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"Soy Cuba" en El Habanero

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"SOY CUBA":
Poema épico de la Revolución

Por Carlos Jesús Cabrera

En el ya imprescindible espacio Cine de Nuestra América, de la Televisión Cubana, tuvimos la oportunidad de disfrutar la película cubano-soviética Soy Cuba, dirigida por Mijail Kalatozov. Para los que (como el que escribe) desconocían su "descubrimiento" por Francis Ford Coppola (director de cine norteamericano de filmes tan reconocidos como Apocalipsis Now y la saga de El padrino), y su existencia misma, fue como asistir a su premier, solo que tres y media décadas después, con la emotiva presencia de dos de sus actores principales y parte del equipo de realización, algunos de los cuales (jóvenes entonces) ya peinan canas.

La película, en el momento en que se estrenó, según relató Enrique Pineda Barnet, director de La bella del Alhambra y coguionista (con el poeta Evgueni Estuchenco) de Soy Cuba, fue un fracaso, tanto en Cuba como en la ex Unión Soviética. Hoy, sin embargo, es considerada por los especialistas un clásico. Incluso, ha sido incluida ente las 10 mejores películas de la historia del cine. Tales expectativas (riesgo al que se sometió Frank Padrón porque sabía lo que nos iba a ofrecer), más allá de las listas de "elegidos", siempre tan subjetivas, fueron cumplidas.

De los muchos valores que tiene el filme, esbozados en el programa, sobresale, como se dijo, la fotografía de Serguei Urusesky, tan elocuente que en diversas ocasiones no necesita que los personajes hablen para expresar su mundo interior. Como esos rostros silenciosos que miran al norteamericano desde la miseria de sus vidas, en contraste violento con la otra Habana de bares y cabarets (también diseccionada por la cámara como un bisturí de luz), de donde salió tras una mitológica mulata cubana, igualmente parca en palabras, aunque muy expresiva en la humillación a que es sometida.

Pero yo quisiera referirme a un elemento solo mencionado por Pineda Barnet, tal vez por ser él uno de sus responsables: el guión. Sin dudas, el protagonista de Soy Cuba es el pueblo, viviendo una epopeya, haciendo una guerra -como dijo José Martí- necesaria. A ese superobjetivo está encaminada toda la progresión dramática. Si la película es grande, creo que se debe a que todos los elementos artísticos (incluida la música de Carlos Fariñas) están en función de ese logro.

La sabia estructuración del guión permite que ese proceso sea convincente y no se pierda en abstracciones disgregantes. En un encadenamiento de personajes, literalmente empujados a la violencia, cual única vía para deshacerse de la asfixiante tiranía que somete sus vidas, se nos muestra cómo la Revolución no fue -no es- un sueño de locos, como dijo Julio Antonio Mella, ni un capricho de nadie.

Todos los factores que desembocaron en su triunfo (válidos para cualquier otra, de ahí su universalidad) aparecen reflejados en la película. La penetración extranjera (norteamericana) confabulada con la oligarquía nacional, tragándose la riqueza del país. La represión sangrienta (ese sicario que no dice una palabra en todo el filme, mostrado en todas sus aristas, es un arquetipo de ella). Los campesinos, dueños de nada, como ese padre de familia que decide quemar el fruto de su esfuerzo, ante la evidencia de un despojo, y muere de un infarto rodeado por sus cenizas. Los obreros, simbolizados por los tabaqueros que despliegan una bandera ante el paso de las honras fúnebres del mártir que demostró, con el sacrificio de su vida, cuál era el único camino a seguir. La clase media, a la que pertenecía el mártir, con la holgura económica que le permite asistir a la Universidad y hacerse de la cultura que le posibilita tomar conciencia (además de su personalidad) y convertirse en uno de los líderes del proceso.

La escena en la escalinata de la Universidad es el punto de giro donde la toma de conciencia se hace colectiva, se logra la unidad y se desatan las fuerzas liberadoras. Pero todos los pasajes, las escenas, tienen un carácter alegórico, generadora de significados que trascienden la mera anécdota. El diálogo entre el personaje que desempeña Sergio Corrieri (el estudiante) y Salvador Wood (el campesino), con actuaciones muy atinadas ambos, es magistral. Breve, pero fulminante, sin teque, muestra la esencia del programa de la Revolución.

Pienso que el éxito actual de la película se debe, entre otras lecturas, además de su valor artístico intrínseco, al hecho cierto de que, después de tantos avatares, sacrificios y peligros, la Revolución cubana tiene una aceptación cada vez mayor en el mundo, incluido Estados Unidos. Y ese es un signo muy esperanzador.