Al salir del cine me acordé de Carmen, que también podría llamarse
Concha o Juana. Carmen era una mulata dentona, entrada en los cuarenta, muy
simpática, a la que la productora francesa había contratado en París para
servir de intérprete en el documental sobre Fidel para TF-1 del que yo era
asesor histórico. Decía ser una exiliada, pero en realidad, como tantos
otros cubanos dentro y fuera de la isla, era una segurosa, un miembro
de los servicios de información castrista, y su colaboración bien pagada
tuvo en consecuencia por efecto que a lo largo de cuarenta días en Cuba el
equipo allí desplazado no pudiera filmar otra cosa que discursos oficiales.
Eso sí, la Seguridad cubana tuvo la gentileza de proporcionarle otra mulata más
joven al director francés del reportaje, partidario desde entonces de
cualquier concesión con tal de volver a las interminables sesiones de cama
que disfrutara en el verano tropical del 99. Carmen se esfumó a partir de
entonces y el documental, una vez terminado y exhibido en Francia y en otros
países, fue rechazado en España por nuestra hiperprogresista televisión
oficial. Sin duda no era políticamente correcto, dado su sentido crítico,
para la curiosa convergencia de puntos de vista aquí imperante entre una
izquierda jurásica y los intereses hoteleros tipo Meliá que hacen su agosto
en la isla.
Sexo, delación, represión en el interior; complicidad cínica en medios
liberales del mundo democrático. Son los ingredientes con los que compuso
Reinaldo Arenas su autobiografía, Antes que anochezca, con una atención
especial hacia el último aspecto, sobre la base de su experiencia personal de
diez años en los Estados Unidos, desde la salida con los marielitos a
la muerte en 1990. Cuestión que ha sido del todo omitida en la versión
cinematográfica. No sólo son un sentimiento de soledad en 'la ciudad
desalmada' que es Nueva York y la desesperación provocada por el sida lo que
genera el hundimiento del escritor, quien todavía en 1988 toma la iniciativa
de redactar una carta colectiva a Fidel para que siga el ejemplo de Pinochet
convocando un plebiscito. Arenas percibe que la condición de exiliado
militante resulta paradójicamente un estigma para unos medios universitarios
norteamericanos en los que sigue pensándose que Castro es el último
revolucionario auténtico. Arenas fue hundiéndose, pero sin renunciar a una
permanente actitud de oposición a la dictadura. En la película se recoge su
frase de que tanto en el capitalismo como en el socialismo te dan una patada
en el culo, sólo que en éste tienes que aplaudir y en el capitalismo puedes
gritar. Resulta suprimido el final de la frase: 'Yo vine aquí a gritar'. De
este modo, el Arenas del exilio nortemaricano es presentado injustamente como
alguien pasivo. 'Grito, luego existo', fue su lema en los años ochenta, y que
el filme no lo haya recogido constituye una cierta forma de traición.
No es menos penoso que en estas mismas páginas, coincidiendo con la salida
de la película, la imagen de Reinaldo Arenas haya sido confiada a alguien
irritado porque en Antes que anochezca su padre salga malparado. No en
exceso, podría decir el lector neutral. En cualquier caso, resulta
impresentable escribir que en ningún lugar hubiese encontrado Reinaldo Arenas
un ambiente 'menos hostil' que en Cuba dado su carácter. ¿A qué le llama
quien tal cosa escribe 'hostilidad'? ¿Dónde, fuera del gulag, a esas
alturas del siglo hubiese podido alguien sufrir un encarcelamiento tan
inhumano? Desde luego, ni siquiera en la España de Franco, que no se
caracterizaba precisamente por su tolerancia hacia los disidentes. En
consecuencia, pienso en Carmen, en Concha o en Juana, o como se llamase, y en
la posibilidad de que apenas puesta en exhibición la película el pulpo
castrista despliegue todos sus tentáculos para anular el posible impacto político
de Antes que anochezca, favorecido por la inesperada nominación al
Oscar de Javier Bardem. No deja de sorprender que los comentarios se centren
en el trabajo del protagonista, justamente ensalzado, y en la torpeza de la
realización, no menos justamente subrayada. La crítica de Ángel Fernández-Santos
sería una buena muestra de este planteamiento, con el cual cabe coincidir al
cien por cien desde la perspectiva del producto cinematográfico. Pero es que Antes
que anochezca es también un grito de acusación, lúcido y desesperado a
un tiempo, contra un régimen político que no sólo ha traicionado sus
promesas de emancipación, sino que ha construido un infierno para todo aquel
que exprese una forma de disidencia.
Con este fin escribió Reinaldo Arenas una autobiografía que es, en
sentido estricto, una automoribundia, y el mínimo respeto a un autor consiste
en protestar si es necesario, y parece que lo es, contra todo intento de
desviar la cuestión hacia los aspectos de forma, por no hablar sobre los
problemas de carácter, si era tímido, viperino, hipocondriaco o colérico.
Por lo demás, el propio Arenas es claro al respecto. Informa en el libro al
lector sobre sus goces, vicios, apetencias, demasías y obsesiones hasta el
aburrimiento. Era un homosexual insaciable, lo que en cubano se llama un pájaro
de infinitos vuelos. La servidumbre del sexo constituía su forma primaria de
libertad; de ahí que rechace su práctica en los años de cárcel. Pero al
mismo tiempo poseía un insobornable sentido de la responsabilidad en su
trabajo intelectual y en su actitud política.
Por uno y otro lado, Arenas resultó inasimilable para la dictadura
castrista. Homosexual o no, su puesto estaba con Lezama Lima y con Virgilio Piñeiro,
nunca con Cintio Vitier, Nicolás Guillén o Roberto Fernández Retamar.
Frente a una actitud tan definida, poner por delante estimaciones de psicología
elemental sólo puede hacer el juego de la tradicional propensión del
castrismo a destruir como sea la imagen de todo crítico. 'No tenemos un país,
sino un contrapaís -explicaba Reinaldo Arenas-; la burocracia de Fidel
Castro, siempre dispuesta a todo tipo de intrigas y componendas para
aniquilarnos intelectualmente y si es posible físicamente'. El resultado es
la tentación a dejarse vencer por la cobardía, dada la inseguridad económica,
incluso en el exilio.
Es claro que la carga de torpeza técnica y de inhibiciones en la película
puede servir de coartada para desplegar una cortina sobre su contenido político.
Por fortuna, la interpretación esplendorosa de Javier Bardem salva con creces
este vacío. No sólo se trata de que el trabajo del actor llene
constantemente la pantalla y nos haga olvidar las deficiencias de la cámara,
del guionista y del propio realizador, sino que, adaptando la fórmula de
Stendhal la expresión de Bardem se convierte en el espejo sobre el cual
inciden las imágenes de un poder político dotado de un inmenso potencial de
destrucción. Con frecuencia, en los vuelos transoceánicos, renuncio a
ponerme los auriculares para así apreciar mejor la pobreza expresiva de
algunos actores. En este caso, es todo lo contrario. Casi no harían falta las
palabras y a veces las imágenes inadecuadas del entorno podrían emborronar más
que aclarar lo que la entonación de voz y el gesto de Bardem refieren por sí
mismos. Desde este punto de vista, la pobreza del lenguaje cinematográfico
que rodea al protagonista llega a convertirse en algo positivo, ya que permite
resaltar la absoluta soledad del hombre sometido al proceso de destrucción
desde el poder.
Porque el castrismo no es sólo un régimen de orientación totalitaria,
sino también lo que Robert Jay Lifton, pensando en la China de Mao, definió
como un 'totalismo', un sistema permanente de control de los comportamientos
de los habitantes de la isla, apoyado en una trama de delación que abarca
también a todo aquel relacionado con los asuntos cubanos, y en un ejercicio
no menos continuo de manipulación y destrucción de quienes incurren en lo
que el poder define como conductas desviadas. Es lo que me contaba un amigo bañista
hace años en la playa de Santa María: 'En otros países comunistas te
oprimen, te revientan, lo aguantas y ya está. Aquí tienes que tomar parte
activa en tu propia opresión'. El enjambre de personajes que rodean a
Reinaldo Arenas, especialmente en el libro, cumplen en una alta proporción
esa exigencia. Son perseguidos, castigados, y al mismo tiempo delatan, se
benefician de la persecución que sufre el amigo más cercano, con la cual
colaboran. Cuba, bajo Castro no ha sido un eterno Baraguá de libertad y de
socialismo, sino un espacio sometido a un régimen de delación generalizada,
y por consiguiente, de envilecimiento y de destrucción del hombre.
Envilecimiento también para los 'legitimadores' que toleran la prohibición
de las propias obras y se dedican a impulsar la fabricación de dulces rojos
para los happy few de La Habana. Para quienes tienen que informar y se
van por las ramas siempre que pueden contando el cuento de la Isla Feliz.
Claro, que si no juegan el juego, éste termina abruptamente con la condena y
la exclusión. Fidel no admite bromas, salvo para conseguir dólares que le
permitan mantenerse en el poder. Aquel que quiera jugar por su cuenta, sea en
el terreno sexual o en el de la creación, sabe lo que le espera: la destrucción.
En Antes que anochezca, Javier Bardem consigue transmitir
inmejorablemente ese mensaje, aun cuando él también apuntara, días antes de
la ceremonia, que si le dieran el oscar, quizás pediría desde el
escenario el fin del embargo y medicinas para Cuba. En homenaje a Reinaldo
Arenas, ¿no sería mejor pedir además y en primer lugar la libertad para los
cubanos?