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La Habana al son del Caribe |
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La Habana, hoy capital y principal puerto de Cuba, es también una
de las ciudades más antiguas del continente americano. Su agitada
historia se remonta al año 1519, momento en que la antigua villa,
fundada cinco años antes por el gobernador español Diego de
Velázquez, se desplazó a Puerto Carenas, al amparo de una
privilegiada bahía.
Como todas las ciudades, La Habana muestra diversas imágenes, en parte ciertas y en parte tópicas
: la joya del imperio español, el símbolo de la revolución socialista o el paraíso turístico del trópico, que
al visitante le resulta difícil desligar de la realidad. Los afables y conversadores pobladores de esta urbe de mas de dos millones de habitantes, según estimaciones de 1993, conviven con todas ellas lo mejor que pueden, soportándolas o sacándoles partido.La denominación de la ciudad procede del nombre
de un cacique Habaguanex, que en 1492 dominaba una zona habitada por indios siboneys, tainos y
guanahibes. A diferencia de lo ocurrido en otros lugares de América
Latina, en los que la presencia indígena se ha mantenido hasta nuestros días, en La
Habana, como en toda Cuba, la población autóctona desapareció prácticamente en los primeros tiempos de la colonización española, en gran medida a causa de enfermedades procedentes de
Europa.
CORAZóN LATINO Se suele considerar que La Habana posee el casco histórico mejor conservado y más extenso de América Latina, con testimonios de toda la historia colonial y elementos estéticos y culturales que se han ido superponiendo en la cubanía habanera. La privilegiada situación geográfica de la ciudad tiene mucho que decir al respecto, puesto que el puerto de La Habana siempre ha mantenido su importancia, para personas de toda etnia y condición, como lugar de tránsito de flotas, punto de llegada de la infame trata de esclavos u origen de las exportaciones de azúcar o café. Esa conservación tampoco es ajena a una paradoja. Por una parte, en los últimos cuarenta años, la Revolución, el exilio y la ausencia de capital externo han evitado tanto el crecimiento de la población habanera, que - contrariamente a lo ocurrido en otras urbes latinoamericanas - se ha mantenido estable, como la construcción de nuevas edificaciones y el derribo de las antiguas. Por otra parte, esta especie de congelación del espacio urbano ha generado un abandono del patrimonio que a duras penas intentan frenar iniciativas como las de la UNESCO. Aun sin componente indígena, la identidad de la ciudad es mestiza, y su desconchada piel urbana muestra tonalidades europeas, criollas, negras, incluso chinas y, a pesar de todo, también estadounidenses. La gran literatura cubana del siglo XX reflejó esta diversidad de procedencias y su encaje, no siempre armonioso. El escritor Alejo Carpentier, en El acoso (1956) o La consagración de la primavera (1978), habla de dos Habanas : la exclusiva y aristocrática del barrio conocido como El Vedado, blanca y cercana culturalmente a los Estados Unidos o a Europa, y la de La Habana Vieja, negra y mulata, modesta y heredera de las tradiciones afrocubanas. En la prosa intrincada de la novela Paradiso (1966), de José Lezama Lima (1910-1976), las referencias son más europeas, pero La Habana Vieja, desde su plaza de Armas, es centro de imantación imprescindible. En el exilio, una constante del intelectual cubano desde tiempos de José Martí, autores como Cabrera Infante o Severo Sarduy no olvidarán La Habana. El primero, en Tres tristes tigres (1967) y La Habana para un infante difunto (1979), recreará con humor y desbordante ingenio su infancia y juventud antes de la Revolución, mientras que el segundo recorrerá la ciudad y su historia - negra, china y española - en De dónde son los cantantes (1967). Todos ellos intentan retratar la heterogénea realidad habanera, pero, en gran medida, su ciudad no es la misma que La Habana actual, la que hoy puede captar el viajero al recorrer sus calles y plazas, la que describe, sin asomo de poesía, Pedro Juan Gutiérrez en Trilogía sucia de La Habana (1998) o, incluso, una novela negra como Mundos sucios (2002) de José Latour. De estas obras recientes surge una ciudad difícil, más allá del tipismo de los coches americanos de los 50, de los souvenirs del Che Guevara o de unas calles que recuerdan a las de Cádiz o al Raval barcelonés. Jesús Cuéllar, historiador |