuficiente, y sólo algunas de las figuras señeras de la Generación del 68 (Dicenta, Galdós, Blasco Ibáñez...), justamente los que practican una literatura de mayor hondura ideológica, tienen algún atractivo para ellos. Su actitud política no es intervencionista, salvo en episodios concretos; no son políticos sino intelectuales y literatos que muestran en sus escritos su radical desacuerdo para censurar con suma dureza a la sociedad y al poder establecido.
 
 

Tendencia estética

Con preocupaciones orientadas de manera particular a la búsqueda de un arte cada vez más complejo, refinado y exquisito, pero alejadas de cualquier preocupación social. Es el concepto que recogemos bajo la expresión de "el arte por el arte". No son pensadores, sino artistas que defienden un arte minoritario, pensado para elites o grupos selectos determinados. Estos son los supuestos estéticos del Modernismo, movimiento que siguen con pasión literatos y artistas. Aunque  ocasionalmente encontramos cierta actitud crítica en algunos textos modernistas, no es, sin embargo, el Modernismo un movimiento que se inquiete en las tensiones ideológicas. 

Nace el Modernismo como una reacción natural contra el Realismo decimonónico, estética agotada por un largo uso, en una consideración puramente artística. El escritor moderno siente una urgente necesidad de reformar el hecho literario rehuyendo la realidad que había sido motivo de inspiración para los escritores de la generación anterior, la Generación de 1868. El Modernismo intenta superar "la vulgaridad realista" y se opone al estilo impuro de "Benito el garbancero", usando la expresión despreciativa de Valle-Inclán, uno de los principales mentores de dicho movimiento. El escritor modernista se encierra en su peculiar mundo personal, cargado de exotismos, de sensualidad, de individualismo, un antídoto contra la realidad social sucia y triste que rehúye el escritor. Un estilo pulido y cuidado en exceso se convierte en la seña de identidad más destacada de esta nueva estética.

Aunque las diferencias entre ambas corrientes son numerosas y radicales, en algo coinciden, sin embargo, como si fuera expresión de un amplio ademán generacional que las relaciona: la ruptura con los gustos decimonónicos, sociedad (por lo menos de modas y costumbres) y literatura que busca unos nuevos cauces expresivos, si bien lo hacen por caminos diversos. En este sentido todos los jóvenes literatos, de una y otra tendencia, son modernos, "modernistas". Algunos estudiosos han subrayado otras coincidencias vitales: un cierto individualismo e idealismo, producto, sin duda, del momento histórico y cultural en que vivían; la exaltación del paisaje, si bien, en líneas generales, el Modernismo se inclinará más hacia lo urbano y la Generación del 98 hacia lo rural; un marcado interés por lo europeo, modelo y elemento enriquecedor frente al atraso y aislamiento español (cosmopolitismo transformador); la bohemia literaria, como voluntaria marginación de la sociedad. 

A pesar de que cada grupo vela sus armas literarias desde revistas y periódicos afines, es posible verlos coincidir en los despachos de redacción de algunas publicaciones que acogen, sin exigencias partidistas, a los jóvenes literatos. Las plumas de personajes de trayectoria tan dispar como Baroja, Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Maeztu  y Valle-Inclán coinciden, amablemente mezclados, en revistas como Germinal, Vida Nueva, Revista Nueva, Juventud o Alma Española, portavoces de las nuevas corrientes del espíritu. Aparecen incluso juntas en el diario El País, órgano del Partido Republicano Progresista de Ruiz Zorrilla, y que pasaba por ser el símbolo de la modernidad y progresía madrileña. Lerroux, director durante un tiempo de este influyente periódico, recuerda en sus Memorias estas colaboraciones compartidas:

"Bajo mi dirección escribió en El País el insigne  literato Martínez Ruiz que ha hecho famoso en las letras  españolas el pseudónimo de Azorín. No en su mengua sino en  su elogio recordaré que debutó rabiosamente radical,  anarquista teorizante, hasta el punto de que alguna de sus colaboraciones provocó queja de nuestros lectores habituales  [...] Un tanto parecido, con menos asiduidad en la  colaboración, fue el de Maeztu, que no debutó ciertamente  en conservador [...] Pío Baroja, el gran novelista, escribió  también en El País, siendo yo director [...] De otra clase  es el caso de Valle-Inclán y Manolito Bueno. A uno y al otro  les llevó a firmar en las columnas de El País la  camaradería, la atracción del público intelectual, un tanto  bohemio, que allí actuaba al margen de la redacción".

La convivencia entre noventayochos y modernistas debió soportar episodios de diversa naturaleza. La disparidad de criterios ideológicos y estéticos los enzarzó en ocasiones en agrias polémicas, más duras según la hondura del compromiso personal de cada uno de ellos. Por contra, otras veces les vemos colaborar amigablemente, por lo general en empresas de tipo literario, donde era necesario aunar las fuerzas para combatir el poder de los literatos trasnochados, la "gente vieja", según lenguaje común. Así ocurrió con motivo de la concesión del Nobel de Literatura al dramaturgo José Echegaray en 1905. Los jóvenes, rechazando que tuviera representatividad alguna en las letras españolas del momento, dirigieron a la opinión pública un duro comunicado:

"Parte de la prensa inicia la idea de un homenaje a don  José Echegaray y se abroga la representación de la  intelectualidad española. Nosotros, con derecho a ser  incluidos en ella, sin discutir la personalidad literaria  de don José Echegaray, hacemos constar que nuestros ideales  artísticos son otros y nuestras admiraciones muy distintas."

Firma el manifiesto la plana mayor de los nuevos literatos, ya  noventayochos (Unamuno, Maeztu, Grandmontaigne, Azorín, Baroja), ya modernistas (Rubén Darío, Manuel y Antonio Machado, Díez-Canedo, Villaespesa, Salaverría, Mesa, Mata, Valle-Inclán, Gómez Carrillo...), otros literatos ilustres (Ciges Aparicio, Camba) e intelectuales (Fernández Almagro, Llamas Aguilaniedo...) de distinto signo, y lo más granado de la crítica literaria (Antonio Palomero, Manuel Bueno, José Nogales...). El homenaje a Echegaray quedó totalmente oscurecido a causa de la rebelión de los jóvenes escritores, entre los que no aparece, sin embargo, la firma de Jacinto Benavente, que mantenía una cierta actitud admirativa hacia el premiado, a pesar de las razones que les separaban.

La sensibilidad fin de siglo y el Modernismo

Pero retomemos de nuevo el espacio cultural en el que nace el Modernismo de finales del siglo XIX. Ya advertimos cómo el agotamiento de la literatura realista provocó una paulatina búsqueda de nuevos caminos estéticos. Surgen síntomas de renovación que van creando un concepto nuevo, el de fin de siglo que, si bien al principio portaba un carácter negativo, abandonó este matiz despectivo en pocos años. Acabó convirtiéndose en una expresión de moda que se extendió por diversos países europeos. Los principales literatos y críticos españoles alternan esta denominación con otras, como postrimerías del siglo XIX. Así Clarín se muestra conocedor del término desde 1892, mientras que Baroja habla de "esta inquietud que se hace notar en la atmósfera moral del fin de siglo". Los escritores hispanoamericanos constatan también esta nueva sensibilidad: Julián del Casal en 1890 menciona "una tristeza fin de siglo", Carlos Reyes se refiere a la "sensibilidad fin de siglo, tan refinada y compleja", mientras que José Enrique Rodó utiliza por vez primera el adjetivo "finisecular". 

Otras dos denominaciones, Decadencia y Modernismo, alternan en la pluma de los analistas coetáneos con la de fin de siglo. La primera se empleaba, con contenido negativo, desde comienzos del siglo XIX, aunque la discusión en torno a este concepto cobró intensidad alrededor de los años 30, para adoptar un tono más positivo en el último cuarto del Ochocientos. Los decadentes se sentían una elite y se consideraban como el prototipo de la modernidad frente la burguesía. Entre la conciencia de decadencia y la sensibilidad fin de siglo existía una relación de causa-efecto. A estos dos términos se unió a partir de los años noventa el de Modernismo, que nacía con mayores pretensiones socio-culturales, pues quería convertirse en una amplia visión del mundo y de la vida. Sus adictos pretendían ser modernos, y además tenían una sensibilidad y receptividad peculiar de los valores del espíritu. 

No sabemos cuándo ni quién empleó por vez primera el vocablo Modernismo. La Real Academia Española lo introdujo en su edición de 1899, dándole una definición un tanto despectiva: "Afición excesiva a las cosas modernas con menosprecio de las antiguas, especialmente en artes y literatura". En 1902 Valle-Inclán constata la complejidad que va adquiriendo esta denominación: "[...] esta palabra modernismo, como todas las que son muy repetidas, ha llegado a tener una significación tan amplia como dudosa". En la misma idea insistía Manuel Machado quien afirmaba que era "un dicterio complejo de toda clase de desprecio". Para muchos fue sinónimo de extravagancia, afán de originalidad y absurdo. Sin embargo, esta palabra fue perdiendo poco a poco su matiz despectivo para convertirse en un concepto artístico.

Algunos críticos han considerado el Modernismo como un fenómeno general propio de los países hispánicos. Dicho en palabras del estudioso Federico de Onís: "Es la forma hispánica de la crisis universal de las letras y del espíritu que inicia hacia 1885 la disolución del siglo XIX y que se había de manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradualmente en los demás aspectos de la vida entera, con todos los caracteres, por tanto, de un hondo cambio histórico". Juan Ramón Jiménez, alejado ya de su credo artístico primitivo, analizaba en perspectiva este movimiento en un artículo publicado en el diario madrileño La Voz (18 marzo 1935), que consideraba como una tendencia generacional, no sólo literaria, que afectó a la vida entera, algo así como el espíritu de los nuevos tiempos. No fue tanto una escuela artística, como una actitud humana, la del reencuentro con la belleza sepultada durante el XIX. 

Límites cronológicos

Los límites cronológicos del Modernismo son poco precisos. Estableciendo nexos entre la expresión artística del movimiento y los aspectos ideológicos y sociales de la época, Juan Ramón habla de un siglo modernista. Los estudiosos más solventes (Schulman, Gullón) circunscriben esta tendencia estética en el medio siglo inscrito entre las fechas de 1882 y 1932, incluidos los momentos de formación y de decadencia. Toma carta de naturaleza con la publicación en 1888 de Azul de Rubén Darío, obra sobre la que el sensible Juan Valera escribió dos artículos elogiosos. Federico de Onís (Antología de la poesía española e hispanoamericana) destaca varias etapas en este movimiento: una época de transición del Romanticismo al Modernismo (1882-1896); Rubén Darío como figura cumbre del movimiento (1896-1905); Juan Ramón Jiménez; el postmodernismo (1905-1914) y el ultramodernismo (1914-1932), que podría incluir a los poetas de los años veinte.
Otros críticos reducen el Modernismo a un movimiento literario bien definido que se desarrolló entre 1885 y 1915, cuya cima fue el nicaragüense Rubén Darío.

Raíces literarias del Modernismo español

El Modernismo español es un movimiento sumamente complejo cuyas raíces se asientan en espacios poéticos diversos cuya identidad conviene desvelar.

El Romanticismo

Como movimiento estético, el Modernismo supone una evolución y en cierto sentido un renacimiento de la sensibilidad romántica. Por un lado, aparece como una reacción frente al Realismo; por otro, como una estilización de las varias corrientes románticas, que todavía no habían desaparecido, en lo esencial, en esta segunda mitad del siglo XIX. El Modernismo es una continuación del Romanticismo, aunque un tanto peculiar ya que al mismo tiempo protesta contra el positivismo con lo que los idealistas y soñadores se convierten en rebeldes. La herencia romántica es muy rica y presta al nuevo movimiento literario numerosas actitudes, temas y motivos: la oposición a lo vulgar y lo mezquino; la devoción por el pasado, en ocasiones fundido con el presente; el predominio constante de la pasión sobre la razón que se percibe en las principales obras modernistas; la presencia de lo misterioso y lo irracional, con especial predilección por el mundo de los sueños; la tendencia a la evasión con un permanente desarraigo espacial y una inclinación a los viajes, cosa que demuestra su permanente inquietud; la melancolía y la angustia vital, etc. 

La transformación modernista no se produjo de un modo repentino, sino que el propio desarrollo de la poesía española decimonónica favoreció un cambio en su orientación. Ya desde mitad de siglo se va preparando el terreno. Las traducciones de Heine hechas desde 1853 por poetas como Eulogio Florentino Sanz, Augusto Ferrán, Dacarrete o Bonnat contribuyeron a crear un clima lírico cuya figura más representativa fue G. A. Bécquer, ajeno a la estética del Romanticismo oficial. Sus Rimas ejercieron una influencia poderosa en los futuros poetas modernistas. La figura del poeta sevillano pervive, al margen de las modas realistas, en las preferencias de algunos vates de finales del XIX. De él arranca, pues, una corriente intimista que recogerán numerosos poetas modernistas. Según B. Gicovate ("Antes del Modernismo", en Estudios críticos sobre el Modernismo), cuatro aspectos de la poesía y de la prosa de Bécquer se proyectan alternativamente sobre las generaciones literarias posteriores a 1871: el tono sentimental, las novedades estilísticas, el componente filosófico y el ámbito de lo extra-sensible. 

El Modernismo americano

El Modernismo, además de ser una tendencia literaria, forma parte en sus orígenes americanos de un proyecto político y socioeconómico más amplio. La insurrección de Cuba da sentido a este movimiento artístico al tiempo que une el desarrollo latinoamericano con el español. Adopta así una doble dimensión: por una lado refleja la lucha por la liberación nacional, y por otro es una revuelta literaria contra una larga tradición de modas y preceptos artísticos impuestos por España. 

El Modernismo americano nace hacia 1880 y se extiende hasta 1905, aproximadamente. Se suelen señalar en su trayectoria tres momentos:

1. Etapa de los precursores: José Martí, Manuel González Prada , Manuel Gutiérrez Nájera, José Asunción Silva y Salvador Díaz Mirón. 

2. Etapa esteticista, de plenitud del Modernismo, cuya cima es Prosas profanas (1896) de Rubén Darío. Escritores modernistas de esta época son también Leopoldo Lugones, Jaimes Freyre, Guillermo Valencia, Amado Nervo, José Santos Chocano, José Enrique Rodó, Julio Herrera y Reissig y Enrique González Martínez.
 
 

3. Etapa de crisis esteticista que se inicia con Cantos de vida y esperanza (1905) de Rubén Darío y que dará lugar al postmodernismo.
 
 

La figura del nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) es el centro del movimiento modernista. Fue una persona de gran actividad, debido tanto a sus numerosos viajes como a su fecunda producción literaria. Recorrió casi todos los países de América y de Europa, residiendo durante bastante tiempo en algunos de ellos (Francia, España, Argentina, Chile). Tras las primeras experiencias poéticas, su primer libro importante es Azul (1888), refinado y original, reflejo de una sensibilidad nueva en nuestra lengua. Si exceptuamos algunos sonetos en alejandrinos, el poeta sigue la forma tradicional de la silva en numerosos poemas. La visión de la naturaleza es exuberante, y refleja un carácter panteísta. Le sigue Prosas profanas (1896), plenitud del primer estilo de Darío. Significa la perfecta castellanización de las formas francesas, la maduración del ritmo del verso alejandrino francés. Se afianzan los temas modernistas, con unos versos musicales y armónicos. De 1905 es su obra de madurez, Cantos de vida y esperanza, título significativo de los motivos del libro, relacionados con la historia, la literatura y el arte hispanoamericano. En él expresa Rubén la unión de los pueblos de ambos continentes. El estilo es ornamental y brillante.

El Parnasianismo y el Simbolismo francés

El rechazo que suscita en nuestro país la literatura gastada de la escuela realista, hace que se vuelvan los ojos a las literaturas europeas especialmente a la francesa. Dos corrientes oriundas de este país van a influir en el Modernismo español, ya directamente, ya a través de la herencia latinoamericana:

- el Parnasianismo, nombre procedente de la revista Le Parnasse contemporain (1866), cuyo maestro fue Théophile Gautier (1811-1872). Su lema era "el arte por el arte" y su ideal la perfección formal. Gustaba de las líneas puras, el equilibrio y la serenidad en la poesía. Mostraba preferencia por determinados temas que aparecerán en los escritores modernistas: los mitos griegos, los ambientes orientales, lo medieval... La figura más destacada de este movimiento fue Charles M. Leconte de Lisle (1818-1894).

- el Simbolismo, escuela constituida hacia 1886, fecha del Manifeste Symboliste. El movimiento comienza anteriormente con Charles Baudelaire (1821-1867), y continúa con Paul Verlaine (1844-1896), Arthur Rimbaud (1854-1891) y Stéphane Mallarmé (1842-1898), entre otros. Para ellos no es suficiente la belleza externa y la perfección formal, sino que intentan ir más allá de lo sensible. El poeta debe descubrir la significación profunda de las cosas y transmitirla al lector. Para ello se sirve de los símbolos, que nos sugieren lo que hay de oculto tras la realidad. El lenguaje debe ser fluido y musical ("De la musique avant toute chose", decía Verlaine).

El Modernismo toma algunos elementos de estos movimientos, como el culto a las apariencias sensibles y tangibles, que no implica una reproducción indistinta de la realidad, que tan grata había sido para los naturalistas, sino una selección que va a permitir reunir y recurrir a los aspectos más seductores de la naturaleza y del arte, a todo lo que resplandece, a todo lo que más puede halagar los sentidos. De los parnasianos tomarán los modernistas la concepción de la poesía como un bloque, su deseo de perfección formal, los temas exóticos y el placer por los valores sensoriales; de los simbolistas procede la utilización del símbolo y la musicalidad del poema. 

Otras influencias

Se dan, además, otras influencias literarias algo más difusas o puntuales: de Edgar Allan Poe y su Principio poético, donde propugna la ausencia de todo didactismo en la poesía, el culto a la belleza y la necesidad de la música para la lírica, entre otras cosas; del citado Paul Verlaine quien en su Art Poétique, libro traducido al español por el poeta modernista Eduardo Marquina, exalta la veneración por la música y, sobre todo, su valoración del matiz (no deben ser los colores los que llamen la atención del poeta, sino los matices); y de otros muchos como Charles Baudelaire, Oscar Wilde, Walt Whitman, Gabriele D'Annunzio, Víctor Hugo, Góngora, Gautier, etc. 

Caracteres del Modernismo español

Al ser tan amplios los límites del Modernismo y variadas sus manifestaciones existe una cierta dificultad para fijar los rasgos de su estética. Lo que mejor define al movimiento es su cualidad individual, su rebeldía frente a las formas expresivas de los académicos de la época. Si analizamos los textos de los principales escritores modernistas, observaremos que revelan una disparidad estética que va desde la tendencia a las modas francesas hasta los que se emparientan con alguna tradición hispana. Pero en todos ellos hay algo en común: la búsqueda de nuevas formas expresivas y el afán por la armonía y la belleza.

La insatisfacción con el mundo en que viven, de origen romántico, produce en los escritores un sentido de desarraigo, soledad, rechazo de la sociedad, aunque no profundizan en este asunto desde perspectivas ideológicas. Sentimientos como la melancolía y el hastío aparecen con frecuencia y se manifiestan románticamente con la presencia de temas como la tarde, el otoño o el crepúsculo. Introducen en la literatura el misterio, la fantasía, los sueños. La evasión, la huida por medio del ensueño hacia un mundo de belleza es una forma de escapar a la realidad. En el espacio lo consiguen mediante el exotismo, cuyo aspecto más destacado es el interés por lo oriental. Las obras modernistas contienen elementos de belleza procedentes de diversas culturas: dioses paganos, ninfas, mandarines, odaliscas, jardines, salones versallescos, flores exóticas, piedras preciosas, cisnes... En el tiempo se dirigen hacia el pasado, incluyendo en sus obras evocaciones históricas o legendarias. Otra manera de expresar la evasión es el cosmopolitismo, que desembocó en una gran devoción por París, lugar sagrado para todos los jóvenes literatos.

El escritor modernista da rienda suelta a su personal sensibilidad, en especial mediante la manifestación de los sentimientos propios. Uno de ellos es el amor, que se mueve en varias direcciones, desde la idealización al erotismo. Exaltaron a la mujer, buscando en lo eterno femenino la fuerza creadora y configuradora del amor y deseando una unión con ella que sólo podría tener la forma del éxtasis. Esta actitud le arrastra en ocasiones a un sentimiento de frustración motivada por el amor no conseguido, escribiendo poemas de tono desengañado y melancólico. Otras veces, siguen el camino del erotismo más fuerte, de explícita exaltación de los sentidos, de festiva complacencia en el desnudo femenino en un deseo de insuperable belleza y placer.

Los temas americanos son tratados, en un principio, como manifestación de la evasión hacia el pasado y sus mitos. Es el indigenismo visto como nostalgia de los tiempos pretéritos, el retorno a lo histórico y a lo legendario. Los escritores vuelven los ojos a los héroes en los que encuentran una imagen idealizada que previamente forjaron sustituyendo a la realidad y en los que intentan buscar sus raíces. Los convierten en mitos, en los que encarnan la creencia primitiva en un mundo mágico y puro. Uno de los héroes preferidos, engrandecido por los modernistas, fue Caupolicán. 
 
 

Estilísticamente, el Modernismo es refinado, exquisito y estilizado. Se preocupa por los valores formales y busca nuevos caminos que conduzcan a la belleza. Supone un enriquecimiento que crece en dos direcciones: Por una, busca los efectos brillantes, los valores sensoriales ("literatura de los sentidos", según Pedro Salinas); por otra, se detiene en lo delicado, más acorde con la expresión de la intimidad. Los modernistas utilizan todos los recursos estilísticos con función ornamental. Abundan los colores, desde los más brillantes (oro, púrpura) hasta los más suaves (blanco, rosa). Los efectos sonoros van desde los fuertes acordes hasta la más lánguida musicalidad. Hay simbolismos fonéticos, aliteraciones, palabras de resonancias exóticas, adjetivación abundante... El interés que adquiere lo sensorial se manifiesta en el empleo sistemático de imágenes deslumbrantes, de sinestesias, a veces audaces (verso azul, risa de oro, sol sonoro, arpegios áureos...). Gusta de la utilización de un lenguaje metacultural en el que cabe, con un generoso afán culturalista, referencias al mundo literario (incluidas las literaturas clásicas, española, escandinava, oriental), del arte, de la música... 

Según Guillermo Díaz Plaja son características del lenguaje literario de los modernistas:
- El retoricismo.
- La creación de una lengua artificial, de intención estética.
- El enriquecimiento musical del idioma en busca de una expresión distinta, individualizada.
- Un lenguaje sensual, al servicio de la belleza.
- El lenguaje minoritario.

Son también notables las innovaciones métricas de los poetas modernistas. Experimentan ritmos con gran libertad acentual y ensayan combinaciones de versos formando estrofas hasta entonces desconocidas. Incorporan formas procedentes de la literatura antigua. Prefieren los versos alejandrinos, a los que se añaden novedosas estructuras acentuales. Utilizan también dodecasílabos y eneasílabos, muy poco usados en nuestra tradición poética, junto a otros más consagrados como endecasílabos y octosílabos. Emplean igualmente los versos compuestos de pies acentuales clásicos, por su marcado ritmo: dáctilos (óoo), anfíbracos (oóo) y anapestos (ooó). En cuanto a las estrofas, son importantes las innovaciones; así el soneto ofrece diferentes modalidades (en alejandrinos, con versos de medida desigual, rimas de disposición distinta...).

El Modernismo presenta en Cataluña unas peculiaridades diferentes a las del resto de España. Aquí no sólo se manifiesta en los textos literarios sino en el resto de las artes. Santiago Rusiñol organizó la "Primera Festa Modernista" en 1892 y la segunda al año siguiente, en la que se estrenó La intrusa de Meterlinck, traducida al catalán por Pompeu Fabra, que sentó las bases del catalán moderno. Los principales exponentes del primer modernismo catalán son Casellas, Cortada, Brossa, Maragall, Rusiñol y Pompeu Gener. Su principal órgano de expresión fue la revista L'Avenç. Defienden la lengua catalana como vehículo de comunicación literaria.

Los autores del Modernismo español

Una amplia nómina de escritores aparecen adscritos a este movimiento literario, que junto a los de la Generación del 98 configuran una de las etapas más esplendorosas de la literatura española ("la edad de plata", según acertada denominación de J. C. Mainer). Los agrupamos siguiendo un cierto orden cronológico.

Precursores

Durante mucho tiempo se ha considerado que la venida a España de Rubén Darío en 1899 iniciaba un cambio en la lírica peninsular. Sin embargo, hubo algunos escritores que ya participaban de esa nueva sensibilidad en fechas anteriores, a los que se ha llamado precursores del Modernismo en España. Hay que advertir que este Modernismo, sin embargo, no es tan exuberante en la forma ni tan exótico en sus temas como el hispanoamericano o el español del período de esplendor.

Ricardo Gil (1855-1908) publicó en 1885 su primer libro de poemas, De los quince a los treinta años. Percibimos en sus versos los influjos de la lírica de Zorrilla, Campoamor y Bécquer. Tiene como mérito utilizar una gama variada de versos y combinaciones métricas. Mayor conciencia de renovación se da en su segundo volumen, La caja de música (1898) y en el tercero, El último libro (1909), publicado póstumamente en 1909. 

Manuel Reina (1856-1905) fue un poeta colorista y brillante que incidió en el mismo concepto de la poesía a la que identificó con el culto a la belleza, en la que empleó elementos expresivos propios. Destaca por el colorismo, por su perfección rítmica y por la fantasía sensual de su inspiración. Clarín le consideró "poeta moderno, modernísimo", y Juan Ramón Jiménez lo definió como "parnasiano impecable" por su percepción de la belleza de las formas y su tratamiento de los clásicos. Sus primeros libros, Andantes y Alegros (1877) y Cromos y Acuarelas (1878) muestran una gran atención a la música, la pintura y el color. Pasó luego a realizar una poesía sensual, lujosa, y al mismo tiempo armónica en La vida inquieta (1894). En sus obras siguientes alcanzó una mayor calidad lírica: Poemas paganos (1896), reconstrucción exótica del mundo clásico; Rayo de sol (1897), representación del mundo escandinavo y concepción de la poesía como algo que da sentido a la vida; El jardín de los poetas (1899), rememoración de figuras o valores literarios pasados. Su último libro, Robles de la selva sagrada, apareció póstumo en 1906. 

El poeta malagueño Salvador Rueda (1857-1933) es tenido, a la par que Reina, por la figura más destacada en la renovación de la lírica de fin de siglo. En sus composiciones buscó la armonía, basada en la melodía y el ritmo. Así, su obra se convirtió en un repertorio variado de formas y combinaciones estróficas renovadoras: Introduce novedades métricas que luego utilizarían casi todos los vates modernistas (la modificación del soneto, la profusa utilización del dodecasílabo, las variedades del hexámetro clásico...). Hace alarde de una imaginación y fantasía llenas de color y sensualidad. Inicia su producción literaria en 1880 con Renglones cortos, al que siguen Noventa estrofas (1883), con Prólogo de Núñez de Arce. Otros libros son Himno a la carne (1890), Piedras preciosas (1890), El secreto (1891), Cantos de vendimia (1891), Bacanal (1893), Camafeos (1897), Flora (1897)... Trompetas de órgano (1903), Fuente de salud (1906) y Lenguas de fuego (1908) son sus obras de madurez.

Escritores modernistas del período de esplendor

A partir de 1899, segunda estancia de Rubén Darío en España, se afianzó el cambio poético que se venía perfilando desde hacía tiempo. Entre esta fecha y 1905 fue madurando el movimiento modernista que agrupó a escritores de distinta procedencia ideológica y estética: Francisco Villaespesa, Juan Ramón Jiménez, Manuel y Antonio Machado, Gregorio Martínez Sierra, Eduardo Marquina, Tomás Morales, y el bohemio Emilio Carrere, entre otros.

Francisco Villaespesa (1877-1936) publicó en 1898 su primer libro, Intimidades, con poemas de tono intimista en una línea romántica, mostrando especial habilidad en la utilización de recursos métricos y expresivos. Tras entregarse a algunos proyectos editoriales fallidos, publicó Luchas (1899) ("libro triste, sombrío, apasionado y orgulloso como el corazón de donde emana" según el propio autor) con un soneto introductorio de Salvador Rueda, que define al poeta como un renovador lírico.

Es especialmente significativa la amistad de Villaespesa con Rubén Darío, gracias a cuya influencia entró nuestro autor en el camino del Modernismo, llegando a ser uno de los escritores más representativos en nuestro país. La primera obra en una línea ya claramente modernista fue La Copa del rey de Thule (1900), donde percibimos la sensibilidad de la nueva estética. Alabado por unos y censurado por otros, inició una época de abundante creación poética, reiterativa y desigual, de la que destacamos algunos de sus libros: La musa enferma (1901), El alto de los bohemios (1902), Canciones del camino (1906), Carmen, cantares (1907), El libro de Job (1908), El patio de los arrayanes (1908), Viaje sentimental (1909), El jardín de las quimeras (1909), Las horas que pasan (1909), Saudades (1910), In memoriam (1911), Ajimeces de ensueño (1914), Los nocturnos del Generalife (1915), etc.

Entre su abundante producción encontramos una veintena de títulos teatrales, en particular dramas históricos en verso como Doña María de Padilla (1913), La leona de Castilla (1916).  También es autor de varios libros en prosa, desde cuentos a novelas breves.

El sevillano Manuel Machado (1874-1947) vivió los años de su juventud en el ambiente bohemio madrileño. Sus dos primeros libros, Tristes y alegres (1894) y Etcétera (1895) no supusieron ninguna aportación novedosa en el panorama poético español. En sus viajes a París, el primero en 1899, entró en contacto con el mundo literario francés, conoció a Rubén Darío, leyó a los vates decadentistas, parnasianos y simbolistas. Fue un gran admirador de Verlaine, quien influyó en los poemas que él escribió y agrupó  en Alma (1900). Éste es considerado como uno de sus mejores libros, con poemas intimistas, en los que la naturaleza se convierte en símbolo de los sentimientos y pensamientos del poeta. Hay versos de inspiración popular, de carácter histórico, de tono dieciochesco... Contiene todos los tópicos modernistas.

A su vuelta a España se convirtió en un firme defensor del arte nuevo. Publicó en 1905 Caprichos, ejemplo de experimentación formal, elogiado por Rubén Darío. Contiene poesías de pierrots, jardines versallescos, retratos de mujeres, temas hispánicos... Del año 1906 es La fiesta nacional. Ambas obras recibieron algunas críticas por su superficialidad y su tono decadente. En El mal poema, publicado en 1909, manifiesta el autor la necesidad de un cambio. Durante los años posteriores trabajó como bibliotecario y archivero, y fue columnista fijo en los periódicos El liberal y La libertad. Simultaneó estas tareas con su vocación poética: Apolo (1911), Canciones y Dedicatorias (1915), Cante hondo (1916), Sevilla y otros poemas (1918), Ars moriendi (1921), libros en una línea andalucista. La Residencia de Estudiantes publicó en 1917 una edición de Poesías completas. Se suele dividir la poesía de Manuel Machado en dos modalidades: la modernista y la de tipo popular, cercana a los "cantares". Estas dos formas no deben considerarse antagónicas, ya que el Modernismo también asumió lo popular, estilizándolo.

Ideológicamente evolucionó desde el liberalismo hasta su adhesión a la causa nacional durante la Guerra Civil,  convirtiéndose en uno de los poetas oficiales del régimen franquista. Tras su muerte los versos han caído en el olvido hasta época reciente. La crítica ha sido dura en ocasiones con Manuel Machado, achacándole exceso de superficialidad y falta de planteamientos personales. Le consideró un buen imitador de modelos, recordando sus deudas literarias con escritores como Verlaine o Rubén Darío. Sin embargo, olvidó que él transformó los materiales recibidos de forma personal, con un estilo propio.

En su faceta de hombre de teatro es todavía más discreto. Pertenecen a la última época y están hechas en colaboración con su hermano Antonio. Escritas en verso, pertenecen al teatro poético. Destacan: Juan de Mañara, Las Adelfas, La Lola se va a los puertos, La duquesa de Benamejí, La prima Fernanda...

La figura de Eduardo Marquina (1879-1946) obtuvo mayor resonancia en el campo teatral. Manifiesta una gran sensibilidad para la poesía, pero utiliza excesivos recursos retóricos. Son obras suyas: Odas (1900), que refleja un modernismo parnasiano; Las vendimias (1901) de carácter bucólico; Elegías (1905) con un tono intimista; Vendimión (1909), ejemplo de sensualidad paganizante. Redescubre la historia y las tierras españolas desde una perspectiva tradicional en Canciones del momento (1910) y Tierras de España (1912). Fue el iniciador del teatro histórico-poético con Las hijas del Cid (1908), a la que siguen Doña María la Brava (1909), En Flandes se ha puesto el sol (1910), y un abundante repertorio. Es un teatro esplendoroso, que exalta el espíritu patriótico, brillante y superficial. 

Juan Ramón Jiménez (1881-1958) fue cultivador del Modernismo hasta la fecha de 1916. Hemos de estudiar su figura como muestra de la evolución de la lírica española desde el Modernismo a las escuelas de vanguardia. Su vida estuvo enteramente dedicada a la poesía. Amante de la soledad, se mantuvo voluntariamente alejado del mundo literario y social. Sin embargo, la influencia de su obra, tanto en su entorno inmediato como en las generaciones venideras, ha sido extraordinaria. Su poesía sufre una progresiva transformación desde unos claros orígenes modernistas hasta los últimos versos que buscan una esencialización expresionista. 

Llegó a Madrid en 1900. Villaespesa le introdujo en el ambiente literario de la capital. Traía un libro de versos, Nubes, que pensaba publicar, y que finalmente dividió en dos con los títulos de Almas de violeta y Nínfeas. El primero, impreso con tinta violeta, contenía diecinueve poemas escritos en Andalucía y llevaba un Prólogo de Villaespesa; el segundo, impreso en tinta verde, constaba de treinta y cuatro poemas creados ya en la capital, con una introducción de Rubén Darío. Tenían una expresión artificiosa, siguiendo el gusto de la época, aunque Juan Ramón les dio un toque intimista original. Durante el período de reposo con motivo de la muerte de su padre asimiló a los simbolistas franceses y se fue alejando de lo más superficial del Modernismo. En los años posteriores escribió numerosos libros de poesía: Arias tristes (1903), Jardines lejanos (1904), Elejías puras (1908), Olvidanzas (1909), Baladas de primavera (1910), Pastorales (1911), La soledad sonora (1911), Poemas májicos y dolientes (1911), Melancolía (1912), Sonetos espirituales (1917), donde los títulos hablan por sí solos en cuanto a características propias de la poesía modernista, sobre todo de la musicalidad. 
 
 
 
 

Un rasgo que hay que tener muy en cuenta en el poeta andaluz es una continua autocrítica lírica, que le llevó a una permanente reelaboración de su obra. Los metros más utilizados en este período son los romances, cuartetos alejandrinos y sonetos, empleando siempre un lenguaje que revela un continuo anhelo de belleza y perfección pero que, sin embargo, tiende más a la interiorización que a la mera preocupación formal. Su mundo poético es el de las citadas estampas modernistas con la salvedad de que suele apoyarse en una realidad conocida por el poeta, no existe pues cosmopolitismo ni exotismo, es decir, traduce a formas modernistas objetos que suelen ser próximos y cotidianos. A esta etapa pertenece su famoso libro Platero y yo, publicado en 1914, aunque iniciado en 1906. Escrito en prosa, prosa poética, significa la superación del Modernismo, al menos en cuanto a temática y lenguaje. En las obras posteriores se alejará más radicalmente de este movimiento realizando un tipo de poesía más conceptual.

El Modernismo de Valle-Inclán y Antonio Machado

La inclusión de Ramón María del Valle-Inclán y del poeta Antonio Machado en la Generación del 98, habitual en muchos manuales de historia de la literatura, exige algunas puntualizaciones. Rabiosamente modernistas en sus orígenes literarios, sufrieron luego una evolución personal que les fue alejando de las exquisiteces expresivas propias de los seguidores de Rubén Darío. Valle y Machado llegan al compromiso socio-político en su literatura cuando ya los hombres del noventayocho han desertado de su discurso regeneracionista, e incluso han hallado refugio en partidos conservadores olvidando la rebeldía generacional de sus orígenes. 

Los hombres del 98 que coincidían con los modernistas en algunas cosas, estaban muy alejados de su estética literaria, que despreciaban cordialmente. Todavía en 1907 remitía desde Londres Ramiro de Maeztu la contestación a una encuesta que promovía el periódico Nuevo Mercurio sobre el Modernismo, con opiniones descalificadoras en extremo para una escuela cuyo esfuerzo mental se agotaba, dice, "en el ensamblaje cuidadoso de las palabras persiguiendo ya el arabesco musical, ya sensaciones verbales de novedad, de exotismo o de refinamiento". El vitoriano tenía a Valle-Inclán como al mentor y principal modelo de esta escuela, de quien afirma con ironía:

"Que el auge actual de esta tendencia es obra  personalísima del Sr. Valle-Inclán, quien ha empleado diez  o doce años de su vida, todo lo que va desde 1895 hasta la  fecha, en propagar su idea de la literatura, dedicando a  esta causa doce o catorce horas diarias de charlas,  discusiones y pendencias, e ilustrando sus tesis con algunos  escritos. Dotado de tenacidad envidiable, de arrojo heroico  siempre dispuesto a la pelea, de gran ingenio ergotizante,  de palabra segura y pintoresca, y de magníficos textos  desdeñosos, y ayudado por el alejamiento en que vive Madrid  respecto a la vida espiritual y material del mundo moderno,  ha conseguido envolver a la generación novísima en la  obsesión del estilo, y esa generación le sigue, de buena o  de mala gana, reconociéndole o negándole, pero le sigue, con  raras excepciones." 

Aprovecha para censurar su habitual desinterés "por los problemas materiales de la vida". Sin embargo, no se atreve a aventurar una opinión sobre la pervivencia de esta tendencia en el futuro literario español. 

En el caso del escritor gallego se fue produciendo un progresivo desapego a la misma, para entrar en una preocupación por los problemas nacionales, en la misma línea regeneracionista que los hombres del 98. Parece que fue a partir del año 1915 cuando sustituyó su tradicionalismo idílico por ideas casi revolucionarias, que se acrecentarán a partir de 1920. La trayectoria literaria de Valle-Inclán va desde el Modernismo hasta una etapa que podemos llamar esperpéntica.

Las primeras manifestaciones literarias de Valle-Inclán son cuentos o narraciones breves cercanas al cuento. Es una época de aprendizaje, tanteos y búsqueda en la que se va gestando lo que será el mundo valleinclanesco. No constituyen la parte más importante de su producción artística, pero su conocimiento ayuda a tener una visión más completa de su obra. Temas, escenas y personajes se recogen luego en textos de mayor prestigio. Están en una línea modernista. Sin embargo, dado que fueron reeditados varias veces, el autor fue limándolos y puliéndolos según fueron cambiando sus gustos estéticos.

Valle-Inclán compuso su primera obra literaria, Femeninas, a su vuelta de Méjico en 1895. Está formada por un conjunto de relatos. No tuvo demasiado éxito. Poco tiempo después, en unos años en que predominaba el realismo en la prosa, don Ramón sorprendió a la audiencia con Jardín umbrío y Corte de amor (1903), y en 1904 con Flor de santidad, todas ellas de estilo modernista. Se dan en los primeros relatos tres temas: amor, religión y muerte. Aparecen como motivo fundamental o se mezclan. Su tratamiento varía según el ambiente en que se desarrollan las historias (cortesano, con personajes refinados y ambiente lujoso e idealizado; gallego, lleno de supersticiones y misterio). Los personajes son creaciones literarias del autor, diferenciado del Valle-Inclán hombre real (Bradomín-aristócrata, Montenegro-señor feudal...). Están determinados por el ambiente, aunque los hombres son anarquizantes, antiburgueses, sensuales y lascivos. Desde el punto de vista del estilo, hay una preocupación por la musicalidad. Aparecen tópicos modernistas.

De estos mismos años son las Sonatas (1902-1905), que constituyen la manifestación más lograda de la prosa modernista en España. Se dan en ellas tres caracteres fundamentales: decadentismo, depravación erótica y refinamiento sensorial. Algunas están situadas en Galicia, pero los temas están influidos por la literatura de la época y el paisaje resulta un elemento accesorio, sólo está utilizado para dar un clima de sensualidad melancólica. Se publicaron en los primeros años del siglo: Sonata de otoño (1902), Sonata de estío (1903), Sonata de primavera (1904) y Sonata de invierno (1905). Son un conjunto de libros destinado cada uno a una estación del año. Pretenden encerrar un estado de ánimo en un marco: el de la estación. Del título de estas obras se desprende el propósito del autor: dar un ritmo de musicalidad a la fase erótica de las cuatro estaciones vitales. En conjunto, las Sonatas son un libro de memorias, las del Marqués de Bradomín, un Don Juan "feo, católico y sentimental". A. Zamora Vicente destaca en ellas dos notas estructurales: el carácter fragmentario, pues sólo escoge de entre los recuerdos los que son "amables"; y su tono elegíaco, porque Valle-Inclán mira al pasado y saca de él cuatro episodios sin más pretensión que una añoranza elegíaca. La lengua es refinada, culta y estetizante.
 
 

Sus primeras obras dramáticas no fueron del gusto del público, por lo cual el escritor debió soportar grandes penurias económicas. Cenizas (1899) es la adaptación teatral de un cuento incluido en Femeninas que versa sobre el tema del adulterio desde una perspectiva decadentista. Le siguieron Tragedia de ensueño y Comedia de ensueño (1903), ambas en prosa y verso. A continuación escribió El Marqués de Bradomín (1906), adaptación parcial de la Sonata de otoño, El yermo de las almas (1908) y Cuento de abril (1909), muestras todas de un teatro modernista de tipo evasivo. Pertenece también a esta época el primer libro de versos, Aromas de leyenda (1907), plenamente modernista. 

Las primeras obras de Antonio Machado responden también a los cánones de la estética modernista y simbolista. A partir de 1912, con la publicación de Campos de Castilla, se observa ya una inclinación hacia la problemática cívica. A la Castilla vista desde una perspectiva estética sucede una Castilla observada con visión realista, sociopolítica. Las nuevas circunstancias vitales (la muerte de su mujer, Leonor), debieron influir en ese abandono de la subjetividad, pero sobre todo en la concienciación política del autor.

En su trayectoria poética hay una época, de 1899 a 1902, de carácter modernista. En estas fechas escribe los poemas recogidos en Soledades. Es un período lleno de vacilaciones y probaturas, con un deseo de encontrar formas expresivas adecuadas a su interioridad. El propio escritor aclaraba en 1917 que, aunque valoraba positivamente al poeta nicaragüense, quería seguir un camino distinto e intentaba ir un poco más lejos en lo que se refería a la forma y al color. Para lograr la emoción excluye de su poesía lo anecdótico, de modo que Soledades puede considerarse como una obra intimista. Aunque tiene cierta sonoridad rubeniana, domina la presencia del contenido poético. Los poemas rompían con la tradición anterior, pero no se situaban claramente en la línea de la poesía moderna. Si acaso, eran un salto atrás, una búsqueda del Romanticismo, en especial del mundo de Bécquer. Su creación poética partía de sus mismos principios: claridad, poesía en un tiempo irreversible, pobreza retórica y sobre todo intimismo. También se advierte en Soledades la influencia del francés Paul Verlaine, cuya poesía había conocido Machado durante su estancia en París. De aquí le viene la predilección por ciertos temas: los jardines sombríos, la melancolía otoñal o la puesta del sol como paisaje emocional y subjetivo. La temática de Soledades gira en torno a cuestiones centrales de la condición humana: el tiempo y el fluir de la vida humana, la muerte y el más allá, el problema de Dios... Se unen a ellos otros asuntos como la infancia perdida, los sueños, los paisajes que enmarcan sus meditaciones, y sobre todo el amor, que proporciona a esta poesía momentos de gran intensidad. Los sentimientos que dominan el libro son el de soledad (como indica el título), la melancolía, la tristeza, la angustia vital, el vacío de vivir... Machado recurre en numerosas ocasiones a expresiones simbólicas que enriquecen y al mismo tiempo limitan el significado de las palabras. La crítica ha destacado los valores simbolistas de Soledades, motivos temáticos como la tarde, el agua, la noria, etc., que constituyen símbolos de otras realidades más profundas. Toda la realidad queda subsumida de sentido profundo por esa fusión de vida interior y realidad exterior. La mayor parte de los poemas de Soledades se desarrollan en la primavera, en oposición al tópico del otoño, que tanto abunda en Verlaine. Es una primavera melancólica y triste. Relacionada con el tema de lo fatal está la obsesión por la muerte, elemento permanente en la poesía de Machado. Un elemento constante en esta poesía primera es la personificación de ideas y del paisaje. El autor dialoga con la fuente, con la mañana y la tarde de primavera, con la noche. En lo referente a los recursos formales hay numerosos elementos de tipo modernista, aunque bastante más sobrios que los utilizados por otros poetas de esta tendencia. Igual ocurre en la métrica, ya que Machado escoge ritmos suaves y matizados frente a la sonoridad modernista. La forma más usual es la silva asonantada.

Entre los años 1903 y 1907, año en que publica Soledades, galerías y otros poemas, Machado elimina gran parte de lo que tuvo de modernista. Da un enfoque subjetivo en temas y estilo, profundidad introspectiva y toma de contacto con el paisaje de Soria. Suprime algunas composiciones anteriores y añade otras nuevas hasta alcanzar el número de 96 poemas. El libro de 1907 representa el perfeccionamiento de la estética de las mejores poesías de Soledades. Los poemas suprimidos eran, según Dámaso Alonso, los que ofrecían un Modernismo más extremado. Las Galerías, escritas casi todas entre 1903 y 1904, suponen un refinamiento del intimismo, con ampliación de algunas imágenes, como la del huerto y las flores, y la aparición de otras nuevas que llegan a ser un elemento simbólico fundamental. La valoración de las poemas incluidos en Galerías ha sido siempre motivo de discrepancia entre los críticos: los más, condicionados por criterios estéticos simbolistas (Juan Ramón Jiménez, Dámaso Alonso, Gerardo Diego), consideran que son la cima insuperada e insuperable de la lírica machadiana; por el contrario, los críticos partidarios de la orientación social (Castellet, Tuñón de Lara) valoran más los poemas castellanos. Parece indudable que la introspección llega en estas composiciones a su punto máximo, y que se da en ellas una gran capacidad de evocación y una densa potencia simbólica. Es en la parte que aparece bajo el epígrafe de Otros poemas donde el poeta amplía su perspectiva poética y, saliendo de su intimidad, mira al mundo exterior. Ese cambio de actitud se refleja en la estructura misma de la colección. Así, los poemas iniciales del libro responden a ese criterio más objetivo, ya que era la tendencia de Machado cuando publicó la obra. El poema "A orillas del Duero", escrito en Soria en mayo de 1907, significa el final del proceso de exteriorización y al mismo tiempo el punto de partida para una nueva etapa en su producción poética. Machado irá aprendiendo a mirar hacia afuera, hacia el paisaje soriano y hacia los problemas nacionales, sin perder la vena intimista. Intenta captar los "universales del sentimiento", que centra en tres temas: el tiempo, la muerte y Dios. La idea de temporalidad lleva a la de muerte; la obra adquiere así un tono de severidad e incluso de rigor filosófico, que por su hondura se convierte en emoción lírica. Los símbolos que aparecían ya en Soledades continúan y se enriquecen. Permiten el enlace emocional entre el poeta y el lector y configuran una particular visión del mundo y de la propia intimidad. La métrica de Soledades, galerías y otros poemas no es innovadora. Machado sometió siempre a continua reelaboración los modelos más usuales y combinó con libertad los elementos métricos. En sus poemas predomina la asonancia, y entre las estrofas prefiere la silva-romance, por la flexibilidad que produce la libre combinación de endecasílabos y heptasílabos. Algunas veces emplea estrofas populares como coplas, villancicos o glosas, o de rima consonante como redondillas. Igualmente hace uso de versos alejandrinos o dodecasílabos, propios del Modernismo.
 

E. PALACIOS FERNÁNDEZ

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