La bahía de La Habana es objeto de un ambicioso plan de saneamiento,
conservación y desarrollo debido al grave estado en que se encuentra. Con un área
de 5,2 kilómetros cuadrados, una profundidad media de 9 metros y un volumen de
47 millones de metros cúbicos de agua, la bahía, con un majestuoso canal de
entrada de 1.574 metros de largo y 104 metros de ancho, flanqueado por
imponentes fortalezas y palacios, es según los expertos de las más
contaminadas de América.
Desde hace años se acomete en la rada un proyecto de rehabilitación que ha
devuelto cierta cantidad de oxígeno a sus aguas. Según el Grupo de Trabajo
Estatal, encargado del salvamento de la bahía, el año pasado fueron
extraídos de sus aguas 1.017 metros cúbicos de combustible y 3.896 de desechos
sólidos flotantes, y en los primeros cuatro meses de este año se recogieron
151,5 y 1.332, respectivamente.
El ambicioso plan que se aplica ahora, con recursos de Italia, Japón, Bégica,
el Fondo Mundial para el Medio Ambiente y una ONG alemana, incluye la recolección
de residuos contaminantes en el drenaje de Agua Dulce, el sistema de recogida de
residuos sólidos y materias primas en el entorno de la bahía. También se
pondrá en marcha un Centro de Información y Educación Ambiental y está
previsto instalar equipos de control de la calidad del aire.
El deterioro de la bahía comenzó en el siglo XVIII, cuando las industrias
vertían en sus aguas los residuos sin tratar, a lo que se sumó el
establecimiento en sus márgenes del basurero de la ciudad.
La primera etapa del plan descontaminador persigue la eliminación de sólidos
e hidrocarburos, la disminución progresiva de materia orgánica del
alcantarillado urbano e industrial y el aumento gradual del nivel de oxígeno
para restituir la flora y la fauna.
Según las autoridades, el reciente emplazamiento de una barrera fija en la
bahía para detener los derrames ha contribuido a la disminución de un 50% de
la contaminación a partir del año 2000.