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 Muerte de Heberto Padilla
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Fallece el poeta cubano Heberto Padilla
 
 

Eje de una trascendente controversia cultural en su natal Cuba, el poeta
Heberto Padilla falleció el 25 de septiembre a los 68 años de edad en Auburn,
Alabama, aparentemente de un paro cardiaco.

Padilla se había trasladado a la Universidad Estatal de Auburn para dictar
clases de literatura durante cuatro años, a pesar de que no gozaba de buena
salud. Su cuerpo fue trasladado a Miami, donde será sepultado.

Padilla fue un poeta de primer orden en la lengua castellana actual. Nació en
Pinar del Río, Cuba, en 1932.

Su primer trabajo conocido, "Las rosas audaces" fue publicado en 1948.
Posteriormente dio a conocer "El justo tiempo", en 1962, "Fuera del juego",
1968, y "Provocaciones", 1971. 

En 1968 se desencadenó un escándalo político a raíz del premio y publicación de
su libro "Fuera del juego", en el que se vio una actitud demasiado crítica
respecto del sentido que tomaba la revolución de Fidel Castro frente a los
grandes problemas que debía encarar. 

Este proceso se concretó en 1971 con el encarcelamiento del poeta, al que se le
obligó a retractarse públicamente de sus críticas. Esto es lo que se conoce
como "el caso Padilla", que produjo un movimiento intelectual en el que por
primera vez se pusieron en entredicho los valores de la dictadura castrista.
Importantes figuras del arte y la literatura, como el peruano Mario Vargas
Llosa, rompieron con Castro a partir de ese momento.

A propósito del encarcelamiento y juicio a que fue sometido el poeta, Vargas
Llosa dijo en una carta a la entonces directora de la Casa de las Américas en
La Habana: "Ese no es socialismo que quiero para mi país".

Obligado a confesar crímines imaginarios, en un texto que más implicaba a sus
inspiradores que a su supuesto autor, Padilla se dedicó durante 10 años a
labores de traductor, tras los cuales finalmente se le permitió abandonar Cuba
a principios de la década de los 80. 

Desde el inicio de la polémica, sus libros fueron prohibidos y sacados de
bibliotecas y librerías. Las jóvenes generaciones de cubanos no han tenido
acceso a su obra, o la han leído clandestinamente.

El 8 de abril pasado recibió en Los Angeles, California, la Palma Espinada,
máximo galardón que concede el Instituto Cubano Americano de la Cultura.

© CONTACTO Magazine
Contanews
26.9.2000


 
 
El escritor Heberto Padilla, figura imprescindible de la poesía cubana del
siglo XX, falleció el lunes a los 68 años en Auburn, Alabama.

Al cierre de esta edición eran aún imprecisas las causas de la muerte de
Padilla, víctima al parecer de un ataque cardíaco poco antes del mediodía en
su apartamento.

Su cuerpo sin vida fue encontrado por estudiantes y colegas suyos de la
Auburn State University, adonde se había trasladado a comienzos de este mes
para cumplir un contrato por cuatro años como profesor de Literatura
Latinoamericana.

"Aún no entiendo nada de lo que ha sucedido, nadie puede entender la
muerte", dijo anoche su hermana Martha Padilla.

De acuerdo con sus familiares en Miami, Padilla fue hallado muerto en su
cama. Sus alumnos se habían preocupado porque no asistió a clases en la
mañana y lo notificaron a las autoridades universitarias, quienes no
pudieron localizarlo.

"Este desenlace era casi previsible, la última vez que lo ví fue hace apenas
un mes y estaba muy enfermo, pero tenía un espíritu muy fuerte y estaba
entusiasmado con la idea de dar clases", comentó desde Fort Worth, Texas, la
poetisa Belkis Cuza Malé, ex esposa de Padilla.

Nacido en el poblado de Puerta de Golpe, en la occidental provincia de Pinar
del Río, Padilla inició su carrera literaria con el poemario Las rosas
audaces (1948), pero su verdadera trascendencia literaria se produciría en
los años 60, con dos volúmenes de poesía que renovaron la escritura poética
en la isla: El justo tiempo humano (1962) y Fuera de juego (1968).

Pero los 54 poemas de Fuera de juego, Premio Nacional de Poesía en 1968,
significaron también una conmoción política para el régimen de Fidel Castro,
desatando una controversia de dimensiones internacionales.

"Fuera de juego marcó un hito en la historia contemporánea de Cuba, pues
definió de una vez las relaciones entre la revolución cubana y los
intelectuales de todo el mundo", afirmó el periodista Carlos Verdecia, autor
de Conversación con Heberto Padilla (1991).

A partir de la publicación de su "libro maldito" -calificado de
contrarrevolucionario por las autoridades culturales del castrismo-, el
poeta viviría un proceso de hostigamiento, que culminó con su
encarcelamiento en 1971.

Luego de ser liberado, Padilla pronunció un histórico discurso en la sede de
la oficialista Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en el cual
lanzó absurdas acusaciones contra sí mismo y otras connotadas personalidades
del mundo literario cubano.

El llamado "caso Padilla" fue fustigado por prominentes figuras del arte y
la cultura mundial, que escribieron a Castro para denunciar el proceso como
una farsa estalinista que negaba el sentido de la legalidad y la justicia
revolucionaria. Entre los más de 60 firmantes de la histórica carta estaban
Mario Vargas Llosa, Juan Rulfo, Margarite Duras y Jean Paul Sartre.

Marginado como escritor, abandonó la isla en 1980 y poco después publicó su
novela En el jardín pastan los héroes (1984). En 1989 apareció su libro de
testimonio La mala memoria.

"Heberto Padilla fue y será siempre mi amigo, su muerte es una pérdida
tremenda para todo cubano, más allá de cualquier limitación de fronteras",
expresó desde La Habana el poeta César López, Premio Nacional de Literatura
en 1999. Para el poeta y periodista Raúl Rivero, la obra de Padilla es " una
permanente lección de suspicacia".

"Como ser humano nos dejó una lección gigantesca de valentía intelectual,
que en su momento muchos de nosotros no tuvimos el coraje necesario para
asimilarla", declaró Rivero.

Lo sobreviven sus hermanos Martha y Gilberto, sus hijos María, Giselle,
Carlos y Ernesto, cuatro nietos y su actual compañera, la poetisa Lourdes
Gil. La familia se encontraba enfrascada en los trámites para traer hoy el
cadáver de Padilla a Miami, donde será sepultado.
 

WILFREDO CANCIO ISLA
El Nuevo Herald
27.9.2000


 
 
Obituario.

 Heberto Padilla nacio en Pinar del Rio en el año 1932.
 Desde muy joven comenzo a incursionar en el mundo
 de las letras. Su primer libro de poemas lo editaron
 en el año 1948, escribiendo el prologo Octavio Acosta.
 Padilla regreso de Estados Unidos despues de la lle-
 gada de Fidel Castro al poder. Hombre de talento se
 distinguio como gran converzador, excelente traductor
 y naturalmente poeta.
 Como amigo, fue un buen amigo, algunos jovenes
 cubanos que estaban en busca de un Guru encontra-
 ron en Heberto al maestro que ellos necesitaban.
 Rogelio Favio Hurtado poeta cubano (actualmente vive
 en Cuba) fue uno de sus seguidores. Padilla en el año
 1968 presento su libro "Fuera de Juego". Este libro
 revolucionario , fue censurado de inmediato por un
 gobierno que presumia de revolucionario . Poema
 tales como " Para escribir en el album de un Tirano"
 " Los poetas jovenes cubanos ya no sueñan". Padilla
 se suicido intelectualmente, su denuncia y su postura
 al salir del juego ha sido el mejor legado que ha dejado.
 Los jovenes del Grupo de la Funeraria( Rivero) de la
 terraza del Capri, del Patio de la Catedral no valoramos
 su gesto , Disculpe Maestro
 Joven del 1968

Concepcion Bauza

LavozdeCubaLibre
28.9.2000
 


 
 
El poeta, solo en Alabama
 

EL poeta Heberto Padilla murió hace unos días en Alabama. Estaba solo en ese supremo momento, dormía y su semblante mostraba la serenidad que no tuvo nunca. A partir de ahora, su vida y su obra cobran la dimensión de la memoria. «A veces es necesario y forzoso / que un hombre muera por un pueblo, / pero jamás ha de morir todo un pueblo / por un solo hombre», son versos de Espriu que a Padilla, antes y después de su «caso», le gustaba repetir porque se los sabía de memoria, le había puesto música «y ahora lo cantan sus amigos / lo cantan todo el tiempo / igual que malcolm lowry / tocando el ukelele». Son esos versos de 1970 y, desde antes y después, el poeta Padilla siempre estuvo y se supo fuera del juego, dentro de la Revolución cubana y lejos de ella.
Sucede que el poeta muerto solo ahora en Alabama era demasiado provocativo, demasiado brillante, demasiado generoso, demasiado inteligente, demasiado universal y mundano; demasiado y al mismo tiempo justamente humano, demasiado amigo de sus amigos el poeta Padilla, demasiado disidente, demasiado conciencia el poeta, demasiado polémico, demasiado pasional, demasiado incómodo, demasiado vitalista; y sobre todo era Padilla demasiado poeta. Porque Padilla era la suma de un carácter políticamente demasiado incorrecto y por ahí, por su demasía integralmente poética, llegó Padilla a convertirse en un «caso» debatido en el mundo entero cuando, tras ser arrestado por la Seguridad del Estado cubana y permanecer en la cárcel algo más de un mes entre abril y mayo de 1971, escenifica una teatral autocrítica en la Unión de Escritores con la que recuerda y advierte a los intelectuales del mundo entero que el castrismo no es más que la enfermedad cubana y senil del estalinismo.
Esa intrépida y astuta puesta en escena del poeta Padilla desvela definitivamente la máscara tiránica del sátrapa y parte en dos polos opuestos el hasta entonces apoyo incondicional de los intelectuales y escritores del mundo entero a la Revolución. El poeta junto al mar de La Habana se sabe fuera del juego, arriesga, arranca los cerrojos de los secretos del dictador y habla en figuración y fuga: al mismo tiempo gana y pierde, porque se convierte en un «caso» imperdonable para la tiranía de Castro y quienes lo apoyan: y, como contrapunto, en un héroe excesivo que pagará con el ostracismo del ángel caído su osadía de rebelde prestigioso. No importa: los jóvenes cubanos del interior leen los libros de Padilla, lo estudian clandestinamente e idolatran su valentía y su poética. Por eso a mi casa de Madrid, casi en secreto, llegaban cada momento uno tras otro en sacral peregrinación a ver al poeta Padilla, a conocerlo, hablar con él y decírselo a la cara. «En Cuba, poeta, para nosotros tú eres un ideal. Te leemos con emoción y te queremos de verdad, con el corazón». Mi palabra de honor, digo ahora, frente a las contrarias: me consta como testigo presencial.
Uno de nuestros grandes amigos comunes, el también poeta y editor Carlos Barral, me relató en los 80, la llamada de auxilio que casi veinte años antes, cuando Padilla era nomenklatura y entourage sacré de la Revolución cubana, hizo a La Habana para que el poeta «le echara una mano de salvación». Se trataba de un grave aprieto económico de la legendaria Seix Barral de los 60. «¿Cuánto tú necesitas para eso, Carlos?», preguntó Padilla. «Tantos miles de dólares», dijo Barral desde Barcelona. «Mándamelos en libros de tu catálogo para las bibliotecas de Cuba y más nada, mi hermano», contestó Padilla. En «La mala memoria», que corregimos juntos a lo largo de meses antes de publicarla el poeta en febrero de 1989, Padilla describe su propia mala memoria con el humor dramático del cubano que sabe, como escribió en su poema Belkis Kuza Malé, que allí dentro «ninguno está seguro del otro, pero navegan, navegan con la isla por todos los mares del mundo». Las sombras de Alberto Mora y muchos de sus muchos amigos aparecen en esa «mala memoria» construida por presencias y elisiones sorprendentemente hábiles que enlazan con la ingeniosa mise en scene de su autocrítica del 71, una memoria que fue silenciada por los adoradores del becerro barbudo y hablador, a quien, según Edwards en «Persona non grata», Carlos Fuentes llamó con razón «el bongosero de la historia».
Otra tarde en Nueva York, hace cinco años, sentados en torno a una mesa del bar del Novotel, en pleno Broadway, su íntimo amigo Eugenio Evtuckenko, vestido con una espléndida cazadora de piel de cocodrilo (esos animales que se bañan en sus propias lágrimas tras devorar a las víctimas), nos relataba a gritos de gran actor el texto de su obra «Los funerales de Stalin». Fue un espectáculo único al que todos asistimos hipnotizados por el histriónico talento del poeta ruso. Al acabar el acto, Padilla se preguntó, entre nostálgico y sarcástico, «¿para cuándo en Cuba los funerales de Stalin? Lo malo será entonces», añadió parafraseando a Alfonso Reyes, mientras se carcajeaba de su ocurrencia, «que, cuando muera el viejito barbudo, todas las universidades del mundo dejarán de invitar a los escritores cubanos por ser cubanos y ya sólo invitarán, a los que inviten, por ser escritores». Esa escena tan provocativa como irritante la repitió, fuera del juego, en el bar de la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde se hospedaban los poetas cubanos del interior y los exiliados que asistían en la Casa de América y como protagonistas a la celebración de «La isla entera». «Mira eso, aprovéchense ahora, porque cuando muera el viejito, se acabó el privilegio colectivo», dijo Padilla ante la incómoda irritación de todos los aludidos. Sé que Jorge Edwards, tan persona non grata para las dictaduras y sus paniaguados, tiene razón cuando escribe con exactitud que «Padilla era eufórico, incisivo, alcanzaba en la conversación momentos de brillantez insuperable, nunca parecía cansarse de analizar situaciones y de saltar de una conclusión a otra, sin perder el hilo conductor»; porque Padilla era al mismo tiempo contradicción y vitalismo, amaba toda la gran poesía del mundo y era, además, demasiado poeta para llegar nunca ni siquiera de lejos a ser amigo de la inmensa mediocridad que lo ninguneaba hasta el silencio. Tiene razón Cabrera Infante: después de su autocrítica en el 71 y su salida de Cuba, el alcohol se convirtió en su amistad más peligrosa. Pero eso ahora no es nada: lo que importa es su gran obra poética, su memoria, su compulsiva inteligencia verbal, su profundo conocimiento de la literatura propia y su enorme respeto por todas las literaturas del mundo.
Viajé a Valencia el mismo día en que Pío Serrano me daba la mala noticia de la muerte del poeta, solo en Alabama. En mi cuarto del Sidi- Saler, mientras el anochecer otoñal y tormentoso caía sobre el mar, la playa y la ciudad levantinas, recordé que esa era la tercera muerte de Heberto Padilla. La autocrítica de la Unión de Escritores, fue la primera, el juego de espejos que lo enfrentó con todos y lo condujo a un dramático encuentro consigo mismo; la segunda muerte ocurrió en los titulares del Miami Herald, que dieron la noticia de su muerte cuando Padilla sufrió en mayo del 98 otro infarto de miocardio del que escapó como el gato que tuvo en ese momento prohibido su final; y la tercera es la vencida. Entonces ayer recordé que fui con Saso Blanco a ver al poeta en Nueva York. Todavía convaleciente, había encontrado en Lourdes Gil el reposo del guerrero impertinente que siempre llevó dentro. Desde mi cuarto del Sidi-Saler, miro a la izquierda por el ventanal abierto y veo el espejismo de La Habana oscureciendo sobre el mar: Enciendo lentamente un Partagás 898 y brindo con un scoth seco en su homenaje. «Salud, poeta», me digo mientras lo recuerdo y leo.

J. J. ARMAS MARCELO, escritor
 

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 Querido Heberto

La muerte del notabilísimo poeta cubano Heberto Padilla habrá impulsado a algunos a dejarse caer por las librerías y a cometer el infrecuente acto de comprar un libro. Acostumbra a ocurrir cuando un autor muere. En el caso de Padilla va a coincidir el deseo de unos de conocer a ese escritor del que apenas saben que fue un exiliado y el apercibirse otros del alcance de una de las tiranías mejor engrasadas del mundo: la castrista. Heberto —con el que hablé hace apenas dos semanas y al que pude despedir al pie del féretro— sufrió, como saben, el rigor estalinista de los primeros vapores de Castro y fue el detonante del desencanto —moderado, en cualquier caso— de la clase intelectual de los setenta hacia una revolución que estaba empujando al exilio a buena parte de sus pensadores. Vivió en La Florida el mismo drama que tantos otros hijos de uno de los países más apasionantes de la tierra: hubo de pasar un tiempo pidiendo perdón por haber sido víctima de Fidel y otro tanto demostrando su indiscutible clase como narrador, ya que la complicidad que ha conseguido el comunismo cubano con los hijos de los sagrados dogmas izquierdistas ha obligado a sus críticos a demostrar permanentemente su talento y ha permitido a sus aduladores vivir, muchas veces, del cuento. Hacerse con un libro de Heberto Padilla es regalarse un doble placer: leer a un gran autor, al creador de «Fuera de Juego» —un poemario con el que desnudar a un régimen—, y comprender a una generación que ha visto morir en la injusticia a sus creadores más polémicos, desde Severo Sarduy a Reynaldo Arenas. Y, de paso, es también evidenciar a tanto mentecato que sigue sin atreverse a denunciar esa reducción al absurdo que encabeza las proclamas revolucionarias: ¡Socialismo o Muerte! Proclama que, a veces, no pasa de ser una mera redundancia.
La muerte de Heberto, en la Patria reconstruida del exilio, se hace un soplo de vida en tanta conciencia narcotizada por los restos del gran naufragio ideológico del siglo XX: eso que algunos han llamado el fascismo de izquierdas.

Carlos HERRERA

cherrera@andalucia.net

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