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 La intolerancia de la cultura cubana

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LA HABANA, junio - El dilatado proyecto socialista cubano ha tenido en su largo peregrinar hacia la nada a una fiel compañera de viaje: la intolerancia.

Sensible al arte y la literatura, atraída fundamentalmente por el pensamiento libre y cuestionador, implacable contra las obras que intenten burlar su eficacia en desaparecer lo diferente, la intolerancia se ha convertido en una enfermedad demoledora para la diversidad cultural cubana.

Wole Soyinka, el brujo nigeriano premio Nobel de Literatura en 1986, expresó en la Casa de las Américas de La Habana que siempre que ataca el virus de la intolerancia, los chivos expiatorios en primera línea son los fabricantes de cultura, y entre los primeros llamados a desaparecer, las artes nacionales que desafían el status quo. De acuerdo con ello, los síntomas que ha presentado en la isla este germen perturbador de libertades responden enteramente al diagnóstico universal.

Este virus, vestido de hada madrina en el mismo año 1959, bajo el pretexto de defender la pureza de una revolución naciente prohibió la proyección del documental "PM", de los realizadores Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez, en un rito inicial que aumentaría su número de víctimas a lo largo del nuevo proceso, y que convertido en "palabras a los intelectuales" sentó las bases de la marginación por obras, ideas y expresiones, al encerrar estos conceptos en un nicho de ambigüedades donde reza el epitafio "Dentro de la revolución todo, contra la revolución, nada", que aún cuando cumple cuarenta años en estos días se encuentra vigente.

Más adelante, disfrazado del término "parametración", especie de medidor de cualidades patrias que más o menos establecía la confiabilidad al régimen a partir de inclinaciones sexuales, porte y aspecto personal y proyección ideológica, entre otras barbaridades nacidas por cesárea durante la celebración del Primer Concurso de Educación y Cultura, condenó al ostracismo y al exilio a intelectuales como Antón Arrufat y César López, entre los uncidos a las sombras del quinquenio gris en un país que se pintaba rojo, y a Heberto Padilla y Reynaldo Arenas, entre los dejados "fuera del juego", "antes del alba" de una diáspora desgarradora y definitiva.

Envuelto en subterfugios y utilizado en violatorias medidas de coerción o abiertamente restrictivas, el virus de la intolerancia sigue cobrando víctimas en el momento actual.

La manipulación de las masas populares para agredir a través de actos políticos a intelectuales que no comulgan con el régimen, así como el empleo de las capas pensantes en cobardes proyectos descalificadores de quienes deciden abandonar sus filas, son ejemplos de que la intolerancia, asumiendo posturas de acuerdo a la envergadura del hecho y según el contexto donde se realice, sigue siendo un instrumento contra la libertad de pensamiento y expresión de la cultura cubana.

Prohibir desde la autorización, amañar conceptos por medio de un cantinflismo leguleyo que donde dice sí, es no, y viceversa, son parte de una guerra política contra el levantamiento de las individualidades que ha sustentado su eficacia en el dominio de los medios de comunicación y en la facultad de marginar a través del uso de la fuerza, el engaño o el castigo a todos los que disienten.

Víctor Manuel Domínguez, Lux Info Press

http://cubanet.org/sindical/news/y01/06290101.html

 

29 de junio de 2001