Para
un joven demócrata español, el triunfo en Cuba, hace hoy poco más de
cuarenta y dos años, de los guerrilleros capitaneados por Fidel Castro hubo
de ser forzosamente una gran alegría. Con aquella épica victoria caía uno
de los más odiados dictadores de América y se abrían esperanzadores
horizontes democráticos en el país americano que más puntos en común tiene
con España, por lo reciente de su independencia y por el gran contingente de
inmigrantes españoles en la isla. Mientras en España un vetusto autócrata
alcanzaba su tercera década en el poder, en la Gran Antilla tomaba las
riendas del Gobierno un joven estudiante metido a libertador, con la promesa
de profundas reformas y de un régimen político radicalmente democrático.
Cuarenta y dos años más tarde, un maduro demócrata español no puede
sino recordar con amarga ironía la ingenua fe de sus años mozos. Aquel héroe
juvenil que tan brillantemente contrastaba con el odiado caudillo español,
que se enfrentó con él dialécticamente más de una vez, que contó entre
sus asesores con militares republicanos españoles, se ha convertido, por una
de las frecuentes paradojas de la Historia, en un dictador tan odioso o más
que Franco, y ha creado un régimen y un sistema político que tiene
abundantes paralelos con el del 'generalísimo' ferrolano.
De las promesas democráticas de Castro en los meses eufóricos que
siguieron a su victoria militar no ha quedado absolutamente nada. La dictadura
de Fulgencio Batista, que tan cruel parecía entonces, resulta hoy de un
autoritarismo casi benévolo; con óptica comparable a como veían la
dictadura de Primo de Rivera los que la habían vivido y luego sufrido el
franquismo, podría decirse que la de Batista fue una 'dictablanda'. El Estado
policía de Castro ha dejado chiquitos a los de Primo de Rivera, de Batista y
del propio Franco.
Castro, al igual que Franco, se equivocó en la elección de sus aliados,
la Rusia soviética en el caso de Fidel, las potencias fascistas en el de
Franco. Pero la elección de éste vino forzada por las circunstancias y los
orígenes del propio régimen franquista, que triunfó en la guerra civil española
gracias al apoyo que le dieron las potencias del Eje. Castro, sin embargo, no
llegó al poder con semejante hipoteca. Eligió unir su suerte a la de los
comunistas por enfrentamiento con los Estados Unidos (que, dicho sea de paso,
han dado, y siguen dando, un largo recital de incompetencia diplomática en
sus relaciones históricas con Cuba) y, muy probablemente, porque alinearse
con los comunistas le proporcionaba una excelente coartada para renegar de su
promesa de convocar elecciones. Su decisión de situarse con la URSS contra
los Estados Unidos permitió al régimen castrista imponer una mentalidad de
estado de sitio que, a lo largo de cuarenta y dos años (se dice pronto), ha
suscitado adhesiones crispadas (recuérdese el reciente caso del niño Elián)
y justificado atrocidades sin cuento. Al igual que Francisco Franco, Fidel
Castro piensa que la victoria militar que le llevó al poder le legitima para
convertirse en dictador vitalicio.
Al igual que la de Franco, en consecuencia, la dictadura de Castro es un régimen
militantemente nacionalista y férreamente militar. El Ejército cubano es uno
de los más fuertes del continente americano y, en términos relativos a la
población, el más numeroso. Como el Ejército franquista, el cubano, so
pretexto de la amenaza externa, tiene como principal misión la garantía del
orden público y la represión de cualquier posible disidencia.
Castro, como Franco, detesta los partidos políticos, y a su propio partido
ambos dictadores le han dado el nombre de 'movimiento': el 'movimiento 18 de
Julio' en el caso de Franco, el 'movimiento 26 de Julio' en el de Castro:
hasta las fechas emblemáticas son parecidas.
Las mitologías de ambos regímenes guardan también curiosos paralelismos.
El recuerdo de Che Guevara desempeña en la Cuba de hoy un papel
parecido al de José Antonio en la España de Franco; el caso de Camilo
Cienfuegos, líder carismático y rival potencial, desaparecido en accidente aéreo
a los pocos meses de la victoria castrista, recuerda al del general Emilio
Mola, posible competidor de Franco, que murió, también en accidente aéreo,
durante los primeros meses de la guerra civil. Frank País, asesinado por los
esbirros de Batista meses antes de la victoria revolucionaria, fue el protomártir
de la Cuba castrista, como lo fue José Calvo Sotelo en la España franquista.
Lo mismo ocurre con las gestas heroicas: el desembarco de Alhucemas, el Alcázar
de Toledo, Santa María de la Cabeza eran en el franquismo lo que el cuartel
de Moncada, Sierra Maestra o la bahía Cochinos son en la Cuba fidelista.
Franco quedó desamparado en la arena internacional en 1945; Castro, en
1991. Franco se adaptó lentamente a las nuevas circunstancias; escasamente
ideólogo, fue abandonando los dogmas fascistas y adoptando los modos y
algunas instituciones del mundo occidental, con lo cual permitió un notable
crecimiento económico en las dos últimas décadas de su régimen, aunque a
las adaptaciones nunca se les permitía llegar a amenazar el monopolio del
poder detentado por el general. Tras diez años de soledad, el dictador cubano
es más lento aún que Franco en sus maniobras de adaptación. Su monopolio
del poder es más frágil, pese al aislamiento natural del país, porque el
exilio cubano es rico, numeroso y poderoso, aunque dividido. Para Castro, la
patética pobreza en que ha sumido a sus compatriotas es un precio
insignificante a pagar por la pervivencia de su dictadura y su aferramiento al
poder; el inmovilismo en la Cuba de hoy es mucho mayor que en la España de
los sesenta, y el recurso al turismo como fuente de divisas (donde algunos
empresarios españoles tienen un papel estratégico) está sujeto a toda clase
de limitaciones, como la creación de un doble circuito monetario, en dólares
para los privilegiados, en pesos para los cubanos de tercera, que son la
inmensa mayoría. El menor resquicio de amenaza, como la visita de dos políticos
checos hace unos meses a unos disidentes en Ciego de Ávila, pone tan nervioso
a Castro que dio lugar a detenciones e incidentes diplomáticos. Pero lo que más
nervioso le pone es pensar que algún tribunal internacional pudiera pedirle
cuentas por las fechorías cometidas durante sus cuarenta y dos años de
dictadura, y esos nervios le traicionan cada vez más a menudo.
La situación en la Cuba de hoy, por tanto, es mucho más trágica que en
la España de hace treinta años, porque la transición pacífica que tuvo
lugar aquí se vio muy facilitada por el crecimiento económico previo,
crecimiento que en la Cuba de hoy no parece probable. Esto deben tenerlo muy
en cuenta los colaboradores de Castro: están viviendo sobre un volcán, y una
erupción, imprevisible pero inevitable, puede llevárselos por delante y
aniquilarles.