A la
espera del fin de la era Castro
La oposición
democrática al régimen cubano se reúne en Madrid para aunar esfuerzos
JUAN PABLO
ZURDO |
Madrid
La oposición democrática cubana hace cábalas políticas y médicas en
espera de que Fidel Castro sucumba 'en un plazo corto o medio' a su enfermedad,
lo que es equivalente, según los dirigentes del exilio, a la muerte casi simultánea
del régimen. Socialdemócratas, liberales y democristianos de la disidencia
moderada, reunidos recientemente en Madrid, quieren formar un Comité pro
Democratización de Cuba e integrar a todas las fuerzas opositoras de dentro y
fuera de la isla para, pasado el cortejo fúnebre y el duelo, comenzar una
transición política pacífica 'inteligente, sin revancha ni violencia'.
Pretenden sumar al comité a políticos e intelectuales de todo el mundo.
Carlos Alberto Montaner, presidente de la Unión Liberal Cubana, afincado en
España desde hace más de tres décadas, pintó un escenario optimista para esa
transformación democrática, eso sí, con el apoyo de los elementos reformistas
de un régimen que sin el factor aglutinador del líder sería, dice, un
castillo de naipes.
'No servirá de nada', augura Montaner, 'la estrategia post mortem que
urde Castro para salvar su legado. Según el político y escritor, tras la kilométrica
comitiva fúnebre, las escenas de histeria, los discursos encendidos y la adhesión
inquebrantable de los primeros días, llegará una 'parálisis internacional' a
la expectativa de las decisiones de la jerarquía superviviente. Podría
enclaustrarse aún más, a la coreana, pero lo más seguro es que se vea forzada
a mover ficha y 'aplicar unos primeros cambios hacia la apertura', incluido 'un
gesto fundamental': una suerte de reconciliación con EE UU. Serían en un
principio 'los menos cambios posibles', pero suficientes para un hecho clave: el
reconocimiento de la oposición y de su derecho a trabajar por su causa. Ésa
sería la puntilla, argumenta el líder liberal, ya que los miembros reformistas
del régimen, como ocurrió con las dictaduras comunistas del Este europeo,
optarían por una transformación por un puro instinto de supervivencia, cambios
que, además, están en sintonía 'con las esperanzas del pueblo' por lo que
cada vez serían mayores. 'Es la naturaleza humana; pasado un tiempo, nadie
recordará haber sido comunista, como hoy nadie recuerda haber sido franquista
en España', opinó Tomás Muñoz, otro líder liberal.
Según los opositores democráticos, no sólo están estrechando la
comunicación y el trabajo común con los partidos en territorio isleño, sino
con miembros del aparato estatal, que tienen una decidida voluntad de cambio y
que de momento 'no hacen nada por miedo'.
La plataforma democrática que integra desde hace 11 años a las tres
tendencias políticas citadas asegura que su experiencia está trazando una línea
moderada que incluso lima aristas entre el exilio de Miami, de lejos el más
radical en sus planteamientos. Los exiliados, todos ellos con décadas de
militancia prodemocrática a sus espaldas, aseguran que no se trata de forzar
nada, ni de imponer condición concreta alguna al pueblo o a los dirigentes
comunistas, sino de establecer de mutuo acuerdo una base de libertad para que
los propios cubanos, voto en mano, elijan entre las distintas posibilidades de
convivencia política.
Los opositores extienden ese cariz centrista al propio carácter del isleño
caribe. Es un pueblo cordial incapacitado para el odio, dice José Ignacio
Rasco, del Partido Democratacristiano, por lo que 'la recuperación de las
relaciones con EE UU y la reconciliación de los cubanos de a pie sería más
fluida' de lo que el encono político y las opciones extremas traslucen. Por
ejemplo, expuesto el asunto de la recuperación de las propiedades incautadas
por la revolución, a buena parte del público asistente no le cabía duda: no
habrá posturas irreconciliables. 'Ya nadie se plantea entrar a la brava para
reclamar nada', dicen. Según un veterano opositor, todos los años visitan la
isla entre 200.000 y 300.000 cubanos que residen fuera; 'van a visitar las casas
que fueron de su familia, casi todas ellas destartaladas por medio siglo sin
reformas, y se hacen fotos con los que después las habitaron, pobres casi
todos'.
Entre los propósitos y la oratoria, una referencia permanente: la salud de
Fidel, El Caballo, como se le conoce desde los tiempos del levantamiento
castrista. La colección de enfermedades que se le atribuyen (unas seguras,
otras no tanto) es amplia, desde el Parkinson a los derrames cerebrales y el cáncer,
que supuestamente le obligan a seguir una terapia de oxigenación permanente,
incluso con cámara hiperbárica, como la de los buceadores. Según Rafael Sánchez,
médico democristiano que se dice amigo antiguo de uno de los siete doctores de
Castro, los médicos especialistas hacen su trabajo por separado y no cotejan
los resultados entre ellos para no conocer el estado real de la salud del
comandante; es decir, cuánto le queda de vida.
La
oposición democrática goza de un inmejorable tejido conjuntivo: el
enemigo común. La longevidad de Fidel Castro y su empeño en mantener la
revolución sin asomo de cambio ideológico desesperan y unen a los
exiliados. Están juntos y pretenden acumular fuerzas, especialmente con
la isla, donde los embriones de partidos son clave para labrar el terreno
de la transición. No obstante, los distintios partidos de la Platafoma
Democrática reconocen entre líneas las diferencias internas, aunque
todos dicen tener un talante centrita. Algunos arranques la contradecían:
'Si entramos a la isla concediendo demasiada libertad, nos vamos todos al
carajo', decía Tomás Muñoz, liberal, ante esta pregunta de un
asistente: ¿cómo compensar a los trabajadores cubanos hoy explotados por
empresas foráneas inversoras en la isla?
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