De la misma manera que escribí
“Los Marinos”, donde recordaba con mucho cariño a esos hombres que
formaron parte de mi vida, hoy aparecen otros por los cuales no puedo ocultar
mi desprecio, esa gente, que durante su vida a bordo de nuestros buques,
estuvo dedicada a destruir los sueños de muchos hombres de verdadera
vocación marina, solo espero, que sean ustedes los que juzguen y
encuentren las respuestas.
La vida de un marino cubano no vale absolutamente
nada, esto ha sido demostrado a través de los años, existen
hechos que así lo demuestran y que son incluso, desconocidos para
las nuevas generaciones. Nadie es dueño de su vida en Cuba, no se
pueden tomar decisiones sobre ellas, y esta condición se extiende
hasta nuestros buques, no importa la posición geográfica
donde se encuentre, hasta la más lejana bahía, llegará
un día la poderosa mano del dueño de nuestras almas, así
sucedió y sucederá.
Durante la gran guerra de Viet Nam, yo tuve la oportunidad
de visitar el puerto de Camp Pha a bordo del buque “Jiguaní”, los
bombardeos estaban en pleno apogeo, por suerte para nosotros, en esos días
no atacaron esa zona bastante desbastada por ellos, nunca nos pagaron nada
por arriesgar la vida en zonas de guerra, como ocurre en muchas compañías
en el ámbito mundial, para nosotros, más que un deber era
una obligación, un gesto de solidaridad, donde nunca se contaba
con la voluntariedad de la persona, negarse a ir a cualquiera de esos sitios
en conflicto, es declararse prácticamente contrarrevolucionario
y automáticamente se es separado de la flota, así, involuntariamente
y guiado como un robot, visité posteriormente al Líbano y
Angola, otros, participarían en viajes a Granada, Irak, Irán,
etc.
Durante la guerra de Viet Nam, se anunció con
antelación, el minado del puerto de Haiphong, ese anuncio se realizó
con el tiempo suficiente, para que los barcos mercantes abandonaran el
puerto. Muchos lo hicieron, sin embargo, las motonaves “El Jigue” e “Imías”,
recibieron la orden desde La Habana de permanecer allí, esto trajo
como consecuencia, que ambas tripulaciones tuvieran que permanecer en esas
condiciones y bajo los constantes bombardeos, por un período nada
fácil de soportar, un año. Para ello no se contó con
la voluntad de sus tripulantes, solo se aplicó la orden dada por
el dueño y señor de la isla.
Esa misma situación se produjo cuando la guerra
entre Irak e Irán, allí quedó atrapado el buque “Bolívar”,
en aquel entonces era el más moderno de la flota, con un costo superior
a los dieciséis millones de dólares y construido en Dinamarca,
acompañándolos en su desgracia, quedaron también la
brigada médica cubana que se encontraba laborando en ese país.
Cuba perdió al buque, comprado como es de suponer con el sudor de
todos esos cortadores de caña. Estas decisiones se repitieron a
través de la historia, su explicación es muy corta, la “revolución
cubana” se alimenta de mártires, cuando no los tiene los fabrica,
como lo demostró arriesgando innecesariamente la vida de todos esos
hombres.
Navegando a bordo de la motonave “Pepito Tey” hacia Cuba,
a la altura de las islas Azores, el barco se apagó totalmente a
causa de la contaminación del combustible, en esas condiciones fuimos
sorprendidos por una implacable galerna fuerza 10 de la escala de Beaufort,
estando al garete y a merced de las inclemencias y voluntad del tiempo,
con peligro de hacer zozobrar al buque, el Capitán lanza al éter
un SOS., que fue recibido por remolcadores radicados en Azores y dedicados
a labores de rescate. Cuando ese remolcador llegó a nuestra posición
y se encontraba listo para tomar nuestro cable de remolque, recibimos un
mensaje de La Habana donde se nos prohibía recibir los servicios
del mismo, y la promesa de que enviarían a un barco cubano, para
que procediera a remolcarnos al puerto de Lisboa. Así al garete,
apagados, sin agua ni alimentos, dando bandazos de hasta 45 y 50 grados,
tuvimos que permanecer durante el transcurso de aquella terrible tormenta,
nos movimos de nuestra posición original por más de 360 millas,
el buque cubano arribó, pero era imposible realizar la maniobra
de remolque en esas condiciones meteorológicas, en medio de estas
penas, se declaró un incendio, que pudimos controlar para salvar
nuestras vidas. Fueron doce días de angustia sin comer nada caliente,
una vez atracados en Lisboa, el embajador de Cuba en Portugal nos trae
un mensaje enviado desde La Habana, felicitándonos por la actitud
revolucionaria mantenida durante la tormenta. Todo era falso, ni habíamos
mantenido la tal actitud a la que hacían referencia, ni permanecimos
allí por nuestra voluntad, obligaron al Capitán bajo amenaza
de perder su puesto a aceptar la orden, sencillamente, porque de haberse
realizado ese salvamento, había que pagarle al remolcador un porciento
de todos los intereses invertidos en esa aventura marítima, en pocas
palabras, tenían que pagar los dueños del buque y los de
la carga a bordo, que llevada a su expresión económica, eran
varios millones de dólares y nosotros no valíamos nada.
Hechos como estos, se pueden contar por decenas, todos
de una manera aislada demuestran el desprecio que sienten por la vida de
los hombres, sería muy extenso narrarlos cada uno de ellos, pero
lo cierto es, que se contradicen con aquel viejo slogan casi sin utilizar
que decía; “Para la revolución, lo más importante
es el hombre”. Recuerdo que estando reparando el buque “Bahía de
Cienfuegos”, en el dique del pueblo Astillero en Santander, un camarero
de nombre Rogelio cayó enfermo, el Capitán se negaba a llevarlo
al médico para no incurrir en gastos, yo era el Primer Oficial de
ese buque y le expuse mi preocupación al inspector cubano que nos
representaba en esos momentos, finalmente este inspector presionó
al Capitán y el hombre fue llevado ante un Doctor, como resultado
de esa visita, Rogelio fue trasladado urgentemente a La Habana, directo
a la clínica de enfermedades tropicales situada en el Reparto Siboney,
donde se comprobó, que el camarero padecía de un paludismo
contraído en Costa de Marfil, después de nuestra salida de
ese país, otro marino cubano falleció en otro barco a causa
de esa enfermedad, saliendo del mismo puerto. Creo, que este hombre me
debe la vida, pero no ha sido el único caso, donde se pone en peligro
la vida de un hombre, para ahorrar dinero.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
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