En cuanto a los millares de columnas que modulan - es decir que determinan
módulos y medidas, un modulor... - en el ámbito habanero,
habría que buscar en su insólita proliferación una
expresión singular del barroquismo americano. Cuba no es barroca
como México, como Quito, como Lima. La Habana está más
cerca, arquitectonicamente, de Segovia y de Cádiz, que de la prodigiosa
policromía del San Francisco Ecatepec de Cholula. Fuera de uno que
otro altar o retablo de comienzos del siglo XVIII donde asoman los San
Jorges alanceando dragones, presentados con el juboncillo festoneado y
el coturno a media pierna que Louis Jouvet identificaba con los trajes
de los héroes de Racine, Cuba no llegó a propiciar un barroquismo
válido en la talla, la imagen o la edificación. Pero Cuba,
por suerte, fue mestiza - como México o el Alto Perú. Y como
todo mestizaje, por proceso de simbiosis, de adición, de mezcla,
engendra un barroquismo, el barroquismo cubano consistió en acumular,
coleccionar, multiplicar columnas y columnatas en tal demasía de
dóricos y de corintios, de jónicos y de compuestos, que acabó
el transeúnte por olvidar que vivía entre columnas, que era
acompañado por columnas, que era vigilado por columnas que le medían
el tronco y lo protegían del sol y de la lluvia, y hasta que era
velado por columnas en las noches de sus sueños. La multiplicación
de las columnas fue la resultante de un espíritu barroco que no
se manifestó - salvo excepciones - en el atirabuzonamiento de pilastras
salomónicas vestidas de enredadas doradas, sombreadoras de sacras
hornacinas. Espíritu barroco, legítimamente antillano, mestizo
de cuanto se transculturizó en estas islas del Mediterráneo
americano, que se tradujo en un irreverente y desacompasado rejuego de
entablamentos clásicos, para crear ciudades aparentemente ordenadas
y serenas donde los vientos de ciclones estaban siempre al acecho del mucho
orden, para desordenar el orden apenas los veranos, pasados a octubres,
empezaran a bajar sus nubes sobre las azoteas y tejados. Las columnatas
de La Habana, escoltando sus Carlos III de mármol, sus leones emblemáticos,
su India reinando sobre una fuente de delfines griegos, me hacen pensar
- troncos de selvas posibles, fustes de columnas rostrales, foros inimaginables
- en los versos de Baudelaire que se refieren al
temple où de vivants piliers
laissaient entendre de confuses paroles
Alejo CARPENTIER : La ciudad de las columnas.
(Editorial Letras Cubanas, 1982)
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