Retorno a la página de inicio La música cubana

 Un país para cantar y bailar

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La música tiene a veces extrañas consecuencias. En 1959, Fidel Castro, entonces un héroe fulgurante de 33 años que acababa de derrocar a Batista, llegó a Washington en una visita oficial propiciada por el gobierno de Eisenhower. Se sentía, con cierta razón, una mezcla entre Alejandro Magno y Emiliano Zapata. El presidente norteamericano no tenía ninguna simpatía por el huésped cubano --y mucho menos su vicepresidente, Richard Nixon--, pero el propósito era ir domando al muchacho barbudo hasta convencerlo de la conveniencia de mantener las mejores relaciones entre Estados Unidos y La Habana. Al fin y al cabo, el detonador de la fuga de Batista fue, primero, el embargo de la venta de armas norteamericanas a la dictadura, y, segundo, la notificación franca y brutal, a mediados de diciembre de 1958, de que debía empacar las maletas y largarse del poder.¿Qué tiene esto que ver con la música? Verán: en ese clima de mutua desconfianza, pero en el que prevalecía la intención gringa de seducir al comandante, en una visita al Departamento de Estado --¿o fue al Capitolio?--, Fidel vio aproximársele a un congresista jovial y risueño con los brazos extendidos y visiblemente alegre por el alcohol. ¿Quién era? Los que presenciaron el episodio no lo recuerdan. Llegó ante Castro, le tomó de las manos, y le dijo, rendido por la admiración mientras ensayaba un paso de baile al que el cubano se resistía: ``¡Oh, Fidel Castro, cha-cha-cha!''. Probablemente en ese momento el ``máximo líder'' decidió dedicar toda su vida a luchar contra el imperialismo yanqui. Ni modo, como dicen los mexicanos.

Si hay algo que define la imagen de Cuba no es la revolución, sino la música. La revolución es una anécdota temporal. La música es el alma de ese país. El comandante, al grito de ``¡patria o lipotimia!'', que parece que es por donde le llegará la muerte, pronto se irá de este valle de lágrimas que con tanto éxito ha contribuido a fomentar, pero nos quedarán el bolero, la conga, la rumba, el mambo, el cha-cha-cha, la salsa --que es una mezcla agitada de todo lo anterior--, las trovas de cualquier edad, y mil intérpretes y compositores, desde Paquito D'Rivera hasta Olga Guillot, desde René Touzet hasta Marisela Verena y Ela Pestano, desde Ernesto Lecuona hasta Aurelio de la Vega y Gonzalo Roig.

Y es precisamente éste último, el admirado Gonzalo Roig, el que me trajo a la memoria la historia de Castro y el cha-cha-cha. Fue en un viaje reciente a Barcelona, invitado por una estación de radio a debatir sobre la situación actual de Cuba y el posible desmantelamiento del régimen tras la hipotética muerte de su enfermo presidente. El programa, de gran audiencia, tiene un formato muy singular. Se elige un tema de discusión y se interrumpe frecuentemente con música del país escogido. A la estación acababa de llegarles un CD de Gonzalo Roig, el autor de Quiéreme mucho, de la zarzuela Cecilia Valdés y de otras cien composiciones enormemente famosas en la primera mitad del siglo XX. El CD se titulaba Amistad 404, que era la dirección de la vivienda de Roig, declarada monumento nacional por la revolución, lo que no impidió que el edificio se derrumbara por falta de mantenimiento, y comenzaba con una increíble interpretación al saxo de Quiéreme mucho por Paquito D'Rivera. A partir de ese momento ya no fue posible regresar al tema político. De pronto, Castro se empequeñeció, y todos los argumentos que tenía preparados para debatir pasaron a un segundo plano y el programa se encaminó inexorablemente por el rumbo de la música. Los oyentes que participaron no tenían el menor interés en hablar del Che Guevara, sino de Celia Cruz, de Luisa María Güell y de Elsa Baeza, dos cantantes cubanas que en la década de los ochenta fueron muy queridas en España, o de Lucrecia, una bella mulata que hoy no sólo triunfa en España cantando en castellano, sino que también lo hace en catalán con una gracia tremenda. Para mi sorpresa, hubo decenas de llamadas de personas que no eran capaces de situar a Cuba en el mapa, pero tarareaban las melodías de Gonzalo Roig.

¿Por qué ha ocurrido este fenómeno? No tengo la menor idea. Cuba es, junto a Brasil, desde hace casi un siglo, una asombrosa máquina de producir ritmos originales e intérpretes geniales de música popular. Y tal vez no sea una coincidencia, sino el resultado de una muy parecida combinación étnica donde Africa y la Península Ibérica han mezclado sus tradiciones musicales, sus alegrías y sus tristezas. Y tampoco parece ser una casualidad que ambos países hayan podido penetrar en la música norteamericana, en el jazz, en el blues, en sus grandes compositores populares --desde Cole Porter hasta George Gershwin--, con más intensidad y muchísimo antes de que el rock despertara el interés de los jóvenes latinoamericanos. Seguramente Fidel Castro no se dio cuenta, pero aquel americano que lo tomaba de las manos y le decía ``cha-cha-cha'' no era un imperialista insolente, sino todo lo contrario: era un gringo colonizado por los cubanos que bailaba al ritmo que se tocaba en la isla.

Es una lástima que el comandante no supiera bailar. >>

CARLOS ALBERTO MONTANER

1° de julio de 2001