Cuba y la desmoralización de los comunistas |
Fidel Castro entró como una tromba en la historia de Cuba hace exactamente cuarenta y tres años. En ese larguísimo periodo, que lo convierte en el dictador que más tiempo ha ejercido el poder, ha logrado lo que en la Isla llaman "las contrahazañas del contra-Midas". En 1959 Cuba era el tercer país iberoamercano en PIB per cápita, que entonces duplicaba el de España. Hoy es el vigésimo, teniendo en cuenta la capacidad de compra de esa economía. Es el último: $1 700 dólares anuales. Le sigue la pobre Nicaragua: $2 650. Cuando llegó el comunismo, Cuba era un país receptor de inmigrantes en el que esperaban avecindarse 12 000 trabajadores italianos que habían solicitado visas, más incontables gallegos, asturianos y canarios. Hoy el 20 por ciento de los cubanos vive en el extranjero. Han escapado en botes, lanchas, o como polizontes de cualquier cosa capaz de flotar o levantar vuelo. Durante los enfrentamientos entre revolucionarios y el ejército de Batista, entre 1952 y 1958, unas 1 800 personas de ambos bandos perdieron la vida. Eso fue todo y los nombres están publicados. Sin embargo, se calcula que sólo en el éxodo del año 94, cuando decenas de millares de cubanos se lanzaron al mar, más de cuatro mil murieron ahogadas. A esa triste cifra pueden sumársele 16 000 fusilados y unos 150 000 prisioneros políticos, de los cuales hoy, casi medio siglo después, todavía permanecen en cautiverio varios centenares en diversas prisiones constantemente denunciadas por organismos como Amnistía Internacional o Pax Christi. ¿No hay nada bueno en esta experiencia? Es como la famosa pregunta que le hizo un periodista idiota a la viuda de Lincoln tras el asesinato de su marido en el palco de un teatro de Washington: "Dígame, señora Lincoln, después de todo, ¿qué le pareció la obra?" Claro que hay algunos logros. El país cuenta con setecientos mil profesionales universitarios y un buen sistema de enseñanza. Pero ese dato lo que consigue es incriminar más al sistema y al gobierno que tan torpemente lo administra: ¿cómo con ese capital humano el país vive en la miseria, con miles de muchachas y muchachos bien educados dedicados a la prostitución para poder sobrevivir? ¿Cómo, a valores constantes, once millones de cubanos a principios del 2002 producen lo mismo que cuatro millones en 1940? Y luego queda la lamentable historia de la potencia médica. La Cuba de Castro, irresponsablemente, ha formado 67 000 buenos médicos. Es decir, un médico por cada 164 seres humanos. Los cubanos tienen que enfermarse incesantemente para complacer al Comandante. España, que posee un sistema de salud universal costeado por el Estado, cuenta con un médico por cada 360 habitantes. ¿Por qué un país pobre del tercer mundo va a duplicar el número de médicos de un país hoy rico, como es España? Formar un médico cuesta unos doscientos cincuenta mil dólares. Eso quiere decir que Cuba, inútilmente, ha gastado más de dieciséis mil millones en erigir esta innecesaria pirámide científica. Una cifra mucho mayor que la del Plan Marshall con que se reconstruyó Europa tras la Segunda Guerra. Pero lo que inquieta al lector no es ya la fatigada polémica sobre los defectos y virtudes de la revolución cubana, sino cómo y cuándo va a terminar ese disparate, habida cuenta que se trata de la última dictadura comunista de Occidente. La penúltima fue la yugoslava, y, felizmente, se acabó hace un par de años. Pues bien: según todos los síntomas, la sociedad completa espera que en el momento en que Fidel Castro decida mudar sus cuarteles al otro mundo -eso de morirse a secas le parece una ordinariez- comenzará el desmantelamiento de un sistema en el que hoy prácticamente nadie cree, y en ese "nadie" incluyo a los miembros del Partido Comunista. ¿Cómo lo sabemos? Recientemente una embajada europea realizó en La Habana una investigación muy interesante. Tomó como laboratorio de pruebas un importante departamento gubernamental en el que trabajan aproximadamente un centenar de personas, todas ellas supuestamente "integradas" y adscritas al Partido. Los diplomáticos conocían a media docena de estos funcionarios y, por separado, muy discretamente, les pidieron que hicieran la lista de los militantes que realmente se creen el discurso oficial (los "dogmáticos"), y los que sólo dicen creérselo (los "simuladores"). La respuesta fue muy notable: había un 2 por ciento de dogmáticos y un 98 por ciento de simuladores. Pero todavía había más: a los dogmáticos los consideraban gentes ridículas de las que se burlaban constantemente, aunque en voz baja, por supuesto. Parece que a partir de 1995/6, tras el último congreso del Partido Comunista, cuando Castro ratificó la línea estalinista, el desaliento y la frustración que cunden entre los militantes han liquidado casi totalmente las ilusiones con el marxismo como referencia intelectual y las esperanzas en la capacidad regeneradora de la revolución. Hoy los comunistas -exceptuados los dogmáticos más inflexibles- saben que el sistema es un desastre irreparable que continuará empobreciendo y tiranizando a los cubanos de forma creciente. Ya nadie cree en nada. Y este desencanto es fundamental, porque ahí está la semilla de la descomposición del sistema. El comunismo cayó en Europa porque los comunistas habían perdido totalmente la fe en el sistema. Cuando hubo una oportunidad se produjo la estampida. Sólo así se explica que el Partido Comunista de la Unión Soviética, con sus 20 millones de miembros, haya sido disuelto por decreto, sin una voz que se alzara en su defensa, sin un poeta que cantara sus glorias. En Cuba ocurrirá exactamente igual. Ya el agua está lista para el chocolate. Carlos Alberto Montaner Publicado en El Nuevo Herald © El Nuevo Herald / Firmas Press 6 de enero de 2002 |