La gente que no podía conseguir dólares de otra manera
estaba ofreciendo verdaderas gangas a los extranjeros aprovechados, palacetes
con piscina inclusive. Claro que él no era extranjero. ¿Y
qué ? ¿Acaso los cubanos no eran personas ? ¿No tenían
derechos ? No los tenían, la verdad ; no en Cuba al menos.
¡Ah, si pudiera trasmitirle a alguien alguna vez
la exasperante humillación que significaba ser cubano en Cuba, pensó
mientras evocaba el respeto reverencial que le produjeron los espejos y
los cobres brillantísimos del elevador de manija al que entró
bajo la mirada inquisitiva del ascensorista, un mulato joven, de piel color
papel de estraza, que de inmediato reconoció su condición
de indígena y le exigió que mostrara el pase. Él obedeció
dócilmente, refugiándose en la certeza de que aquella tarjetita
le otorgaba el derecho a subir, mientras admiraba la esquizofrénica
capacidad del mulato para revisar con desconfianza el cartoncito al tiempo
que le dirigía una sonrisa entre sexy y reverente a una vieja pelleja
extranjera que había subido en el quinto.
|