Un cubano cuenta cuentos |
Anticastrista furibundo, Cabrera Infante fue la nota discordante de la llamada literatura del boom latinoamericano. En su exilio europeo, en ningún momento dejó de rescatar el habla popular cubana, con gracia habanera y zumbantes ritmos del son. Todo está hecho con espejos Si nací con una pantalla de plata en los ojos, no nací para escribir críticas de cine, porque ningún niño cuando le preguntan "¿Qué quieres ser cuando mayor?", responde: quiero ser crítico de cine. De hecho lo primero que escribí y se publicó fue un cuento (no incluido en esta selección) que escribí cuando tenía dieciocho años. Pero no era un cuento: era una parodia seria, mortalmente seria. Fue escrito, aunque parezca increíble, por haber hecho una apuesta. Escribí esta historieta después de haber leído una novela, que fue muy elogiada en Cuba: ad astra per exotica. Su autor años más tarde ganó el Premio Nobel de Literatura sin haber mejorado como autor. Compré la novela en cuestión y después de leerla dije en voz alta: si eso es escribir yo también puedo ser escritor. Afortunadamente (algunos opinan que fue desafortunadamente, pero no es por eso que detesto los adverbios terminados en mente) un amigo escuchó mi declaración y preguntó: "¿Y tú crees que lo puedes hacer mejor?". A lo que respondí: ¿qué te quieres apostar? Había, sin saberlo, citado el dictum del Correggio, "Anchio sono pittore", pronunciado con acento habanero. La novela (de alguna manera hay que llamarla) era muy famosa en todas las Américas donde se lee español sin mover los labios. El resultado de mi apuesta fue escribir una parodia seria, que hubiera quedado sin ser publicada y olvidada co mo se merecía: la vergüenza dura más que la letra impresa. Mi parodia fue aceptada y publicada por la revista Bohemia, entonces la primera publicación de Cuba y parte de Centro y Sudamérica, y fue así como empezó a correr tinta por mis venas: no he parado de escribir desde entonces. Es decir, nulle die sine linea, que quiere decir, tienes que aplicarte. Cuando publicó este cuento la revista me pagó cincuenta pesos -que querían decir otros tantos dólares. Nunca había tenido tanto dinero. Y pedí que me pagaran en pesos plata para oír sonar las monedas como una melodía inaudita en mi bolsillo. Escribí otro cuento, no tan atroz como el primero pero que prefiero olvidarlo y me pagaron la misma cantidad. Esta vez cincuenta pesos pero en papel moneda. Lo mismo sucedió con otro cuento, que puedo leer sin sonrojo. Así se estableció una ley para la ficción: siempre que escribas y publiques te pagarán más de lo debido. Dice el doctor Johnson que sólo un idiota escribe sin que le paguen y para mí el buen doctor es un maestro total. La conexión, una vez establecida, hizo que escribir se convirtiera en una manera, una manía, una costumbre y luego un hábito como una droga dura que dura todavía. Como ven, mi escritura (llamarla literatura sería una exageración) salió de mis lecturas, todas traducidas al idioma argentino, donde la gasolina se hacía nafta y una finca sería una chacrita: leí todo. Faulkner traducido y todo Hemingway y Erskine Caldwell -este último como una suerte de pornógrafo blando. Esta literatura se hizo mi fuente de cultura y todo lo que escribí venía de alguna otra parte en forma y fondo, que los escritores creemos que son una sola cosa y los críticos dicen que son dos distintas. Nada de la tranche de vie que decía Zola y todos los naturalistas repetían: ah la vida. Mis cuentos venían de esa otra parte en la ribera de la literatura. Como nunca he creído en el estilo como un don sino como la última limitación del lenguaje, el estilo de mis cuentos variaba por invariable. Así se completa un cierto círculo: empecé escribiendo y publicando cuentos y ahora que se acaba el siglo, el milenio y mi oficio del siglo veinte se ha hecho un modus vivendi (me gustan las lenguas muertas) y publico una colección de mis cuentos casi completos que se llama Todo está hecho con espejos, que es la explicación de un mago de salón que acaba de desaparecer en una caja. Pero, como dice el corrido, pronto doy la vuelta. He dicho que el cuento es tan antiguo como el hombre. Tal vez más antiguo que el hombre porque pudo haber habido primates que contaran cuentos como pintaban animales y su cacería en las paredes de una cueva. Esos cuentos contarían sucesos imaginarios o no con gruñidos, que es el origen del lenguaje humano: un gruñido bueno, dos gruñidos mejor, tres gruñidos que ya son una frase: a la epopeya por la onomatopeya. Todos los cuentos de Todo está hecho con espejos fueron escritos entre 1952 y 1992 y han sido levemente retocados (unos por la sintaxis, que es una suerte de taxis que van y vienen), otros han sido copiados verbatim. Los he dado a la publicación ahora porque los he encontrado tan divertidos como para que otros (el lector, la lectora) encuentren el mismo placer al leerlos que yo tuve al escribirlos. La ordenación de Todo está hecho con espejos es arbitraria y de ninguna manera indica el orden en que deben ser leídos. En los cuentos está presente o creo que está presente mi preocupación por el idioma de los cubanos, llevada hasta el límite de la escritura (y de la lectura) en ese cuento titulado "La duración del tiempo", que debe leerse en voz alta. Los cuentos están unidos, como un hilo de cuentos no de cuentas, por la primera persona del singular y por la garrulería, esa virtud o ese vicio, de los hablaneros antes de que su universo locuaz cayera en el laconismo y la bobería. Mis versiones son a veces pobres reflejos del relato oral que se llamó en Cuba relajo real. Una palabra o dos antes de irme. Quiero advertir que no pocas veces es la voz de su amo. GUILLERMO CABRERA INFANTE © Copyright 1996-99 Clarín digital All rights reserved Domingo 28 de noviembre de 1999 |