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 Lista de espera
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El falso cine aperturista

Madrid -- Nueva entrega de la factory del Instituto de Cine Cubano (ICAIC) en colaboración con España: se trata de Lista de espera, del director Juan Carlos Tabío y en cuyo guión también participó el escritor Senel Paz. Más o menos el mismo equipo que en su día hiciera Fresa y chocolate y Guantanamera, sólo que esta vez sin su mentor, el ya fallecido Tomás Gutiérrez Alea, "Titón".  En tono amable y hasta risueño, las fresas y chocolates de Gutiérrez Alea resolvían el problema de la homosexualidad en la Cuba castrista con un mensaje tipo ``el buen revolucionario reconoce su error''. Después de más de cuatro décadas de feroz dictadura, ofendía la ornamentada cena lezamiana, fresco aún en la memoria el ostracismo que padecieron Lezama Lima y el siempre atemorizado Virgilio Piñera. Imposible no evocar el esfuerzo de un individuo de la talla de Néstor Almendros con su documental Conducta impropia, en el que dio a conocer al mundo los campos de concentración de la UMAP, donde tantos homosexuales padecieron un sinfín de vejaciones. En el viaje promocional que Titón hizo a España, afirmó que humillar a Castro era humillar a Cuba. Poco después estrenó Guantanamera, una comedia costumbrista en la que se relataba las dificultades para trasladar un cadáver de una punta a otra de la isla. El discurso, lleno de ironía, venía a decirnos que el paraíso socialista tiene sus atolladeros pero, ``mi hermano'', el sentido del humor del pueblo cubano ayuda a poner buena cara al mal tiempo.Pues bien, desaparecido Alea, su discípulo Tabío, quien no tiene la misma habilidad que su maestro, continúa por la senda del costumbrismo cachondo para contarnos una o dos cositas de los males de esa revolución. Si antes era un cadáver, ahora se trata de un autobús que nunca llega a arreglarse mientras un grupo de viajeros queda varado en una inmunda terminal de un pueblo perdido. En el ``cuento'' que se nos relata con vomitivas pinceladas de realismo mágico, los habitantes de la terminal reconstruyen el mundo perdido de una revolución que prometió ser solidaria y justa y, en su onírica comuna, vuelven a la semilla, que diría el pedante y afrancesado Carpentier, en un gesto de hermandad a lo boy scouts que hace sonrojar al espectador más naive. El director de la terminal es un dinosaurio del castrismo, un hombre que aún tiene ideas por las que luchar y, por ello, no ceja en su empeño por componer lo que ya no tiene arreglo. ¿Por qué no se puede reparar el dichoso vehículo? El buen señor nos da la respuesta: qué se puede esperar si ya no llegan piezas de la antigua Unión Soviética y Estados Unidos mantiene el embargo. Una señora que aguarda en el hangar, manifiesta su preocupación por una hija que ha de someterse a una operación en Miami. ¿Cómo podrá pagarse la intervención en un país que no ha alcanzado los logros de la seguridad médica cubana? Los protagonistas, los sobreactuados Vladimir Cruz y Tahimí Alvariño, quienes nada más conocerse se manifiestan un amor que raya en la oligofrenia más profunda, se lanzan reproches mutuos porque él, flamante ingeniero, es un cobarde por querer ir al campo y desaprovechar lo que la revolución le ha dado, y ella, en plan jineteril, es otra cobarde (dixit el baboso de Vladimir) por claudicar y querer huir a España con un paciente y cornudo novio ibérico.  Lista de espera, como todo el cine falsamente aperturista que exporta Cuba, cuenta con un ``malo'': el burócrata ``seguroso'' que no está dispuesto a permitir la autogestión de la comuna sin pasar por los innnumerables permisos del apparatchik. Pero la historieta de Tabío y Senel Paz es mucho más sinuosa y reptante. Con su costumbrismo poético y ensoñador, le venden al mundo una imagen falseada de la terrible realidad de Cuba. No, compañeros, el problema no es una revolución desvencijada por la falta de medios y la miopía de algún que otro funcionario inflexible. El problema es que los cubanos padecen una implacable dictadura que se eterniza. El problema es el presidio político, los actos de repudio, los balseros, la persecución, el miedo cerval que todo cubano lleva metido en el cuerpo. 

Lo siento, pero no hay cabida para desdentadas comedietas bajo regímenes dictatoriales de cualquier signo. Los que las hacen desde dentro no son más que cómplices de una mentira balsámica que beneficia al sistema. A estas alturas, lo único aceptable es el exilio, la disidencia abierta y sujeta a persecución o el siempre socorrido y elegante silencio. A mí me habría gustado ver una película rompedora y salvaje, en la que los hastiados viajeros toman la terminal de autobuses, la queman, salen a las calles y comienzan una rebelión en la granja. Eso es lo que haría un pueblo harto de tanta basura, injusticia y miseria si lograra sacudirse el terror y la desesperanza. Lo demás son cuentos de camino para turistas accidentales.

 

GINA MONTANER
© El Nuevo Herald / Firmas Press

 Publicado el lunes, 10 de julio de 2000 en El Nuevo Herald 


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